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Edición 277
Escrito por Alfonso Suárez del Real   
Viernes, 02 de Marzo de 2012 01:39

El estado de ánimo de Calderón,

un peligro para la democracia

JOSÉ ALFONSO SUÁREZ DEL REAL Y AGUILERA

 

CUANTA RAZON LE ASISTE AL CONDEJERO de Banamex que calificó de alarmante el estado de ánimo de Felipe Calderón en torno al proceso electoral en ciernes.

SIN MEDIAR motivo alguno, el michoacano impuso a los asistentes a la reunión anual de accionistas a la que fue invitado el resultado de una encuesta ordenada por Presidencia de la República en la que se ubica a la precandidata de su partido, Josefina Vázquez Mota, a escasos cuatro puntos del precandidato del tricolor.

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La inopinada exhibición de los resultados desató posiciones encontradas, coincidiendo la mayoría de ellos en descalificar el autoritario acto, como lo expresó con singular franqueza un consejero sinaloense quien fustigó la actitud del Ejecutivo al que tildó de impropio e inoportuno.

Gracias a las nuevas tecnologías, y a pesar de la supuesta confidencialidad de la reunión, el desatino presidencial fue subido a las redes sociales y de ahí pasó inmediatamente al sistema informativo radiofónico.

La sorpresiva y grosera injerencia presidencial en el proceso electoral nutrió la batería de los representantes de los medios apostados en las inmediaciones de la sede del encuentro bancario, a cuyas puertas irían llegando los precandidatos a la presidencia de la república a quienes se les cuestionó sobre el trascendido de la ilegal injerencia de Calderón en el proceso electoral, cometido con todo cálculo político en plena “veda” entre precampañas y el arranque de campaña.

A pocos sorprende la grosera intervención de un hombre que desde que asumió el poder por la puerta trasera de San Lázaro dio claras señales de que en su mandato la “sana distancia entre el partido y el gobierno”, predicada por  su partido como un principio rector,  era un más de las múltiples mentiras que llenaron su discurso electoral.

Ahora sabemos que su obsesión por fusionar en su persona la conducción del partido y del gobierno, le llevó a declararle la guerra a Manuel Espino y en un momento determinado a exigirle su renuncia a fin de colocar al frente de Acción Nacional a sus incondicionales.

La dignidad y compromiso del chihuahuense fueron su sostén para soportar las vilezas orquestadas en su contra, incluida la burda y artera manipulación del estatuto panista a fin de expulsarlo del partido en que militó toda su vida.

En una absurda y antagónica transfiguración Felipe Calderón Hinojosa se impone, avasalla, corrompe y manipula a su partido hasta lograr creerse su dueño natural y por ello dispone de cargos y estructura sin reparar en principios ni prestigios.

Bajo la excusa del pragmatismo Calderón llega a la incongruencia de emular a uno de sus más profundas fobias y cae en las posturas y estrategias que envilecen la figura de Calles en la historia nacional.

Prueba lo anterior su doble discurso y su velada intromisión a favor del gris Ernesto Cordero, a quien infructuosamente intentó imponer como candidato a la presidencia de la República a pesar de no contar con la experiencia ni la simpatía para lograrlo, el Primer Circulo del michoacano no escatimó esfuerzo alguno para imponer al dócil asesor, subsecretario y más tarde secretario, cuya lealtad aseguraban la buscada continuidad del desgobierno que encabeza Calderón.

El descalabro sufrido por el precandidato fue una clara rebelión del panismo tradicional y del panismo empresarial ante la garantía de continuismo que representaba el joven Cordero, y en última instancia fue el ¡ya basta! o el ¡estamos hasta la madre! de militantes y dirigentes indignados del derrotero por el que un gobierno proveniente de un partido que luchó por erradicar corrupción e impunidad contempla los niveles de cinismo a los que éste gobierno ha llegado.

Ante la consumación de esa rebelión albiceleste, la obsesión del inquilino de Los Pinos por impedir el retorno del PRI al gobierno federal le obligó a pactar con su rebelde adversaria y tras el trago amargo vuelve por sus fueros de líder natural de su partido y se impone como jefe fáctico de la campaña blanquiazul.

Lo ocurrido el pasado 23 de febrero ante el más importante grupo financiero trasnacional del país, es el prolegómeno de la grosera y riesgosa injerencia de Calderón en los comicios presidenciales.

El peligroso estado de ánimo presidencial, percibido por muchos de los asistentes, genero una profunda y sincera preocupación entre quienes ven en esa actitud el riesgo de descarrilar la historia de la incipiente democracia mexicana desde el poder presidencial.

Para nadie escapa los alcances a los que puede llegar la obsesión presidencial por no cruzar al umbral de la historia como el panista que regresó al PRI a Los Pinos, situación que pone en alerta a las fuerzas democráticas sin distingo de filiación partidista.

La República, no puede permitir que bajo la invocación de la “libertad de expresión” el Poder Ejecutivo se inmiscuya groseramente en un proceso que compete al Soberano, es decir al pueblo mexicano, y por mandato de éste a los partidos políticos y a sus candidatos.

Urge recordar al Felipe Calderón que la voluntad popular, plasmada en la Constitución le mandata sólo y exclusivamente a garantizar la tranquilidad y el desarrollo comicial, y por ello se exige al titular del Ejecutivo la prudencia y neutralidad que corresponde a un Jefe de Estado, lo contrario es un peligro para nuestra democracia.

 



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