Edición 209 |
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MEJOR QUE ASà SEA, le dijiste, fastidiado ya de llevar una vida que te consume lentamente, muy lejos de la tierra que te vio nacer, muerto en vida por decisión de las autoridades, con quienes hiciste un arreglo imposible de romper, pues de por medio estaba la integridad de tus hijos y tus esposas. Te permitieron traer contigo sólo a una de ellas, y escogiste a Yolanda, con quien procreaste los últimos tres niños que te hicieron menos pesada la vida en ese apartado pueblo de Alemania, donde llevas ya quince años viviendo en un exilio dorado al que no te has podido acostumbrar.
  Hubieras querido que las cosas sucedieran de otra manera, morir realmente como se dijo que sucedió para justificar tu desaparición, y hasta presentaron un supuesto cadáver desfigurado por el tiempo que llevaba enterrado, diciendo en los periódicos que ese muerto eras tú. Por supuesto lo creyó la gente, pues la campaña de prensa estuvo muy bien hecha, y saliste al exilio convencido de que pronto se darÃan las condiciones para regresar, aunque con otra personalidad. Pero pasó el tiempo y las circunstancias no cambiaron favorablemente, sino al contrario, por el entrometimiento de la DEA en los asuntos de México, cada vez con más descaro como pudiste darte cuenta. Sin embargo, nunca te resignaste a morir tan lejos de la patria, y ahora sabes que no hay más remedio: tendrás que aceptarlo aunque no lo quieras. Mucho peor hubiera sido que te refundieran en alguna cárcel de alta seguridad, o que te extraditaran a Estados Unidos, sin posibilidad de ningún acuerdo con el gobierno.
  Sabes muy bien que no habrÃas tenido ninguna oportunidad en ese sentido, porque para la DEA eras la pieza de caza más apetecida. QuerÃan verte derrotado, indefenso, y lo consiguieron por las traiciones de las autoridades mexicanas, dizque tus amigos por los muchos favores que les hiciste durante los diez años que estuviste en el candelero por ser uno de los más productivos capos del narcotráfico. SabÃas muy bien que algún dÃa tenÃas que retirarte, asà que le dices a tu médico que busque la manera no de paliar tus dolores, sino de morir lo más pronto posible, al fin que ya no tienes ningún pendiente. Tu respeto al compromiso establecido con el gobierno garantizó la seguridad de todos tus familiares cercanos, lo sabes muy bien, asà que mientras más pronto te vayas al más allá, menos riesgos correrán, pues habrás dejado de ser un peligro para funcionarios mexicanos y de Estados Unidos. Pensar en el suicidio lo descartas porque eres muy católico y no quieres cometer un acto que ofenda a Dios.
  Piensas que la vida fue muy pródiga para ti, tuviste mucha suerte y la supiste aprovechar. Tu exilio dorado es una prueba fehaciente de esa buena estrella que siempre guió tus pasos. Conociste a personajes muy encumbrados que un pobre campesino como tú serÃa impensable llegar a ver ni siquiera de lejos. Te codeaste con la flor y nata de la sociedad, siendo que apenas llegaste a cuarto año de primaria. Fuiste adulado y temido, sobre todo esto último, hasta el dÃa que los designios del poder real que mueve al mundo puso fin a tus andanzas y negocios. No tuviste más remedio que aceptarlo, a menos que te hubieras decidido a morir en un enfrentamiento con las tropas. No le viste sentido a esa acción desesperada, no por lo que significaba en tu biografÃa, sino por los riesgos en que dejabas a tus familiares y compinches más fieles. Aceptaste el arreglo, que benefició a muy importantes personajes, y a ti te dio la oportunidad de viajar por Europa con tus hijos más queridos, a quienes dejas su futuro asegurado, lejos del ambiente que te permitió hacerte de la enorme fortuna que ya dilapidaste. Lo único positivo es que te queda lo suficiente para que tu familia salga a flote los años que lo necesiten.
  Arturo, tu médico de tantos años, ha sido como un hermano para ti. Se lo agradeces en silencio, sin atreverte a decirle lo mucho que lo estimas porque no estás acostumbrado a eso. Fue él quien estuvo al cuidado de tu salud en las ocasiones que te viste al borde de la muerte, en enfrentamientos con la policÃa, en los tiempos en que comenzabas a abrirte paso en el duro negocio del narcotráfico. Es al único ser humano al que le tienes confianza, y te asombras al pensar en eso. Fue Arturo quien se encargó de los preparativos para las operaciones de cirugÃa plástica que te modificaron el rostro, quien se encargó de hablar con los tres médicos y pagar a sus familiares, luego que los tres murieron al caerse la avioneta que los transportaba a la capital, allá en México.
Lo que más lamentas es no haber tenido la oportunidad que tuvo uno de los subalternos que más subestimabas, quien al poco tiempo de haber sido encarcelado se le facilitó la huida del penal de seguridad donde es imposible fugarse. Eso le costó, calculas, alrededor de quinientos millones de dólares, que con unas cuantas buenas operaciones repuso. Ahora te das cuenta del error que cometiste al subestimarlo y sonrÃes, lo único que puedes hacer ante la imposibilidad de comunicarte con él para felicitarlo por su audacia. Te encoges de hombros, sabes que las circunstancias le fueron más favorables a él, con un presidente de la República dispuesto a negociar con el mismo diablo si de por medio se tiene la posibilidad de ganar muchos millones de dólares. Tú no tuviste esa suerte, lo lamentas, en el momento en que caÃste en desgracia.
  -Quién lo hubiera imaginado -le dices a Arturo-, que con la llegada a la Presidencia del partido más cercano a la Iglesia católica se dieran más facilidades para el negocio.
  No te responde nada, sólo mueve la cabeza afirmativamente y sigue con su rostro de preocupación que comienza a fastidiarte.
  Sabes que en tu caso, el problema de fondo fue tu incompatibilidad con las decisiones de la DEA. Les venÃas grande, por tu capacidad de movilización, tu independencia, tu audacia. Te consideraron más peligroso de lo que realmente eras, y no te dieron oportunidad de hacer arreglos más provechosos para ambas partes. Te querÃan fuera de la jugada, y lo consiguieron, aun cuando sin acabar contigo como hubieran querido: refundiéndote en una cárcel estadounidense por el resto de tus dÃas en este mundo. Sabes también que eso se lo debes al Nuncio apostólico, quien intercedió por ti en compensación a los muchos millones que le diste durante los años que duró su amistad. El entonces Presidente, por quedar bien con el Nuncio y facilitar las negociaciones que traÃa entre manos con la alta jerarquÃa de la Iglesia, también habÃa intercedido ante la DEA, por eso sigues con vida y, lo principal, viviendo tranquilamente en un exilio dorado que muy pocos se pueden conceder.
  Han sido quince años lejos de la patria, sin tener contacto con ningún compatriota, deseando a toda hora regresar para ver a tus padres que aún viven. Pero sabes que eso es imposible, pues fueron los primeros en creerte muerto, como te lo dijo tu mujer al reunirse contigo. Recuerdas que la condujeron con el mayor sigilo, en un avión de la ProcuradurÃa General de la República, sin decirle nada del motivo del traslado en compañÃa de sus tres niños, entonces de ocho, seis y cuatro años de edad. En un principio se resistió a viajar, creyendo lo peor, pero aceptó cuando un oficial de alto rango del Ejército le aseguró que nada le pasarÃa, incluso le dio a entender que se reunirÃa contigo. No lo creyó, como te lo dijo al llegar, pero en vista de las circunstancias no le quedaba más que obedecer, sobre todo por los niños.
  Gracias a ella te enteraste de que tus pobres viejos llevaban flores a una tumba que creÃan era la tuya. A partir de ese momento decidiste olvidarlos, para no complicarte la vida con pensamientos funestos, ni complicársela a ellos; te dedicaste a normalizar tu cotidianidad en el exilio, sin perder la esperanza de regresar algún dÃa, aun cuando en el fondo de tus pensamientos sabÃas que eso serÃa imposible, menos aún sabiendo que tu subalterno que más menospreciabas, el famoso “Chapo†GodÃnez, es ahora el principal capo de México, cuyo poder es superior al que tuviste en tus dÃas de gloria.   Esa es la verdad y te duele reconocerlo. Sabes que te corroe la envidia y también te duele aceptarlo. A nadie se lo comentas, ni siquiera a Yolanda, quien ha demostrado una fidelidad y un cariño que no crees merecer. Se lo agradeces en silencio, como siempre lo hiciste, sin decirle que la amabas para que no se te subiera a las barbas.
  Ahora estás decidido a decÃrselo, agradecerle lo mucho que hizo por ti, los sacrificios que decidió hacer por quedar bien contigo, particularmente no tener comunicación con sus padres, a sabiendas de que con esa actitud se podrÃa ganar su olvido. Pronto, estás seguro, las cosas volverán a normalizarse para ellos, cuando regresen a México con tus cenizas. Los ahora hombres, tus hijos, volverán a tener contacto con tu amado México, una nación que desearÃas estuviera muy lejos de Estados Unidos, aunque gracias a esa cercanÃa, lo sabes mejor que nadie, el negocio del narcotráfico es tan boyante. Sólo esperas que tus hijos, al menos los hijos de Yolanda, vivan lejos del ambiente en que te desenvolviste durante los mejores años de tu vida. Te llenas de orgullo al pensar que ahora son ciudadanos respetables, bien preparados, que hablan alemán e inglés perfectamente.
  Por eso estás resignado a tu suerte, le das gracias a Dios por haberte dado la oportunidad de morir en santa paz con Él y con el mundo. En los años de exilio se acabaron tus odios, tus deseos de venganza, tu frustración por la vida que llevabas de muerto en vida por decreto. Estás contento porque eso habrá de terminar muy pronto, una vez que Arturo se decida a darte muerte sin que se sienta comprometido. Eso lo podrás arreglar con una fuerte suma de dólares, lo sabes y sonrÃes satisfecho. Le pedirás que sea él quien se encargue de los trámites funerarios, y sobre todo del traslado de Yolanda a México. Los muchachos ya pueden decidir su vida y te reconforta saberlo. Sabes que si Arturo y Yolanda llegaran a enamorarse, dado que aún pueden hacerlo, nadie mejor que él para cuidar de ella. Pero eso se lo dejas a Dios, ahora lo importante es que te has quitado un gran peso de encima. Â
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