Es cierto que, como dice Carlos Salinas en su compulsivo empeño por reescribir la historia, Larry Summers impuso tasas usureras a México, a cambio del rescate financiero de 1995. Sin embargo, lo que no dice es que, luego de que estalló la bomba de tiempo que le pasó a Ernesto Zedillo, México tenía dos opciones: aceptar el alto costo de la ayuda o caer en el incumplimiento de pagos. Quizá en otros tiempos, cuando el nacionalismo era la regla, el no pago hubiera sido opción, pero no en la era del TLCAN.
Los republicanos, envalentonados luego de haber recuperado el liderazgo legislativo por primera vez en 40 años, condicionaron la ayuda a que el vecino en desgracia rompiera relaciones con Cuba, extraditara capos, cooperara con la patrulla fronteriza para frenar la inmigración ilegal y rindiera cuentas sobre el combate al narcotráfico. Secretamente, se decía, José Ángel Gurría había aceptado, pero Zedillo y Guillermo Ortiz le pintaron la raya.
Con el peso en caída libre, los cofres vacíos y los inversionistas en estampida, Washington temía que el derrumbe de México precipitara un tsunami financiero mundial que afectara severamente a EU. A Bill Clinton no le quedó otra que hacer mano de un fondo especial que no ameritaba la aprobación legislativa para prestarle a México. Entonces, como ahora, México era sinónimo de corrupción, drogas, violencia e ilegales. Una paria; 80 por ciento de los estadounidenses se oponía al rescate. Las severas condiciones persiguieron un doble objetivo: obligar a México a pagar lo antes posible y crear la percepción de que se estaba protegiendo el dinero de los contribuyentes estadounidenses.
Otra falacia de Salinas es decir que su gobierno rechazó la extranjerización de la banca cuando fue su gobierno el que la negoció en el TLCAN. El negociador no fue Pedro Aspe, como miente Salinas, sino Gurría. Con cheque en blanco para hacer concesiones, en tres días -del 20 al 22 de junio de 1992- Gurría y sus contrapartes Olin Wethington (EU) y Nicholas Le Pan (de Canadá) superaron por arte de magia las diferencias que habían mantenido atorada la mesa financiera. En el Capítulo 14 sobre servicios financieros del TLCAN consta que Salinas aceptó dos etapas de transición y un periodo de salvaguardas, por un plazo de 13 años que ya venció. México pudo haber usado la salvaguarda que le daba derecho, de haber consenso con EU y Canadá, a frenar la extranjerización de la banca. No lo hizo. La pérdida del control del sistema de pagos nacional que ahora Salinas trata de endilgarle a otros es obra exclusiva de su TLCAN. Condenar el rescate de 1995 de “trato similar al que las metrópolis daban a sus colonias”, como hizo Salinas en el Club de Industriales, es hipocresía pura.
La culpa fue de Salinas: Rubin
En su autobiografía In an Uncertain World (Random House, 2003), del que Salinas obtiene citas amañadas, Robert Rubin lo culpa a él, no a Zedillo, del descalabro de 1995. “Después de que el saliente gobierno de Salinas había gastado 15 mil millones de dólares en un intento fútil de apuntalar el peso... el recién instalado gobierno de Zedillo... terminó rindiéndose ante las presiones de los mercados de divisas y permitió la libre flotación del peso. Con sólo seis mil millones de dólares en reservas y mucho más de eso en deudas de corto plazo, México tenía pocas opciones”.
El entonces secretario del Tesoro revela que Alan Greenspan, Summers y él coincidían en que el responsable de la crisis era Salinas. Su “grave error político” fue haber endeudado a México por encima de su capacidad de pago. Cuando los mercados pierden la confianza –añade- Salinas posterga enfrentar la realidad y se endeuda todavía más y a plazos más cortos. No sólo eso. Rubin escribe que en realidad el problema se remontaba al inicio del sexenio salinista, cuando empezó la emisión de Tesobonos para tratar de cubrir el creciente déficit de cuenta corriente. “Un enorme déficit en cuenta corriente combinado con un tipo de cambio fijo –dice- no era sostenible indefinidamente”. En su discurso, Salinas ignoró estos pasajes incriminatorios.
Salinas: mentiras y verdades a medias
DOLIA ESTÉVEZ
Dolia Estévez
Perfil
Corresponsal en Washington y especialista en temas internacionales
Es cierto que, como dice Carlos Salinas en su compulsivo empeño por reescribir la historia, Larry Summers impuso tasas usureras a México, a cambio del rescate financiero de 1995. Sin embargo, lo que no dice es que, luego de que estalló la bomba de tiempo que le pasó a Ernesto Zedillo, México tenía dos opciones: aceptar el alto costo de la ayuda o caer en el incumplimiento de pagos. Quizá en otros tiempos, cuando el nacionalismo era la regla, el no pago hubiera sido opción, pero no en la era del TLCAN.
Los republicanos, envalentonados luego de haber recuperado el liderazgo legislativo por primera vez en 40 años, condicionaron la ayuda a que el vecino en desgracia rompiera relaciones con Cuba, extraditara capos, cooperara con la patrulla fronteriza para frenar la inmigración ilegal y rindiera cuentas sobre el combate al narcotráfico. Secretamente, se decía, José Ángel Gurría había aceptado, pero Zedillo y Guillermo Ortiz le pintaron la raya.
Con el peso en caída libre, los cofres vacíos y los inversionistas en estampida, Washington temía que el derrumbe de México precipitara un tsunami financiero mundial que afectara severamente a EU. A Bill Clinton no le quedó otra que hacer mano de un fondo especial que no ameritaba la aprobación legislativa para prestarle a México. Entonces, como ahora, México era sinónimo de corrupción, drogas, violencia e ilegales. Una paria; 80 por ciento de los estadounidenses se oponía al rescate. Las severas condiciones persiguieron un doble objetivo: obligar a México a pagar lo antes posible y crear la percepción de que se estaba protegiendo el dinero de los contribuyentes estadounidenses.
Otra falacia de Salinas es decir que su gobierno rechazó la extranjerización de la banca cuando fue su gobierno el que la negoció en el TLCAN. El negociador no fue Pedro Aspe, como miente Salinas, sino Gurría. Con cheque en blanco para hacer concesiones, en tres días -del 20 al 22 de junio de 1992- Gurría y sus contrapartes Olin Wethington (EU) y Nicholas Le Pan (de Canadá) superaron por arte de magia las diferencias que habían mantenido atorada la mesa financiera. En el Capítulo 14 sobre servicios financieros del TLCAN consta que Salinas aceptó dos etapas de transición y un periodo de salvaguardas, por un plazo de 13 años que ya venció. México pudo haber usado la salvaguarda que le daba derecho, de haber consenso con EU y Canadá, a frenar la extranjerización de la banca. No lo hizo. La pérdida del control del sistema de pagos nacional que ahora Salinas trata de endilgarle a otros es obra exclusiva de su TLCAN. Condenar el rescate de 1995 de “trato similar al que las metrópolis daban a sus colonias”, como hizo Salinas en el Club de Industriales, es hipocresía pura.
La culpa fue de Salinas: Rubin
En su autobiografía In an Uncertain World (Random House, 2003), del que Salinas obtiene citas amañadas, Robert Rubin lo culpa a él, no a Zedillo, del descalabro de 1995. “Después de que el saliente gobierno de Salinas había gastado 15 mil millones de dólares en un intento fútil de apuntalar el peso... el recién instalado gobierno de Zedillo... terminó rindiéndose ante las presiones de los mercados de divisas y permitió la libre flotación del peso. Con sólo seis mil millones de dólares en reservas y mucho más de eso en deudas de corto plazo, México tenía pocas opciones”.
El entonces secretario del Tesoro revela que Alan Greenspan, Summers y él coincidían en que el responsable de la crisis era Salinas. Su “grave error político” fue haber endeudado a México por encima de su capacidad de pago. Cuando los mercados pierden la confianza –añade- Salinas posterga enfrentar la realidad y se endeuda todavía más y a plazos más cortos. No sólo eso. Rubin escribe que en realidad el problema se remontaba al inicio del sexenio salinista, cuando empezó la emisión de Tesobonos para tratar de cubrir el creciente déficit de cuenta corriente. “Un enorme déficit en cuenta corriente combinado con un tipo de cambio fijo –dice- no era sostenible indefinidamente”. En su discurso, Salinas ignoró estos pasajes incriminatorios.