La guerra del “estado profundo” contra el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se agudizará en las próximas semanas, para evitar que se consolide en el cargo. (El “estado profundo” tiene su cara visible en el complejo militar, financiero, industrial y mediático que es conocido como el “establishment” y que tiene más poder que el Presidente estadounidense en turno)
Los siguientes pasos de la campaña de desprestigio contra Trump tendrán que ver con un tema que, desde finales de la II Guerra Mundial, ha angustiado a los norteamericanos: un posible ataque nuclear contra su país.
Flynn y el miedo nuclear
Uno de los hombres más cercanos al entonces candidato presidencial republicano Donald Trump, fue el general Michael Flynn, hombre que escaló altas posiciones en el Ejército de los Estados Unidos, a pesar de no ser egresado de la academia de West Point, de donde salen, por lo general, los mandos militares más importantes de su país. Flynn se graduó en la Universidad de Rhode Island.
Sin embargo, Flynn escaló tanto que fue nombrado (2012) director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, es decir, de la principal instancia de espionaje extranjero del Pentágono. Duró en el cargo dos años debido a su postura radical contra el terrorismo islámico (el mismo que, por cierto, el papa Francisco dice que no existe). Durante la pasada campaña electoral en EE.UU. Flynn fue el principal asesor de Seguridad Nacional del candidato republicano, Donald Trump.
Flynn asumió una abierta postura en contra del Estado Islámico (ISIS). En alguna ocasión, tuiteó que después de la liberación de Mosul, el ISIS podría atacar a los Estados Unidos. Para él, el Estado Islámico es una amenaza global, criterio que comparte el nuevo jefe de la Casa Blanca.
En lo doméstico, se pronunció de manera abierta porque la candidata demócrata Hillary Clinton fuera llevada a prisión, por haber subido información confidencial a una cuenta de correo electrónico no oficial.
Muy breve estancia en el cargo
El general Flynn fue nombrado asesor de Seguridad Nacional por el presidente Trump, pero su estancia en el cargo fue muy breve, porque renunció el 14 de febrero pasado. Y no lo hizo por su “islamofobia”, o por haber pedido -alguna vez- que encarcelaran a la señora Clinton, miembro distinguidísimo del “establishment”, sino por haber mentido.
Resulta que, sin haber entrado en funciones, habló por teléfono, en diciembre pasado, con el embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak y discutió con él la manera de atemperar el impacto de las sanciones impuestas a Moscú por el todavía presidente, Barack Obama, a raíz la recuperación rusa de Crimea.
Esa conversación fue grabada y filtrada a uno de los medios más importantes del “estado profundo” y de su estructura visible, el “establishment”: el Washington Post.
La periodista Claudia Cinatti nos da un dato muy revelador: Detrás del escándalo Flynn se transparenta la mano negra de las fracciones del “estado profundo”. Flynn fue director de inteligencia militar en el último mandato de Obama, entre 2012 y 2014. En 2013, ese departamento presentó junto con el jefe del estado mayor, el General M. Dempsey, un informe sobre Siria que cuestionaba la línea oficial de Obama que planteaba como condición para cualquier negociación la caída del régimen de Assad. Para este fin, como Estados Unidos no estaba dispuesto a comprometer tropas, la vía era “armar a los rebeldes moderados”, una política llevada adelante como operación encubierta por parte de la CIA, en acuerdo con aliados norteamericanos como Catar, Arabia Saudita y Turquía.
Cero moderación
Según la inteligencia militar, de la que Flynn era el jefe, no había tal cosa como “rebeldes moderados” por lo que el resultado de la política llevaba directamente a un escenario similar al de Libia y la caída de Kadaffi, que como es conocido derivó en un estado fallido disputado por fracciones islamistas, disputa que se llevó puesto nada menos que a un embajador norteamericano.”
Sin embargo, a juicio de Cinatti, Flynn no fue cesado por eso, como director de la agencia de inteligencia del Ejército de los Estados Unidos. Sigamos leyendo: Pero el mayor escándalo no era el enfrentamiento entre el Pentágono por un lado y la CIA y el Departamento de Estado (dirigido por Hillary Clinton en el momento de la guerra de la OTAN en Libia) por otro, sino que, como trascendió luego públicamente, los militares decidieron llevar adelante su propia línea, boicoteando en los hechos la política oficial de Obama y los esfuerzos y negocios de la CIA.
Según el periodista Seymour Hersh, que construyó su legitimidad informando sobre la masacre de My Lai en la guerra de Vietnam, Flynn y el Pentágono admitieron haber compartido de manera indirecta inteligencia militar con Rusia y el régimen de Assad sobre la ubicación de milicias opositoras, ligadas a Al Qaeda y el Estado Islámico.
Finalmente, el general Dempsey pasó a retiro y ocupó su lugar el general J. Dunford que sintonizaba con la línea del gobierno y del departamento de Estado.”
La doctrina que identificaba al terrorismo islámico como la principal amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos, cambió de pronto, sólo nueve días después del cese de Flynn.
Una nueva guerra fría
En efecto, el presidente Trump declaró el jueves 23 de febrero, a la agencia de noticias británica Reuters -muy vinculada al “establishment”-, que quiere aumentar el arsenal nuclear de Estados Unidos para garantizar que sea “el mejor de todos”, afirmando que el país ha quedado a la zaga en su capacidad de armamento atómico.
El material, firmado por el periodista Steve Holland, consigna que Trump dijo, entre otras cosas, las siguientes: “Sería maravilloso, un sueño sería que ningún país tuviera armas nucleares, pero si los países van a tener armas nucleares, vamos a estar en lo más alto”. Enseguida, el reportero de Reuters, agrega: Rusia tiene 7.300 ojivas nucleares y Estados Unidos 6.970, según el Fondo Ploughshares, un grupo antinuclear. “Rusia y Estados Unidos tienen muchas más armas de las necesarias para impedir un ataque nuclear del otro o de otro país que posea armas nucleares”, dijo Daryl Kimball, director ejecutivo del grupo sin fines de lucro Arms Control Association.
El nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas entre Estados Unidos y Rusia, conocido como “New START”, requiere que para el 5 de febrero de 2018 los países reduzcan sus arsenales atómicos y que los mantengan en un mismo nivel por 10 años.
Se tiene el antecedente de que el 22 de diciembre de 2016, el todavía presidente electo, Donald Trump, tuiteó que “EE.UU. debe fortalecer en gran medida y expandir su capacidad nuclear hasta que el mundo entre en razón en lo que se refiere a las armas atómicas”.
Luego, el 7 de febrero de 2017 -una semana antes de la renuncia de Flynn como asesor de Seguridad Nacional de Trump- el general David Goldfein, jefe de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, anticipó que, en primavera, su país podría revisar la doctrina de empleo de armas nucleares.
Conclusión:
La jugada del “estado profundo” es muy clara: hacer que los estadounidenses se desentiendan del terrorismo islámico y tengan como principal temor el de una guerra nuclear con Rusia.
De esta manera, prepararían el terreno para otro atentado controlado, como el del 11 de septiembre de 2001, con el que exhibirían la “falta de capacidad de Trump”, a fin de expulsarlo de la Casa Blanca y, por otro lado, reactivarían la Guerra Fría.
Estamos hablando de un negocio redondo, pues ISIS es un engendro del “estado profundo”, que lo sostiene porque le permite intervenir en diversas naciones, además de redituarle ganancias multimillonarias en dólares, por la venta de armas, equipos de seguridad en aeropuertos, sistemas de espionaje, etcétera.
La versión revisada y actualizada de la Guerra Fría dejaría decenas de miles de millones de dólares adicionales al complejo financiero, militar e industrial del “estado profundo” al que, está visto, nada le importa que continúe el reguero de sangre.
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