Elbazo.
¿se atrevera? RAMI SCHWARTZ
HACE UNOS 25 AÑOS una nueva palabra se agregó al diccionario político mexicano: Quinazo. Una mañana nos despertamos todos con la noticia que el Ejército mexicano había llegado a la casa del más poderoso líder sindical en México, mandamás de los petroleros, hombre de inmensa fortuna, con una cola igual de larga y una lista de haberes impresionante.
Elba Esther
El Presidente en funciones, Carlos Salinas, estaba urgido de legitimidad. El PRI le había robado la elección a Cuauhtémoc Cárdenas de una manera burda y grosera y el líder petrolero, Joaquín Hernández Galicia, conocido como La Quina, había osado apoyar a Cuauhtémoc durante la campaña.
Como a las 2 de la madrugada, un comando del Ejército mexicano llegó a su residencia en Ciudad Madero, irrumpió en ella, le plantó armas de grueso calibre y lo llevó preso. Lo condenaron a una pila de años de prisión que nunca cumplió, pero fue así como Carlos Salinas se apoderó del sindicato de petroleros, el más poderoso y rico en aquellos tiempos y en su lugar colocó a uno más corrupto que por cierto sigue ahí, robando a manos llenas y ostentando su riqueza: El infame Carlos Romero Deschamps.
Unos meses después, al ver las barbas del vecino cortar, otro líder vitalicio puso las suyas a remojar. Carlos Jonguitud Barrios, poderoso líder del sindicato de maestros, igualmente corrupto, millonario y antidemocrático simplemente se hizo a un lado para dejar a Salinas colocar en su lugar a otra peor que él, una incondicional llamada Elba Esther Gordillo quien, al igual que Romero Deschamps, roba a manos llenas y ostenta su riqueza, presumiendo joyas, ropa, viajando por todo el mundo, con lujosos departamentos y residencias en los lugares más exclusivos.
Claro, la diferencia entre La Quina y Jongitud con Romero Descahmps y Elba Esther Gordillo es que los segundos nunca se la han jugado en contra del establishment, en contra de los presidentes de México. Han tenido la habilidad de no regatearle sus apoyos a Zedillo, Fox y Calderón; han sido fieles soldados del PRI, rojo y azul, y han cobrado con creces su fidelidad. Gozan de poder y riqueza incalculables, cuentan con representantes en el congreso, en el senado (ellos mismos han sido diputados y senadores, líderes de sus bancadas y de comisiones), tienen gobernadores incondicionales y hasta controlan secretarías de estado.
Elba Esther Gordillo, por ejemplo, tiene hasta su propio partido político, obtiene cientos de millones de dólares cada sexenio por tener esa franquicia, su yerno fue subsecretario de Educación Pública, cobraba 20 por ciento de cada contrato que firmaba dicha secretaría. De la misma forma que Elba Esther Gordillo controló a Ernesto Zedillo cuando este fue secretario de Educación Pública, su yerno controló y mangoneó a Josefina Vazquez Mota, Alonso Lujambio y a José Ángel Córdova Villalobos quienes se han cuadrado ante su poder. Lo mismo, con sus matices, sucede en el gremio petrolero.
Y mientras estos líderes hacen lo que les place sin contrapesos, tanto la industria petrolera como la educación en México van en reversa. Cuando Romero Descamps comenzó a despachar como líder del sindicato, México era una potencia petrolera; hoy exportamos la mitad del petróleo que en aquél entonces, las reservas probadas se agotan, Cantarell, el mayor campo petrolero, ya está casi seco y nos enfilamos a pasos agigantados a no ser ni siquiera autosuficientes en materia de energía.
Y el caso de la educación es patético. El magisterio se ha convertido en una agencia promotora del voto mientras los niveles educativos de los niños mexicanos se desploman día a día, ocupamos el último lugar entre los países de la OCDE, los maestros se niegan a ser evaluados, las plazas se venden al mejor postor o se heredan, y es así como el poder y la riqueza de estos capataces se finca en un menor y peor desarrollo de nuestros niños, en el desplome de nuestra industria petrolera.
Ambos tienen una cola tan larga que va de Mérida a Ensenada. Con ganas, Peña Nieto podría hacerles a ambos lo que en su momento Salinas hizo con La Quina y Jonguitud. En el caso de Elba Esther, se le acusa incluso de deber vidas humanas y en el caso de Romero Deschamps, hay que ver a su hija, presumiendo las riquezas mal habidas de su padre en las páginas de Facebook, insultando la inteligencia de millones de mexicanos que no tienen ni para cubrir sus necesidades básicas mientras ella adorna su bulldog con collares de brillantes.
Ya es hora de agregar nuevos términos al diccionario político mexicano, ya es hora de un elbazo y de un romerazo; ya es hora de cumplir y hacer cumplir las leyes de los Estados Unidos Mexicanos; ya es hora de tener un presidente al que la nación no le demande no haberlo hecho.
Salinas, Zedillo, Fox y Calderón serán repudiados siempre. Sus nombres estarán por siempre escritos con letras de excremento en los anales de la ignominia. Peña Nieto no puede, no debe tener el mismo destino. Mandar al Ejército a arrestar a estos dos y fincarles responsabilidades por tantos años de infamias es un buen principio porque además. Esto haría que el resto de los líderes, igual de corruptos, ponga sus barbas a remojar como en su momento lo hizo Jonguitud.
Y para esto no se requiere ninguna reforma laboral. Es más, aquellos capítulos que se niegan a ser aprobados por las dirigencias sindicales por atentar en contra de sus privilegios serán fácilmente aprobadas por sus sustitutos.
La popularidad de Peña Nieto pasa por el descrédito de Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps. Y no se trata de una opinión personal sino quizá del reclamo más recurrente y justo que tengan millones y millones de mexicanos. Peña Nieto lo sabe, la pregunta es si va a tener el valor de hacerlo, si nos va a dar por nuestro lado a millones o va a seguir privilegiando a unos cuantos a un costo enorme para el país.
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