¿POR QUE EN EL SIGLO XXI EL PETROLEO ACABARA CON LA BANCA Y CON EL PLANETA?
Un mundo sin petróleo fácil MICHAEL T. KLARE*
LOS PRECIOS DEL PETROLEO son ahora más altos que nunca, exceptuando varios momentos frenéticos que se produjeron antes del colapso económico mundial de 2008. Muchos factores inmediatos están contribuyendo a ese incremento de los precios, incluidas las amenazas de Irán de bloquear el transporte marítimo del petróleo en el Golfo Pérsico, los temores a una nueva guerra en el Oriente Medio y la agitación que vive Nigeria, un país rico en petróleo.
ALGUNAS DE ESTAS presiones podrían debilitarse en los próximos meses, proporcionando un alivio temporal a los surtidores de las gasolineras. Pero la causa principal de los altos precios -una transformación fundamental en la estructura de la industria petrolera- no pueden cambiarse y por esa razón los precios del petróleo están condenados a seguir siendo altos durante un largo tiempo.
En términos energéticos, estamos entrando ahora en un mundo cuya aciaga naturaleza todavía no comprendemos bien. Este cambio fundamental ha venido dado por la desaparición del petróleo relativamente accesible y barato, el “petróleo fácil”, en la terminología utilizada por los analistas de la industria; es decir, el tipo de petróleo que permitió una expansión sorprendente de la riqueza global durante los últimos 65 años y la creación de innumerables comunidades suburbanas basadas en el automóvil. Ese petróleo casi ha desaparecido.
David O’Reilly
El mundo alberga aún grandes reservas de petróleo, pero resultan difíciles de alcanzar, difíciles de refinar, porque pertenecen a la variedad “petróleo difícil”. A partir de ahora, cada barril que consumamos será aún más costoso de extraer, más costoso de refinar y mucho más caro en las gasolineras.
Todos esos que afirman que el mundo sigue estando “inundado” de petróleo tienen razón a nivel técnico: El planeta alberga todavía reservas inmensas de petróleo. Pero a los propagandistas de la industria petrolera se les olvida subrayar que no todas las reservas de petróleo son iguales: algunas están situadas cerca de la superficie o cerca de la costa y se encuentran en rocas porosas y blandas; otras están situadas en el profundo subsuelo, lejos de la costa o atrapadas en duras formaciones rocosas.
Los primeros lugares son fáciles de explotar y producen un combustible líquido que puede fácilmente refinarse en líquidos utilizables; las segundas reservas solo pueden explotarse mediante técnicas costosas y medioambientalmente arriesgadas y, a menudo, acaban convirtiéndose en un producto que debe procesarse de forma compleja antes de poder empezar a refinarlo.
La sencilla verdad es esta: la mayor parte de las reservas fáciles de petróleo del mundo están ya agotadas, excepto las que se encuentran en países asolados por la guerra como Irak. Prácticamente todo el petróleo que queda se halla en reservas sólidas difíciles de alcanzar. Entre estas últimas podríamos incluir el petróleo que se encuentra en las profundidades marinas lejos de la costa, el petróleo del Ártico y el petróleo de esquisto bituminoso, además de las “arenas petrolíferas” de Canadá, que no están compuestas en absoluto de petróleo, sino de fango, arena y betún parecido al alquitrán. Las llamadas reservas no convencionales de ese tipo pueden explotarse pero a un precio a menudo escandaloso, no solo en dólares sino también en daños al medio ambiente.
En el negocio petrolero, el presidente y director ejecutivo de Chevron, David O’Reilly, fue el primero en reconocer esta realidad en una carta publicada en 2005 en muchos periódicos estadounidenses. “Una cosa está clara”, escribió, “que la era del petróleo fácil se ha acabado”. No solo están agotándose muchos de los campos petrolíferos, señalaba, sino que “los nuevos descubrimientos energéticos se están produciendo principalmente en lugares donde los recursos son difíciles de extraer a nivel tanto físico como económico e incluso políticamente”.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) proporcionó en 2010 nuevas pruebas de este cambio en una revisión de las prospecciones petrolíferas mundiales. Al preparar el informe, la Agencia examinó las reservas históricas en los mayores campos productivos del mundo: El “petróleo fácil” del que el mundo aún depende para la mayor parte de sus necesidades energéticas. Los resultados fueron impactantes: se esperaba que esos campos perdieran las tres cuartas partes de su capacidad productiva en los próximos 25 años, perdiéndose 52 millones de barriles al día de los suministros petrolíferos del planeta; es decir, alrededor del 75% de la actual producción mundial de crudo. Las implicaciones eran sorprendentes: o se encontraba petróleo nuevo para sustituir esos 52 millones de barriles o la Edad del Petróleo llegaría pronto a su fin y la economía mundial se vendría abajo.
Desde luego, como dejó claro la AIE en 2010, habrá petróleo nuevo, pero solo de la variedad difícil que nos hará pagar un duro precio a todos nosotros y también al planeta. Para comprender bien las implicaciones de nuestra creciente dependencia del petróleo difícil, merece la pena hacer una gira relámpago por algunos de los lugares más espeluznantes y dañados de la Tierra. Así pues, abróchense los cinturones: primero, salimos hacia el mar -allá vamos- para investigar el “prometedor” nuevo mundo del petróleo del siglo XXI.
Petróleo en aguas profundas
Las compañías petroleras han estado durante un tiempo llevando a cabo perforaciones en zonas de alta mar, especialmente en el Golfo de México y el Mar Caspio. Sin embargo, hasta hace poco, esos esfuerzos tenían lugar invariablemente en aguas relativamente poco profundas –a lo sumo, varios cientos de pies- lo que permitía que las compañías petroleras utilizaran perforadoras montadas sobre embarcaderos extendidos. Pero la perforación en aguas profundas, en profundidades que superan los 1.000 pies, es un tema muy distinto. Necesita plataformas de perforación especializadas, sofisticadas e inmensamente costosas cuya preparación puede alcanzar miles de millones de dólares.
El Deepwater Horizon, que quedó destruido en el Golfo de México en abril de 2010 como consecuencia de una explosión, es un ejemplo bastante típico de este fenómeno. El navío fue construido en 2001 y costó alrededor de 500 millones de dólares y un millón de dólares al día en equipo y mantenimiento. En parte como consecuencia de estos altos costes, BP tenía prisa en acabar de trabajar en su malhadado pozo de Macondo y mover el Deepwater Horizon a otro lugar de perforación. Muchos analistas creen que esas consideraciones financieras explican la prisa con la que la tripulación del navío selló el pozo, provocando una fuga de gases que produjeron la consiguiente explosión. BP tendrá ahora que pagar alrededor de 30.000 millones de dólares más para satisfacer todas las reclamaciones por el daño causado por el derrame masivo de petróleo.
Tras el desastre, la administración Obama impuso una prohibición temporal a las perforaciones mar adentro. Pero apenas dos años después, las perforaciones en las aguas profundas del Golfo han vuelto de nuevo a los niveles anteriores al desastre. El presidente Obama ha firmado también un acuerdo con México para que permita las perforaciones en la parte más profunda del Golfo, a lo largo de la frontera marítima entre EEUU y México.
Mientras tanto, en otros lugares las perforaciones en aguas profundas se aceleran a toda marcha. Por ejemplo, Brasil se está moviendo para explotar sus campos “pre-sal” (denominados así porque se encuentran bajo una capa de sal movediza) en las aguas del Océano Atlántico, lejos de la costa de Río de Janeiro. Nuevos campos mar adentro están también desarrollándose de forma parecida en las aguas profundas frente a Gana, Sierra Leona y Liberia.
El analista de la energía John Westwood dice que, en 2020, esos campos situados en aguas profundas suministrarán el 10% del petróleo del mundo, desde solo el 1% en 1955. Pero esa producción añadida no será barata: desarrollar la mayor parte de esos campos nuevos costará decenas o cientos de miles de millones de dólares, y solo serán rentables mientras el petróleo se siga vendiendo a 90 dólares o más el barril.
Los campos situados en las aguas profundas de Brasil, considerados por algunos expertos el más prometedor descubrimiento de este siglo, serán especialmente caros porque se encuentran por debajo de una milla y media de agua y dos millas y media de arena, roca y sal. Será necesario el más avanzado y costoso equipamiento de perforación, parte del cual todavía está pendiente de desarrollarse. Petrobras, la firma energética bajo control estatal, ha comprometido ya 53 mil millones de dólares en el proyecto para el período 2011-2015, y la mayoría de los analistas cree que tan sólo supondrá un modesto pago inicial en el sorprendente coste final.
El petróleo del Ártico
Se espera que el Ártico proporcione una porción importante del suministro de petróleo del mundo futuro. Hasta muy recientemente, la producción que se podía obtener en el lejano norte era muy limitada. Aparte del área de la Bahía de Prudhoe, en Alaska, y una serie de campos en Siberia, las compañías más importantes habían dado bastante de lado la región. Pero ahora, al ver las escasas opciones existentes, están preparándose para incursiones más importantes en un Ártico en deshielo.
Desde cualquier perspectiva, el Ártico es el último lugar donde alguien querría ir a perforar para obtener petróleo. Las tormentas son frecuentes y las temperaturas en invierno terroríficas. Los equipos normales no pueden trabajar en esas condiciones. Es necesario sustituirlos por materiales muy especializados y costosos. Los equipos de trabajadores no pueden vivir mucho tiempo allí. Y es preciso traer desde muy lejos, desde miles de kilómetros y a un coste desorbitado, los más básicos suministros de alimento, combustible y materiales de construcción.
Pero el Ártico tiene también su atractivo: para ser exactos, miles de millones de barriles de petróleo sin explorar. Según US Geological Survey (USGS), el área norte del Círculo Ártico, con solo el 6% de la superficie del planeta, contiene alrededor del 13% del petróleo que queda (y una porción aún mayor de gas natural sin desarrollar, cifras que ninguna otra región puede igualar).
Con muy pocos lugares a donde ir, las principales compañías energéticas están ahora preparándose para hacer acopio de energía y explotar las riquezas del Ártico. Se espera que este verano la Royal Dutch Shell empiece a hacer perforaciones en zonas de los Mares de Beaufort y Chukchi, adyacentes al norte de Alaska. (La administración Obama debe aún concederles los últimos permisos para llevar a cabo esas actividades, pero se espera que finalmente dé el visto bueno).
Al mismo tiempo, Statoil y otras firmas están planeando extensas perforaciones en el Mar de Baring, al norte de Noruega.
Con todos esos escenarios energéticos extremos, incrementar la producción en el Ártico encarecerá los costes operativos de las compañías petroleras. Shell, por ejemplo, ha gastado ya 4.000 millones de dólares solo en los preparativos para pruebas de perforación en aguas de Alaska sin haber producido ni un solo barril de petróleo. El desarrollo a escala total de esa región, tan ecológicamente frágil, al que se oponen ferozmente los ecologistas y los pueblos nativos, multiplicará esa cifra muchas veces.
Las arenas de alquitrán y el petróleo difícil
Se espera que otra porción importante de los futuros suministros mundiales de petróleo venga de las arenas de alquitrán canadiense (también llamadas “arenas bituminosas”) y el petróleo extrapesado de Venezuela. Nada de eso es petróleo según lo que normalmente entendemos por tal. Al no ser el estado líquido su estado natural, no puede extraerse por los métodos tradicionales de perforación aunque existe de forma abundante. Según USGS, las arenas bituminosas de Canadá contienen el equivalente a 1.700 billones de barriles de petróleo convencional (líquido), mientras se dice que los depósitos de petróleo pesado de Venezuela albergan otro billón de barriles de petróleo equivalente, aunque no todo este material es “recuperable” con la tecnología existente.
Quienes afirman que la Edad del Petróleo está lejos de acabarse, señalan a menudo hacia estas reservas como prueba de que el mundo puede aún aprovechar inmensos suministros de combustibles fósiles sin explotar. Y puede ciertamente concebirse que, con la aplicación de tecnologías avanzadas y con la más absoluta de las indiferencias ante las consecuencias medioambientales, podrán cosecharse en efecto tales recursos. Pero no se trata ya de petróleo fácil.
Hasta ahora se habían obtenido las arenas bituminosas de Canadá a través de un proceso parecido a la minería a cielo abierto, utilizando excavadoras monstruosas para obtener tales arenas en la rica provincia de Alberta, arenas que ya están agotadas, lo que significa que todas las futuras extracciones requerirán de procesos mucho más complejos y costosos.
Se hará necesario inyectar vapor en las concentraciones profundas para derretir el betún y que pueda extraerse mediante bombas enormes. Esto requiere de una inversión colosal en infraestructuras y energía, así como la construcción de instalaciones para el tratamiento de todos los deshechos tóxicos resultantes. Según el Instituto de la Investigación de la Energía de Canadá, el desarrollo total de las arenas bituminosas de Alberta necesitará de una inversión mínima de 218 mil millones de dólares durante los próximos 25 años, y ahí no se incluiría el coste de la construcción de oleoductos hasta EEUU (como el propuesto Keystone XL) para su procesamiento en los refinerías estadounidenses.
El desarrollo del petróleo pesado de Venezuela requerirá de inversiones a una escala comparable. Se cree que el cinturón del Orinoco, una concentración especialmente densa de petróleo pesado contiguo al río Orinoco, contiene reservas recuperables de 513 mil millones de barriles de petróleo, quizá la mayor fuente de petróleo sin explotar en el planeta. Pero convertir esta forma de betún, que parece melaza, en un líquido utilizable supera con mucho la capacidad técnica o los recursos financieros de la compañía petrolera estatal. En consecuencia, Petróleos de Venezuela SA está ahora buscando socios extranjeros dispuestos a invertir los 10.000-20.000 millones de dólares necesarios sólo para construir las instalaciones básicas.
Los costes ocultos
Son esas reservas de petróleo difícil las que podrían proporcionar la mayor parte del petróleo nuevo del mundo en los próximos años. Pero hay una cosa muy clara: aunque esas reservas pudieran sustituir en nuestras vidas al petróleo fácil, el coste de todo lo relativo al petróleo, ya sea el bombeo de gas, los productos basados en el petróleo, los fertilizantes, todo aquello en lo que se basa nuestra vida, subirá enormemente. Vayan haciéndose a la idea. Si las cosas siguen discurriendo como se ha planeado hasta ahora, estaremos endeudados con las grandes petroleras durante décadas.
Y esos son sólo los costes más obvios en una situación en la que abundan los costes ocultos, especialmente para el medio ambiente. Al igual que en el desastre del Deepwater Horizon, la extracción de petróleo en aguas profundas en mar abierto y otros lugares geográficamente extremos supondrá mayores riesgos para el medio ambiente. Después de todo, en el Golfo de México se vertieron cinco millones de galones de petróleo gracias a la negligencia de BP, causando enormes daños en la fauna marina y en los habitats costeros.
Tengan en mente que, aún con todo lo catastrófico que fue, la catástrofe se produjo en el Golfo de México, un espacio donde fue posible movilizar amplias fuerzas para las labores de limpieza y donde la capacidad de recuperación natural del ecosistema era fuerte. El Ártico y Groenlandia representan ambos una historia muy diferente, dada la distancia en que se hallan de las capacidades de recuperación establecidas y la vulnerabilidad extrema de sus ecosistemas. Los esfuerzos para recuperar esas zonas en caso de vertidos masivos de petróleo costarían muchas veces los 30.000-40.000 millones de dólares que se espera que BP pague por los daños del Deepwater Horizon, y sería mucho menos eficaz.
Además de todo lo anterior, muchos de los más prometedores campos de petróleo difícil están en Rusia, en la cuenca del Mar Caspio y en zonas conflictivas de África. Para poder operar en esas zonas, las compañías petroleras tendrán que enfrentarse no sólo a los previsibles altos costes de extracción sino también a costes adicionales que supondrán sistemas locales de soborno y extorsión, sabotajes por parte de grupos guerrilleros y consecuencias de conflicto civil.
Y no olviden el coste final: Si todos esos barriles de petróleo y de sustancias similares al petróleo se producen realmente en los sitios menos atractivos del planeta, entonces, durante las próximas décadas vamos a seguir quemando combustibles fósiles de forma masiva creando más gases de efecto invernadero como si no existiera el mañana. Y aquí va ahora la triste verdad: Si seguimos adelante por la senda del petróleo difícil en vez de invertir masivamente en energías alternativas, ya podemos olvidarnos de evitar las consecuencias más catastróficas en un planeta cada vez más cálido y turbulento.
Así pues, sí, hay petróleo por ahí. Pero no lo vamos a conseguir más barato, no importa cuánto haya. Y sí, las compañías petroleras pueden obtenerlo, pero, si lo miramos de forma realista, ¿quién lo querría para sí a ese coste?
Michael T. Klare es profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College y colaborador habitual de TomDispatch. Acaba de publicar The Race for What's Left: The Global Scramble for the World's Last Resources (Metropolitan Books).
*TomDispatch.com
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