ES UN TEMA RECURRENTE, el retobador lo ha abordado en el estribo de diferentes textos y distintas conceptualizaciones; es palabra y acto que se repite con la misma intensidad de los resuellos, empero se le pretende clausurar en una imposible contradicción. Trátase de una práctica social encubierta frecuentemente con el barniz de la hipocresía, se le “oculta” -como ya se sintetizó en otra retobada- en una sinonimia de cursilerías: pluma, gas, ventosa, pum... cuando lo más esclarecedor es llamarle al pan pan y al pedo pedo.
Orígenes de la gran artillería
Muchos achacan a los frijoles el causal de los obuses, para otros es la salsa borracha que contagia su embriaguez al triperío, no faltan analistas que lo atribuyen a cuestiones de desajuste emocional que catártico busca la huida en la impiedad del bombardeo
Legiones de gastríticos deambulan repartiendo con macabra generosidad el integrado bastión de su nada vistosa pirotecnia. En millones se cuantifican las víctimas sibaritas de los excesos del chilaquil y la tanda y tunda exquisita de pambazos... aunque son más los mártires de la chatarra, comensales del Kentucky Freid Chicken, McDonalds, Dóminus Pizza... harto apostolado de la manteca que cañonea con onomatopeyas en inglés.
En el porfiriato Julio Guerrero afirmaba, tras olfativas investigaciones, que el flato, el antiaristocrático pedito, era consubstancial a la esencia nacional en su expresión más plebeya. El mismo científico olfateador de artilleros, tenía enorme animadversión por las “criadas”, las culpaba de todo, hasta de la pólvora en vientre ajeno y de inducir a los querubines del patrón a pecar sobre la sabrosa chilladera de los catres.
Filosofía, música y literatura cañonera
Contrario al señor Guerrero, en referencia a visiones y olores del mismo rubro, era el francés Miguel de Montaigne quien en el siglo XVI alternaba en sus Ensayos la anotación de que en los humanos hay tres airosas escapatorias de potestad individual: el estornudo, el eructo y el pedo, este último fugado en libertad suprema, con el único inconveniente de (so)cavar fosas nasales e inquietar el ambiente con irrespetuosa estereofonía, aunque mucho más flagelan los enmudecidos.
En materia musical, John Lennon y Yoko Ono grabaron en Estados Unidos un disco en que el protagonismo centralísimo correspondió al pedo cuya dual interpretación fue de bajo y contralto. Qué auténtica artillería sin truco de trompetillas. Del entonces acetato oíase la indigesta veracidad del hot dog y la hamburguesa, a capela qué zacapela de azufre nada más escuchado en la creación.
La novela también incluyó al etéreo personaje cañoneador. En Al revés, del galo J.K. Huysmans, se asienta que el romano Julio César era tan lacónico como un “pedo seco”; así, el brevilocuo, el ser de pocas palabras, le disputa polvorientas ráfagas al pedernal. Libro de sazonada irreverencia contra la religión, además de filósofos, pintores y literatos de toda laya, con estupenda abundancia de adjetivos que desmontó la tesis de Amado Nervo para quien la carretada de epítetos a ineficiencia equivalía. Escrito que mezcla sarcásticas denuncias al poder con asertos de homofobia, misoginia, contraandroginismo y antiemasculación, al tenor de “... hermafrodita o eunuco que se mantiene al pie del trono empuñando el sable, una terrible figura velada hasta las mejillas, y cuya teta de castrado cuelga, lo mismo que un calabacino...” , según se lee en una versión traducida de Ediciones El Caballito, 1980, en cuya portada está el título pero sin el nombre del novelista. Respecto a lecturas, musicalia y comentarios emitidos por el personaje ficticio de tal narrativa, el tecleador de Retobos Emplumados recuerda haber visto en los sembradíos de algún parrafito del violinista y crítico Héctor Máynes Champion que el afamado músico Camile Saint-Saéns, oriundo de Francia y autor de El carnaval de los animales, era furibundo antifeminista quien contra la igualmente creadora de clásicas partituras, su coterránea Luisa Farrenc, manifestó: “Una mujer que compone es una gallina que chifla”.
Análisis referente a las consecuencias de una enfrijolada
De vuelta a la personalísima repartición de los petardos, hay estudios muy sesudos que definen al pedo “Suspiro de un cadáver que no tuvo bálsamo ni funeral”, y al inolvidable Empédocles de Agrigento le dan la primicia de filosofar en torno a los intríngulis metafísicos del laico sermón de la retaguardia. A Montesquieu lo catalogan sucesor con sus Cartas Persas que ninguna similitud guardan con la borrachera epistolar que algunos creyeron descubrir bajo el tapiz de entrelíneas, sino la sublimación en correspondencia de los agrurientos maeses de artillería.
Hay tratados que versan acerca de la nomenclatura del pedo: Zacazonapan, aseveran los de la entidad mexiquense, aunque en Zacatecas hay lingüistas que se aferran a la alfabética propiedad del estallido, en tanto los de Zacatepec reclaman la hechura gramatical porque sus ingenios y gracia azucarada valen la zafra de un obús, pese a que con anterioridad se lo hayan agenciado los residentes de Zacatlán de las Manzanas, quienes ponen de ejemplo a don Adán, al que achacan ser primigenio fabricante de ruido en el paraíso, tras mordiscos al fruto tan deliciosamente prohibido.
Incluso hay modistos que volátiles sostienen que el pedo es prenda de vestir, un saco vistoso e imaginario en los delirios de mesié Dior. En otra acepción sin ropajes, predicadores sin otro templo que la intemperie de su propia lengua, pregonan en parques públicos que “El pedo es el alma de un frijol que volando se va al cielo”.
Este tundidor de teclas ha recopilado inferencias de peditos y pedotes que no cabrían en una cantina, pero si en la rumbosa Enciclopedia de la Fetidez:
Pedestal: Monumento a una olla de frijoles.
Pepe: Apócope dobleteado de un arcabucero.
Pedinche: Limosnero sin garrote pero con gastritis.
Pedrero: Sonoro alud desde la zaga.
Pedigrí: Explosión de mucha alcurnia.
Perorar: regaño de un empachado.
Perote: Azufrina gritería de los jarochos.
Pedante: Ruidosa soberbia del hartado.
Pedestre: Superficial orador de lo profundo.
Perito: Estruendoso dictaminador.
Carceleros de su mismísima explosión
Pululan inflamados que prefieren salvar el prestigio a costa de su prisionera sonoridad, implacables sacrifican una tripa, ahorcan lo estentóreo en patíbulos de intimidad, el grueso y el delgado se anudan en la hermandad de los condenados. ¡Qué mala entraña contra las entrañas!
El pedito retóricamente se vuelve habitante del mar entre los oleajes de una interrogación: ¿Qué pez? es el código que se dirige hacia la gula de un descarriado en parajes de doble sentido, una vez que hayan enganchado su odorífica presa los anzuelos. No hay purrum significa metafórica paz de cañoneros. Sin embargo, están los contrarios para quienes en los anales de una retumbante reflexión, el pedo es componente de la mística cohetería de un invisible y bullicioso pirómano escondido en las circulares tinieblas del pecado. Otros, a ese nebuloso ente lo encierran con las trancas de un pujido, lo inmolan en sus adentritos, ¡que no salga manque se desquite en la introspección de su arraigada balacera!
Así ocurrió con Juan Pérez García, uno de los que se arriesgaban a morir al interior de su artillería, a fin de que nadie oiga los disparos ni huela los mensajes de un remitente en conflagración. No seguía la displicencia de los cañoneros del Metro, ni de los que hasta en la multitud despliegan a destajo su arsenal nuclear.
Juan recluía cancerbero la naturaleza de su polvorín. Del duodeno no quedó ni el testimonio de un pellejito. Pérez acabó con sus manos cruzadas a la cintura, como si con ello aplacara las intestinas trifulcas en duelos de mortero. García casi moribundo se ovilló frente a una funeraria, gordísimo de tanto apresado tiroteo...
Pero, en cuanto el dueño del negocio que encajona los silencios se le aproximó para ofrecerle un paquete que incluía lavado intestinal del difunto (paque en la otra orilla no se le negara la entrada por escandaloso)... Juan García Pérez amnistió al regimiento de sus artilleros. Desde esa fecha es uno de los millones que en la ciudad intercambian saludos con balas de salva que, en efecto, salvan de perecer acribillado al que pretende enclaustrar el estallido. ¡Oda al pedo liberado! ¡Loor a los fugitivos de la birria y del pozole! ¡Honor a la fugacidad de los indultados!
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