EL JUEGO DE BIDEN FRENTE
A RUSIA Y CHINA, NI G7 NI OTAN
Salvador González Briceño
“Todos estamos viviendo en América…Coca Cola, a veces guerra”: Amerika, Rammstein.
La remasterización de la política internacional de la Guerra Fría de Biden, el gran pretexto para retomar el negocio del armamentismo
Del “Estados Unidos primero” de Trump, al “Estados Unidos de regreso” de Joe Biden. Ni más ni menos que el regreso del imperio “global” a los escenarios internacionales, luego de una elección tan traumática como fraudulenta y con mucho dinero de por medio.
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SÍ, DE LA POLÍTICA de voltear hacia adentro, centrándose en las necesidades propias de una economía nacional urgida de dinamismo, a la política del continuismo de las guerras imperiales propias de las ultimas administraciones, de Bush y Obama.
El negocio a la guerra, como la estrategia principal de la dominación imperial. Del proyecto Trump a la ofensiva de Biden. El choque entre poderes fue escenificado entre sendos partidos, el Republicano y el Demócrata, el ardid para expulsar a Trump del poder.
Todo porque al poder real del Deep State le conviene la guerra, y no la paz, bajo la bandera de la “democracia” y la “libertad”; los dos principios fundacionales del Estado “americano” que carecen de todo valor hoy. Y como Trump no quiso guerras, no era negocio. Por ello fue expulsado de la Casa Blanca, por las buenas.
El nuevo presidente Biden estrenó su política de brazos abiertos en su primera salida internacional a la reunión del G7 en Ginebra, lo que ocurrió la tercera semana de junio. Ahí volvió a la política de escarceos en materia político-hegemónica.
Más allá de los intentos de Biden —de buenos deseos que realidades—, la expectativa de los miembros del G7 se centró en la cumbre Biden-Putin.
La reunión se llevó los reflectores. Qué sucedería entre ambos presidentes tras los ataques verbales, donde Biden llamó “asesino” a Putin y éste le reviró recordándole con los crímenes de sus cuerpos policíacos contra ciudadanos desarmados o manos en alto.
Política fallida de Biden
Pero mal, cuando intenta remasterizar los escenarios de la Guerra Fría; no obstante, con una de las variantes en su contra: que el intento de regresar a los escenarios del pasado enciende las alarmas en los países enemigos que busca poner en el blanco, como la vieja Unión Soviética, lo convierte tanto a EEUU como al propio Biden en predecible.
Y no ve, no sabe o no le interesa saberse predictivo, como tampoco quedar expuesto o claramente vulnerable. Con todo y eso lo debilite en los escenarios internacionales, ahora muy distintos al periodo de la Guerra Fría. Este asunto parece no importar siquiera a los asesores de seguridad nacional de Biden, o porque tampoco saben cómo dejar atrás el pasado y encarar lo nuevo.
El caso es que ahora, con esa política de neo-Guerra Fría, Biden mete a EE.UU. en la aplicación de viejas políticas —y estratégicas—, para una serie de situaciones nuevas, el mundo nuevo donde EEUU ya es la potencia hegemónica ni el poder unipolar.
Por no tener eso en cuenta o tratar de negar la realidad, es que EE.UU. ha perdido paulatinamente el control y con ello el surgimiento de la multipolaridad donde otros actores están encabezando el contrapeso. Lo que implica, claramente, que otros países disputan la hegemonía y/o el control unipolar.
Como si nadie viera o negara, internamente sobre todo porque el mundo lo tiene claro, que el imperio va en decadencia. Porque EE.UU. no es la potencia que tiene el control de mundo. Lo contrario.
Pero tanto Biden como el poder real, o el poder detrás del poder que es quien pone o quita presidentes, son quienes quieren repetir los escenarios de tensión entre su país y ahora Rusia, como en los viejos tiempos la URSS.
Con tamañas directrices llegó el presidente Biden a la reunión del G7. La oportunidad para un viejo político como el actual presidente, en dejar claro que la ofensiva imperial estadounidense es contra Rusia. Y también contra China, solo que la Guerra Fría no le instruyó en cómo tratar con dos frentes al mismo tiempo.
Porque eso no sucedía en el pasado. Era solo la disputa EE.UU. vs. URSS. China no aparecía en los escenarios internacionales como un peligro; la disputa era entre ambos poderes. China era un país como cualquier otro, frágil y/o fácil de someter como el resto de los países orbitantes en cualquiera de ambos ejes, el capitalista y el socialista.
La disputa geopolítica
Bueno, pues el solo hecho de que Biden quiera el retorno de los escenarios de la Guerra Fría, en esa suerte de neoguerra fría, y trabaje para ello con el apoyo de su gabinete, los organismos locales e internacionales, las agencias de inteligencia y la diplomacia —entre otros instrumentos de presión—, ya coloca a EE.UU. fuera de lugar y por lo mismo en el centro de las disputas geopolíticas.
Primeramente, porque tanto Rusia (que ya no es la URSS) como China a estas alturas del siglo XXI ya son potencias con capacidad de rivalizar con EE.UU. —ya no es el poder omnipotente de la Guerra Fría—, en los terrenos de cada cual: Rusia en la geopolítica y China en geoeconomía.
Es por eso que Biden se equivoca, al revivir los escenarios de Guerra Fría. Carece de sustento. Bueno, hasta por el solo hecho de que hoy se trata de dos potencias y no una; además con sus planes cada cual y su ejército o armamento para disuadir cualquier acoso. Y EE.UU. lo sabe, Biden pone oídos sordos, o no ve ni quiere.
En seguida, porque no son países aislados, ni entre sí ni con el resto del mundo. Rusia y China han suscrito acuerdos tanto en temas económicos como militares. Y como potencias en auge, encabezan ya la multipolaridad sin cesar, avanzando tanto en sus propios terrenos como para contraponerse a EE.UU.
Tienen que lidiar, por supuesto, con el acoso convertido en amenazas reales por parte de EEUU y sus “aliados occidentales”. Como el acoso a Rusia desde las fronteras europeas y las sanciones económicas constantes a China, inauguradas por Trump, por cierto.
Luego entonces, porque la logística estadounidense, aún con el apoyo de la OTAN —ese monstruo militar que más pronto que tarde terminará en chatarra, precisamente porque es fruto de la Guerra Fría y ya cubrió los fines a que dio lugar desde 1949 a la fecha—, que pasa por obligar a los “socios” hacer aportaciones millonarias para sostenerla, no logrará sus metas.
Ni lo hará. Por eso hemos dicho que Bien se encamina al fracaso. No obstante, la OTAN genera amenazas y provoca movilizaciones y ensayos militares en la frontera enredando a Europa en contra de Rusia. Donde solo gana, claro está, las respuestas de las fuerzas militares rusas.
Además, porque hablando de las guerras ocurren dos escenarios: ni las guerras son ahora al viejo estilo —las dos guerras mundiales fueron ya, dejaron grandes lecciones, pero son asuntos del pasado—, ni EE.UU. podría con dos frentes de guerra, contra Rusia y China. Por lo mismo, ambos países avanzan en alianzas en varios terrenos.
Por lo mismo son cabezas de playa de la multipolaridad. No la multipolaridad estilo “occidental” donde EE.UU. se considera a sí mismo como el principal promotor, cuanto porque se trata de una multipolaridad incluyente a la cual otros países se están incorporando.
Y no precisamente para derrocar al imperio, puesto que el imperio estadounidense caerá por sus propios fueros, como para generar justamente un mundo más incluyente, auténticamente democrático y libre, con un orden internacional donde la sana convivencia entre países se respete.
El país con pies de barro
Por eso avanza la multipolaridad, provocada tanto por Rusia como por China y otros países “aliados”. Y opciones como la Nueva Ruta de la Seda que generará inversiones por todos lados, como en Eurasia y África, un potencial bajo directrices chinas que nadie podrá parar. Proyectos como este de infraestructura que no tiene ni puede apoyar EE.UU.
Ni la “influencia” rusa, porque Biden no podrá detener el abastecimiento de energía rusa a Europa, EE.UU. no compite con eso, aun robando petróleo iraquí o sirio.
En otras palabras, EEUU no podrá contener la multipolaridad porque a estas alturas los equilibrios de la Guerra Fría están rotos, así como las reglas de la guerra, pese a que el potencial nuclear siga siendo el disuasivo principal. Aparte los líderes del mundo saben que ningún ataque nuclear se quedaría sin respuesta a estas alturas, como Japón al final de la Segunda Guerra Mundial.
Con eso en contra, así como la OTAN no puede competir con el armamento supersónico ruso, tampoco EE.UU. podrá enfrentarse militarmente a China, menos en un terreno tan lejano, mar o suelo. Lleva las de perder. De ahí los escarceos, por eso estira la liga hasta donde dé. Biden ya entró a ese juego, tan fatal como inútil, solo porque la industria de la guerra quiere negocios calientes.
Qué decir de los otros escenarios de la guerra, los de quinta generación. Esa carrera casi vale asegurar que EE.UU. la tiene perdida. Esos sí que son los escenarios modernos. Pero sumido en el pasado, el de la Guerra Fría, el imperio estadounidense muestra ya los pies de barro. La caída no tardará en llegar. Como todo lo que tiene principio y fin. Como todo imperio.
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