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Los militares de EE.UU. y la desintegración de África
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Edición 307





NO IMPORTA QUE LA MAYORÍA de los estadounidenses no puedan encontrarlo en un mapa o no hayan oído hablar de las naciones que están en sus costas como Gabón, Benín, y Togo. No importa que solo cinco días antes de que yo hablara con el principal portavoz de AFRICOM, el Economist haya preguntado si el Golfo de Guinea estaba a punto de convertirse en “otra Somalia”, porque la piratería había aumentado un 41% de 2011 a 2012 e iba rumbo a empeorar aún más en 2013.

El Golfo de Guinea era una de las áreas primordiales en África donde “la estabilidad”, me aseguró el portavoz del comando, había “mejorado significativamente”, y los militares de EE.UU. habían jugado un papel importante en lograrlo. ¿Pero qué decía eso sobre tantas otras áreas del continente que, desde el establecimiento de AFRICOM, habían sido devastadas por golpes, insurgencias, violencia, y volatilidad?



Osama Bin Laden

Un cuidadoso examen de la situación de la seguridad en África sugiere que está en camino a convertirse en la Zona Cero para una verdadera diáspora del terror puesta en movimiento después del 11-S y que solo se ha acelerado en los años de Obama. La historia reciente indica que mientras las operaciones de “estabilidad” de EE.UU. en África han aumentado, la militancia se ha propagado, los grupos insurgentes han proliferado, sus aliados han tambaleado o cometido abusos, el terrorismo ha aumentado, la cantidad de Estados fallidos ha crecido, y el continente se ha desestabilizado.

El evento sintomático en este tsunami contraproducente fue la participación de EE.UU. en una guerra para deponer al autócrata libio Muamar Gadafi que ayudó a enviar al vecino Malí, un bastión apoyado por EE.UU. contra el terrorismo regional, a una espiral descendente, provocando la intervención de los militares franceses con respaldo estadounidense. La situación podría empeorar a medida que las fuerzas armadas de EE.UU. se involucran aún más. Ya están expandiendo sus operaciones aéreas en todo el continente, participando en misiones de espionaje para los militares franceses, y utilizando otras instalaciones previamente no reveladas en África.

La diáspora del terror

En el año 2000 un informe preparado bajo los auspicios del Instituto de Estudios Estratégicos del U.S. Army War College examinó el “entorno de la seguridad africana”. Aunque mencionaba “movimientos internos separatistas o rebeldes” en “Estados débiles”, así como protagonistas no estatales como milicias y “ejércitos de señores de la guerra”, no mencionó el extremismo islámico o importantes amenazas terroristas transnacionales. De hecho, antes de 2001, EE.UU. no reconocía ninguna organización terrorista en África subsahariana.



Embajador Christopher Stevens

Poco después de los ataques del 11 de septiembre un alto funcionario del Pentágono afirmó que la invasión estadounidense de Afganistán podría hacer salir “terroristas” de ese país hacia naciones africanas. “Terroristas asociados con al Qaeda y grupos terroristas indígenas siguen estando presentes en esa región”, dijo. “Esos terroristas amenazarán, por supuesto, a personal e instalaciones de EE.UU.”

Al ser apremiado sobre peligros transnacionales existentes, el funcionario mencionó a los militantes somalíes, pero finalmente admitió que incluso los islamistas más extremos en ese país “no se han involucrado realmente en actos de terrorismo fuera de Somalia”. De la misma manera, al ser interrogado sobre conexiones entre el grupo central de al Qaeda de Osama bin Laden y extremistas africanos, mencionó solo los lazos más débiles, como el “saludo” de bin Laden a militantes somalíes que mataron a soldados estadounidenses durante el infame incidente de Black Hawk derribado en 1993.

A pesar de esto, EE.UU. envió personal a África como parte de la Fuerza Combinada Conjunta de Tareas – Cuerno de África (CJTF-HOA) en 2002. El año siguiente, CJTF-HOA se estableció en Camp Lemonnier en Yibuti, donde reside hasta la fecha en la única base de EE.UU. oficialmente reconocida en África.

Mientras CJTF-HOA iniciaba sus actividades el Departamento de Estado lanzó un programa multimillonario en dólares en contra del terrorismo, conocido como Iniciativa Pan-Sáhel, para reforzar las fuerzas armadas de Malí, Níger, Chad y Mauritania. En 2004, por ejemplo, equipos de entrenamiento de Fuerzas Especiales se enviaron a Malí como parte de esa iniciativa. En 2005 el programa se expandió para incluir a Nigeria, Senegal, Marruecos, Argelia y Túnez, y se rebautizó Cooperación de Contraterrorismo Transahariana.

En un artículo del New York Times Magazine Nicholas Schmidle señaló que el programa incluía despliegues durante todo el año de personal de Fuerzas Especiales para “entrenar a ejércitos locales en el combate contra insurgencias y rebeliones y para impedir que bin Laden y sus aliados se expandan en la región”. Cooperación de Contraterrorismo Transahariana y su programa acompañante del Departamento de Defensa, conocido entonces como Operación Libertad Duradera-Transahariana, fueron, por su parte, incorporadas en el Comando África de EE.UU. cuando se hizo cargo de la responsabilidad militar por el continente en 2008.



General Cartel Ham

Como señaló Schmidle, los efectos de los esfuerzos de EE.UU. en la región parecían estar en conflicto con los objetivos declarados de AFRICOM. “Al Qaida estableció refugios en el Sáhel y en 2006 adquirió una franquicia norteafricana [Al Qaida en el Magreb Islámico], escribió. “Los ataques terroristas en la región aumentaron tanto en número como en letalidad”.

Así es. Una mirada a la lista oficial de organizaciones terroristas del Departamento de Estado indica un continuo aumento de los grupos islámicos radicales en África junto al crecimiento de los esfuerzos en contra del terrorismo de EE.UU. , con la adición del Grupo de Combate Islámico Libio en 2004, al-Shabaab en Somalia en 2008, y Andar al-Dine en Malí en 2013. En 2012, el general Carter Ham, entonces jefe de AFRICOM, agregó a los militantes islamistas de Boko Haram en Nigeria a su propia lista de amenazas extremistas.

El derrocamiento de Gadafi en Libia por una coalición intervencionista que incluyó a EE.UU., Francia y Gran Bretaña, empoderó de la misma manera a una serie de nuevos grupos islamistas como las Brigadas Omar Abdul Rahman, que desde entonces han realizado múltiples ataques contra intereses occidentales, y Ansar al-Sharia, vinculado a al-Qaida, cuyos combatientes atacaron instalaciones estadounidenses en Bengasi, Libia, el 11 de septiembre de 2012 y mataron al embajador Christopher Stevens y a otros tres estadounidenses. De hecho, justo antes de ese ataque, según el New York Times , la CIA estaba rastreando a “una serie de grupos militantes armados dentro y alrededor” de esa ciudad.

Según Frederic Wehrey, un veterano analista político en la Fundación Carnegie por la Paz Internacional y experto en Libia, ese país es ahora un “terreno fértil” para militantes provenientes de la Península Arábiga y otros sitios en Medio Oriente así como de otros sitios en África para reclutar combatientes, recibir entrenamiento, y recuperarse. “Se ha convertido realmente en un nuevo centro”, me dijo.

La rebatiña de Obama por África

La guerra respaldada por EE.UU. en Libia y los posteriores esfuerzos de la CIA son solo dos de las numerosas operaciones que han proliferado en todo el continente bajo el presidente Obama. Incluyen una múltiple campaña militar y de la CIA contra militantes en Somalia consistente de operaciones de inteligencia, una prisión secreta, ataques de helicópteros, ataques de drones, e incursiones de comandos estadounidenses; una fuerza expedicionaria de operaciones especiales (reforzada por expertos del Departamento de Estado) despachada para ayudar a capturar o matar al líder del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), Joseph Kony y sus máximos comandantes en las selvas de la República Centroafricana, el Sur de Sudán, y la República Democrática del Congo; un masivo flujo de financiamiento para operaciones de contraterrorismo en toda África Oriental; y, solo en los últimos cuatro años, cientos de millones de dólares gastados en el armamento y entrenamiento de tropas africanas occidentales para servir como testaferros estadounidenses en el continente. Desde 2010 a 2012, el propio AFRICOM gastó 836 millones de dólares al expandir su alcance en toda la región, primordialmente a través de programas para instruir, asesorar y orientar a militares africanos.



En los últimos años, EE.UU. ha entrenado y equipado a soldados de Uganda, Burundi, y Kenia, entre otras naciones, para misiones como la persecución de Kony. También han servido como fuerza por encargo para EE.UU. en Somalia, parte de la Misión de la Unión Africana (AMISON) protegiendo al gobierno apoyado por EE.UU. en la capital de ese país, Mogadishu. Desde 2007 el Departamento de Estado ha invertido unos 650 millones de dólares en apoyo logístico, equipamiento, y entrenamiento de tropas de AMISON. El Pentágono ha agregado 100 millones más desde 2011.

EE.UU. también sigue financiando ejércitos africanos a través de la Cooperación de Contraterrorismo Transahariana y su análoga en el Pentágono, conocida como Operación Escudo Juniper, con creciente apoyo a Mauritania y Níger después del colapso de Malí. En 2012 el Departamento de Estado y la Agencia de Desarrollo Internacional de EE.UU. agregaron aproximadamente 52 millones a los programas, mientras el Pentágono pagó otros 46 millones.

En los años de Obama el Comando África de EE.UU. también creó un sofisticado sistema, conocido oficialmente como Red de Distribución de Superficie AFRICOM, pero al que se refieren coloquialmente como “la nueva ruta de las especias”. Sus núcleos principales están en Manda Bay, Garissa, y Mombasa en Kenia; Kampala y Entebbe en Uganda; Bangui y Djema en la República Centroafricana; Nazara en el Sur de Sudán; Dire Dawa en Etiopía; y la obra maestra del Pentágono en África, Camp Lemonnier.

Además, el Pentágono ha operado una campaña aérea regional utilizando drones y aviones tripulados desde aeropuertos y bases en todo el continente incluyendo Camp Lemonnier, el aeropuerto Arba Minch en Etiopía, Niamey en Níger, y las Islas Seychelles en el Océano Índico, mientras aviones operados por contratistas privados han realizado misiones partiendo de Entebbe, Uganda. Recientemente, Foreign Policy informó sobre la existencia de una posible base de drones en Lamu, Kenia.

Otro emplazamiento crítico es Uagadugú, capital de Burkina Faso, sede de un Destacamento Aéreo de Operaciones Especiales Conjuntas, y la iniciativa de Apoyo Aéreo de Aerotransporte de Despegue y Aterrizaje Cortos que, según documentos militares, apoya “actividades de alto riesgo” realizadas por fuerzas de elite de la Fuerza de Tareas Transahariana de Operaciones Especiales Conjuntas. El teniente coronel Scott Rawlinson, portavoz del Comando África de Operaciones Especiales, me dijo que la iniciativa provee “apoyo de evacuación de emergencia para víctimas de enfrentamientos de pequeños equipos de naciones asociadas en todo el Sáhel”, aunque documentos oficiales señalan que semejantes acciones han representado históricamente solo un 10% de las horas de vuelo mensuales.

Aunque Rawlinson puso reparos a la discusión del alcance del programa citando preocupaciones por la seguridad operacional, documentos militares indican que está aumentando rápidamente. Entre marzo y diciembre del año pasado, por ejemplo, la iniciativa de Apoyo Aéreo de Aerotransporte de Despegue y Aterrizaje Cortos hizo 233 vuelos. En solo los tres primeros meses de este año, realizó 193.

El portavoz de AFRICOM, Benjamin Benson, ha confirmado a TomDispatch que operaciones aéreas estadounidenses realizadas desde la Base Aérea 101 en Niamey, capital de Níger, están suministrando “apoyo para la recolección de inteligencia con fuerzas francesas realizando operaciones en Malí y con otros socios en la región”. Negándose a entrar en detalles sobre aspectos específicos de las misiones por razones de “seguridad operacional”, agregó que, “en cooperación con Níger y otros países en la región, estamos comprometidos a apoyar a nuestros aliados… Esta decisión incluye operaciones de inteligencia, vigilancia, y reconocimiento dentro de la región”.



Benson también confirmó que los militares de EE.UU. han utilizado el Aeropuerto Internacional Léopold Sédar Senghor en Senegal para escalas técnicas así como para el “transporte de equipos que participan en actividades de cooperación en la seguridad” como misiones de entrenamiento. Confirmó un acuerdo similar para el uso del Aeropuerto Internacional Bole en Addis Abeba en Etiopía. En total, los militares de EE.UU. ahora tienen acuerdos para utilizar 29 aeropuertos internacionales en África como centros para escalas de reabastecimiento de combustible.

Benson se mostró más reservado respecto a operaciones aéreas desde la Zona de Aterrizaje Nzara en la República de Sudán del Sur, lugar de uno de varios tenebrosos puestos de operación avanzada (incluyendo otro en Djema en la República Centroafricana y un tercero en Dungu en la República Democrática del Congo) que han sido utilizados por fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. “No queremos que Kony y su gente sepan […] a qué tipos de aviones deben prestar atención”, dijo. No es ningún secreto, sin embargo, que los recursos aéreos de EE.UU. en África y sus aguas costeras incluyen drones Predator, Global Hawk y Scan Eagle, helicópteros sin tripulación MQ-8, aviones EP-3 Orion, aviones Pilatus, y aviones E-8 Joint Stars.

El año pasado, en sus operaciones en permanente expansión, AFRICOM planificó 14 importantes ejercicios conjuntos de entrenamiento en el continente, incluso en Marruecos, Uganda, Botsuana, Lesoto, Senegal y Nigeria. En uno de ellos, un evento anual conocido como Atlas Accord, miembros de las Fuerzas Especiales de EE.UU. viajaron a Malí para realizar entrenamiento con fuerzas locales. “Los participantes fueron muy atentos, y pudimos mostrarles nuestras tácticas y también ver las suyas” dijo el capitán Bob Luther, líder de equipo en el Grupo 19 de las Fuerzas Especiales. 


Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens



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