RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ
(Exclusivo para Voces del Periodista)
Parlamentar desde una hombrera
En un mediodía sabatino, sin el hábito descomunal del atestamiento, en la estación Quevedo... ingresó al métrico carromato una señora robusta, de ojos esforzadamente muy abiertos, como si pretendiera triturar al universo en la inminente catástrofe de su propio parpadeo. Causó expectación, más bien azoro, entre los pasajeros -además de su mirar abarcador- porque en una de sus acolchonaditas clavículas... hacía guardia un simpatiquísimo periquito, de un verdor tan intenso, que simulaba parapetarse en jade.
No hay estómago que hable una periqueada
Tardé una nada alburera parada, en decidirme a solicitar a tan empericada dama me permitiese tomarle una fotografía, mostrándole mi camarita lista a fusilarle una perpetuidad. Unos pasajeros, tal vez entre sí colegas laborales, cesaron la intimidad de su tertulia; otro, canceló la fugacidad de su coyotito con todo y el aullador ronquido; un joven de barbitas doctorales y anteojos de mucho aumento en circulito... postergó la apantalladora lectura de un librote que con antelación había extraído del sobaco: Metagoge paradigmática de la criptología sincrética; una parejita se tomó un respirito tras lengüeteadoramente indagarse el tañido de sus respectivas campanillas...
El pasaje en pleno sinodal... sin disimulo acezoso atendía la respuesta. Pero ésta ni en mímica llegaba mientras el tren sí llegó a Viveros. Sus ojazos eran moluscos hiperencueraditos, hechizantes, dispuestos a pestañear una constelación. Sin embargo, una voz pequeñita y agradable otorgó afirmativa la petición: “Saca la foto, pero que no te salga movida porque me marea el cha-cha-cha”. ¡Sí!, lorencísimos lectores del retobador, están en lo correcto, ¡del lorito surgieron las anuencias! Lo expectante de los usuarios aumentó en los estereotipos del asombro: los posibles compañeros de laboro escurrían una silenciada; el apantallante lector se quitó los lentes apantallado ahora él de apantallantes periqueares; el del soñar en abonitos parecía tornero facial con sus comisuras llenas de re-babas; los novios de lengüita campanera, escenificaron la muda perfección del réquiem.
Lo primero que se me ocurrió es que la mujer ventriloqueaba, pero rapidito entendí que sin vientre sólo loqueaba yo. El periquín movía su pico en dicción extraordinaria, su oralidad se acompasaba con tics de vivísimos ojillos y un rítmico aleteo como de brazos de enanito, de duende y alebrije, en explícito lenguaje corporal: “Soy yo el que parlamenta, no hay estómago que hable por mí, soy yo: perico-loro-cotorrito- no soy oso ni sollozo”, aclaró el lorito en loretísimo juego de palabras. Viré la testa pesquisando una explicación, empero, los demás ametrados se hallaban también en “choc”, en ascuas, chamuscándose sobre las brasas ardientes de lo inverosímil que de verdad se testifica. Algo por lo menos descubrí: no era mi delirio finisemanal el que solitario atestiguaba tan impresionante loretear.
¿Alguien ha oído parlamentar a las estatuas?
Intenté catapultar mis temores en un escupitajo. Imposible. Me atragantaba un bocado de sequía, pese a ello, resollé un trocito de valentía e imprimé la foto. El ave estremeció el vagón con una carcajada ¡un perico carcajeándose sobre el pedestal de una hombrera! “No temas”, me dijo, limpiándose con una culebrita negra los rescoldos de su risotada, y alueguito, blasfemante, se identificó: “No soy ave salida de un huevito de Satán, ¡soy San Miguel Arcángel a escala de una desplumada!”, y reanudó sus carcajeares perdiendo dos plumitas por su enfebrecido bracear de aleteos .
No sé si mi súbita mudez se debió al miedo o a que tenía vacío de interrogaciones el gaznate. El que sí se animó a emitir algo fue el de la siestecita, quien a dos manos liberándose de una cordillera de chinguiñas... dirigióse a los vagoneros tratando de tranquilizarnos con un vozarrón de estrépito: “¡No se alarmen, ese maldito pajarraco se me escapó de una pesadilla!”, y retornó a su siesta... o a su desmayo, ante la befa periquiana que -a guisa de espulgamiento- entre alas comelón se picoteaba lo escuchado.
El lengüeteador enamorado lopezvelardianamente se irguió a la altura de los héroes, pueque para impresionar a la muchacha y, aproximándose al cotorro-cotorro, con su índice diestro horizontal, pidió al alado: “Hurra, lorito, hurra, la patita lorito, la patita, hurra, hurra”, lo que recibió con mesfistofélica puntería fue una cerril zurra del perico, una cacota redondísima como pelota de básquetbol y, sin hurras, zurradísimo volvió con la novia buscando el consuelo de que otra vez le tañeran la campanilla.
El del apantallante librazo, con una sonatita de vaho despercudió sus espejuelos tallándolos con lo raído de una manga; se los puso con lentitud de aristocrática intelectualidá y, en repentina cátedra bien caché, sin ver a nadie, a todos ilustró: “No hay duda que todo es un remake del Pigmalión: el clásico, el del monarca-escultor chipriota que de las piedras hizo una estatua de mujer, la ebúrnea y sensual Galatea, a la que Cervantes arrejuntó a Elicio y Afrodita ablandara con riquísima carnita de doncella... y a la que Bernard Shaw re-creó ya de puro teatro, vendiendo flores en que los pétalos olían a tramoya. ¡Esa señora es la nueva Galatea y el avecilla Pigmalión!”, para de inmediato hundirse cabeceador en el marítimo apantalle de su marmotreto.
Puede ser milagro pajarear
Más carcajiento aún el periquito se puso tras escuchar la pigmalionada: “¡No te ocultes en letragua que sale de otro grifo!”, ríente ordenó el plumífero. El leedor de páginas caudalosas, tímido asomó un trocito de sus antiparras en oteo a su exhortador, zambulliéndose en el acto en el refugio de su apalabrado mar.
Los tertulianos estaban pálidos, en particular uno de edad intermedia, con un raro volován en el tabique como si hubiera respirado un edificio en los momentos del derrumbe. “¿Y si de veras fuese una liliputiense representación de San Miguel Arcángel?”, muy audible cuestionó a sus amistades. “¡La Guadalupana ya se presentó sin fotógrafo retratada en una laminita del metro Hidalgo!”, a todo volumen expresó a fin de sustentar la emperiqueante hipótesis de un sanmiguelarcangelino aparecimiento, trepado en la casi cúspide de una estatua.
La chica con dulzura empujó al novio con todo y campanilla, se puso de pie como una no pleonástica tribuna sin tribuna, asimismo, estaba demacrada, sus mejillas eran cáscaras de mango sin madurar. Se colocó ambos brazos a guisa de cananas... o como para esconderle oasis al sediento. E interrogadora convidó a la reflexión: “¿Han notado que mientras el periquito ríe, el tren se detiene para que todos oigamos su relajiento léxico que de seguro en clave algo notifica más profundo que el vacile?, ¿no les indica esto que abajito de lo sobrenatural hay un recado de Alguien que nos eligió para que al mundo decodificáramos un mensaje?”.
Una risa brutal por su potencia puso a guarachear al trenecito. ¡El periquín en alud expulsó una carcajada! “Ay, mi muñequita ya te contagió el del librote ¡mejor revisa otra vez la campanilla de tu changuito y luego me cuentas a qué te supieron los repicares!”, dijo el avecilla hombreada sobre una imparpadeante “Galatea”.
El dormilón despertó con sus lagañísimas casi diluidas en su propia chilladera. No era el único espantado: los novios, sin pecar, se hacían bolita para esconder el susto; los de la platiquita grupal se tornaron más ambarinos que chis de briagadales; el aristócrata de las leídas... re-ensobacó su tomote, empañando de pavor sus espejuelos...
Por más que quise disfrazar el pánico, los maxilares me maraqueaban una estridente delación. Me sentí responsable de la loreteada, pensé que si no hubiera requerido la permisión de imprimir una placa, si con inteligencia hubiera reumatizado mi dedo frente al obturador ¡no habrían ocurrido textuales cotorreos sin gracia desgraciados, desgraciadísimos, como empajarados chistoretes de Luzbel!
Todos me veían como si mis exiguas carnes fueran ya materia prima de taquero. ¡Creí que iban a lincharme para quedar bien con el cotorro, ofrendándole en tapete mi zalea! Hasta lo ateo se me quitó, intenté susurrar un Ave María, pero el ave diabólicamente chaparrita de un vistazo me intimidó. Y mis labios se apretaron más que la presunción de un vanidoso.
No, ninguno siquiera hizo la finta de atacarme. Todos, a excepción de “Galatea” y su pigmaliónica mascota... se pusieron de rodillas, parejitos, sin más libreto que argumentos del cus-cus. Y, bajo la guía del ex somnoliento, en beatificable corito, rezaron plegarias a San Judas Tadeo. Yo también me hinqué, también oré siguiendo la conducción del ex sestero, a Juditas le prometí teclear una crónica... si el loro no crecía en cóndor o dragón.
¡Hicieron efecto las corales súplicas! En Juárez descendió el malhadado pajarín y su escultura. Los demás, enconchados en nuestras respectivas aprensiones, bajamos en la siguiente tratando de aquietar el furor de tanta temblorina.
Lo primerito que hice fue ir a un puesto de revelado. Más tardecito, me resguardé en los sanitarios de El Club de Periodistas, y, en lo más exclusivo de un retrete, monárquicamente acomodado... de una sola resollada me animé a ver la foto: ¡”Galatea” era quien ahora hablaba, el lorito enmudeció en los mutismos del peluche!, para señalarme con húmeda voz de Cacahuamilpa: “¿No que muy librepensador?... ¡A que si le cumples a Juditas!”.
¡A que sí!, alcancé a mascullar sobre la aterrada solidaridad de mi artillería.
Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
More articles by this author
|