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La revolución árabe según
Hegel y Emmanuel Todd
Habitantes de Misurata, Libia, observan los destrozos en la calle Trípoli, escenario de combates entre las fuerzas leales a Kadafi y opositores al régimen, ayerFoto Ap
No podíamos dejar en el tintero la excepcional entrevista del pensador francés Emmanuel Todd a Der Spiegel (20/5/11.)
A diferencia de David P. Goldman (alias Spengler), quien peca de perturbador sectarismo israelocéntrico en sus tóxicas columnas de Asia Times y usa la demografía para justificar indefectiblemente las exacciones del Estado judío, sea cual fuere la circunstancia, Emmanuel Todd es un universalista a carta cabal: no solamente es un profesional de la demografía con visión histórica, sociológica y humanista, sino que, aún mejor, se encuentra en las antípodas del manual de guerras religiosas El choque de civilizaciones de Samuel Huntington, al demostrar que, al contrario, el mundo tiende a “la convergencia (al rendez-vous) de las civilizaciones”.
Lo descubrí con su libro La ilusión económica: el estancamiento de las sociedades desarrolladas, de 1998, y lo volví a encontrar, en ese rendez-vous de las ideas universales, con un libro excepcional, Después del imperio: la quiebra del orden estadunidense (¡escrito en 2001!), donde vaticinó, temeraria pero correctamente, el “resurgimiento de Rusia”.
Ya había vaticinado 15 años antes el derrumbe del régimen soviético.
El politólogo (formado en París) e historiador (consolidado en Cambridge) Emmanuel Todd se considera un “hegeliano empírico” y reconoce el curso universal de la historia, más allá de aldeanismos y sectarismos fisíparos.
¡De la etapa gloriosa de Hegel a la degenerescencia de Huntington, ya no se diga el grotesco nipón-estadunidense Fukuyama (el sepulturero histérico de la historia), cómo se ha degradado el pensamiento “occidental”!
Por pudor no cito a otros locales seudopensadores latinófobos e israelocéntricos que pululan estéril y cacofónicamente en los multimedia del neoliberalismo global.
Con sus ilustres e universales antecedentes exitosos, vale la pena escuchar los puntos de vista de Emmanuel Todd, a mi juicio, una de las pocas voces autorizadamente valiosas de “Occidente” (en pleno oscurantismo ideológico), para analizar científicamente la revolución árabe.
Emmanuel Todd aduce (en forma menos reduccionista a lo común) que las estructuras familiares y los factores de población y política educativa son más importantes que el sistema económico.
Cuatro años antes Emmanuel Todd -con la coautoría de Youssef Courbage- se había adelantado a la extática “revolución del jazmín” en su otro imprescindible libro Convergencia (sic) de civilizaciones: la transformación de las sociedades islámicas en el mundo, que versa sobre la inevitabilidad de la revolución árabe.
No dista mucho de mis recientes posturas públicas (guardando las proporciones): “Las raíces demográficas de la revolución árabe” como consecuencia del incremento del nivel educativo y la rápida disminución de la natalidad. Sobre el “fantasma de Bin Laden” se burla sarcásticamente que “Al Qaeda ya estaba muerta”.
Comenta humildemente que su labor es como la de “los geólogos que compilan las señales de un terremoto inminente o de una erupción volcánica”, aunque no se pueda predecir su exactitud temporal ni su severidad.
Se basó en tres indicadores para su cálculo probabilístico: 1) el rápido incremento en la educación, en particular, de las mujeres; 2) el descenso de la natalidad y 3) una declinación significativa de la tasa de endogamia, en particular el matrimonio entre primos hermanos.
Los tres factores exhiben que “las sociedades árabes estaban en el camino hacia la modernización cultural (sic) y mental (¡súper sic!), en cuyo trayecto el individuo se vuelve más importante como entidad autónoma”.
¿Cavaron su propia tumba los mismos sátrapas del mundo árabe al haber propiciado, involuntaria o voluntariamente, el andamiaje de las estructuras transformativas, o todo fue producto de la modernización global? Ambas, a mi humilde entender.
Refiere que sus consecuencias desembocan en “la transformación del sistema político, una ola expansiva de democratización y la conversión de los sujetos en ciudadanos”. Viene una aseveración nítidamente hegeliana: “aunque esto sigue las tendencias globales, puede tomar algún tiempo”.
Compara la revolución árabe con las revueltas europeas de 1848, más que con el estereotipo muy trillado de la caída del Muro de Berlín de 1989: “una clásica reacción en cadena, pese a las diferencias regionales mayores”.
Sentencia que “las revoluciones usualmente estallan durante fases de crecimiento cultural y declive económico”, cuando “el desempleo y la frustración social fomentan convulsiones”.
Como consagrado demógrafo considera que “la variable principal es la tasa de alfabetización más que el PIB per cápita” (la fijación neoliberal), como demostró el historiador británico Lawrence Stone en las revoluciones de los siglos XVI y XVII en Gran Bretaña: “su umbral crítico es entre 40 y 60 por ciento”.
El papel de las mujeres jóvenes ha sido determinante tanto en el control de su natalidad como en su participación destacada en las revueltas.
Mientras la previa generación fue muy prolífica -lo que explica su explosividad al corte de caja de hoy-, pero, en forma dinámica, “la tasa de natalidad ha decaído dramáticamente a la mitad”: de 7.5 hijos por mujer en 1975 a 3.5 en 2005. Entre las mujeres académicas la tasa de natalidad se encuentra por debajo de 2.1.
En su desencadenamiento primigenio, ¿es la revolución hegeliana, genuinamente femenina y juvenil, ante todo ginecológica y obstétrica?
Desmonta prejuicios aldeanos sobre el Islam, muy socorridos por los fanáticos de Huntington, e invita a rebasar las apariencias del pleito sobre el porte del velo para enfocarse en las estructuras: “Según la ley de la historia, el progreso educativo y el declive en la tasa de natalidad son indicadores de creciente secularización y racionalización. El islamismo es una transitoria reacción defensiva (sic) al choque de la modernización y no constituye el punto final de la historia. Para el mundo islámico su punto final es universal”.
Profiere un axioma asombroso: “La condición para cualquier modernización es la modernización demográfica”, que “va de la mano con la declinación en la religiosidad practicada”.
A su juicio, ocurre ya “una desislamización de las sociedades árabes, una desmitificación del mundo, como la llamó Max Weber, y continuarán inevitablemente (¡súper sic!), así como la descristianización sucedió en Europa”.
La visión de Emmanuel Todd es sacudidora: Las revueltas árabes constituyen “crisis de la modernización que desestabilizan a las clases gobernantes. El hecho de que las turbulencias en la región coincidan con el avance del fundamentalismo es un fenómeno clásico (¡súper sic!). Duda y fanatismo son dos caras del mismo desarrollo, como sucedió en la esfera intelectual europea” sobre el debate acerca de la existencia de Dios entre Descartes (y su cogito dubitativo) y el matemático Pascal (un jansenista fundamentalista).
Tiene que ser imponentemente destacada la obligada réplica -en el sentido de “la convergencia de las civilizaciones” y la unicidad universal del género humano, lejos de los primitivismos sectarios- de parte de los intelectuales de Medio Oriente a las tesis hegelianas de Emmanuel Todd, no solamente sobre la revolución árabe sino, por encima de todo, sobre el devenir del Islam.
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