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Presidente designado
El señor de las condolencias
ABRAHAM GARCÍA IBARRA
(Exclusivo para Voces del Periodistas)
Dejad que los niños se acerquen a mi.
Jesús
Aquel niño tendría apenas diez años, cuando el incivil Felipe Calderón Hinojosa se arropó en el uniforme de general de cinco estrellas -comandante supremo de las Fuerzas Armadas mexicanas- y proclamó la guerra narca. Es más o menos la edad que tenían los hijos del mandatario, cuando éste los exhibió en el balcón central de Palacio Nacional, también enfundados en uniformes de oficiales de grado medio del Ejército. A los 14 años, El Ponchi fue exhibido por el gobierno de Calderón en las pantallas televisivas, rodeado en formato diamante por militares encapuchados que lo hicieron declarar que decapitó a cuatro personas, y luego algunos medios, “informados” por el gobierno federal, le imputaron haber participado en más de 300 asesinatos. No se le ofreció, a ese pequeño ser, el beneficio de testigo protegido que la Procuraduría General de la República otorga a otros torvos matones para que delaten sin pruebas contundentes a quienes el régimen quiere vestir de jaula. El Ponchi es la viva encarnación de humanismo político que pregonan el Partido Acción Nacional y el propio presidente designado. Es época de Navidad, y ése es el aguinaldo que El señor de las condolencias cotidianas ofrece a la infancia mexicana. Entre 2006 y 2010 la guerra calderoniana ha dejado más de 32 mil niños huérfanos. ¿Qué regalo de Reyes harán casi 23 mil viudas a sus desamparados vástagos?
Memoria de El petardo
Le decían El petardo, en homenaje a su verbo explosivo y mordaz, y su ánimo incesantemente caldeado. Así era su pasión por la causa. Se llamó Gerardo Medina Valdés, y tenía convertido su destartalado escritorio -allá por las calles de Serapio Rendón, tétrica sede del viejo Partido Acción Nacional (PAN)- en una auténtica tronera, desde donde no dejaba reposar su añosa Remington, que usaba como el rifle de precisión de la misma marca en contra de los adversarios partidistas, políticos o doctrinarios. Decir doctrinarios implica que, en el combate retórico, todavía era posible escuchar ideas, a veces luminosas e iluminantes. En este terreno, cada quien atrincherado en su credo político, cruzaba espadas con el entrañable y extrañado Enrique Ramírez y Ramírez, militante de izquierdas, fundador y director de El Día, a quien, de su lado, se le conocía como El martillo ideológico, título con el que lo identificaría Vicente Lombardo Toledano.
Gerardo hizo de su función como gestor y ariete propagandístico de la agenda del PAN, verdaderos prodigios, habida cuenta la leyenda negra del partido -reputado como heredero del más acedo y belicoso conservadurismo del siglo XIX-, que lo mantenía recluso en el cerco informativo que le imponía el régimen priista, que entonces parecía imbatible. La Nación, órgano oficial del PAN, tuvo bajo el vitriólico mando de Gerardo una de las épocas más aguerridas, incisivas y corrosivas. De sus quemantes textos, de sus estridentes incursiones parlamentarias o de la amable plática en corto con ese insobornable mexiquense, siempre recogía uno la señal del cuadrante en que se movía el panismo histórico, que se reclamaba depositario único del monopolio de la oposición, pues otras corrientes políticas eran, para el PAN, simples satélites o “meros paleros del PRI”.
En esos aciagos y atormentados tiempos panistas, en que ciertos escribidores antipriistas identificaban al partido de Manuel Gómez Morín como “la única, heroica y gloriosa oposición”, nos tocó, casi cotidianamente, compartir con Medina Valdés, don Luis Calderón Vega -padre del autodenominado Hijo desobediente, hoy autodenominado “Presidente de México”, según pie de pantalla infaltable, que hace recordar que, en otra época, al jefe de Gobierno y de Estado le bastaban para ser identificado las siglas GDO, LEA o JLP- y Eugenio Ortiz Walls, entre otros, el mañanero placer de las fritangas rociadas con la copa de tequila, irreverente deleite matinal no siempre bien visto por los beatos patronos azules. “Patronos”, sí, porque a su magra protección se acogían los abnegados operadores que hacían la talacha partidaria de tiempo completo, mientras que aquéllos fabricaban fortunas en sus glamorosos consultorios jurídicos o en selectos despachos de las instituciones bancarias o de las cúpulas empresariales.
… Y aun sin el Presidente
Para el panismo “encatrinado” de aquellos años, era de bastante mal gusto el agachismo de los priistas, sobre todo en el destape de candidato presidencial -del delfín o del príncipe heredero-, en que resonaba por todo el territorio nacional la estampida de los búfalos, o después de cada triunfalista informe de gobierno, pasado por la filosa criba de los oradores o escritores panistas, que no veían en ese evento ritual más que la danza de los millones y la exultante, babeante glorificación del “jefe de las instituciones nacionales”. Fue en una de esas ocasiones en que, en la charla con Medina Valdés, éste pontificaba: “La República marcha a pesar del presidente, por encima del presidente, contra el presidente y aún sin el presidente”.
Aunque eran días en que el ex jefe nacional del PAN y ex candidato presidencial José González Torres, sostenía como postulado para nuestro futuro colectivo una Nueva Edad Media Americana, el sentido de la expresión de Medina Valdés no era per se contra la institución presidencial, sino contra su degradación por los priistas. Y más que eso: la censura a la perruna aceptación del concepto de México como país de un solo hombre. Ecuánime en el diálogo casi amistoso, don Luis Calderón Vega -padre de El hijo desobediente- terciaba en la conversación para avalar a nuestro energúmeno interlocutor, si bien procuraba racionalizar serenamente sus juicios con la argumentación política. A propósito de racionalizar, Medina Valdés emparentaba ipso facto el verbo con racionalismo, y entonces era todo negación desde su militancia religiosa, católica desde luego, marca de la casa azul.
No, al país de un solo hombre
El punto de este ejercicio memorioso es ese: La acerada contumacia de aquel PAN contra la odiosa sacralización de la figura presidencial, a expensas de la todavía respetable y respetada investidura constitucional. No, al país de un solo hombre, era el eje discursivo. Pues, ¿no Plutarco Elías Calles, en la gestación del Partido Nacional Revolucionario, propuso no más país de caudillos, sino país de instituciones, según solía recordarlo Manuel Gómez Morín al hacer trizas el desviado, acaso por falso, legado del callismo?
Es el caso que, congruente con el abandono de su doctrina fundacional, el PAN en el poder presidencial se ha acogido a la perversa praxis priista que con tanto furor condenó desde la oposición. En la entrega anterior (Voces del Periodista 247) retomamos un ensayo del panista Juan Miguel Alcántara Soria titulado De la esquizofrenia a un verdadero Estado de derecho, en el que el autor denuncia la concentración de poder por el jefe del Ejecutivo federal como jefe de Estado, jefe de Gobierno, jefe del Ejército y de las Fuerzas Armadas, jefe del partido dominante y jefe de Televisa, “además de otras sumisiones incondicionales. El inmenso poder puesto en un solo hombre, escribió a principios 1997 Alcántara Soria, es capaz de corromper al hombre, al poder y al país. Nótese que habla de poder; no de autoridad, que no se reconoce a quien éticamente no la acredita.
El año de 1997, nos parece un año axial en nuestro calendario político: Asesinatos de los priistas Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, y misteriosa muerte del panista Manuel de Jesús El Maquío Clouthier de por medio, se cumplía una década del monstruoso fraude electoral maquinado por la dupla tecnoburocrática Miguel de la Madrid-Carlos Salinas de Gortari. Golpe de Estado técnico, lo codificaron algunos constitucionalistas. Cuando Alcántara Soria censura “el inmenso poder” detentado por el presidente de la República, pretende olvidar que también se cumplía una década de que el PAN, presidido por Luis H. Álvarez -honrado hace algunas semanas por el Senado con la medalla Belisario Domínguez-, firmó la alianza estratégica con el usurpador, con la que se permutaron cínicamente legitimidad de gestión por concertacesiones electorales, como santo y seña de una “democracia” selectiva en la que al Partido de la Revolución Democrática le tocaba poner los muertos.
En 1997, meses después de lo escrito por Alcántara Soria contra Ernesto Zedillo Ponce de León (a quien imputó la manipulación del Congreso de la Unión para malversar una iniciativa de reforma electoral), éste puso pica en Flandes sobre los lomos del PRI -con el que había decretado una “sana distancia”-, al perder en las elecciones federales intermedias la correlación favorable al tricolor en la Cámara de Diputados y entregar el gobierno del Distrito Federal, nervio vital de la República. Quedaba desbrozado el terreno para que, en 2000, el PRI cediera la Presidencia de la República al PAN, acto culminante de la alianza estratégica. Los dos años documentados, fueron tomados por algunos politólogos como data inaugural de la transición democrática. El entusiasmo de aquéllos fue tan desbordado, que acuñaron el concepto de Metapolítica para anunciar la nueva era de la democracia mexicana.
A partir de 2000, no faltó ingenioso que propusiera que, para hablar del PRI, en lo sucesivo se recurriera a la Arqueología. Pero, a partir de 2000 también, es sugerente ver el acontecer presidencial hasta nuestros días desde las fuentes de la Psiquiatría, en cuyo caso la disciplina de estudio tendría que ensayar el diagnóstico sobre la Esquizofrenia , ese síndrome que sirve al título del ensayo del panista Alcántara Soria, tantas veces aquí citado.
“El elogio de la locura”
Al producirse el choque de trenes entre Zedillo Ponce de León y Salinas de Gortari, éste -desde su condición de homicida infantil- aventuró una especulación siquiátrica al señalar que el actuar de su sucesor estaba influido por “traumas infantiles” no superados. ¿Qué sabía, qué sabe, Salinas de Gortari, que ignora el resto de los compatriotas? Practicante, al parecer, de la Ciencia Infusa -acaso un incomprendido demiurgo-, el propio Salinas de Gortari, casi al terminar su mandato constitucional y a punto de empezar a ejercer su minimaximato, en entrevista periodística proclamó Urbi et Orbi que lo que más le llenaba de satisfacción, era haber logrado durante su sexenio transformar la mentalidad de los mexicanos. (¡¡¡). Los caminos de Dios son insondables.
En cuanto al panista Vicente Fox, quien según la luna que le alumbre unas veces se asume filántropo y otras actúa como misántropo, no hace falta la ciencia del doctor Ernesto Lammoglia. Es posible que un día de éstos Wifileaks nos ponga en conocimiento el texto completo del dictamen redactado en la Santa Sede sobre el estado de las neuronas del esposo de “la señora Marta”. Dada la infalibilidad del huésped del Vaticano en turno, esa verdad revelada debe ser incuestionable para el catolicismo panista.
Y ¿desde qué recónditas células nerviosas le vino a Felipe Calderón Hinojosa presentarse como El hijo desobediente? Aquí sí que el doctor Lammoglia podría asistirnos para saber si en el subconsciente del Presidente designado anida el Complejo de Edipo. En ocasión de su campaña por la gobernación de Michoacán, Calderón Hinojosa solía decirle a sus paisanos que su formación como hombre y como político se la debía al ejemplo de su padre. (A la luz de los resultados electorales, todo indica que los michoacanos no se tragaron esa rueda de molino.)
Sin embargo, quienes tuvimos trato personal con don Luis Calderón Vega, podemos dar testimonio de la diferencia de caracteres. Cuando don Luis renunció al PAN a mediados de los ochenta del siglo pasado, declaró que lo hizo porque el partido -del que fue un leal biógrafo- había abandonado sus principios y valores fundacionales. Esto no obstó para que El hijo desobediente permaneciera en el seno del partido y de su permanencia sacara apetecibles usufructos con envidiables creces.
“Inescrupuloso y desleal”
¿De quién es “hijo desobediente” Calderón Hinojosa?¿Es Calderón Hinojosa confiable? En carta personal, después de que el michoacano asumiera la jefatura nacional del PAN, Carlos Castillo Peraza -su mentor político- le planteó su inquietud por una íntima confesión que escuchó de aquél, en el sentido de que no encontraba su alter ego. En uno de los párrafos de la misiva, Castillo Peraza le advierte a Calderón que nadie se sentirá su “otro yo”, si le revisas todo, si le sospechas todo, si le desconfías todo. “Así”, le escribe, “nunca encontrarás los alter ego que hoy necesita un presidente del PAN (…) y sabrás de todo, pero no presidirás y tendrás a la gente en el temor (…) Tu naturaleza, tu temperamento es ser desconfiado hasta de tu propia sombra”. El difunto yucateco, último pensador del PAN, le diría a Julio Scherer García que Calderón Hinojosa “es un ser inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y personas”. Scherer García es el creador de Proceso, que difundió aquel testimonio de Castillo Peraza. Hoy, publicación está en la vengativa mira de Calderón Hinojosa.
Sabrás de todo…
pero no presidirás
“Sabrás de todo, pero no presidirás”. Premonición, sentencia, ¿profecía? Qué puntería la del sabio yucateco. Lo dicho, el quehacer público en México parece descarrilado y si no puede leerse con la óptica de las ciencias políticas o sociales, hay que explorar en la Psiquiatría. No en balde, son cada vez más las voces que plantean que es llegada la hora de someter a revisión siquiátrica a todo aspirante a cargos de elección popular; más, si se trata de la más alta magistratura de la República. ¿Quién le pone el cascabel al gato? O al perro de adelante, según figura empleada por el propio Castillo Peraza.
Si recién investido jefe nacional del PAN, Calderón Hinojosa no encontraba su alter ego, doce años después, como presidente designado, ¿ya lo encontró? Todo indica que no. Pero porfía tercamente: Lo sigue buscando en su incesante trote por cuanto set televisivo y cabina radiofónica se le atraviesa. Es posible que, dentro de 22 meses, los especialistas en la materia -como otros lo harán con los cadáveres apilados durante el sexenio-, nos empiecen a ofrecer los resultados del monitoreo del tiempo-aire que empleó el mandatario en su interminable expectoración pública, tiempo que otros jefes de Estado ocupan en gobernar. Mientras esos hallazgos contables aparecen, desde ya existe una percepción generalizada de que, al 2010, con cuatro años de Calderón Hinojosa en Los Pinos, se completa una década más perdida para México.
A principios de diciembre, la agencia chilena Latinobarómetro, que sondea el estado de la opinión pública en 18 países de Latinoamérica, dio a conocer los resultados de su encuesta 2010. En cuanto a México, reporta que 69 por ciento de los entrevistados está insatisfecho con el funcionamiento de la democracia. La media de satisfacción con ese sistema de gobierno para la región es de 44 por ciento; en nuestro país es de 27 por ciento, mientras que en Uruguay es de 78 por ciento y en Costa Rica de 61 por ciento.
En otro apartado, a la pregunta sobre el grado de satisfacción con el funcionamiento de la economía, el resultado para México se condensa en la repuesta de 80 por ciento de los entrevistados que no está no muy satisfecho o nada satisfecho. Sólo 17 por ciento (hablamos de 112 millones de mexicanos) se dice muy satisfecho o satisfecho. La media regional de satisfacción para la región es de 30 por ciento. Uruguay reporta 54 por ciento de satisfacción; Chile, 49 por ciento; Brasil, 47 por ciento y hasta Venezuela 38 por ciento. Dos indicadores, nomás, que retratan la Patria ordenada y generosa que prometió el PAN de llegar al poder.
“La cantante calva”
Existe el Método Ollendorff, un proceso didáctico aplicado al aprendizaje de idiomas. Verbigracia: Primer interlocutor: ¿Ya fuiste a ver las ofertas del Palacio de Hierro? Segundo interlocutor: “Ayer el regente puso en servicio las pistas de patinaje sobre hielo en el Zócalo”. Primer interlocutor: ¿Dónde pasarás las vacaciones de fin de año? Segundo interlocutor: “Creo que los mariscos que comí en la tarde me provocaron urticaria”. Ese caótico “método” de comunicación parece el adoptado por el PAN-Gobierno frente a los clamores de la población por el deprimente estado de cosas que la agobian. Ante la irritación y angustia sociales, el Presidente y sus chalanes sueltan a borbotones choros y chorros de autocomplacencia por lo bien que están conduciendo a la Nación. Parece una puesta en escena de La cantante calva.
Entre los últimos días de noviembre y los primeros de diciembre, la Presidencia de la República montó espectáculos de celebración de los 10 años del PAN en Los Pinos (reality show al que Fox se negó a asistir) y los primeros cuatro años de la presidencia calderoniana. Fue una agenda descaradamente electorera, en la que, en voz de Calderón Hinojosa, el villano favorito fue el PRI: Con la vista puesta en el 2012, el mandatario, actuando como jefe de partido, arengó: México no merece quedarse varado a mitad del camino del cambio “democrático” que hemos emprendido “y mucho menos la tragedia de regresar a lo antiguo, a lo autoritario y a lo irresponsable, pues ello significa pobreza, corrupción, negación o simulación de la libertad y el derecho”. ¿Amnesia? Freud exploraría la transferencia de culpa.
Cambio “democrático”
De cambio “democrático”, habla paladinamente Calderón Hinojosa. Vicente Fox blasonaba que, el suyo, era el primer gobierno democrático en la historia de México. ¿Qué morboso síndrome ataca a los panistas, que no cesan de burlarse de la inteligencia de los mexicanos? Está ya sobre rieles otra sucesión presidencial y todavía no se acallan la voces que mantienen viva la sospecha del fraude electoral de 2006 y lo equiparan al de Salinas de Gortari en 1988. Acaba de consumarse el cambio en la dirección nacional del PAN, y ni los más leales publicistas del PAN de hace tres décadas encuentran en el proceso un atisbo de democracia. Por el contrario, ven en el nombramiento de los nuevos directivos la mano autoritaria de Los Pinos ¿De qué habla, pues, el presidente designado?
Cambio sí, en la acerdada nómina burocrática. ¿De régimen? Ni pensarlo. Por eso, como lo decía Gerardo Medina Valdés en involuntaria evocación de Vargas Vila, la República marcha como manada acéfala.
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