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Las revueltas
CARLOS RAMÍREZ
Los efectos sociales de la crisis económica se han convertido en un cargo de conciencia. Pero nada más. Por eso existe una especie de sentimentalismo solidario con la protesta de los grupos identificados como indignados, una clase media pequeño-burguesa que ha salido perdido en las caídas del PIB y que está engrosando el ejército laboral de reserva que representan los desempleados.
La indignación como forma de protesta es igual a… protesta. Es decir, a lo mismo. Las exhibiciones de los jóvenes afectados por la crisis se resumen a plantarse en las calles, insultar a los ricos, quejarse de la falta de empleo y, paradójicamente, utilizar a veces con imaginación su inteligencia pero para la protesta, en lugar de orientarla a crear nuevas formas de empleo y de organización social o a diseñar una propuesta alternativa al neoliberalismo en crisis.
Lo que la crisis necesita no son enojos ni choques con la policía sino la organización de bases sociales para definir un nuevo modelo de desarrollo. En Chile, por ejemplo, los estudiantes están en paro y no pasa día sin que haya choques violentos con la policía; la exigencia es sólo una: educación gratuita en todos los niveles. Pero no hay participación estudiantil para redefinir el modelo productivo, para impulsar la creación de ciencia y tecnología o para sugerir formas de producció n estudiantil. Nada de eso: sólo subsidios con los mismos programas de estudio que han generado legiones de profesionistas desempleados. Y eso que los estudiantes están liderados por la secretaria de la juventud comunista, una izquierda de protesta no de propuesta.
En España y en los EU los indignados se conforman con carteles ingeniosos, con aplastarse en z onas frente a empresas financieras y a resistir la intervención de la policía. En España se trata de una pequeña burguesía afectada por la crisis, con un desempleo que les quitó su bienestar y su punto de referencia en la vida. Por eso su acción se reduce a protestar, a gritar, a aplastarse en la Plaza del Sol y no han propuesto ni una sola idea contra la crisis. Más aún: hay indignados que han resultado buenos para la organización social pero sólo quieren su empleo en el sector privado o en el sector público, no una verdadera revolución social.
Las protestas de los indignados no representan una revolución política, ni en España, los Estados Unidos, Chile, Italia, pocos en México y hasta las movilizaciones en el medio oriente. En España piden democracia ya, pero resulta que viven en una democracia con instrumentos e instituciones para el cambio político. En el medio oriente las movilizaciones están acotadas por las creencias religiosas. Y en Chile sólo quieren subsidio, pero en un Estado en profunda crisis fiscal.
Un movimiento que crece cada día, pero…
Ahora todo se centra en cobrarles impuestos a los ricos. La idea es tardía pero no resuelve el problema fiscal. Y un impuesto a los ricos sin cambiar el sistema capitalista es un clavado al vacío porque la riqueza, con todo, se convierte en inversi ón productiva. Por tanto, no todos los ricos son malos. Más que una revolución o que una movilización social, se trata de una revuelta, es decir, de manifestaciones de protesta d e sectores afectados por la crisis. Al grito de ¡acabemos con los ricos!, grupos radicales en los EU se asentaron en Wall Street. ¿Y luego? Quién sabe. Ahí se están quedando, a la espera que alguien --¿Obama?-- le dé sentido a su protesta. Al final, el capitalismo va a reactivarse y todo volverá a ser como antes.
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