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Culto a la santa muerte
Dos de los méritos de Francisco Blake Mora para relevar a Fernando Gómez Mont en la titularidad de la Secretaría de Gobernación son, si duda, su condición de egresado del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Es, pues, itamita con diplomado en Planeación Estratégica y Políticas Públicas; y haber sido coordinador de la campaña electoral de Felipe Calderón Hinojosa en Baja California, en 2006. Blake Mora había sido diputado a la LVIII Legislatura federal y antes de ser secretario general de Gobierno con José Guadalupe Osuna Millán se le reputaba como “ministro sin cartera” en las administraciones en aquella entidad, entregada al Partido Acción Nacional, desde 1989, por Carlos Salinas de Gortari.
Aunque la llamada pacificación de Baja California, y particularmente de Tijuana, con toda su relatividad, fue obra del Ejército mexicano, cuya comandancia regional se caracterizaba por el “llama, nosotros sí vamos”, a Calderón Hinojosa le dio por blasonar al gobierno estatal panista como paradigma de eficacia, honradez, coordinación, comunicación con la sociedad y éxito en el combate al crimen organizado. Algo tenía que adjudicársele al PAN después de casi dos décadas de gobierno, si bien a alguno de sus mandatarios la Casa Blanca lo mencionara como coludido con las mafias; para el caso, la de los Arellano Félix, implicados en el asesinato del cardenal Juan José Posadas Ocampo en 1993. En Tijuana se volvió leyenda El pozolero, el asesino serial que disolvía en ácido los cuerpos de los enemigos ejecutados.
Por supuesto, Baja California sigue compitiendo en criminalidad con Chihuahua, Sinaloa, Tamaulipas. Nuevo León y Durango, pero “el centro” sigue poniéndolo como ejemplo para el resto del país, pues lo que importa es reservar el nombre de Blake Mora como potencial caballo negro en la contienda por la candidatura presidencial panista para 2012. Blake Mora es reconocido públicamente en Washington como el verdadero operador de la estrategia contra la delincuencia mafiosa en Baja California, título que le refrenda el Departamento de Estado en su actual posición federal.
Es cuestión de monitorear la diaria información que se genera ora desde Mexicali o Tijuana, ora desde Ensenada o Rosarito para dar fe de que la tierra donde se asesinó a Luis Donaldo Colosio no es precisamente un remando de paz y de legalidad. Lo reportan los medios locales, que hablan incluso de que los capos más poderosos viven plácidamente en sus estancias en California, Arizona o Nevada. así algunos canales televisivos metropolitanos sigan reprochándole a gobernadores de otros estados no ser tan eficientes como el de la norteña entidad en la persecución del crimen.
La temible y galardonada agencia Wikileaks, que está desgarrando la piel de algunos impostores, ha dado oportunidad a La Jornada de poner ante ojos y oídos del público mexicano el doble discurso del gobierno de los Estados Unidos que, mientras desde las orillas del Potomac elogia al gobierno bajacaliforniano, desde los entretelones de sus representaciones consulares describen a Tijuana como puerto seguro para los cárteles de la droga.
“Los progresos que se observan en la calle, no concuerdan con los progresos en el terreno judicial. Los militares y la policía estatal nos han entregado una impresionante lista de arrestos y confiscaciones de droga y dinero a lo largo de un año. Aun concediendo crédito a estos números -aunque fuentes del gobierno estadunidense creen que son exagerados y sospechosamente mucho más altos que en cualquier otro estado- no tenemos un registro del seguimiento de los procesos judiciales derivado de esos arrestos. Sin esa pieza faltante en el rompecabezas, no puede hablarse de una irrupción en las estructuras del narcotráfico”. El testimonio es del cónsul norteamericano Steven Kashkett, asentado en el reporte 09TIJUANA1116 remitido en octubre de 2009 al Departamento de Estado. Si éste quiere seguir dando masajes al ego calderoniano, no parece ser una consigna a la que se ciñan sus poco diplomáticos emisarios que actúan como fiscales de las autoridades estatales.
Ese es el quid de la realidad guerrera en México. Ya puede haber voceros federales que un día sí y otro también se sienten con autoridad para regañar a funcionarios que tienen mandato electoral y a activistas civiles porque desentonan en la sinfonía cotidiana que nos recetan desde Los Pinos, pero no pueden tapar el Sol con una lengua de madera.
El gobierno de la República, con la brújula desquiciada, ha olvidado una regla elemental que obliga al buen político: La autocrítica es la crítica de su mismo, no el denuesto al otro. Han transcurrido 53 meses de guerra. Desde diciembre de 2006, en tono diligente en su mayoría. autorizados expertos en materia de seguridad pública y Seguridad Nacional, que en trabajo de campo han adquirido experiencia, y teóricos académicos en las mismas disciplinas han expuesto las fallas de origen de ese combate. La principal: La ausencia de trabajo de Inteligencia previo, sin el cual no puede haber estrategia que funcione, por más que se suponga que el solo factor cuantitativo en la movilización de fuerzas aventaja el poder de fuego del enemigo. Nadie escucha. El secretario Blake Mora califica de etéreas las críticas y las propuestas. “Etéreo”, mister Blake viene de éter: Aire puro. Éste es el fluido que hace falta para oxigenar las cabezas calientes que dirigen la guerra. Disparar adjetivos con intenciones de descalificar a los interlocutores es jugar con un bumeran.
Por encima de la retórica autocomplaciente, ahí están las estadísticas, por muy aderezadas que se presenten. ¿Más de 40 mil muertos? ¡Que va! A cada nuevo y macabro hallazgo de las llamadas narcofosas, las cifras se elevan casi geométricamente. ¿Son cadáveres de miles de desaparecidos reportados por comisiones de Derechos Humanos o por sus familias; o ésos se deben de contar aparte? No es asunto de aritmética, sin embargo. El dolor no puede ponderarse por los estadígrafos. Ahí está el testimonio de empresarios que huyen con su parentela de los estados para refugiarse en la Unión Americana o en el Distrito Federal. El miedo no lo pueden ponderar los voceros oficiales u oficiosos. Pide asilo en los Estados Unidos una niña-comandante amenazada, junto con su familia, por los forajidos. Esta reacción no la capta ningún terrorímetro. Hasta el ex presidente Vicente Fox suma su voz al clamor de una sociedad desvalida. Nadie escucha.
Lo peor es que la penitencia por la ilegitimidad tolerada va para largo. Quedan todavía 17 meses infinitos de tragedia. Que lo digan los cónsules estadunidenses no es para menos, ciertamente. Es para más que los mexicanos tengan que transitar por su Patria con la mortaja al hombro en espera del disparo directo o indirecto. El plomo no sabe hacer distinción: Duele lo mismo en piel ajena que en carne propia. Si importa el juicio de la historia: La historia no absolverá a quienes rinden culto a la muerte. Por muy santa que ésta parezca.
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