La tiranía provacunas
provocará nueva crisis mundial
Inteligencia financiera global
Guillermo Fárber
SI ALGO HAN demostrado a estas alturas las vacunas contra Covid-19 es que NO son efectivas para impedir nuevas olas de contagios. Las seguirá habiendo, aunque todos estuviésemos vacunados.
La llamada “cuarta ola” de la pandemia ha comenzado ya, y Austria es el primer país en declarar un nuevo confinamiento total, evidencia clara, por cierto, de que los humanos no aprendemos tan fácil —y menos los políticos— a no caer en los mismos errores.
Y es que ciertamente el cese forzoso de actividades declarado por la mayoría de los gobiernos del planeta en 2020 fue causa de la peor crisis económica global en casi un siglo. Millones de empresas quebraron, millones de empleos se perdieron y sí, decenas de millones de seres humanos cayeron en la miseria. Para allá vamos de nuevo si no corregimos.
La pandemia —suponiendo que no hubiese sido provocada o producto de una “accidental” liberación de un virus modificado en un laboratorio chino en Wuhan— pudo haberse evitado si el gobierno de Beijing hubiese actuado rápido, en vez de mentir y subestimar la enfermedad.
Como ya es tarde para eso, supongamos por ahora que la pandemia era inevitable. Con todo y todo, lo que SÍ se podía —y se tenía haber hecho— era evitar que una crisis sanitaria tan grave se convirtiera además en una tragedia económica.
Amenaza otro confinamiento
No se hizo, y terminamos con dos grandes problemas en vez de uno.
Insisto, la debacle económica no fue causada por el virus SARS-CoV-2, sino por la decisión —al estilo de la planificación central comunista—, de cesar de tajo las actividades que los gobernantes de manera arbitraria consideraran como “no esenciales”.
Hoy, con una nueva ola de Covid-19 —reitero, a pesar de las vacunas—, la amenaza de un nuevo confinamiento universal y de un segundo desplome económico están en el aire. ¡Y hay que evitarlo!
¿Qué tiene que ver esto con la política de vacunación que pretende hacerse obligatoria en muchas partes del orbe? Tiene todo que ver.
El progreso económico que ha liderado el hemisferio occidental durante los últimos siglos es un efecto del cambio de paradigma que significó el establecimiento legal de su institución más importante: la libertad individual.
Ésta no es hacer lo que se quiera sin límites. ¡Al contrario! Sólo se puede ser igualmente libres en una sociedad si se nos permite hacer todo lo que queramos, con el solo e importante límite del respeto a la libertad de terceros. Quien atente o vulnere esa libertad, debe ser castigado. Punto.
De la libertad individual, de su defensa y de la capacidad legal del Estado para hacerla valer, se desprenden las otras dos condiciones indispensables para el sostenido y sostenible progreso económico y social: la propiedad privada y el cumplimiento de contratos.
La libertad individual es pues el signo más acabado de nuestra civilización, y la conservación de la ganancia (propiedad privada) el incentivo indispensable para que cualquier sociedad maximice tanto la creación de valor como la producción de bienes que satisfacen gustos y necesidades. Que todo lo anterior derive en la elevación de los estándares de vida de un país no es entonces ninguna casualidad.
Tampoco lo es que las economías socialistas/comunistas —caracterizadas por regímenes totalitarios con economías planificadas de manera central— no sólo hayan fracasado en su sueño de superar a las economías de mercado con propiedad privada, sino que provocaron, en el 100% de los casos, tragedias que incluso mataron de hambre a decenas de millones de personas, como en el caso de la “Gran hambruna china”, por citar sólo un ejemplo.
En el vecindario latinoamericano los casos de Cuba y Venezuela —sí, también con gobiernos dictatoriales que deciden lo económico—, son ejemplos vivos de lo que pasa cuando se le permite al Estado (que para todo fin práctico son los gobernantes) coartar la libertad individual y decidir sobre la economía: se alimentan tiranías y se generaliza la miseria.
Es por eso que a toda costa tenemos el deber y la obligación como ciudadanos de defendernos de esta ola de totalitarismo que se expande en Occidente. Es cuestión de elegir entre vida o muerte, de libertad o sometimiento, de prosperidad o pobreza. Así de claro.
Digamos un rotundo ¡NO! a imponer y a hacer obligatoria la aplicación de vacunas contra Covid-19.
Qua cada uno decida la vacuna
Digamos ¡NO! a la discriminación que las autoridades pretenden hacer de aquellos que decidan no vacunarse, con absurdas y autoritarias prohibiciones o restricciones a salir de sus casas o de ir adonde les plazca.
Digamos ¡NO! a un nuevo confinamiento que traería ruina, desempleo y una nueva crisis económico-financiera global que se puede sortear.
La libertad individual y nuestra civilización están a prueba, y bajo amenaza.
Que cada individuo —¡no el gobierno!— decida si quiere o no vacunarse, igual que cada negocio o empresa debe decidir si sigue trabajando o suspende sus operaciones.
La fuerza del Estado debe enfocarse en mejorar la deficiente atención médica que brinda, y en vigilar que todos cumplamos con las exigencias sanitarias y de higiene a la que nos orilla la pandemia en nuestra vida cotidiana en sociedad.
Lo demás —obligar a empresas y ciudadanos a hacer lo que no quieren— nos aleja de la libertad y nos acerca a la barbarie. Quizá, sólo quizá, esa haya sido la intención de quienes pudieron y no quisieron controlar la pandemia cuando podían. Haya sido o no, ante la duda, optemos siempre por defender la libertad o atengámonos a las consecuencias.
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