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Edicion 212
Escrito por Carlos Ramírez Hernández   
Miércoles, 17 de Junio de 2009 15:54

CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ

   Más por voluntarismo que como estrategia de transformación política, la campaña para votar el blanco o anular el voto responde a una lógica anarquista de aniquilación de instituciones. En ese contexto, la alternativa a la democracia representativa no es otra que el caudillismo personalista.
   El voto en blanco, la abstención o la anulación de la boleta son comportamientos individualistas. Peor aún, convierten el ejercicio electoral en una fuga lateral. Lo grave de todo es que en esos procedimientos individualistas no existe una propuesta real de reforma de todo el sistema político representativo. Todo se agota en una bofetada… y la vida va a seguir igual.
   El modelo de democracia representativa está en crisis por tres razones: los partidos han perdido identidad social y han derivado en estructuras elitistas, la tradición priísta ha liquidado la estructura parlamentaria y la ausencia de una verdadera izquierda ha dejado un sistema sin contrapesos morales. La estructura parlamentaria fue pervertida desde sus bases por el sistema presidencialista que inventó el PRI.

   La propuesta de votar en blanco, abstenerse o anular el voto es parte de la confusión social. El problema menor radica ciertamente en un modelo electoral dominado por los intereses de los partidos y la forma sólo de repartirse el pastel de los gastos de campaña provenientes de fondos públicos. El conflicto real se localiza en la organización parlamentaria mexicana: los partidos han fallado en convertir al poder legislativo en un factor democrático.
   Lo que ya no sirve es el sistema político actual, fundado y pervertido por el PRI. Los pilares de ese sistema -los partidos políticos como estructura de poder y el presidencialismo autoritario- han perdido su capacidad de representación. Las leyes electorales no han podido regular el funcionamiento de los partidos ni han querido reconocer la posibilidad de organizaciones sociales autónomas de los partidos. Y los partidos políticos han caído bajo el poder de los grupos de poder dominantes: la selección de candidatos se dio en función de la he gemonía de mafias.
   La única salida podría encontrarse en una ley electoral que privilegie las candidaturas en función de elecciones primarias, en donde un ciudadano pueda competir dentro de un partido aún sin ser militante sino para utilizar el registro. Ello debe ir de la mano con una decisión radical: desaparecer los 200 diputados plurinominales y dejar exclusivamente la representatividad social de legisladores por distrito. Se trataría de encontrar un sendero de participación en la comunidad pero sin pasar por la complicidad de las mafias y los padrinazgos.
   La falla es de origen: los dirigentes de los partidos políticos son o han sido legisladores plurinominales, ajenos a la prueba del voto en una comunidad. Los sistemas parlamentarios europeos tienen presidentes, primeros ministros y ministros que deben de ganar distritos. Pero hay que ir más allá: garantiz arle al ciudadano sin partido la posibilidad de acceder a cargos públicos vía partidos pero lejos de la sumisión a las complicidades y vía elecciones primarias con inscripciones libres.
   La crisis de la democracia representativa debe enfrentarse con iniciativas, no con pasiones individualistas. Los que convocan a votar en blanco carecen de propuestas alternativas y por tanto su intención pudiera ser la de dinamitar el sistema para abrir espacios a la anarquía. Pero en el fondo, lo que se ha colapsado es el sistema político construido y heredado por el PRI y que funcionaba exclusivamente bajo el dominio priísta. Por tanto, la crisis de la democracia representativa sería otra evidencia de que el viejo sistema ya no funciona y el país necesita transitar a un nuevo sistema político. Si no, regresaremos al modelo del Caudillo indispensable, al necesariato que provocó revoluciones.


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