Llamados en japonés “Hibakusha”, que significa algo así como “gente dañada por la bomba”, conforman un grupo enorme de sobrevivientes (los que cada vez son menos a causa de la edad avanzada, la leucemia y otras formas de cáncer desarrolladas por la radiación atómica) que llevan una vida miserable a pesar de los paliativos, asistencia y tratamientos que reciben de parte de autoridades, médicos, asociaciones benéficas y ONG’S. Los testimonios de estos seres humanos que salvaron la vida después de la lluvia negra y la radiación atómica, representan una prueba viviente de la crueldad humana y de lo absurdo de las guerras. Sus recuerdos, sus relatos, sus experiencias son sobrecogedoras, dramáticas y testimonio viviente de cómo el espíritu humano logra aferrarse a la vida, aunque sea con un cuerpo semidestruido, casi inútil y que causa horror o asco en los demás.
Lo más admirable de estos Hibakushas es que a pesar del trauma, el dolor y las pérdidas, admiten no guardar rencor ni odio hacia los estadounidenses, por el contrario, piensan en pregonar mensajes de paz, decirle al mundo un “nunca más”, demostrando con ello las características de la cultura japonesa: la aceptación de las derrotas, el perdón a los enemigos y el mirar hacia delante y contra todas las adversidades, no por nada su nación y su cultura son lo que son actualmente, un modelo de progreso, recuperación, trabajo e inteligencia.
Sus casos son muchísimos, sus dramas mueven a la tristeza, al llanto y la ira que la impotencia inyecta cuando no podemos, ni pudimos haber hecho algo para evitar ese holocausto radioactivo que calcinó a niños, mujeres, ancianos y adolescentes; a barrios y ciudades completas, a todo lo que tuviera vida. Nombres como Yoshitaka Kawamoto, Toshiko Saeki, Akiro Takakura, Tsutomu y Senji Yamaguchi, son el registro vivo y doliente de una agresión justificada por una guerra, son seres humanos que deambulan como fantasmas para champarnos en la cara lo estúpido de la humanidad, lo que no tiene perdón, lo que no puede olvidarse.
TAN SÓLO UNA PEQUEÑA Y DOLOROSA HISTORIA
Kenzo Yoshihara (un pseudónimo, desde luego), apenas tenía siete años cuando jugaba aquel 6 de agosto de 1945 en un jardín público, entre decenas de niños, una pequeña fuente y unos cerezos, sus amados padres estaban a buena distancia de allí, ocupados en labores cotidianas. La vida en la urbe transcurría con el único pendiente de saber cómo se desarrollaba la guerra en el Pacífico, entre las fuerzas patrióticas de su honorable emperador y las de los poderosos Estados Unidos.
Pero a las 8:30 de esa extraña mañana, del cielo cayó un artefacto desconocido que al tocar tierra estalló estruendosamente formando un infernal hongo que iluminó de muerte el firmamento. Kenzo corrió en acto reflejo causado por el pánico apenas si tuvo el tiempo mínimo para llegar hasta el interior de una vieja bodega abandonada en busca de abrigo y protección. Todo era confusión, locas carreras, gritos, dolor, olor a carne quemada y montones de piedra en donde momentos antes había edificios, calles, avenidas y vida, mucha vida. Un calor asfixiante oprimía el cuerpo y la ropa se deshacía llevándose trozos de piel. Entre la enorme nube como hongo se apreciaban extraños rayos luminosos que eran el anuncio de la destrucción total.
Kenzo quedó solo, más tarde, cuando encontró a sus padres ni siquiera tenían forma humana, eran cenizas humeantes; en el exterior encontró el Apocalipsis de verdad: gente gritando aterrada con los miembros destrozados o pingajos de carne que habían sido parte de sus cuerpos, niños fundidos materialmente al cuerpo de sus madres, mujeres muertas en vida de desesperación, dolor y quemaduras, ancianos momificados y asidos a un bastón que ya no les serviría más, perros callejeros quemados casi en su totalidad y que sin embargo, por instinto, se arrastraban en busca de sus amos…Hoy Kenzo es un hibakusha de 72 años con una tráquea inservible y unos ojos sin lágrimas…Sólo le quedan sus crueles recuerdos de una injusticia que no merecía…Sólo le queda dejar un testimonio de lo imperdonable, y como otros hibakushas lo han hecho ya, descansar en esa paz que nunca conocieron en esta vida.