El gatopardismo
de los partidos
HÉCTOR TENORIO
Los partidos políticos mexicanos han agotado su modo de
realizar política al aferrarse a la toma de decisiones cupulares, las cuales
resultan insuficientes ante una realidad que demanda otras formas de ejercer el
poder.
AMLO
Las diferentes dirigencias carecen de voluntad al momento
de querer trasparentar y democratizar su
vida interna. Lo institutos políticos que dicen
representar a la izquierda y a la derecha se encuentran amenazados ante
la posibilidad de ser remplazados por los movimientos sociales que todavía no
terminan de encontrar una dinámica que les permita influir en la toma de
decisiones en forma concreta.
Las dirigencias burocráticas de los partidos dicen
representar a la población, aunque nunca la escuche y mucho menos la tome en
cuenta. Así sucedió durante el congreso del Partido de la Revolución Democrática
(PRD), donde las diez corrientes internas de dicho instituto político lograron
evitar un choque de trenes al pactar el método de renovación del próximo
dirigente.
Sin embargo, afloraron viejas prácticas caciquiles. En
este sentido, resulta elocuente la imagen de Jesús Ortega, jefe de la tribu de Los
chuchos, dando órdenes a sus subalternos: Jesús Zambrano, presidente
nacional del Sol Azteca, y Carlos Navarrete, delfín a remplazarlo el próximo
año. ¿Qué decir de los bejaranos? Se
comportaron a la altura de la descomposición que vive el perredismo al
interior.
Ernesto Cordero.
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano advierte que el PRD debe
cambiar radicalmente o de lo contrario se colapsará entre las elecciones del 2015 y 2018. Ha dejado abierta la
posibilidad de encabezar a los perredistas, siempre y cuando se pueda conformar,
en el 2015, una lista de candidatos a diputados federales que estén comprometidos a luchar contra la Reforma Energética.
En teoría, este es el momento del Movimiento de Regeneración Nacional
(Morena) que debería absorber el descontento del Partido del Trabajo (PT), del
Movimiento Ciudadano (MC), y del PRD. El problema es su falta de democracia
interna, sus comités fueron palomeados
por Andrés Manuel López Obrador. Incluso en algunas entidades las dirigencias
estatales se subastaron al mejor postor.
Jesús Ortega.
Al tabasqueño le preocupa que su organización se corrompa
antes de tiempo, aunque en realidad no hace nada por remediarlo. Carece de
mecanismos internos que impidan que Morena termine reproduciendo al PRI, donde
las cúpulas deciden y las bases obedecen
so pena de ser excluidas.
Del otro lado de la trinchera, panistas y priístas viven un amasiato,
intentan ponerse de acuerdo y así sacar adelante las reformas peñistas. Son conscientes que las horas
están contadas para el Pacto por México y quieren estar lo mejor posesionados
rumbo al 2015.
Ambos institutos políticos simulan cambiar para que todo
siga igual. Acción Nacional (PAN) enfrenta una lucha interna a tres bandas: Los
calderonistas encabezados por el senador
Ernesto Cordero buscan la venganza, se cobijan en El Yunque para alcanzar
la presidencia del blanquiazul. Mientras
que Gustavo Madero quiere la reelección con la ayuda desde Los Pinos; no tiene
empacho en descalificar a la ex candidata presidencial Josefina Vázquez Mota,
quien quiere dirigir el destino del panismo.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) sufre su
propia metamorfosis. A un año de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto no
ha logrado restaurar el presidencialismo, ha tenido que aceptar que el sistema
político mexicano ha envejecido. Además, se encuentran asoleados ante la
recesión económica y apuestan su capital político a la aprobación de las
reformas estructurales. El problema vendrá después cuando la realidad demuestre lo contrario. Se avecinan cambios
en el gabinete: En la
Procuraduría General de la República (PGR) y en la Secretaria de Educación
Publica (SEP). Las intrigas en palacio cobran factura y el futurismo político
adelanta sus tiempos.
Jesús Zambrano.
Bajo este desolador panorama, el ciudadano queda
marginado. La población no ha encontrado la manera de hacerse escuchar. No
obstante, podremos constatar el nacimiento de movimientos sociales incluyentes que dejen a un lado a los partidos políticos
tradicionales que se niegan a ver su propio fin. La pregunta es válida en un clima de
violencia con creciente incertidumbre política: ¿La transición democrática será
pacífica?
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