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Edición 211
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Escrito por Abraham García Ibarra
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Sábado, 30 de Mayo de 2009 00:14 |
ORIGINAL O RETOMADA de algún otro autor, a Abraham Lincoln se le atribuye la oración aquella de que el gobernante está, no para pensar en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones. Esto es que, sobre la inmediatez electorera, el verdadero estadista debe tener como imperativo categórico la construcción de la Nación, obra de largo plazo y de prolongado aliento.
Esa certeza asumida por el hombre histórico, se asocia -por oposición- a la percepción de algunos clásicos sobre la reacción de los políticos de cabotaje que, frente a situaciones de crisis, suelen privilegiar lo urgente sobre lo importante. Es decir, por ver el árbol, pierden de vista el bosque. Dicho de otra manera, en situaciones de crisis estructural, a la gran problemática esos políticos le buscan salidas, no soluciones. En términos rancheros, buscan taparle el ojo al macho.
Peor aún, algunos de dichos politicastros, puestos frente al destructor azote de la tempestad, suelen actuar como uno de los personajes de Edgar Allen Poe: el marinero aquel que, mientras el barco hace aguas, se ensimisma tratando de desentrañar la naturaleza del meteoro que está hundiendo la nave.
Refiriéndose al impacto sicológico, social y político de los acontecimientos de 1968, José López Portillo reflexionó en el mensaje de político uno de sus informes de gobierno (1978) que, de aquellos execrables sucesos, “pasamos de la crisis de conciencia a la conciencia de la crisis”. Estamos hablando, pues, de la década de los setenta del siglo pasado.
Conocimiento no es sabiduría
Han transcurrido, desde entonces, más de tres décadas desde que se sabía que la clase política mexicana había sido capaz de remontar las crisis coyunturales, con experiencia bastante para enfrentar la crisis estructural, pero una sustituta “nueva clase”, que se burlaba de los fordsitos de los años treinta: la casta tecnoburocrática que -cargada de pergaminos académicos- se bautizó a si misma como la generación del cambio para diferenciarse de las que le antecedieron, mudó la vieja retórica pero no los erosionados moldes de la praxis dictatorial. Buena, ciertamente, para el diagnóstico científico de corte economicista, esa generación, sin embargo, careció de eficiencia y eficacia para encontrarle la cuadratura a la crisis estructural, en cuya detección acertaba.
“Él sí sabe cómo hacerlo”, fue el slogan que sus publicistas electorales le endilgaron en campaña al doctor Ernesto Zedillo Ponce de León. Si, obnubilado, Carlos Salinas de Gortari se sentía tocado por la infalibilidad, Zedillo Ponce de León pecó de arrogancia. Nadando en su toga de dómine, tachaba de ignorantes a quienes opinaban en contrario a sus supersticiones neoliberales. Ninguno de los dos podía aceptar, por falta de humildad, que conocimiento no es sabiduría.
Aún antes del malévolamente prefabricado -en Nueva York y Washington- error de diciembre de 1994, que ensombreció la inauguración presidencial de Zedillo Ponce de León, la fuerza de los hechos inducía a algunos predicadores en el desierto a demandar ¡pero ya! un plan de salvación nacional. ¿Cómo asumir esa urgencia impostergable desde el poder cuando, desde Miguel de la Madrid, “la primera generación de norteamericanos nacidos en México” empezó a rendir la soberanía nacional, arrumbándola como un anacrónico dogma?
El pretendido remedio de la alternancia partidista en la Presidencia de México -ahora visto con palmarias demostraciones- resultó peor que la enfermedad. Otro postulante del cambio, Vicente Fox Quesada, atrofiado de sus facultades mentales, hizo del onírico encanto del espejismo neoliberal una pavorosa pesadilla.
Y nos asestaron a otro piloto de noche
Sobre los escombros de la demencia foxiana, hizo su aterrizaje forzoso otro piloto de noche que blasona, no obstante, su condición de rockero “jinete en la tormenta”: Felipe Calderón Hinojosa. Militante que en su expediente político no tenía una elección constitucional ganada, y todavía subyace la sospecha sobre la de 2006, a diferencia de Salinas de Gortari no se ha preocupado por obtener la legitimidad de gestión, porque esto implica revisar y, si no cambiar, al menos matizar el modelo económico. Puesto en Los Pinos con la camisa de fuerza del continuismo, diseñada por la plutocracia que tripula los poderes fácticos, se ha exhibido como aquellos políticos de cabotaje que a la gran crisis le busca salidas; no soluciones.
A pesar de un Plan Nacional de Desarrollo obligado por la formalidad constitucional, al que le acompañan los diversos programas sectoriales, y a contrapelo de su propia e indescifrable iniciativa 20-30, a la que luego le imprime extensiones hasta el 2050, lo cierto es que, de cara a la crisis, que aun algunos de los actuales detentadores del poder le dan la espantosa dimensión de desastre o catástrofe, Calderón Hinojosa sigue optando por acciones urgentes, dejando de lado lo importante: La construcción de Una patria ordenada y generosa, según lo prometían aquellos que se embarcaron, con el Partido Acción Nacional, en “la brega de eternidad. ¿Jinete en la tormenta? La briosa grupera Alicia Villarreal podría cantarle que “le quedó grande la Yegua”
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