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¿Fin de fiesta del capitalismo financiero?
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Ediciòn 294

AUTODESTRUCCIÓN SISTÉMICA GLOBAL,

INSURGENCIAS Y UTOPÃAS


¿Fin de fiesta del

capitalismo financiero?
JORGE BEINSTEIN
*
(Primera parte)

 

EL FATALISMO GLOBAL ABANDONA su máscara optimista neoliberal de otros tiempos y va asumiendo un pesimismo no menos avasallador. En el pasado, los medios de comunicación nos explicaban que nada era posible hacer ante un planeta capitalista cada día más próspero (aunque plagado de crueldades). Sólo nos quedaba la posibilidad de adaptarnos. Una ruidosa masa de expertos avalaban las grandes consignas con argumentos científicos irrefutables. A eso se le llamó discurso único. Aparecía como un formidable instrumento ideológico y prometía acompañarnos durante varios siglos aunque duró unas pocas décadas y se esfumó en menos de un lustro.

Protesta de los condenados
Protesta de los condenados

Ahora, la reproducción ideológica del sistema mundial de poder empieza a acudir a un nuevo fatalismo profundamente pesimista, basado en la afirmación de que la degradación social (desplegada como resultado de “la crisisâ€) es inevitable y se prolongará durante mucho tiempo.

Como en el caso anterior, los medios de comunicación y su corte de expertos nos explican que nada es posible hacer más que adaptarnos ante fenómenos universales inevitables. Como cualquier otra civilización, la actual en última instancia controla a sus súbditos persuadiéndolos acerca de la presencia de fuerzas inmensamente superiores a sus pequeñas existencias imponiendo el orden (y el caos) ante las cuales deben inclinarse respetuosamente. El “mercado globalâ€, “Dios†u otra potencia de dimensión oceánica cumplen dicha función y sus sacerdotes, tecnócratas, generales, empresarios o dirigentes políticos no son otra cosa que ejecutores o intérpretes del destino, lo que de paso legitima sus lujos y abusos.

Así es como en septiembre de 2012 Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional anunciaba que “la economía mundial necesitará por lo menos diez años para salir de la crisis financiera que comenzó en 2008â€. Según Blanchard, el enfriamiento durable de los cuatro motores de la economía global (Estados Unidos, Japón, China y la Unión Europea) nos obliga a descartar cualquier esperanza en una recuperación general a corto plazo. Aún más duro, en agosto del mismo año el Banco Natixis, integrante de un grupo que asegura el financiamiento de aproximadamente el 20 por ciento de la economía francesa, publicaba un informe titulado La crisis de la zona euro puede durar veinte años.

Nos encontramos ante un problema que difícilmente puedan resolver las élites dominantes: La cultura moderna es hija del mito del progreso. Una y otra vez pudo cautivar a los de abajo con la promesa de un futuro mejor en este mundo y al alcance de la mano. Eso la diferencia de experiencias históricas anteriores. Las épocas de penuria son siempre descritas como provisorias, preparatorias de un gran salto hacia tiempos mejores.

La reconversión de la cultura dominante en un pesimismo de larga duración aceptado por las mayorías no parece viable; por lo menos es de muy difícil realización exitosa no sólo en los países ricos, sino también en la periferia, sobre todo en las llamadas sociedades emergentes. Sólo poblaciones radicalmente degradadas podrían aceptar pasivamente un futuro negro sin salida a la vista. Las élites imperialistas golpeadas, desestabilizadas por la decadencia económica, sin proyectos de integración social podrían encontrar en la degradación integral de los de abajo (sus pobres internos y los pueblos periféricos) una riesgosa alternativa posible de supervivencia sistémica.

Autodestrucción

El capitalismo como civilización ha ingresado en un período de declinación acelerada. Una primera aproximación al tema muestra que nos encontramos ante el fracaso de las tentativas de superación financiera de la crisis que se desató en 2008 aunque una evaluación más profunda nos llevaría a la conclusión de que el objetivo anunciado por los gobiernos de los países ricos (la recomposición de la prosperidad económica) ocultaba el verdadero objetivo: Impedir el derrumbe de la actividad financiera que había sido la droga milagrosa de las economías centrales durante varias décadas. Desde ese punto de vista la estrategias aplicadas fueron exitosas, consiguieron aplazar durante cerca de un lustro un desenlace que se acercaba velozmente cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria norteamericana.

Una visión más amplia nos estaría indicando que lo ocurrido en 2008 fue el resultado de un proceso iniciado entre fines de los años 1960 y comienzos de los años 1970 cuando la mayor crisis económica de la historia del capitalismo no siguió el camino clásico (tal como lo mostró el siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX) con gigantescos derrumbes empresarios y una rápida mega avalancha de desempleo en las potencias centrales, sino que fue controlada gracias a la utilización de poderosos instrumentos de intervención estatal en combinación con reingenierías tecnológicas y financieras de los grandes grupos económicos.

Esa respuesta no permitió superar las causas de la crisis. En realidad las potenció hasta niveles nunca antes alcanzados, desatando una ola planetaria de parasitismo y de saqueo de recursos naturales que ha engendrado un estancamiento productivo global en torno del área imperial del mundo, imponiendo la contracción económica del sistema no como fenómeno pasajero sino como tendencia de larga duración.

Se trata de un complejo proceso de decadencia. Basta con repasar datos tales como el del volumen de la masa financiera equivalente a veinte veces el Producto Bruto Mundial y su pilar principal: El súper endeudamiento público-privado en los países ricos que bloquea la expansión del consumo y la inversión, el de la declinación de los recursos energéticos tradicionales (sin reemplazo decisivo cercano) o el de la destrucción ambiental. Y también el de la transformación de las élites capitalistas en un entramado de redes mafiosas que marca con su sello a las estructuras de agresión militar convirtiéndolas en una combinación de instrumentos formales (convencionales) e informales donde estos últimos van predominando a través de una inédita articulación de bandas de mercenarios y manipulaciones mediáticas de alcance global, “bombardeos humanitarios†y otras acciones inscritas en estrategias de desestabilización integral, apuntando hacia la desestructuración de vastas zonas periféricas. Afganistán, Irak, Libia, Siria... México ilustran acerca del futuro burgués de las naciones pobres.

El área imperial del sistema se degrada y al mismo tiempo intenta degradar, caotizar al resto del mundo cuando pretende controlarlo, superexplotarlo. Es la lógica de la muerte convertida en pulsión central del capitalismo devenido senil y extendiendo su manto tanático (su cultura final), que es en última instancia autodestrucción aunque pretende ser una constelación de estrategias de supervivencia.

Olivier Blanchard.
Olivier Blanchard.

Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en realidad un nuevo empujón hacia el abismo. Los subsidios otorgados a los grupos financieros abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable de la economía y cuando luego tratan de frenar dicho endeudamiento restringiendo gastos estatales al tiempo que aplastan salarios con el fin de mejorar las ganancias empresarias agravan el estancamiento convirtiéndolo en recesión, deterioran las fuentes de los recursos fiscales y eternizan el peso de las deudas.

Frente al desastre impulsado por las mafias financieras se alza un coro variopinto de neoliberales moderados, semi keynesianos, regulacionistas y otros grupos que exigen suavizar los ajustes y alentar la inversión y el consumo... es decir seguir inflando las deudas públicas y privadas... hasta que se recomponga un supuesto circulo virtuoso del crecimiento (y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y restablecer la prosperidad... a lo que los tecnócratas duros (sobre todo en Europa) responden que los estados, las empresas y los consumidores están saturados de deudas y que el viejo camino de la exuberancia monetaria-consumista ha dejado de ser transitable. Ambos bandos tienen razón porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son viables a mediano plazo; en realidad el sistema es inviable.

Las agresiones imperiales cuando consiguen derrotar a sus “enemigos†no logran instalar sistemas coloniales o semi coloniales estables como en el pasado sino que engendran espacios caóticos. Es así porque la economía mundial en declive no permite integrar a las nuevas zonas periféricas sometidas. Los espacios conquistados no son absorbidos por negocios productivos o comerciales medianamente estables de la metrópolis, sino saqueados por grupos mafiosos y a veces simplemente empujados hacia la descomposición. Mientras tanto, los gastos militares y paramilitares de los Estados Unidos, el centro hegemónico del capitalismo, incrementan su déficit fiscal y sus deudas.

Queda así al descubierto un aspecto esencial del imperialismo del siglo XXI, mutando hacia una dinámica de desintegración general de alcance planetario. Esto es advertido no sólo por algunos partidarios del anticapitalismo, sino desde hace un cierto tiempo por un número creciente de “prestigiosos†(mediáticos) defensores del sistema como el gurú financiero Nuriel Roubini, cuando proclamaba hacia mediados de 2011 que el capitalismo había ingresado en un período de autodestrucción.

Es un lugar común la afirmación de que el capitalismo no se derrumbará por si solo, sino que es necesario derribarlo. Por consiguiente, quienes señalan la tendencia hacia la autodestrucción del sistema son acusados de ignorar sus fortalezas y sobre todo de fomentar la pasividad o las ilusiones acerca de posibles “victorias fáciles†que desarman, distraen a los que luchan por un mundo mejor.

En realidad, ignorar o subestimar el carácter autodestructivo del capitalismo global del siglo XXI significa desconocer o subestimar fenómenos que sobredeterminan su funcionamiento como la hegemonía del parasitismo financiero, la catástrofe ecológica en curso, la declinación de los recursos naturales especialmente los energéticos catalizada por la dinámica tecnológica dominante, la incapacidad de la economía mundial para seguir creciendo lo que la lleva a acelerar la concentración de riquezas y la marginación de miles de millones de seres humanos que “están de más†desde el punto de vista de la reproducción del sistema. En suma el ingreso a una era marcada por la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas de la civilización burguesa amenazando a largo plazo la supervivencia de la mayor parte de la especie humana.

Presenciamos entonces una subestimación de apariencia voluntarista que oculta la devastadora radicalidad de la decadencia y en consecuencia la necesidad de la irrupción de un voluntarismo insurgente (anticapitalista) capaz de impedir que el derrumbe nos sepulte a todos. Dicho de otra manera no nos encontramos ante una “crisis cíclica†con alternativas de recomposición de una nueva prosperidad burguesa aunque sea elitista, sino ante un proceso de degeneración sistémica total.

La historia de las civilizaciones nos recuerda numerosos casos (empezando por el del Imperio Romano) donde la hegemonía civilizacional que conseguía reproducirse en medio de la decadencia anulaba las tentativas superadoras, engendrando descomposiciones que incluían a víctimas y a verdugos.

La contrarrevolución ideológica que dominó la post guerra fría acunó a una suerte de marxismo conservador que caricaturizó la teoría de la crisis de Marx reduciéndola a una sucesión infinita de “crisis cíclicasâ€, de las que el capitalismo conseguía siempre salir gracias a la explotación de los trabajadores y de la periferia. El ogro era denunciado quedando demostrado una vez más quien era el villano del film.

Pero la historia no se repite. Ninguna crisis cíclica mundial se parece otra y todas ellas para ser realmente entendidas deben ser incluidas en el recorrido temporal del capitalismo, en su gran y único súper ciclo. Es lo que nos permite, por ejemplo, distinguir a las crisis cíclicas de crecimiento, juveniles del siglo XIX, de las crisis seniles de finales del siglo XX y del siglo XXI.

Por otra parte, es necesario descartar la idea superficial de que la autodestrucción del sistema equivale al suicidio histórico aislado de las élites globales liberando automáticamente de sus cadenas al resto del mundo que un buen día descubre que el amo ha muerto y entonces da rienda suelta a su creatividad. Es el mundo burgués en su totalidad el que ha iniciado su autodestrucción y no sólo sus élites, es toda una civilización con sus jerarquías y mecanismos de reproducción simbólica, productiva, etcétera, que llega a su techo histórico y comienza a contraerse, a desordenarse pretendiendo arrastrar a todos sus integrantes, centro y periferia, privilegiados y marginales, opresores y oprimidos... el naufragio incluye a todos los pasajeros del barco.

Decadencia global

La autodestrucción aparece como la culminación de la decadencia y abarca al conjunto de la civilización burguesa no como un fenómeno “estructural†sino como totalidad histórica con todas sus herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales, religiosas, tecnológicas, morales, científicas, etcétera. Se trata de la etapa descendente de un prolongado proceso civilizacional con un auge de algo más de 200 años precedido por una prolongada etapa preparatoria.

Decadencia general, mucho más que “crisisâ€, el fenómeno incluye a las dos configuraciones básicas del sistema: la central (imperialista, “desarrolladaâ€, rica) y la periférica (“subdesarrolladaâ€, globalmente pobre, “emergente†o sumergida, con sus áreas de prosperidad dependiente y de miseria extrema.)

Los primeros años posteriores a la ruptura de 2008 mostraron el comienzo del fin de la prosperidad de las economías dominantes, mientras un buen número de países periféricos seguían creciendo sobre todo China. Pero la expansión de la economía china dependía del poder de compra de sus principales clientes: los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea. Como ya se pudo ver en 2012, el desinfle de esos compradores, desinfla al engendro industrial exportador de la periferia. En síntesis: No hay ningún desacople capitalista posible de la declinación mundial del sistema.

La decadencia es ante todo decadencia occidental, degradación del centro imperialista. Desde fines del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros años del siglo XXI, el capitalismo estuvo marcado por la dominación inglesa-norteamericana. Inglaterra en el siglo XIX y los Estados Unidos en la mayor parte del siglo XX han cumplido la función reguladora del conjunto del sistema, imponiendo la hegemonía occidental y al mismo tiempo subordinando a los rivales que aparecían al interior de occidente. Francia fue desplazada a comienzos del siglo XIX y Alemania en la primera mitad del siglo XX.

George1

El sello occidental del capitalismo viene dado no sólo por factores económicos y militares sino por un conjunto más vasto de aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo, arte, ciencia, perfiles tecnológicos, diseños políticos, etcétera). Lo que ahora es visualizado como despolarización o fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del imperialismo norteamericano (paralelo a la declinación europea) sin reemplazante a la vista, expresa la desarticulación del capitalismo en tanto sistema global que debe ser entendida no sólo como desestructuración política y militar, sino también cultural en el sentido amplio del concepto. Es la historia de una civilización que entra en el ocaso.

Dicho de otra manera, la reproducción ampliada universal pero no occidentalista del capitalismo es una ilusión sin asidero histórico, sin embriones visibles reales en el presente. Recordemos el fiasco del llamado milagro japonés de los años 1960-1970-1980 y los pronósticos de esa época acerca de “Japón primera potencia mundial del siglo XXIâ€, seguidos hasta hace poco por especulaciones no menos fantasiosas sobre el inminente ascenso chino al rango de primera potencia capitalista del planeta.

Agotamiento financiero

Es posible señalar fenómenos que marcan a la declinación sistémica. Uno de ellos es el de la hipertrofia financiera que, como sabemos, se fue expandiendo mientras descendían las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial desde los años 1970. Cuando estalló la crisis de 2008 la masa financiera global equivalía aproximadamente a unas 20 veces el PBM. Su columna vertebral visible, los productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea representaban, en junio de 2008, 11,7 veces el PBM (contra 2,5 veces en junio de 1998; 3,9 veces en junio de 2002; 5,5 veces en junio de 2004; 7,8 veces en junio de 2006). Pero, desde mediados de 2008, esa masa dejó de crecer tanto en su relación con el PBM como en términos absolutos. Había llegado en ese momento a unos 683 billones (millones de millones) de dólares nominales, alcanzó los 703 billones en junio de 2011, bajando a 647 billones en diciembre de 2011.

Nos encontramos ahora ante un fenómeno de agotamiento financiero. En el pasado (posterior de los años 1970), la expansión de las deudas de los estados, las empresas y los consumidores permitió crecer a las economías de los países ricos, pero el endeudamiento fue llegando al límite, mientras allí se saturaban importantes mercados (como los del automóvil y otros bienes durables). Deudas, consumos tradicionales y parasitarios, redes comerciales, etcétera, en torno de los cuales se inflaban las actividades especulativas, alcanzaron su frontera. Hacia 2007-2008, la droga había terminado por agotar la dinámica capitalista y al decaer los clientes se estancaron los negocios de los dialers; es decir, del espacio hegemónico del sistema.

El capitalismo financiarizado, resultado de una prolongada crisis de sobreproducción potencial controlada pero no resuelta, parásito cada día más voraz, finalmente agotó a su víctima y al hacerlo bloqueó su propia expansión.

Visto de otra manera, la reproducción ampliada del capitalismo, atravesando exitosamente una larga sucesión de crisis de sobreproducción, dio finalmente alas al hijo de uno de sus padres fundadores: Las finanzas. Lo hizo para sobrevivir, porque sin esa droga no habría podido salir del atolladero de los años 1970-1980. Iniciado el camino, quedó atrapado para siempre: Más difícil era el crecimiento, más droga necesitaba el adicto y después de cada breve ola de prosperidad económica global (su euforia efímera) llegaba el estado depresivo que reclamaba más droga. Las tasas de crecimiento zigzageaban en torno de una línea de tendencia descendente y la masa financiera mundial se expandía en progresión geométrica. La fiesta terminó en 2008. (Continuará).

*Bolpress



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