BENJAMIN NETANYAHU AHMADINEJAD RECEP ERDOGAN
Israel, Irán y Turquía
El otro triángulo fatídico
Sungur Savran
Los estruendosos acontecimientos desencadenados por el ataque de Israel al Mavi Marmara, el barco que encabezaba la flotilla de paz que desafiaba el bloqueo a Gaza, han arrojado una luz importante sobre la situación global de Oriente Medio. Turquía ha emergido como el protagonista principal entre las fuerzas que apoyan la causa palestina. Esto es extremadamente irónico, dado que durante seis decenios el país ha sido un miembro leal de la OTAN y el “amigo más importante de Israel en el mundo musulmán” (New York Times, 31 de mayo de 2010) desde que uno tiene memoria, de forma notoria durante el periodo posterior a la Guerra Fría e incluso bajo el gobierno actual. La bandera nacional de Turquía compitió en todo el mundo por ocupar el lugar de honor al lado de la bandera palestina en las manifestaciones de protesta por el brutal asesinato por parte de los comandos israelíes de al menos nueve de los voluntarios que estaban a bordo del Mavi Marmara, todo ellos ciudadanos turcos. Desde Estambul a Toronto, motivos islamistas dominaron también en la mayoría de estas protestas.
¿Qué hay detrás del ascenso de un nuevo protagonismo turco-musulmán en el conflicto israelí-palestino y qué implica esto para el sistema de dominación imperialista en Oriente Medio en un futuro inmediato?
Para dar una respuesta a esta pregunta debemos introducir en la discusión otra serie inusual de acontecimientos: el embrollo entre Estados Unidos, por una parte, y la cooperación entre Turquía y Brasil, por otra, en relación con la cuestión de las sanciones a Irán. Apenas una semana después del ataque israelí a la flotilla humanitaria, el 8 de junio de 2010, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votó una cuarta ronda de sanciones (reforzadas) contra Irán y, ¡quién lo iba a decir!, Turquía y Brasil [1], miembros rotatorios del Consejo de Seguridad y aliados dóciles de Estados Unidos, votaron en contra (y el único país árabe en el Consejo, Líbano, se abstuvo).
Sólo dos semanas antes estos dos mismos países habían firmado tras unas difíciles negociaciones con Teherán un acuerdo con Irán sobre un intercambio de uranio iraní sin enriquecer por uranio enriquecido para uso médico, algo de los que los países occidentales no habían logrado convencer a Irán el pasado otoño. Esto se consideró (como lo es sin duda) una maniobra por parte de estos dos países para impedir que Estados Unidos presentara una moción sobre una nueva ronda de sanciones en el Consejo de Seguridad. Así que una vez más acabamos con una pregunta similar: ¿por qué esta diplomacia activa por parte de Turquía (y Brasil) que parece nadar contra corriente del actual esfuerzo estadounidense por aislar a Irán?
¿Ascenso de un poder regional o fundamentalismo islámico?
Hay al menos tres series de contradicciones que hay que tener en cuenta al observar las fuerzas que están detrás de esta nueva situación. La primera de ellas implica las dinámicas del ascenso político y económico de Turquía como poder regional que busca un nuevo tipo de posición dentro de la constelación imperialista de fuerzas. La segunda serie de contradicciones deriva de la contienda triangular entre las tres potencias nucleares reales o potenciales de Oriente Medio (Israel, Irán y Turquía) y la postura de Estados Unidos en esta cuestión. La tercera deriva de las explosivas contradicciones de la política interna turca. Veamos estos tres factores uno a uno.
Con la obvia excepción de Israel, Turquía es el principal aliado del imperialismo estadounidense en Oriente Medio. También es candidata a ser miembro de la Unión Europea, para lo que está en negociaciones desde hace cinco años, aunque recientemente las relaciones se han agriado por ambas partes debido a la renuencia explícita de los gobiernos de Sarkozy y Merkel a llevar a término el proceso de acceso. El país está gobernado por la clase capitalista más sofisticada y mejor organizada del Oriente Medio musulmán. Cuenta con la capacidad de producción industrial más avanzada de estos países y ha aumentado sus exportaciones desde unos 30.000 millones de dólares a principios de esta década hasta más de 130.000 millones de dolares en 2008, antes del inicio de la crisis económica mundial. Además, el 90% de sus exportaciones son artículos industriales, cada vez más centrados en sectores como la industria automovilística. Recientemente se ha convertido en un importante receptor de inversión exterior directa: muchas multinacionales, desde Microsoft a Coca Cola, han convertido a Estambul en su cuartel general para Europa oriental, Eurasia, Oriente Medio y norte de África.
Ahora Turquía está tratando de convertirse en un centro financiero y en un centro de arbitraje de negocios para todo el mundo árabe, el Cáucaso, Asia Central y los Balcanes. A esto se añade el hecho de que tiene el segundo mayor ejército de la OTAN después del estadounidense, lo que la sitúa entre las tres principales potencias militares de Eurasia, junto con Rusia e Israel.
Sobre la base de este creciente peso económico y militar, los gobiernos turcos llevan tiempo tratando de convertirse en una potencia regional. Fue bajo Turgut Ozal, un aliado incondicional de Occidente y en particular de Estados Unidos (y fundador del Partido de la Patria – Anavatan Partisi), cuando Turquía empezó por primera vez a aventurarse a entrar en una política exterior panturca y neo-otomana al llegar a la conclusión de que el colapso de la Unión Soviética significaba una nueva era de oportunidades para Turquía.
Un producto singular de esta nueva orientación entre las filas de la burguesía turca ha sido la red cada vez mayor de escuelas diseminadas por todo el mundo establecidas por una inmensamente poderosa congregación religiosa dirigida por un carismático imán, Fethullah Gulen, no sólo predominante en países musulmanes, sino también en rincones tan insólitos del mundo como América Latina y el Lejano Oriente. Fethullah Gulen no está comprometido con ningún partido político, pero últimamemente ha apoyado al gobierno del AKP (Partido de la Justicia y Desarrollo – Adalet ve Kalkinma Partisi) y tiene discípulos en el ejército del AKP, el Parlamento e incluso entre el Consejo de Ministros. Reside en Estados Unidos por temor a la persecución por parte de la clase dirigente turca laica.
El gobierno del AKP ha heredado al orientación de Ozal y la ha reforzado por medio de una política exterior inmensamente activa que a veces vira hacia unas direcciones que son sustancialmente independientes de la política exterior estadounidense y contrarias a ella. El hecho de que el partido del gobierno proceda de unos orígenes islamistas ha provocado una controversia dentro de los círculos dirigentes del país y de las clases dirigentes estadounidense y europea acerca de si esta nueva política implica un “cambio de eje”, esto es, si el gobierno se está alejando de la política exterior profundamente pro occidental del ala tradicional de la burguesía turca en dirección a unas relaciones más estrechas con el mundo islámico. La respuesta a esta pregunta tiene una importancia considerable, ya que el gobierno formado a finales de la década de 1990 por el más fundamentalista predecesor de este partido ligeramente islámico, el Partido del Bienestar – Refah Partisi (RP) – del Primer Ministro Necmetten Erbakan, fue derrocado por una alianza entre el ejército turco, el ala occidentalista de la burguesía y el imperialismo estadounidense por medio de una descarada intervención militar.
Nuestra caracterización de la situación es que el gobierno del AKP está tratando a la vez de satisfacer las necesidades del nuevo expansionismo de la burguesía turca y de convertirse en una potencia regional para poder negociar mejor con Estados Unidos y, en particular, con la Unión Europea. En otras palabras, es falsa la explicación simplista dada por los islamófobos tanto de Occidente como de la propia Turquía: la idea de que el AKP está revelando finalmente su naturaleza fundamentalista islámica. La alianza con Brasil no se limita a la cuestión de Irán, sino que se extiende por todo un espectro de áreas tanto económicas como políticas. Parece que estas dos potencias emergentes de tamaño medio están tratando de lograr un nivel de influencia comparable a los de Rusia e India, si no China, sobre la base de una alianza más estrecha.
Sin embargo, ciertos factores objetivos complican la situación. Para empezar, si Turquía desea convertirse en un poder regional, esto implica necesariamente llegar en primer lugar a los países islámicos, muchos de los cuales son vecinos de Turquía, no sólo en Oriente Medio y el norte de África, sino también en los Balcanes, el Cáucaso y Asia Central.
A la hora de establecer relaciones con países predominantemente musulmanes el AKP tiene una ventaja natural sobre sus rivales más laicos en la política interna turca, que, por supuesto, suscita ciertas reacciones paranoicas de los islamófobos de toda las tendencias. Más importante que esto esto es el hecho de que el ascenso de Turquía en Oriente Medio ha coincidido con otros dos acontecimientos de importancia sustancial: en conflicto acerca de los esfuerzos nucleares de Irán y el ascenso de Hamás como un factor extremadamente polémico en el drama israelí-palestino. Esto nos lleva a la segunda serie de contradicciones antes mencionada.
Turquía entre Israel e Irán
No debería ser necesario ahondar en las contradicciones entre Israel e Irán que convierten la hostilidad entre ambos países en la cuestión más candente de Oriente Medio en la actualidad. La postura especial de Turquía en relación con este pulso es lo que complica la naturaleza de la nueva política exterior turca. Turquía es, o cuando menos solía ser, el aliado más fiel tanto de Israel como de Estados Unidos en el mundo musulmán. Era de esperar que Turquía estuviera de acuerdo con la política estadounidense respecto a Irán, aunque con la cautela que es de esperar de un país vecino a al poderoso país que es Irán.
Sin embargo, la presión estadounidense e israelí sobre Irán por sus supuestos esfuerzos por nuclearizarse, paradójicamente, le ha salido mal a Israel ya que ha situado en el centro de atención, al menos desde el punto de vista de Turquía, la cuestión de las (no admitidas) armas nucleares de Israel. El gobierno turco insiste ahora en un Oriente Medio libre de armas nucleares; y dado que sean cuales sean sus intenciones reales, Irán, como opuesto a Israel, no empuña todavía armas nucleares, esta política implica desviar la atención de la región y del mundo hacia la capacidad nuclear de Israel en vez de hacia el supuesto proceso de armarse nuclearmente de Irán.
No sin una mayor ironía, aparte de Israel Turquía es el único país de Oriente Medio que mantiene (sin reconocerlo hasta ahora también en este caso) armas nucleares en su territorio, aunque estas ojivas tácticas pertenecen a Estados Unidos y se instalaron en Turquía durante la Guerra Fría como un elemento disuasorio para la Unión Soviética. En general, a lo que estamos asistiendo en la relación triangular entre Turquía, Irán e Israel es al esfuerzo de cada uno de estos tres países por el dominio nuclear en Oriente Medio.
Es en relación con la cuestión de Palestina y, en particular, con la terrible situación de Gaza, donde entra en la ecuación la naturaleza semi-islámica del AKP. Desde que en enero de 2006 Hamás fue elegido [2] en una victoria aplastante para para dirigir el Consejo Legislativo Palestino (y finalmente se quedó aislado en Gaza), el AKP ha seguido una política que discrepa ampliamente tanto de la de Estados Unidos como de la de la Unión Europea (y del llamado Cuarteto, que incluye también a Rusia y a la ONU). Esta política discrepa también de la que deberían haber seguido los partidos laicos rabiosamente pro occidentales e islamofóbicos de Turquía. La alianza occidental califica a Hamás de organización terrorista y se niega a relacionarse con ella mientras se niegue a (1) renunciar a la violencia contra Israel, (2) reconocer el derecho del Israel sionista a existir y (3) acatar los Acuerdos de Oslo.
El AKP, en cambio, invitó a altos cargos de Hamás a Ankara en 2006 para unas negociaciones tras las elecciones, una iniciativa que Israel y Estados Unidos reprendieron severamente. Cuando Israel atacó Gaza en diciembre de 2008, el gobierno turco se opuso claramente a la ofensiva. Durante un debate en el Foro Económico Mundial de Davos [3], Suiza, tras esta guerra a finales de 2009 el primer ministro turco Tayyip Erdogan atacó con virulencia al presidente israelí Shimon Peres en un incidente que cautivó a las audiencias árabes y lo convirtió en un héroe a ojos de las masas árabes. Posteriormente Turquía canceló unos ejercicios militares conjuntos que se habían venido celebrando durante muchos años. Así pues, el incidente del Mavi Marmara es el último de los dramas que se ha escenificado en la lenta agonía de la amistad turco-israelí.
Esto suscita claramente la pregunta de si desde el punto de vista de los intereses estadounidenses el AKP está en condiciones de gobernar un país con el que Estados Unidos tiene, en palabras de Obama, una ‘alianza modélica’. Por supuesto, no es un secreto que el AKP lleva todavía las marcas de sus orígenes islámicos. La primera prueba seria de la utilidad de este partido para Estados Unidos se hizo en marzo de 2003, cuando decenas de parlamentarios del AKP bloquearon una moción del gobierno que estipulaba el uso del territorio turco por parte de Estados Unidos en su ataque a Iraq. Esto agrió las relaciones entre ambos aliados durante años y años. Habiéndose negado ya a ser cómplices de la guerra de Estados Unidos contra el régimen laico de Sadam, en el caso de Irán los elementos más islamistas del AKP pueden resistirse indudablemente a emprender una guerra contra un país que se denomina a sí mismo ‘República Islámica’.
La oposición laica en Turquía utiliza esta posibilidad y las simpatías del AKP por Hamás para abrir una brecha entre el gobierno estadounidense y el del AKP. Se puede incluso especular si el gobierno estadounidense no ha dado ya la espalda al gobierno de Erdogan y apoyado al principal partido de oposición laico de centro izquierda (el Partido Republicano del Pueblo –Cumhuriyet Halk Partisi) para las elecciones generales que se celebrarán como muy tarde dentro de este año. Este tipo de apoyo es de lo más probable ahora que por primera vez desde que el AKP llegó al poder en 2002 el centro izquierda tiene alguna posibilidad de ganarle en las elecciones. El nuevo dirigente de centro izquierda, Kemal Kilicdaroglu, utiliza la retórica populista que gusta a las masas al tratar las cuestiones de pobreza, paro y corrupción en vez del lenguaje rígido del anterior dirigente, Deniz Baykal, que volvía una y otra vez al laicismo y a la supervivencia de la república, temas que sólo son de interés para las clases medias altas y para su otra audiencia a la que aprecia, las fuerzas armadas.
La guerra civil política
Esto nos lleva a la tercera serie de contradicciones. Las implicaciones internacionales de la nueva política exterior de Turquía están entrelazadas con las luchas internas entre los principales campos dirigentes en la política turca. En trabajos anteriores hemos explicado una y otra vez [4] que el actual conflicto político entre el gobierno del AKP por una parte y la principal selección de fuerzas laicas, en primer lugar el ejército turco, por otra, es una expresión por encima de todas las demás de una lucha entre dos facciones de la burguesía por la división de plusvalía y por el poder político.
FATULLAH GULEN
El ala más tradicional y arraigada de la burguesía turca, el ala pro occidental y autodenominada laica, se niega categóricamente a contemplar ningún tipo de intento de alejar a Turquía de Occidente, aunque sea de forma marginal. Este ala debe su ascenso a los parámetros occidentalizantes de la ‘república Kemalista’ (Kemal Atatürk, fundador de la república turca sobre las ruinas del imperio Otomano en 1923). Opuesta a esta fracción ha surgido en el último cuarto de siglo una nueva ala de la burguesía y ahora está compitiendo por el poder por medio del AKP. No parece que haya una solución fácil para las luchas internas de la burguesía, un conflicto que hemos estado llamando durante muchos años ‘la guerra civil política de la burguesía turca’.
Las nuevas líneas de error en la política exterior turca interactúan con esta división de la burguesía en la política interna y la vida económica. Ambas alas de la burguesía tienen mucho interés en internacionalizar los circuitos de capital hacia el este y de extender su influencia política y económica hacia los Estados vecinos. Pero como el Islam es la ortodoxia religiosa que prevalece en estos países, el ala pro occidental tiene un miedo mortal a que bajo el semi-ilslámico AKP esta política se extienda a eliminar el anclaje occidental y convertirse en una exclusivamente islamista. El gobierno del AKP ha sido objeto de un ataque violento de los ideólogos de la burguesía pro occidental tanto por cómo ha gestionado el asunto de la flotilla como por su postura al votar sobre Irán en el Consejo de Seguridad. Por lo que se refiere a las masas, estas medidas del gobierno del AKP son inmensamente populares, especialmente entre el electorado pro islámico del AKP, aunque no exclusivamente.
La interacción entre la política interna y la internacional puede llevar a gran cantidad de complicaciones. Cuanto más popular sea Erdogan a ojos de las masas populares (tanto turcas como árabes) gracias a su resuelto pulso con Israel, más difícil se hace quitarlo del poder y más histéricos se ponen sus rivales burgueses pro occidentales. Con todo, hay que tener en mente que los oponentes del AKP en política interior son una fuerte baza para Estados Unidos en caso de que en determinado momento la política exterior del AKP se convierta en una carga para los intereses estadounidenses.
¿Cuál es la política internacionalista para los socialistas?
No existe un camino fácil para los socialistas en esta complicada situación. Cualquier postura aceptable evitaría seguramente el Caribdis de acabar con el movimiento islámico y el Escilla de capitular al imperialismo bajo el disfraz de luchar contra el fanatismo religioso*. Además, hay que combinar un enfoque matizado a este campo complejo de fuerzas políticas con un apoyo de principios al pueblo palestino.
Lo primero que hay que indicar es que aunque la izquierda debería ser un enemigo jurado de las armas nucleares, no es lógico negar a Irán las armas nucleares cuando Israel posee manifiestamente capacidad nuclear (dejando de lado por el momento la cuestión del desarme nuclear total). Un Oriente Medio libre de armas nucleares como paso hacia un mundo libre de armas nucleares es la única política que se debe contraponer concretamente a la injustificada política respecto a Irán que siguen las potencias occidentales en alianza con Israel. Debería estar claro que esto significa no sólo hacer que Israel asuma totalmente sus responsabilidades y la destrucción de su arsenal nuclear, sino también la retirada del territorio turco de las cabezas nucleares tácticas de la OTAN y de Estados Unidos, y el cierre de las bases militares de este país en Turquía.
Está lejos de demotrarse que Irán esté tratando de crear armas nucleares y dado el historial de Estados Unidos en Iraq, es lícito pensar que su objetivo sea un cambio de régimen con la excusa de tratar de detener la proliferación nuclear. Habría que defender a Irán sin vacilar de una ataque estadounidense y/o israelí. Esto no tiene nada que ver con defender al régimen fundamentalista iraní de la oposición en este país. Y, en todo caso, sería de esperar que cualquier oposición que merezca que la apoyen los socialistas, ya sea en Turquía o en cualquier otro lugar, se levante contra la agresión imperialista a Irán.
En segundo lugar, la solidaridad internacionalista con un pueblo oprimido no se debería predicar dependiendo de la aprobación socialista de la naturaleza política del movimiento que dirige la lucha del pueblo oprimido. La razón por la que los pueblos en cuestión apoyan masivamente a Hamás o Hizbulá en Líbano no es porque sean organizaciones islámicas, sino porque defienden, con las armas en la mano, a sus pueblos de la agresión y ocupación colonial. Dar la espalda al pueblo de Gaza con el pretexto de que Hamás es un defensor del fundamentalismo islámico es abdicar de los deberes internacionalistas de una persona.
Defender los derechos del pueblo palestino, que van desde la más simple exigencia de que se levante el bloqueo a Gaza hasta la autodeterminación y el derecho al retorno (‘awda’), es una tarea fundamental del movimiento internacional, independientemente de la naturaleza política e ideológica de los dirigentes palestinos. Una tarea subsidiaria del socialismo internacionalista debería ser apoyar a aquellas tendencias dentro de la izquierda palestina que trabajan por una ruptura política con los dirigentes de la OLP, ya que esta organización ha caído, probablemente de manera irreversible, en el colaboracionismo con el imperialismo y con Israel.
En tercer lugar, deberíamos ser claros en relación a que el movimiento islámico no puede lograr la emancipación del pueblo palestino. Más concretamente en la coyuntura actual, si estamos luchando en Palestina, en otros países musulmanes o en otro lugar deberíamos dejar claro a masas que el gobierno del AKP en Turquía y Erdogan personalmente no son salvadores. Es cierto que un Islam de base que ignora las sutilezas de la diplomacia imperialista supone un serio desafío al tratamiento que Israel impone a los palestinos. El IHH (Insan Hak ve Hürriyetleri ve Insani Yardim Vakfi – Fundación para los Derechos Humanos y las Libertades y la Ayuda Humanitaria), una fundación humanitaria bastante enigmática y principal organizadora de la flotilla, probablemente movilizó a la gente de dicha orientación
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Sin embargo, el AKP no es en absoluto un partido controlado por estas personas de base. Todo lo contrario, el AKP es un partido de la prometedora fracción de la burguesía con una orientación islamista: está atado de pies y manos al sistema capitalista a nivel interno y al imperialismo a nivel internacional. En efecto, es precisamente esta naturaleza contradictoria del AKP, dividido como está entre unas bases inclinadas a cuestionar el statu quo imperialista y unos dirigentes burgueses que no están preparados estructuralmente para romper con él, lo que explica tanto la votación en el Parlamento en marzo de 2003 que tuvo un importante impacto sobre la guerra contra Iraq como el actual conflicto con Israel.
Presentar a Erdogan como un salvador de las masas palestinas es ignorar unas contradicciones que mantienen a este gobierno rehén del statu quo en Oriente Medio. La primera y más obvia es la completa hipocresía del AKP en relación con la cuestión kurda. El marco histórico de las cuestiones kurda y palestina difiere considerablemente, pero existe similitud en el hecho de que ambas están sujetas a una opresión nacional, por parte de Israel y de Turquía respectivamente (aunque en el caso de los kurdos existe en factor adicional de la fragmentación de este pueblo entre varios Estados de Oriente Medio). Defender los derechos de los palestinos y, sin embargo, negar a los kurdos sus más elementales derechos es una contradicción en el sentido más simple del término y esto es exactamente lo que está haciendo el gobierno del AKP.
Erdogan ha declarado recientemente que habiendo ganado las elecciones, Hamás no puede ser considerada una organización terrorista, ¡olvidando que el brazo legal de los movimientos kurdos obtuvo más de dos terceras partes de los votos en muchas de las provincias kurdas! El muy alardeado ‘intento de acercamiento kurdo’ o ‘ apertura’ que emprendió el gobierno del AKP el pasado otoño (y que abandonó abruptamente meses después) equivale a un intento de liquidar la influencia del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán – Partiya Karkerên Kurdistan) sobre los kurdos de Turquía a cambio de reformas simbólicas. Dada la hegemonía del partido, resultó un funesto fracaso.
Existe, pues, el hecho de que el gobierno del AKP no tiene intención de romper con el sistema imperialista, sino que de hecho está ofreciendo sus servicios a este sistema por medio de la nueva hegemonía que trata de establecer en el mundo musulmán y, más particularmente, árabe. Sólo unos días después del ataque israelí a la flotilla, el 8 y 9 de junio, ministros de Exteriores y otras carteras de 22 países árabes se reunieron en Estambul en unos encuentros paralelos al Foro de Cooperación Turco-Árabe y el Foro Económico Turco-Árabe para que quien si no Erdogan y sus ministros de Exteriores y Economía les ofrecieran unos sermones referentes a las virtudes del neoliberalismo, la privatización, la integración en el capitalismo occidental y la flexibilidad en el mercado laboral. Erdogan copreside con el Presidente del Gobierno español Jose Luis Rodriguez Zapatero la llamada Alianza de Civilizaciones, un producto de la era Bush que actúa en efecto como un Caballo de Troya del imperialismo en el mundo árabe.
El atractivo económico que Turquía ofrece a otros países musulmanes tiene una fuerte deuda con su relación con la Unión Europea. Es una relación que está muy avanzada debido al Acuerdo de Unión Aduanera que funciona entre Turquía y la Unión Europea desde hace quince años. No puede haber duda de que una defensa consecuente de los derechos palestinos exige una confrontación total con Israel y, por tanto, con Estados Unidos. Si las escaramuzas turcas con Israel han tenido lugar hasta ahora sin suscitar la ira del gobierno estadounidense es únicamente porque el propio gobierno está en desacuerdo con el actual gobierno israelí acerca del denominado proceso de paz. Sin embargo, probablemente esto está a punto de cambiar: todo un lobby, desde el think-tank sionista JINSA hasta la clase dirigente neocon, ha empezado a hostigar al gobierno de Obama para que rompa con Turquía. Esto ha incluido unas exigencias tan extravagantes, teniendo en cuenta lo arraigado que este gobierno está en Turquía y al revés, como la salida de Turquía de las estructuras de seguridad de la OTAN. Es poco probable que las cosas vayan tan lejos, pero es probable que el gobierno de Obama cambie de opinión.
KILICDAROGLU
Así pues, está claro que el gobierno de Erdogan está constitucionalmente incapacitado para una defensa de envergadura de los derechos palestinos. Pero aunque el propio Erdogan y quienes piensan como él estuvieran dispuestos a romper completamente con Israel y, por tanto, con Estados Unidos, la naturaleza del movimiento islamista en Turquía no les permitiría seguir adelante. En un paso extremadamente significativo; Fethullah Gulen, el dirigente de la congregación religiosa que mencionábamos antes, hizo unas declaraciones al Wall Street Journal unos días después del ataque israelí a la flotilla. Gulen condenó toda la empresa de la Flotilla de la Libertad [5] y defendió el derecho de Israel a decidir qué productos se debe permitir entrar en Gaza. Y continuó censurando el “desacato a la autoridad” por parte de los actores turcos en el drama (todo ello en un periódico controlado por enemigos acérrimos del AKP dentro de la clase dirigente estadounidense). Esto supone una ducha de agua fría para los islamistas de todas las tendencias en Turquía e implica claramente que Gulen quitará su apoyo al AKP si Erdogan y quienes piensan como él optan por una ruptura con Israel y Estados Unidos. Con toda probabilidad esto reduciría al AKP a una sombra de lo que ha sido.
Existe finalmente el hecho indiscutible de que una abrumadora mayoría de los gobiernos árabes con los que Erdogan está planeando trabajar en términos cada vez más estrechos, desde la dictadura laica egipcia de Hosni Mubarak (cómplice del bloqueo a Gaza) hasta los fundamentalistas medievales de Arabia Saudí, han permanecido sordos durante decenios a la difícil situación de los palestinos simplemente porque son serviles seguidores de Estados Unidos, su gran benefactor. El propio gobierno del AKP es dolorosamente consciente de la situación: uno de los ministros de Erdogan declaró que hasta el papa Benedicto XVI había mostrado más sensibilidad ante el incidente del Mavi Marmara que muchos gobiernos árabes.
La solidaridad con Gaza y la izquierda
Está clara la conclusión que hay que sacar. El movimiento de solidaridad internacional es quien tiene la responsabilidad de construir un frente contra la opresión israelí a los palestinos, empezando por la lucha contra el bloqueo a Gaza. El asunto de la flotilla ha creado el momento más apropiado para ello. Probablemente Israel nunca ha estado tan aislado y tan duramente condenado entre las masas populares a nivel internacional. Un componente está recurriendo al movimiento de la clase obrera internacional para construir la solidaridad con el pueblo palestino. El ejemplo del sindicato de estibadores suecos [6], que se negaron a cargar o descargar productos procedentes de Israel y destinados ahí durante unos diez días después del incidente del Mavi Marmara, es un paso bien recibido, como lo son las numerosas campañas a favor del boicot, desinversión y sanciones [contra Israel] (BDS, [7]) a las que se han adherido sindicatos de Sudáfrica, Canadá, Francia, Gran Bretaña y otros países. Estas iniciativas deberían multiplicarse y sistematizarse.
El movimiento socialista debería trabajar también hombro con hombro con los movimientos democráticos y de derechos humanos para organizar un movimiento de solidaridad internacional más independiente y unitario, y no negarse a colaborar con los movimientos de beneficencia islámicos cuando se trata de empresas del tipo del de la Flotilla de la Libertad. No deberíamos olvidar el hecho de que la Flotilla de la Libertad no fue en absoluto un asunto exclusivamente islámico, que a bordo de los barcos de la flotilla, incluyendo el Mavi Marmara, había también religiosos de otras religiones de Oriente Medio, representantes de movimientos democráticos laicos y, lo que es más importante, socialistas y revolucionarios de todas partes del mundo.
La solidaridad internacional tiene que continuar hasta que acabe la brutal opresión del pueblo palestino. El movimiento de emancipación de los palestinos tendrá que recuperar de las cenizas de la historia la cuestión de un Estado democrático y laico en el territorio histórico de Palestina. Una reactivación del internacionalismo en el movimiento de izquierda de la región traerá también a la agenda la visión de una Federación Socialista de Oriente Medio, que también requiere una lucha para construir las fuerzas políticas necesarias para este proyecto. Éste es el contexto para provocar también la emancipación del pueblo kurdo del yugo de Turquía, Iraq, Irán y Siria desde hace un siglo. En este momento político en Turquía y en Oriente Medio estas luchas están más interrelacionadas que nunca con el destino de la izquierda internacional y sus propias posibilidades de avance político.
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