Edición 220 |
Crisis: con la novedad de que… no hay novedad
CARLOS RAMÃREZ HERNÃNDEZ
Cuando estalló la gran crisis del capitalismo hacia mediados de los años setenta del siglo pasado, la conceptualización del conflicto se caracterizó como la “crisis general del capitalismoâ€. Y el punto de referencia insistió en el fin del ciclo de la economÃa de mercado y la irrupción de la alternativa del modelo económico y productivo socialista.
Más de treinta años después, el colapso del capitalismo carece de opciones. Si acaso, se percibe una insistencia en evitar un dato adicional a los más pobres, usar al Estado como mecanismo de asimilación de los sobresaltos y buscar mecanismos de modernización del sistema capitalista. No ha habido, pues, el planteamiento de una opción, es decir, propuestas de modelo de desarrollo y de polÃtica económica alternativas.
Lo más grave de la crisis es, por tanto, conceptual. Se trata de una crisis de paradigma económico, de ideas de desarrollo y de modelo productivo. En la comparecencia del secretario de Hacienda mexicano en el Congreso los legisladores del PRI y del PAN fueron muy exactos en su crÃtica destructiva al programa económico gubernamental para el 201 0 pero no ofrecieron un camino alternativo. El PRI se ahogó en el populismo de los setenta y el PRD se quedó empantanado en el neopopulismo cardenista.
La razón es explicable: el pensamiento económico mexicano es hijo bastardo del pensamiento polÃtico y éste resultó de una derivación directa del pensamiento social. En un estudio publicado a principios de los setenta, Controversias sobre el crecimiento y la distribución, el maestro Leopoldo SolÃs llegó a la conclusión de que el pensamiento económico mexicano tuvo siempre el estatismo histórico como una piedra atada al cuello. El neoliberalismo fue arrinconado en el baúl del conservadurismo y sólo pudo salir en los ochenta con su incorporación como ideologÃa ofici al en el sexenio de Miguel de la Madrid.
El pensamiento económico decidió muy pronto evitar el desafÃo de las ideas. En los años cincuenta, dos personajes básicos en la historia de las ideas mexicanas acotaron los espacios de movilidad de la economÃa: Luis Cabrera y Jesús Silva Herzog. Su tesis fue sencilla: la economÃa y el pensamiento económico tenÃan validez en tanto que se ajustaran a las exigencias de la revolución mexicana y de la economÃa social.
El problema del pensamiento económico mexicano es que está atado y subordinado al proceso histórico. Y la historia de México ha sido una consistente y larga lucha entre dos sectores: conservadores y liberales. Po r tanto, las ideas económicas carecieron de un espacio propio de reflexión. Y más aún, el concepto mismo de desarrollo se impuso en México hasta el siglo XX y como producto de la revolución mexicana. De ahà que el modelo económico haya tenido que someterse a la dicotomÃa conservadores-liberales.
La confusión llegó al absurdo de Carlos Salinas: liquidar el concepto histórico de la revolución mexicana para comenzar un proceso de ciclo regresivo de la economÃa de Estado. Pero para ello, Salinas rescató el concepto de liberalismo del siglo XIX -que fue más ideológico que mercantilista- y le puso el apellido social sólo para tranquilizar conciencias progresistas. Y asà el neoliberalismo fondomonetarista se aplicó como si fuera parte del rescate del proceso histórico liberal del juarismo, cuando en realidad se trató de un modelo mercantilista.
La crisis actual del capitalismo mexicano requiere de un nuevo enfoque del pensamiento social-pensamiento polÃtico-pensamiento social. Pero los polÃticos y los cientÃficos sociales sólo se atreven a mirar hacia atrás, aunque queden como estatuas de sal, como la mujer de Lot.
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