NO IMPORTA QUE LA MAYORÍA de los estadounidenses no puedan encontrarlo en un mapa o no hayan oído
hablar de las naciones que están en sus costas como Gabón, Benín, y Togo. No
importa que solo cinco días antes de que yo hablara con el principal portavoz
de AFRICOM, el Economist haya preguntado si el Golfo de Guinea estaba a punto
de convertirse en “otra Somalia”, porque la piratería había aumentado un 41% de
2011 a
2012 e iba rumbo a empeorar aún más en 2013.
El Golfo de Guinea
era una de las áreas primordiales en África donde “la estabilidad”, me aseguró
el portavoz del comando, había “mejorado significativamente”, y los militares
de EE.UU. habían jugado un papel importante en lograrlo. ¿Pero qué decía eso
sobre tantas otras áreas del continente que, desde el establecimiento de
AFRICOM, habían sido devastadas por golpes, insurgencias, violencia, y
volatilidad?
Osama Bin Laden
Un cuidadoso examen
de la situación de la seguridad en África sugiere que está en camino a
convertirse en la Zona Cero
para una verdadera diáspora del terror puesta en movimiento después del 11-S y
que solo se ha acelerado en los años de Obama. La historia reciente indica que
mientras las operaciones de “estabilidad” de EE.UU. en África han aumentado, la
militancia se ha propagado, los grupos insurgentes han proliferado, sus aliados
han tambaleado o cometido abusos, el terrorismo ha aumentado, la cantidad de
Estados fallidos ha crecido, y el continente se ha desestabilizado.
El evento sintomático
en este tsunami contraproducente fue la participación de EE.UU. en una guerra
para deponer al autócrata libio Muamar Gadafi que ayudó a enviar al vecino
Malí, un bastión apoyado por EE.UU. contra el terrorismo regional, a una
espiral descendente, provocando la intervención de los militares franceses con
respaldo estadounidense. La situación podría empeorar a medida que las fuerzas
armadas de EE.UU. se involucran aún más. Ya están expandiendo sus operaciones
aéreas en todo el continente, participando en misiones de espionaje para los
militares franceses, y utilizando otras instalaciones previamente no reveladas
en África.
La diáspora del
terror
En el año 2000 un
informe preparado bajo los auspicios del Instituto de Estudios Estratégicos del
U.S. Army War College examinó el “entorno de la seguridad africana”. Aunque
mencionaba “movimientos internos separatistas o rebeldes” en “Estados débiles”,
así como protagonistas no estatales como milicias y “ejércitos de señores de la
guerra”, no mencionó el extremismo islámico o importantes amenazas terroristas
transnacionales. De hecho, antes de 2001, EE.UU. no reconocía ninguna
organización terrorista en África subsahariana.
Embajador Christopher Stevens
Poco después de los
ataques del 11 de septiembre un alto funcionario del Pentágono afirmó que la
invasión estadounidense de Afganistán podría hacer salir “terroristas” de ese
país hacia naciones africanas. “Terroristas asociados con al Qaeda y grupos
terroristas indígenas siguen estando presentes en esa región”, dijo. “Esos
terroristas amenazarán, por supuesto, a personal e instalaciones de EE.UU.”
Al ser apremiado
sobre peligros transnacionales existentes, el funcionario mencionó a los
militantes somalíes, pero finalmente admitió que incluso los islamistas más
extremos en ese país “no se han involucrado realmente en actos de terrorismo
fuera de Somalia”. De la misma manera, al ser interrogado sobre conexiones
entre el grupo central de al Qaeda de Osama bin Laden y extremistas africanos,
mencionó solo los lazos más débiles, como el “saludo” de bin Laden a militantes
somalíes que mataron a soldados estadounidenses durante el infame incidente de
Black Hawk derribado en 1993.
A pesar de esto,
EE.UU. envió personal a África como parte de la Fuerza Combinada
Conjunta de Tareas – Cuerno de África (CJTF-HOA) en 2002. El año siguiente,
CJTF-HOA se estableció en Camp Lemonnier en Yibuti, donde reside hasta la fecha
en la única base de EE.UU. oficialmente reconocida en África.
Mientras CJTF-HOA
iniciaba sus actividades el Departamento de Estado lanzó un programa
multimillonario en dólares en contra del terrorismo, conocido como Iniciativa
Pan-Sáhel, para reforzar las fuerzas armadas de Malí, Níger, Chad y Mauritania.
En 2004, por ejemplo, equipos de entrenamiento de Fuerzas Especiales se
enviaron a Malí como parte de esa iniciativa. En 2005 el programa se expandió
para incluir a Nigeria, Senegal, Marruecos, Argelia y Túnez, y se rebautizó
Cooperación de Contraterrorismo Transahariana.
En un artículo del
New York Times Magazine Nicholas Schmidle señaló que el programa incluía
despliegues durante todo el año de personal de Fuerzas Especiales para
“entrenar a ejércitos locales en el combate contra insurgencias y rebeliones y
para impedir que bin Laden y sus aliados se expandan en la región”. Cooperación
de Contraterrorismo Transahariana y su programa acompañante del Departamento de
Defensa, conocido entonces como Operación Libertad Duradera-Transahariana,
fueron, por su parte, incorporadas en el Comando África de EE.UU. cuando se
hizo cargo de la responsabilidad militar por el continente en 2008.
General Cartel Ham
Como señaló Schmidle,
los efectos de los esfuerzos de EE.UU. en la región parecían estar en conflicto
con los objetivos declarados de AFRICOM. “Al Qaida estableció refugios en el
Sáhel y en 2006 adquirió una franquicia norteafricana [Al Qaida en el Magreb
Islámico], escribió. “Los ataques terroristas en la región aumentaron tanto en
número como en letalidad”.
Así es. Una mirada a
la lista oficial de organizaciones terroristas del Departamento de Estado
indica un continuo aumento de los grupos islámicos radicales en África junto al
crecimiento de los esfuerzos en contra del terrorismo de EE.UU. , con la
adición del Grupo de Combate Islámico Libio en 2004, al-Shabaab en Somalia en
2008, y Andar al-Dine en Malí en 2013. En 2012, el general Carter Ham, entonces
jefe de AFRICOM, agregó a los militantes islamistas de Boko Haram en Nigeria a
su propia lista de amenazas extremistas.
El derrocamiento de
Gadafi en Libia por una coalición intervencionista que incluyó a EE.UU.,
Francia y Gran Bretaña, empoderó de la misma manera a una serie de nuevos
grupos islamistas como las Brigadas Omar Abdul Rahman, que desde entonces han
realizado múltiples ataques contra intereses occidentales, y Ansar al-Sharia,
vinculado a al-Qaida, cuyos combatientes atacaron instalaciones estadounidenses
en Bengasi, Libia, el 11 de septiembre de 2012 y mataron al embajador
Christopher Stevens y a otros tres estadounidenses. De hecho, justo antes de
ese ataque, según el New York Times , la
CIA estaba rastreando a “una serie de grupos militantes
armados dentro y alrededor” de esa ciudad.
Según Frederic
Wehrey, un veterano analista político en la Fundación Carnegie
por la Paz Internacional
y experto en Libia, ese país es ahora un “terreno fértil” para militantes
provenientes de la
Península Arábiga y otros sitios en Medio Oriente así como de
otros sitios en África para reclutar combatientes, recibir entrenamiento, y
recuperarse. “Se ha convertido realmente en un nuevo centro”, me dijo.
La rebatiña de Obama
por África
La guerra respaldada
por EE.UU. en Libia y los posteriores esfuerzos de la CIA son solo dos de las
numerosas operaciones que han proliferado en todo el continente bajo el
presidente Obama. Incluyen una múltiple campaña militar y de la CIA contra militantes en
Somalia consistente de operaciones de inteligencia, una prisión secreta,
ataques de helicópteros, ataques de drones, e incursiones de comandos
estadounidenses; una fuerza expedicionaria de operaciones especiales (reforzada
por expertos del Departamento de Estado) despachada para ayudar a capturar o
matar al líder del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), Joseph Kony y sus
máximos comandantes en las selvas de la República Centroafricana,
el Sur de Sudán, y la
República Democrática del Congo; un masivo flujo de
financiamiento para operaciones de contraterrorismo en toda África Oriental; y,
solo en los últimos cuatro años, cientos de millones de dólares gastados en el
armamento y entrenamiento de tropas africanas occidentales para servir como
testaferros estadounidenses en el continente. Desde 2010 a 2012, el propio
AFRICOM gastó 836 millones de dólares al expandir su alcance en toda la región,
primordialmente a través de programas para instruir, asesorar y orientar a
militares africanos.
En los últimos años,
EE.UU. ha entrenado y equipado a soldados de Uganda, Burundi, y Kenia, entre
otras naciones, para misiones como la persecución de Kony. También han servido
como fuerza por encargo para EE.UU. en Somalia, parte de la Misión de la Unión Africana
(AMISON) protegiendo al gobierno apoyado por EE.UU. en la capital de ese país,
Mogadishu. Desde 2007 el Departamento de Estado ha invertido unos 650 millones
de dólares en apoyo logístico, equipamiento, y entrenamiento de tropas de
AMISON. El Pentágono ha agregado 100 millones más desde 2011.
EE.UU. también sigue
financiando ejércitos africanos a través de la Cooperación de
Contraterrorismo Transahariana y su análoga en el Pentágono, conocida como
Operación Escudo Juniper, con creciente apoyo a Mauritania y Níger después del
colapso de Malí. En 2012 el Departamento de Estado y la Agencia de Desarrollo
Internacional de EE.UU. agregaron aproximadamente 52 millones a los programas,
mientras el Pentágono pagó otros 46 millones.
En los años de Obama
el Comando África de EE.UU. también creó un sofisticado sistema, conocido
oficialmente como Red de Distribución de Superficie AFRICOM, pero al que se
refieren coloquialmente como “la nueva ruta de las especias”. Sus núcleos
principales están en Manda Bay, Garissa, y Mombasa en Kenia; Kampala y Entebbe
en Uganda; Bangui y Djema en la República Centroafricana;
Nazara en el Sur de Sudán; Dire Dawa en Etiopía; y la obra maestra del Pentágono
en África, Camp Lemonnier.
Además, el Pentágono
ha operado una campaña aérea regional utilizando drones y aviones tripulados
desde aeropuertos y bases en todo el continente incluyendo Camp Lemonnier, el
aeropuerto Arba Minch en Etiopía, Niamey en Níger, y las Islas Seychelles en el
Océano Índico, mientras aviones operados por contratistas privados han
realizado misiones partiendo de Entebbe, Uganda. Recientemente, Foreign Policy
informó sobre la existencia de una posible base de drones en Lamu, Kenia.
Otro emplazamiento
crítico es Uagadugú, capital de Burkina Faso, sede de un Destacamento Aéreo de
Operaciones Especiales Conjuntas, y la iniciativa de Apoyo Aéreo de
Aerotransporte de Despegue y Aterrizaje Cortos que, según documentos militares,
apoya “actividades de alto riesgo” realizadas por fuerzas de elite de la Fuerza de Tareas
Transahariana de Operaciones Especiales Conjuntas. El teniente coronel Scott
Rawlinson, portavoz del Comando África de Operaciones Especiales, me dijo que
la iniciativa provee “apoyo de evacuación de emergencia para víctimas de
enfrentamientos de pequeños equipos de naciones asociadas en todo el Sáhel”,
aunque documentos oficiales señalan que semejantes acciones han representado
históricamente solo un 10% de las horas de vuelo mensuales.
Aunque Rawlinson puso
reparos a la discusión del alcance del programa citando preocupaciones por la
seguridad operacional, documentos militares indican que está aumentando
rápidamente. Entre marzo y diciembre del año pasado, por ejemplo, la iniciativa
de Apoyo Aéreo de Aerotransporte de Despegue y Aterrizaje Cortos hizo 233
vuelos. En solo los tres primeros meses de este año, realizó 193.
El portavoz de
AFRICOM, Benjamin Benson, ha confirmado a TomDispatch que operaciones aéreas
estadounidenses realizadas desde la Base Aérea 101 en Niamey, capital de Níger, están
suministrando “apoyo para la recolección de inteligencia con fuerzas francesas
realizando operaciones en Malí y con otros socios en la región”. Negándose a
entrar en detalles sobre aspectos específicos de las misiones por razones de
“seguridad operacional”, agregó que, “en cooperación con Níger y otros países
en la región, estamos comprometidos a apoyar a nuestros aliados… Esta decisión
incluye operaciones de inteligencia, vigilancia, y reconocimiento dentro de la
región”.
Benson también
confirmó que los militares de EE.UU. han utilizado el Aeropuerto Internacional
Léopold Sédar Senghor en Senegal para escalas técnicas así como para el
“transporte de equipos que participan en actividades de cooperación en la
seguridad” como misiones de entrenamiento. Confirmó un acuerdo similar para el
uso del Aeropuerto Internacional Bole en Addis Abeba en Etiopía. En total, los
militares de EE.UU. ahora tienen acuerdos para utilizar 29 aeropuertos internacionales
en África como centros para escalas de reabastecimiento de combustible.
Benson se mostró más
reservado respecto a operaciones aéreas desde la Zona de Aterrizaje Nzara en la República de Sudán del
Sur, lugar de uno de varios tenebrosos puestos de operación avanzada
(incluyendo otro en Djema en la República Centroafricana
y un tercero en Dungu en la República Democrática del Congo) que han sido
utilizados por fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. “No queremos que
Kony y su gente sepan […] a qué tipos de aviones deben prestar atención”, dijo.
No es ningún secreto, sin embargo, que los recursos aéreos de EE.UU. en África
y sus aguas costeras incluyen drones Predator, Global Hawk y Scan Eagle,
helicópteros sin tripulación MQ-8, aviones EP-3 Orion, aviones Pilatus, y
aviones E-8 Joint Stars.
El año pasado, en sus
operaciones en permanente expansión, AFRICOM planificó 14 importantes
ejercicios conjuntos de entrenamiento en el continente, incluso en Marruecos,
Uganda, Botsuana, Lesoto, Senegal y Nigeria. En uno de ellos, un evento anual
conocido como Atlas Accord, miembros de las Fuerzas Especiales de EE.UU.
viajaron a Malí para realizar entrenamiento con fuerzas locales. “Los
participantes fueron muy atentos, y pudimos mostrarles nuestras tácticas y
también ver las suyas” dijo el capitán Bob Luther, líder de equipo en el Grupo
19 de las Fuerzas Especiales.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens