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Edición 255

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retobos

Qué mona sexualidá

Mercaderes de la estafa... del milagro y la  blasfemia hacen negociazo: en poquitos días de frotarse espumoso champú de champurrado... los calvarios lucirán rugidoras melenotas; los panzones, con tal sólo atragantarse con una pildorita... abandonarán sus llantísimas en cualquier refaccionaria; la prietez será pretérito sombrío... a untaditas de luna derretida. Pero el milagroso bisnes que más reditúa... se halla en atender a los que involuntariamente ya no pueden pecar en el colchón, quienes con unas cuantas gargaritas de re-parador elixir, se liberarán de la indeseable virtud en los petates... milagrosamente transformados en primaverales asnos, faunos y caguamos.

 

¡Póngase chango!

A los milagreros de la industria ni con el salivario se les puede sancionar. A quien intentó bajarles un tantito la careta, sin prefacios descaradamente fue corrido. El mercado de los que buscan rechinar hazañas en el box spring es enorme, algunas estadísticas refieren que más de la mitad de machos locales tiene problemas de eyaculación precoz e impotencia, que cuando bien les va culminan el ceremonial del zangoloteo con la puntualidad del tren bala y... con frecuencia ni a la estación llegan o, peor aún, ni siquiera se detienen en los paraderos de la ilusión. Antes de abordar, se descarrilan, con la demoledora pureza de su caída.

Por eso el más macho de los machos encubre aquellas volcaduras con un bigotazo bien teñido de negruras. Y en la sonoridad de sus tertulias recita y receta -a otros también literalmente descarrilados- múltiples proezas en el catre de las fábulas. No hay borracho que no sea prócer, ni macho que acepte su castidad irremediable.

 

Los maeses del re-ponedor marketing, difunden la imagen de un varón derrotado en los sudorosos ritos del clinch, el cual tras consumir un brebaje de plantas... y pies de divinizada caminata... repentino se estereotipa en machazo de pobladísimo mostacho, a dos manos sosteniéndose la escenográfica y rigurosa monumentalidad que le funge casi de tripié. Con unos cuantos sorbos de menjurje, la pecaminosa y bienvenida vitalidá le hace seducir a la mismísima Señora de la Guadaña, penetra en ella y, en dialéctico machismo, hacia la Muerte bombea caudalosa vida.

 

 

No todo, empero, es engañifa mercantil ni encubrimientos de pecadora imposibilidad.  Un texto intitulado Alma mía, sintámonos changos, del Abate Benigno, inicia con una jocosa y real travesía: “... El sabio cirujano Voronoff,/ ante un congreso de eximios/ colegas suyos probó/ que injertándole unas glándulas/ de gorila a un sesentón,/ de anciano achacoso en joven/ de veinte años lo convirtió...”.

 

Abate Benigno es pseudónimo de José Gómez Ugarte, quien en los 30’s dirigió El Universal, lo arribita extractado forma parte del libro Predicando en el desierto, pero Voronoff no es alias, se trata de un médico de origen ruso avecindando en Francia, quien por 1920 trasplantó testiculares glándulas de chimpancé a humano, a un paciente de copiosos calendarios, operación de resultados pecaminosamente celestiales, ya que médico y cliente definieron exitazo la cirugía: el viejecito abandonó el arsenal de sus achaques, al igual que la imagen de una ancianidad beatificada, más allá de la inofensiva lectura puso en práctica la sabrosa sabiduría del Kama Sutra.

 

PINO

Sergio Voronoff salió de su país antes de la Revolución Rusa, celebérrimo devino hasta el sarcasmo por sus changuísticos injertos, aplicados únicamente a hombres muy viejos y riquísimos de arrugas y dinero, ansiosos de gastarse sus fortunas en un quirófano, con tal de recuperar las benditas condenaciones del meneo.

 

Sí, don Sergio fue real, pero lo que no parece auténtico es el milagro de la vigorosa restitución, ni que haya operado al novelista y Nobel, Anatole France, quien -según picantes chismecitos de  otrora- fue intervenido cuando ya rebasaba los 60 abriles y con una década de pudor no requerido... dizque Voronoff le quitó sus marchitos cacahuatitos, colocando en su lugar testículos de un monote que dejaron al escritor en gorilesco estado de pecar.

 

De otro Nobel novelador, el noruego Knut Hamsung, autor de Hambre y quien avaló la presencia nazi en su terruño... los declamadores del chismorreo, en recital vocean que acudió a la clínica de Eugenio Steinach, un doctor austriaco que también adquirió notoriedad y dinerales abriendo con su bisturí portones de cada escroto, en una especie de vasectomía, poniendo a su avejentada clientela con más bufidos que búfalos en celo.

 

A México, asimismo en los 30’s, llegó un “científico” estadounidense, John Brinkley, “sabio” topeteadoramente milagroso, pues injertaba en hombres ¡testículos de chivo!, a fin de que sin chivearse copularan hasta el tope literal.

 

En el ensayo Una radio entre dos reinos, de José Luis Ortiz Garza, está el relato acerca de Brinkley que en los 30’s tan reiterados, obtuvo del gobierno mexicano una concesión radial en la que anunciaba su práctica de injertar testiculares glándulas de chivito, en añosos caballeros recluidos en la terrible beatitud de los camastros.

 

Aparte de que “.. los viejos lleven ideas jóvenes...” , el concesionado publicitaba que sus trasplantes deparaban una vida sexual de garañones, amén de combatir hemorroides, demencia precoz, epilepsia, melancolía, diabetes, várices, neurastenia, hernias, arterioesclerosis...

 

John Brinkley es pater miracolusus de actuales mercadólogos de la milagrería, magnate de la radio contra cuyas actividades la autoridad USA previno a su similar mexicana, pese a ello, en la localidad coahuilense de Acuña, le otorgaron permiso de operar al aire... y a los testículos.

 

La anuencia provino del secretario de Comunicaciones Juan Andreu Almazán, seguidor de Madero, seguidor de Victoriano Huerta, seguidor de Zapata, seguidor de Villa, seguidor de Elías Calles... seguidor de la espalda ajena a la que palmeaba, se encaramaba y apuñalaba, en seguiditas sucesiones de variante persecución.

 

Mister Brinkley era corruptísimo. El señor Almazán era corruptísimo. La hermandá y los milagritos estaban garantizados.

 

Grandezas implantadas

 

Los trasplantes con frecuencia han tenido derivaciones terribles, aun así, hay personas que a todo se arriesgan, con tal de abombar sus nalguitas en bamboleante posteridad de tentaciones; o pagan porque les drenen una tempestad de colágeno... hasta que sus labios tengan el grosor de cinco gajos de toronja; o retacan senos de hule espuma para que beba desbordantes espejismos el sediento; o...

La publicidad vende milagrotes, en abonos o al contado comercia cómo ver y, sobre todo, cómo verse, se cuela a lo más inhóspito de las neuronas y en ejército recluta su clientela.

 

2PINO

El doctor Voronoff

 

La pertinaz insistencia de lo inverosímil coloca precio al fraude y lo fantástico, etiqueta lo impune, lo que sonaría a despropósito ya es creíble, por ejemplo, para corregir desde la disfunción eréctil, hasta el mal olor, un lujoso cartelito ofrecía trasplantes de ¡huevos de avestruz!

 

El tecleador de Retobos Emplumados, fue a la Cerrada de Beristáin 27, en la colonia Nueva Aztlán, a conocer al “eminente especialista en reposición de amores” , endocrinólogo y tarotista Tricheur Maquereau, según indicaban las leyendas de su cartel.

 

Intuía el retobador que una entrevista le sería denegada, por tanto era indispensable hacer cita en condición de paciente. Alquiló el investigador un trajecito apantallador que le diera imagen de pudiente. Tras secretariales protocolos fue recibido por don Tricheur, un cuarentón güeramente oxigenado, quien vestía una fosforescente batita, de la que colgaba un estetoscopio que también cintilaba. “Aunque sé que se duda y más de uno me insulta de charlatán, le aseguro que -triunfalmente- he trasplantado huevos de avestruz”, dijo, estirando los labios después de cada sílaba, con un acento de impostación nasal y desfigurándose el rostro en un sonrisota de maizales.

 

Quiso rebatirlo el redactor, opinar que el único implante posible sería con ge y con diéresis. Desistió. Confrontarlo impediría cualquier información. Una hilera numerosa de jóvenes y viejos, hacía antesala, en ellos estaba la desolación... y la noticia. ¿Qué habrá en la intimidad craneal que impone hambre de anzuelos?

 

Maquereau pareció descubrir la estratagema del de los Retobos Emplumados, se desenmascaró la sonrisa y el maíz, entre dientes explicó que se hallaba en extremo ocupado y, con una mano corredora, indicó la salida. En el umbral esperó aquél a uno de los que venían de la consulta, uno de años pasaditos, de aspecto gozoso, como si desde el semblante algo a lo Violeta Parra le agradeciera a la vida.

 

Luego de varias horas... llegó el esperado, con el mismo rictus de gratitud carnavalera. De buen ánimo y sin preámbulos de interrogación, explicó que sólo entró a dar su reconocimiento más enfático a Tricheur Maquereau, quien tiempo ha le implantó huevos de avestruz, restituyéndole el fulgor de la existencia.

 

Añadió en un enigma que su dicha precedía de un avestruzado injerto sin metáforas, a tener siempre la cabeza enterrada en júbilo de raíz.

 

El retobador desde entonces elucubra que también se trasplantan los placebos.

 

 

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