Desde nuestros espacios en Voces del Periodista hemos sido tercos en la advertencia de que el Estado mexicano no permita la exhumación del México bronco, sobre el que alertó desde hace cuatro décadas don Jesús Reyes Heroles, cuya contribución contra esa amenaza fue la gran reforma política de 1977-1978.
Don Jesús conminaba “al sistema” a tomar conciencia sobre la necesidad de dar cauce civilizatorio a la lucha de los contrarios, so pena de empujar al país al abismo de la ingobernabilidad y la barbarie.
No por accidente, el pensador tuxpeño incorporó a la reforma del 77 la adición al artículo sexto de la Constitución para garantizar el libre ejercicio del Derecho a la Información e imponer al Estado mexicano la responsabilidad de su tutela.
Derecho a la información, consustancial a la Libertad de Expresión, decantados en la práctica y subvertidos al paso de los años, han desembocado en lo que en la jerga del crimen organizado se ha implantado y condensado en la brutal sentencia, plata o plomo.
Dicho en buen cristiano: Te corrompes o te mueres.
En el desenfrenado galope de la criminalidad, es imposible esperar que las bandas de sicarios, ora bajo control de los cárteles de la droga ora bajo el mando los delincuentes de cuello blanco, hagan excepciones. El Estado mismo difunde la sensación de que ha sido tomado en rehén por intereses bastardos.
No es permisible, sin embargo, para quienes nos dedicamos a la peligrosa misión de informar y opinar, ceder a la impotencia.
Mantener la guardia en alto
A cada baja originada en el desplazamiento de voces críticas por una política selectiva del poder instituido o por la acción directa de los señores de horca y cuchillo; de cuernos de chivo, para decirlo con más propiedad, es menester mantener la guardia en alto antes de que la represión se convierta en pandemia y quedemos presas de la autocensura.
Cuando escribimos estas líneas, la sociedad mexicana es perturbada por un terrible suceso que borra toda noción de noticia; tan cotidiano es cada nuevo reporte de los atentados contra periodistas.
Fue acribillado y muerto en Culiacán, Sinaloa, el colega corresponsal de La JornadaJavier Valdez Cárdenas. El móvil del asesinato no tiene ningún misterio. Fue autor de libros como Huérfanos del narco, Los morros del narco, Con una granada en la boca, etcétera.
Lo que culminó con su ejecución fue una especie de testamento editorial: Narcoperiodismo/ La prensa en medio del crimen y la denuncia. El sinaloense no quiso rajarse ante la incesante intimidación.
Tres días antes, en Tierra Caliente, Guerrero, siete periodistas fueron emboscados, despojados de sus instrumentos de trabajo y amenazados con linchamiento por 100 sicarios de una de tantas facciones criminales que han sentado sus reales en aquella atribulada entidad.
Parece ya una macabra realidad en México: Matar un periodista no es un crimen; es un deporte. No cejaremos en la denuncia y la solución: Medios y Estado deben asumir un pacto que haga de la defensa de la vida un compromiso, no por un gremio o una disciplina profesional, sino por la sociedad en su conjunto.
*Director General del Club de Periodistas de México
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