En el cruce de caminos destaca el reconocimiento de la Unión Europea que el fin debe ser otro, sin saber cuál.
Crisis del orden liberal, o el derrumbe occidental del proyecto civilizatorio: Mensaje de Múnich
Salvador González Briceño*
MIENTRAS LAS CORPORACIONES multinacionales continúan el proceso depredador de la Naturaleza, destruyendo lentamente al hombre de la faz de la Tierra, países enteros —ricos y pobres, del Norte y el Sur— y hábitats completos de recursos finitos —de aire, mar y suelo—, están hoy en peligro de extinción.
CUANDO LOS VOCEROS de los hombres más ricos salen a decir que el futuro es incierto y peligroso, y no saben qué hacer, es porque aquéllos conducen por todas las vías de la ciencia aplicada, al mundo hacia el Apocalipsis.
Sin embargo, ante una voracidad e ineptitudes sin medida, ahora es más que urgente emprender soluciones alternas, sociales y populares de alcance mundial para construir el Nuevo Mundo desde abajo, cuidando a la Madre Tierra en su conservación, si se quiere resiliente y sustentable, para la generación de lo necesario para la reproducción del hombre mismo sobre su hábitat natural.
Lo que sigue es un llamado a TODOS en general, personas solidarias sin distinción de país, raza e idiomas, para erigir un gran acuerdo hacia la reconstrucción, para la recuperación del Planeta tierra en todas sus formas de preservación, para rescatar lo rescatable y no llegar cuando sea demasiado tarde.
—I—
Al reloj cósmico le faltan, según el último ajuste de los científicos que velan su tic tac —anunciado a mediados de enero—, menos de dos segundos para el Apocalipsis. La destrucción de la Naturaleza, provocada o acelerada, es la causa, con un actor en cuenta.
La interpretación es que el fin del mundo se acerca. ¿Qué o quién acelera la tragedia de grandes proporciones para la humanidad? El capitalismo que, en su forma actual de imperialismo es el destructor, porque aplasta todo lo que cruza en su camino.
Al desarrollo de las fuerzas productivas —había descrito Marx en El Capital, crítica de la economía política, a mediados del siglo XIX—, y sus correspondientes relaciones sociales les toca una contradicción que, llevada al extremo, deriva en acciones destructivas de la Naturaleza y la propia fuerza humana que le dio vida.
Esto es, que el desarrollo capitalista es tan contradictorio y polarizante de las relaciones sociales, al impulso mismo de la ciencia aplicada en forma de tecnología (las fuerzas productivas), que conlleva la destrucción de todo lo existente, Madre Tierra y al hombre mismo.
Si este resultado quedaba claro hacia los orígenes del capitalismo, entre los siglos XV al XIX, más lo es ahora que, en los siglos XX y XXI ha alcanzado sus expresiones extremas, rasantes y peligrosas contra las fuerzas que le dieron vida y fortaleza.
La contradicción de la producción de valor y su respectiva apropiación por unos cuantos —cada vez más concentradores, en forma de riqueza—, ha llegado al extremo de la voracidad destructiva de todo lo que existe: las grandes mayorías que lo crearon con su esfuerzo y bajo condiciones dadas.
Porque la Naturaleza tiene recursos finitos, y su carácter resiliente no le alcanza al acelerado rompimiento de todos los procesos de autogeneración o sustentabilidad, un discurso —este último— que está más en el escritorio que en la realidad.
—II—
¿Quién llevará a cuestas —conciencia o karma, según se vea— la destrucción de la humanidad? ¿Quién está en la cumbre del imperio actual, y en su declive continúa amenazante?
En otras palabras, ¿qué le deben los hombres, la humanidad, pues cualquier estallido nuclear afectará a todo ser viviente a la elite del poderío económico y militar estadounidense, que en plena decadencia imperial impactaría con un estallido atómico?
¿Acaso el ajuste de cuentas no es a la inversa y al mundo es a quien le deben los Estados Unidos, desde que su conducta por su proceder imperial —violento y rasante— se fortaleció a finales de la Segunda Guerra Mundial?
Porque lo justo será que el imperio se hunda solo y no les cobre a manos llenas al resto de todos sus extremos. Pues por su poder imperial, con la fuerza en armas y el dinero, EUA ha saqueado al mundo; lo ha destruido, explotado, violentado, con las peores tácticas y estrategias de la guerra, siempre con sus falsas banderas a nombre de libertad y democracia.
—III—
Caminos que se bifurcan. Para Borges se trata de Ficciones, pero vueltas realidad en el mundo como en las Mil y una noches. La prosa del anecdotario comienza con la Historia de la Guerra de Liddell Hart, página 242.
Y cierra con la concepción del Universo de Ts’ui Pên, quien: “A diferencia de Newton y Schopenhauer —dice Borges—, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades”.
Es decir, que las posibilidades de que, por ejemplo, el destino del imperio estadounidense corra la misma suerte que el resto de los imperios es más simple que la bifurcación de opciones temporales; porque todos los imperios terminan en derrumbe. Todos sin excepción.
Evidencia de largo plazo
Una buena muestra es el ensayo de Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias. Un análisis de cinco siglos de aquellas potencias que se resisten a una lógica que termina ineludible, infranqueable: “La historia del auge y caída posterior de los países líderes del sistema de grandes potencias desde el progreso de Europa Occidental —esto es, de naciones como España, los Países Bajos, Francia, el Imperio Británico y, en la actualidad, los Estados Unidos— muestra una correlación muy significativa a largo plazo entre capacidades productivas y de aumento de ingresos, por un lado, y potencial militar, por otro”. (p.11).
El equilibrio es lo “mejor”, pero siempre se corre el riesgo del desface. “…Yendo a la guerra, o dedicando una gran parte del «poder fabril» de la nación a gastos en armamentos «improductivos», se corre el riesgo de erosionar la base económica nacional, especialmente frente a estados que concentran una parte mayor de su renta en inversión productiva para el crecimiento a largo plazo” (p.837). Dependerá, a final de cuentas de la «habilidad y experiencia» con que se consiga navegar en la «corriente del tiempo», como de la “inteligencia” de cada Estado.
Como irrefutable resulta el precepto mencionado supra, de la “ley del valor” de Marx, base y sustento del desarrollo posterior en su obra, hasta el capital financiero y todas sus expresiones. Con todo y a los “críticos” de siempre nunca les alcanza el criterio ni el estudio suficiente, de la historia o las teorías económicas, para denostarlo y solo descalifican tratando de ocultar con ello sus cimientos.
Pero ahora más que nunca, cuando las contradicciones del capitalismo se agudizan al extremo, es cuando toman mayor vigencia, tanto sus bases teóricas como los desarrollos posteriores de continuadores de aquél portentoso análisis.
Incluso aquellos no precisamente declarados marxistas, como el estudio sobre las ondas largas —teoría del ciclo económico largo—, del ruso Nikólai Kondrátiev (asesinado por Stalin en 1938), quien puso al descubierto con bases estadísticas que el capitalismo pasa inevitablemente por crisis cíclicas.
Hasta Joseph Schumpeter le dio fuerza a la teoría con nuevos estudios, en su libro sobre los Ciclos económicos, de 1939. Para no olvidar a Ernest Mandel y su ensayo: Las ondas largas del desarrollo capitalista. La interpretación marxista, escrito en 1980.
Y ahora la economía estadounidense está al punto del fin de un ciclo largo, cuya crisis será —lo hemos dicho en otras ocasiones— mucho mayor o de dimensiones más profundas que la debacle de 1929 en el siglo XX.
Es decir, que la caída del imperio vigente está a un tris de que suceda (en 2020 o 2021). Cuanto antes mejor, y mientras el mundo se proteja previendo el hundimiento, también para evitar el impacto del derrumbe lo más posible. Con todo y las afectaciones no serán pocas, ni el arrastre menor.
El asunto es que no se trata, reflexión aparte, solo de la caída del imperio en vigor, sino del derrumbe de una concepción del mundo y de la humanidad, del proceso civilizatorio occidental; situación de crisis de grandes dimensiones.
Porque el mundo está ahora, dicho en otras palabras, bajo asedio de un proceso de transición sin igual, inédito, destructivo y depredador. El dilema es que, dentro del capitalismo bajo el desarrollo imperialista estadounidense, no hay claridad de hacia dónde, para dónde encaminar al mundo. Todo lo contrario, hay confusión y con ello sensación de caos.
Porque el capitalismo ha llevado a todas las fuerzas al extremo, como a la naturaleza humana a no encontrar salidas al menos fáciles. Porque el molde vigente durante más de cinco siglos, el capitalismo que surgió desde principios del siglo XV hasta este XXI, ya se acabó. Y no de ahora, pero hoy la evidencia está a la vista del mundo. Y una parte importante de ese mundo “occidental”, la vieja Europa, así lo reconoce.
¡Hagan sitio!
En 1973 se estrenaría la película “cuando el destino nos alcance”, dirigida por Richard Fleischer, basada en la novela de 1966 ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, de Harry Harrison (1925-2012) —cuyo nombre real era Henry Maxwell Dempsey—, el mundo volvió a recrear la tesis del británico Thomas Malthus (1766-1834) en su Ensayo sobre el principio de la población de 1798.
La idea básica de Malthus, como se sabe, pasa por referir que la sobrepoblación provocaría la extinción de la raza humana para el año 1880, pues el ritmo del crecimiento en la población es de carácter geométrico en tanto los recursos lo hacen de manera aritmética. Por lo que el hambre traería la pauperización gradual de la especie humana, hasta la extinción. Dejó de lado que también la tecnología se desarrolla, pero ya en su tiempo recibió fuertes críticas.
No obstante, le recreación de H. Harrison apuntaba en ese sentido, además de sumar la “industrialización del siglo XX”, el “hacinamiento”, “la contaminación”, y el calentamiento global debido al efecto invernadero. Gran parte de la agenda todavía vigente y que sale a relucir en cada ocasión de la reunión entre potencias.
“El apocalipsis, para el 2022 —¡¡¡ya casi!!!, la obra es de ficción—, un futuro distópico en que la ciudad de Nueva York con 40 millones de personas” (¡en 2016 poseía 8.55 millones de personas), donde una “elite mantendría el control político y económico”, por encima de las mayorías empobrecidas y sin alimento. Un mundo bajo la amenaza de la destrucción por los factores añadidos, y la exposición al “desastre ecológico”, sin salida alguna.
Gran mensaje. Pero el mundo recuerda las aportaciones previas del alemán Oswald Spencer, en su La decadencia de occidente, de 1918 vol 1, y 1923 vol 2. En su obra Spencer desarrolla el hilo conductor de la cultura, porque la historia es un conjunto de culturas —Antigua, Egipcia, India, Babilónica, China, Occidental— como cuerpos individuales que atraviesan por las etapas de: juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia.
En dicho proceso, como el ser vivo que tiene un ciclo vital con un fin determinado, cada etapa tiene una serie de rasgos distintivos que se mantienen en todas las culturas, lo que él llama la “morfología de las culturas”. Y, ya para su entonces, la Occidental se encontraba en su etapa final y decadente.
No faltó la crítica que puso en evidencia que la tesis de Spengler se mueve entre la dicotomía de Cultura y Civilización. Y su construcción no deja de pecar de categoría “pura” en el sentido hegeliano (más bien kantiano), en donde los eventos históricos trascienden a las categorías que devienen “metahistóricas”.
Lo que cabe señalar aquí sobre este autor es lo siguiente: que ya a principios del siglo XX, no faltó quién, desde otra visión y no precisamente la catastrofista del crecimiento poblacional o siquiera del cambio climático, creía o buscaba una explicación a la tesis de la decadencia de Occidente.
¿Catastrofismo?
Porque en el fondo, así sea a la vuelta del siglo, los caminos se bifurcan, se cruzan, así los rumbos parezcan rieles neciamente paralelos. Recordemos que aún el historiador Arnold Toynbee coincidió con Spengler en su idea fundamental de que “la civilización entró en colapso” ya desde el siglo XX. Desde que sendas guerras mundiales mostraron la incapacidad de enfrentar los desafíos. (Alfonseca, Manuel, en El Debate, “La decadencia…, 11 enero 2018. En: https://tinyurl.com/vqkwuq9).
Con todo y, para Toynbee, el colapso de la civilización no significa desaparición, pues tendría unos siglos por delante en la llamada historia universal, no sin cierto “estancamiento cultural”. Esta coincidencia muestra que, si ya el mismo Spengler logró “detectar” la decadencia de la civilización, es porque había comenzado antes que ahora. Sea un asunto cultural, cíclico o simplemente de los mencionados ciclos largos del desarrollo capitalista industrial.
Baste por ahora referir que Zbigniew Brzezinski —el estratega de inteligencia de varias administraciones de EUA y primer responsable de la Comisión Trilateral—, deberá estar revolcándose en su tumba.
Su desarrollo sarcástico por El gran fracaso, sobre “el nacimiento y muerte del comunismo en el siglo veinte”, derrumbe al que contribuyeron todas las expresiones políticas y económicas internacionales de su tiempo —incluida la santa Iglesia Católica—, fue eso: Una orquestación, un contubernio que sorprendió a propios y extraños, tanto a las fuerzas internas —políticamente Gorbachov se mostró tan confiado como ingenuo, respecto a la contraparte estadounidense— como al mundo en general.
Y la destrucción del “enemigo” de todo el periodo de la guerra fría, que justificó geopolíticamente asuntos como el armamentismo nuclear, la carrera espacial y el desarrollo militar-industrial del Pentágono y la OTAN como su brazo exterior, entre otros, se quedó sin competidor y erigió hegemón e imperio a Estados Unidos. Al grado de creerse el garlito del llamado El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama.
Hoy esa cantaleta llega a su fin, con el reconocimiento de uno de los baluartes de la llamada occidentalización. Comenzó por la Unión Europea, pero le pega al imperio estadounidense, aunque reniegue. Como dicta el refrán popular: “A confesión de parte relevo de pruebas”.
A Europa (la desUnión Europea) ya se les cayó el llamado orden Occidental. Crisis de valores, crisis de identidad, crisis del orden liberal occidental por motivos económicos, pero también geopolíticos.
Las causas son las siguientes: 1) El desorden geopolítico mundial de la posguerra, mejor conocido como guerra fría creó un escenario que ya cambió; 2) La globalización neoliberal ya hizo su contribución al destruir las economías y polarizar las fuerzas, inclinando la balanza hacia un reducido sector de la sociedad, el concentrador de la riqueza; 3) La debacle de EUA como hegemón a la caída del bloque soviético es más que evidente; 4) La influencia de la Unión Europea en el mundo está más que ausente, antes clave para el llamado mundo Occidental, y; 5) Un Donald Trump, presidente de EUA, siempre disruptor y desafiante del orden mundial establecido, y por lo mismo hoy puesto en jaque, incluso retador de los poderes establecidos.
Europa se desoccidentaliza
Así quedó, por fin tímidamente establecido, en la 55 Conferencia de Seguridad de Múnich, Alemania —edición anual 2020 de mediados de febrero—, donde se abordó el tema precisamente bajo el eslogan “desoccidentalización”. Con un informe que pone el dedo en la llaga: “El gran rompecabezas; ¿quién recogerá las piezas?”.
Más que realidad virtual: Evidencia. El rompecabezas europeo, con el Brexit de por medio, bajo la presión de los Estados Unidos de América (EUA). Con una idea deprimente que asume “alguien” debería “recoger las piezas”, la pedacería. Pero quién: ¿Alemania, Bélgica, Francia o España?
En otras palabras, lo que se anunció en la 55/CSM pone la alerta sobre la llamada crisis del orden liberal mundial, etiqueta la crisis de identidad “Occidental”. De cara a la competencia perdida frente a las potencias en cuestión: China, Rusia e India.
¿Estamos asistiendo a un cambio de época, a un nuevo modelo mundial de identidad aún impreciso e indeterminada? De entrada, estamos viviendo el declive geopolítico estadounidense, esa potencia que en su resignación a morir puede arrastrar al mundo hacia una escalada nuclear de proporciones apocalípticas.
Pero cabe la cuestión: ¿Qué queda de Occidente tras el abandono de una fracción de Occidente? La división y con ello la pérdida de identidad. Comienza con la unidad forzada llamada Unión Europea (desUE) —hoy fracturada por el Brexit— y su endeble moneda única, el Euro.
¿Son los europeos, renegados de sus propias raíces? Contra su voluntad sí lo son. La verdad es que hoy están claramente divididos desde su matriz capitalista, geoeconómica y geopolítica, porque los intereses nacionales, privados de cada país, pasan por encima de naciones y pueblos, aún colgados de las decisiones de EUA.
No obstante, el reconocimiento público de que Occidente —aquí desde el punto de vista europeo—, está en caída libre. En plena crisis, la vieja Europa tiene un futuro tan incierto como negro. Saben lo que eso significa, pero no somo salir librados. Menos tras el Brexit. Pero el mundo está igual o peor.
Para la UE, el rompimiento es con sus siempre aliados los estadounidenses —el principal bastión Occidental—, un exabrupto. Porque los estadounidenses no lo ven así, para ellos la alianza atlántica sigue en pie; pues el orden liberal que cuestionan los europeos está vigente. La política del avestruz.
Lo cierto es que, desde la llegada de Donald Trump al poder, sus confrontaciones contra el mundo —pasando por las presiones a sus socios europeos en temas como las aportaciones económicas para la OTAN—, han corroído el orden mundial establecido con el “América primero”.
Conclusión
¿Hacia dónde apunta el asunto? Al reconocimiento de la crisis del orden liberal Occidental, y a un pretendido alejamiento del mismo por parte de la vieja Europa, hoy a prueba con el tema presupuestal para los próximos siete años, ya sin la Gran Bretaña por el Brexit; un asunto del que difícilmente saldrán consensuados, porque todos quieren lo que pocos ponen: dinero.
¿Quién está detrás —al menos señalados— de la crisis Occidental, y generando la desoccidentalización? Porque la costumbre estilo guerra fría es culpar algún competidor, así sea el de siempre. Lo cierto es que se trata de la crisis de un proyecto civilizatorio. No lo dicen, pero lo es.
¿Qué diría —volviendo a— Brzezinzki? Acaso: “La caída de un proyecto civilizatorio, el derrumbe occidental en toda su expresión capitalista e imperialista” —versión última en su forma de capital corporativo, financiero y especulativo rapaz—, vigente durante cinco siglos… (sic).
O acaso sería: ¿“Occidente, el tremendo fracaso; debacle y caída de los imperios británico y estadounidense”? Con un capítulo sobre “el peligro de hundir al mundo y la humanidad consigo”. Título indigno de un lastre “civilizatorio” de características apocalípticas.
Para la Historia, o lo que quede de ella, tras la crisis «civilizatoria», o de la cultura Occidental con un imperio ante el espejo de sus antecesores. El resto del mundo debe hacer lo propio: Buscar alternativas —no bajo el paraguas de la UE—, antes que sea demasiado tarde, se bifurquen los caminos y nos llegue la extinción como cuenta por cobrar. Cabrá recordar: ¿Quién le debe a quién? ¿Quién, el deudor? Que cargue los costos del caos y nadie más. Faltaba más. (22-23 de febrero de 2020).
Director de: geopolítica.com, @sal_briceo.
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