Bajo la sombra de la bestia neoliberal
Elecciones en
tiempos de cólera
ABRAHAM GARCÍA IBARRA
(Exclusivo para Voces del Periodista)
“Morelos se había convertido en refugio de forajidos. Vamos a extirparlos. Vamos a mandar a todas esas ratas a la cárcel, hasta que se pudran”. Era 1998. Esta fulminante advertencia del presidente Ernesto Zedillo marcó la suerte del gobernador de dicho estado, Jorge Carrillo Olea. Este mandatario se fue, pero las investigaciones federales pusieron a flote una fase de la nueva historia de Morelos primada por la podredumbre y la colusión de los aparatos de policía y de justicia con el hampa, en cuyo centro de gravedad, para efectos mediáticos, estuvo la figura de Daniel El mocha orejas Arizmendi, algunos de cuyos asociados fueron vinculados al nombre de Raúl Salinas de Gortari.
Se empezó a hablar entonces del Cártel de Morelos, cuya negocio más prospero era la industria del secuestro. En el escándalo político hubo una pieza clave: La recomendación 25/98 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos dirigida al Congreso del estado. Su análisis técnico-jurídico consignó cuatro casos concretos de homicidio, una desaparición, seis casos de tortura y lesiones, cuatro de incomunicación, cinco de cohecho y cuatro irregularidades en la integración de averiguaciones previas, cometidos por funcionarios públicos, sin que en los tres años anteriores se atendieran pedidos de informes a las autoridades responsables de violación de los derechos humanos. Fue esa recomendación detonante de los sensacionales hechos posteriores.
Ante el disimulo de los diputados locales aliados del gobernador, que incluso llegaron a la violencia en el recinto legislativo, el asunto llegó a la Cámara de Diputados federal. El coordinador de la bancada del PRD, Porfirio Muñoz Ledo calificó aquellos hechos como “una acción perversa que dice no al parlamentarismo y la democracia del país”. El presidente del PAN en turno, Felipe Calderón Hinojosa declaró: “En nombre del Partido Acción Nacional exijo tajantemente la renuncia del señor Carrillo Olea a la gubernatura de Morelos. Es inadmisible que sigan ejercicios tan pedestres del gobierno en funciones…”. En uno de los incidentes fue agredida la diputada local panista Margarita Alemán. Al respecto Calderón Hinojosa volvió a la carga: “Me parece un acto burdo, verdaderamente primitivo de parte del gobernador, a él le imputo directamente la responsabilidad de estos hechos”. Repetimos: La Comisión Nacional de Derechos Humanos, fue actor decisivo en ese proceso que culminó con la defenestración del priista Carrillo Olea. La CNDH y sus recomendaciones valieron para el resultado final de ese aquelarre.
Al intervenir en el caso, la Procuraduría General de la República, entonces a cargo de Jorge Madrazo Cuéllar, logró el arraigo del ex procurador de Justicia de Morelos, Carlos Peredo Merlo; el ex subprocurador, Augusto Borrego Díaz, el ex jefe de la Policía Judicial estatal, Jesús Miyazawa Álvarez y el ex comandante José Luis Estrada Aguilar, todos presuntamente vinculados al crimen organizado. Logró también formal prisión para algunos de los citados y otros, miembros del Grupo Antisecuestros, a quienes se les fijó una fianza individual de 500 mil pesos y les remitió a Almoloya de Juárez. Asumieron la defensa de los principales implicados los abogados José Manuel Gómez Mont y Federico Mayorga. El pasado 25 de junio, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, al intervenir en la Jornada 2010 de prevención de la tortura, exigió a los defensores de los Derechos Humanos no ser tontos útiles de una delincuencia a la que sirve deslegitimar, perseguir, contener, condicionar, debilitar la acción de la autoridad. Ah, que apellido Gómez Mont, tan versátil. ¿Y el Jefe Diego?
La democracia gomezmontiana
A Fernando Gómez Mont, algunos de sus oficiosos biógrafos le atribuyen papel central en “la transición a la democracia”, desde que fue representante del PAN ante la Comisión Federal Electoral, la misma que en 1988 avaló lo que el constitucionalista Antonio Martínez Báez tipificó como golpe de Estado técnico que permitió a Carlos Salinas de Gortari el asalto al poder presidencial. Siete años después, Gómez Mont renunció a su posición en órganos de dirección partidista y, ya como secretario de Gobernación, a principios de 2010 renunció a su militancia después del affaire de las alianzas electorales PAN-PRD.
Con independencia de su controvertida actividad privada como abogado, la hoja de vida de Gómez Mont no hace mérito a su rol en eso que algunos impenitentes ingenuos siguen llamando transición democrática, porque la única transición visible del sistema político mexicano ha sido hacia el saqueo del patrimonio nacional, la corrupción, la impunidad y la ingobernabilidad, elevadas al cubo durante diez años de presidencias del PAN. (En el lenguaje de viejos cronistas, los sedicentes políticos neoliberales se han lanzado sin freno a la prostitución, el robo y el pillaje). Salvo que de eso se trate, cuando se adjudica al personaje de marras un protagonismo en el cambio en la gestión y orientación de la res pública.
Es cierto que, desde que se creó el Instituto Federal Electoral, la Secretaría de Gobernación dejó de tener una intervención directa en los procesos electorales, pero tal estatuto no la exime, como responsable de la buena marcha de la política interior, de generar condiciones para que la formación de los poderes públicos, en cualquier escala territorial. se desarrollen con un mínimo de garantías para los partidos, los candidatos y la ciudadanía votante. Garantías, subrayamos, de paz pública y de respeto a la libertad de los electores antes, durante y después de su asistencia a las urnas. Y aun para los ciudadanos remisos. En esta asignatura, el déficit es de dimensión sideral.
Carta de navegación
rumbo al torbellino
Pasados en mayo los impresentables comicios locales en Yucatán, restan aún 13 estados en el calendario de 2010. Once con cambio de gobernador, congreso y gobiernos municipales: Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas. Baja California y Chiapas renuevan diputados y alcaldes. En todas esas entidades, como en el resto del país, a la incesante narcoguerra de plomo, se agrega la guerra sucia en la que están enfangados el gobierno de la República, los gobernadores, los partidos políticos, los candidatos y los institutos o consejos electorales. Escatología (como tratado de los excrementos) es un término poco abarcador para describir el inmundo y fétido escenario preelectoral, donde galopa una feroz manada acéfala, rebelde a toda autoridad, y menos cuando no la hay.
Con una confianza ilusoria -quién sabe realmente qué tan inocente- los dirigentes de los partidos contendientes, a saber: Beatriz Paredes Rangel (PRI), César Nava (PAN) y Jesús Ortega Martínez (PRD); coordinadores de movimientos coalicionistas como Manuel Camacho Solís; uno que otro francotirador como Carlos Salinas de Gortari, y hasta algunos promotores de observatorios “ciudadanos”, hacen cuentas alegres sobre los previsibles resultados de la jornada del 4 de julio, sobre los que piensan montar su plataforma hacia 2012.
Confianza ilusoria, repetimos, porque aún aquellos que están amafiados en y con los poderes fácticos (y los facciosos enquistados en los órganos electorales), entre los que se incluye por lo menos a un gobernador aspirante a la sucesión presidencial, hacen abstracción de la fuerza, la desfachatez y, sobre todo, la veleidad movediza de esos poderes fácticos y facciosos, activos en todas las instancias y direcciones de los procesos en perspectiva. Hacen disimulo, especial y sospechosamente, de los fines y los alcances de un viejo-nuevo jugador que ahora da la cara sin embozos: El crimen organizado que, compitiendo con la delincuencia organizada con antifaz “institucional”, tiene el control económico y territorial de los estados en disputa. ¿Y quién sabe hasta dónde llegará la mano negra de la Casa Blanca, cuando evalúe los resultados del 4 de julio (Día de la Independencia) y la correlación de fuerzas político-partidistas que de ellos surja? ¿Quedará tan satisfecha como quedó después de las elecciones presidenciales de Colombia?
1988, el año que
entramos al peligro
No se puede atisbar 2012, si no se consulta responsablemente el expediente nacional por lo menos a partir de 1988, año del gran fraude electoral, data regresiva de la Reforma Política de una década atrás, cuyo epígrafe lo escribió su principal impulsor, el maestro don Jesús Reyes Heroles, cuando advirtió, desde Guerrero, la insensatez de despertar el México bronco, que ahora ha dejado en pálida caricatura el México bárbaro de hace 100 años.
Data reversiva, la de 1988, en que posó su planta en México la bestia neoliberal, que se creyó tan audaz e infalible, no sólo para dinamitar el viejo Estado mexicano y sus más preciadas instituciones, sino incluso para “transformar la mentalidad de los mexicanos”, don y potencia expropiados a los mismos dioses, cualesquiera que éstos sean. Ahí puso su huevo el bebesaurio, que hizo de Atila un inofensivo muñeco para niños de pecho.
“Cabezas claras, lo que se llama cabezas claras, no hubo probablemente en todo el mundo antiguo más que dos: Temístocles y César; dos políticos. La cosa es sorprendente porque, en general, el político, incluso el político famoso, es político precisamente porque es torpe”. Lo escribió en su La rebelión de las masas, el filósofo José Ortega y Gasset.
Los herederos de
Diógenes el cínico
Así hablaba Ortega y Gasset: “Diógenes patea con sus sandalias hartas de barro la alfombra de Arístipo. El cínico se hizo un personaje pululante, que se hallaba tras cada esquina y en todas las alturas. Ahora bien: el cínico no hacía otra cosa que saborear la civilización aquella. Era el nihilista del helenismo. Jamás creó ni hizo nada. Su papel era deshacer -mejor dicho-, intentar deshacer, porque tampoco consiguió su propósito. El cínico, parásito de la civilización, vive de negarla, por lo mismo que está convencido de que no faltará. ¿Qué haría el cínico en un pueblo salvaje donde todos, naturalmente y en serio, hacen lo que él, en farsa, considera su papel personal?¿Qué es un fascista si no habla mal de la libertad y un superrealista si no perjura del arte? Mejor retrato hablado (1926) de los cínicos tecnoburácratas, priistas y panistas en el poder, no lo podemos encontrar ni en los imprescindibles ensayos del recientemente despedido Carlos Monsiváis.
La cita con Ortega y Gasset, nos la anima la observación de la fiebre cambista (en vario sentido) que en México atrapó a los tecnoburócratas desde el salinato mismo. Con Maculay, el autor nos recuerda que las civilizaciones griega y la romana sucumbieron a manos de una fauna repugnante. Dice el inglés: “En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos”.
Pero, de su cosecha, Ortega y Gasset aconseja: “Lo importante es la memoria de los errores, que nos permiten no cometer los mismos siempre. El verdadero tesoro de los hombres es el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantada gota a gota en milenios (…) romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután (…) el método de la continuidad es el único que puede evitar en la lucha de las cosas humanas ese aspecto patológico que hace de la historia una lucha ilustre y perenne entre los paralíticos y los epilépticos”.
La lucha entre primates
“Plagiar al orangután”. Esa es la misión que se dieron los tecnoburácratas mexicanos, ora priistas ora panistas. Por eso, la lucha de los contrarios en la actual hora de México, es una lucha entre primates. Ese es el signo que se cierne sobre la jornada electoral del 4 de julio. Es la pugna por una nación que han dejado desvertebrada desde que incitaron al México bronco.
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