“Porque quien salva una vida, es como si salvara a toda la humanidad”. (La Torah, la Biblia, el Corán, etc.)
“Estamos aquí, por amor a la montaña y al ser humano” Mario Herrera (Piolet, impulso y triunfo).
Se llama... No lo sé, seguramente jamás lo sabré. ¿Importa? Lo de verdad importante para mí es, que ella sobrevivió… que tal vez hoy es una mujer adulta con hijos, compañero, opciones sueños y esperanzas: Vive, eso espero.
Yo, tratando de ayudar y muy fuera de mi especialidad de rescate, andaba sin quererlo de “topo”, no por “saberle a eso” sino por ser el más chaparro y delgado disponible para abrir campo y “jalar la cuerda”, junto a un bombero más o menos de mi talla, pero mucho más ancho y fuerte. Entonces fue cuando, en la tumba atroz de un edificio colapsado: Ella me pidió con su vocecita entrecortada y entre toses que no la dejara morir entre los escombros de su hogar… “No me dejes”… escuché su vocecilla entre las tinieblas y el polvo.
Le aseguré que no lo haría, le pedí siguiera hablando y, le dije al bombero que estaba tras de mi, que me empujara fuerte (nunca había sido “topo” y, espero no volverlo a ser, si debo morir en servicio a los demás, quisiera que sea a cielo abierto), pero ella estaba ahí, atrapada, no imagino algo peor que estar enterrado en vida…en especial para un montañista que nunca gustó del espeleismo.
“No me dejes –repitió —todos están muertos, yo no. Me hirvió la sangre... lo que ella habría pasado en las horas previas ahí en esa oscura tumba. Desgarré mis guantes de trabajo agarrando aristas afiladas de quién sabe qué, al impulsarme hacia adelante entre el polvo cegador; luego fue la piel de mis manos, la bolsa de espalda en mi parka azul. Luego de mi “jalón” desesperado y el fuerte empujón del bombero, entre el polvo que me ahogaba, el insinuado hedor de cosas innominadas que me chorreaban encima y los que supuse eran los cadáveres de sus padres, alcancé sus tobillos, con mis manos ahora ensangrentadas.
Aunque eso último de la sangre era un simple detalle, había otras prioridades.
Agarré esos tobillitos como un náufrago a una tabla, la jalé, con fuerzas ignoradas, para sacarla de bajo un sofá y el cuerpo casi partido en dos de su madre (pienso que era su madre)… la llamada de la vida.
Seguro la lastimé, pero no se quejó y, le grité al bombero que la tenía y que ahora me jalara. La abracé. Él lo hizo con fuerza que se me antojó tremenda, imbuido del mismo espíritu de servicio: ese, mi fuerte hermano anónimo, en esas horas sombrías en las cuales todos éramos orgullosamente anónimos. La sacamos.
Lloré, sobre su cuerpecito tembloroso y su carita morena de enormes y húmedos ojos, mientras corría, ella en ese momento a su vez sollozaba aferrándose con sus manitas y piernas cual naufraga a mi parka empolvada y, yo iba corriendo a trompicones entre escombros, llevándola en brazos a una ambulancia militar —no pude evitar pensar, como periodista que soy y siempre seré, que una foto de aquella carrera hubiera sido icónicamente perfecta para una primera plana—, donde se la entregué a una teniente enfermera, manchándole de paso el albo uniforme con mi sangre porque ella, la chiquita, no quería soltarme y en un instante me susurró “papa”, luego cuando con tierna firmeza la teniente la apartó de mi, regresé como sonámbulo al sitio del “trabajo” habría quizá otras vidas, ahí, entre los escombros...
Tenía en una de las bolsas de la parka mi compacta cámara Rollei de 35 mm y medio cuadro (a la cual luego le noté una fea abolladura, producto quizá de aquellas maniobras), pero pensé que aquello de sacar fotos era trabajo de los “gráficos” yo estaba ahí como rescatista. Además noté que el compacto flash especial para ese modelo estaba roto, al igual que el anillo protector del lente... y era de noche.
Y luego, cuando algunos colegas urbanos de “la roja” me preguntaron, por los surcos que dejaron las lágrimas en mi rostro ennegrecido y empolvado, respondí con esa arrogancia del socorrista veterano de montaña, ostentando los símbolos de su especialización, que: “Por aquellos sitios, había mucho humo en ese momento, cosa que no ocurría en mis prístinas montañas…” Concesiones al machismo, pero en especial al orgullo de haber sido útil.
Los socorristas entienden, no importa de cual corporación sean. Tiré mis guantes rotos y, ahora rojos… Tal vez no debí hacer a un lado aquella condecoración, pero en ese momento, por alguna oscura razón, me estorbaban.
También noté que una de mis botas estaba rota, cortada cerca de la suela por algo muy filoso, el haber sido botas para alta montaña evitó que lo que fuera que la cortó, llegara a mi pie a través de sus tres capas de piel y relleno térmico.
Esas no podía tirarlas como los guantes, aún las usaría por bastantes horas más, aunque ya eran inservibles para la montaña… Mi pequeña grabadora “reporter” aún tenía pilas; pulsé el play, dejando en el botón una marca roja de mi sangre y sonaron en mis audífonos las fuertes notas de “Pompa y circunstancia” de Allan Elgar… Eso me tranquilizó un poco.
Una voluntaria de quiensabedonde me jaló con algo así como firme cariño y limpió, aunque me negué, con agua limpia, tan escasa en esas horas, mis manos, luego me echó en ellas un polvo blanco, imagino era sulfa o algo parecido, no había vendajes disponibles y en todo caso los hubiera rechazado, otros seguro los necesitaban más… En algún momento supongo, la ambulancia se llevó a la chiquita junto con otros heridos, me imagino al Hospital Central Militar, ahí junto a la ahora mi tan añorada Sedena.
Quise adoptarla (hubiera deseado ser en adelante su padre), pero mi compañera de entonces no quiso ser su madre (teníamos ya dos hijos), en todo caso: Esa es otra historia…
No sé cómo haya sido luego su vida de huérfana, si parientes se encargaron de ella, si fue adoptada esa linda y valiente morenita de grandes ojos… Pero me alegra que haya tenido esa segunda oportunidad: una vida recuperada; su vida. Me alegrara hasta mi último minuto y aliento, antes de la eterna negrura y del definitivo olvido (lo cual espero tenga lugar en la montaña), el haber estado ahí en esa hora oscura con mi Chapetón del SAM y la orgullosa Edelweiβ, mi terror a los sitios cerrados y el dolor de manos cortadas y ensangrentadas; para ser útil y poder darle a ella esa segunda oportunidad. Aun arriesgando mi vida donde no me gusta hacerlo y porque la verdad me dan mucho miedo los sitios cerrados... Pero, bueno hay que ser útiles cuando y donde sea necesario: Para eso somos socorristas. Para eso nos entrenamos… Por eso nos arriesgamos: Para que otros vivan.
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