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Edición 256

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Japón contamina radiactivamente

cielo, océano y tierra

 

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Sobrevivientes del terremoto del 11 de marzo transportan cajas con ayuda hacia un albergue

en Otsuchi, de la prefectura de Iwate, en el noreste de Japón

Antecedentes

Ningún totalitarismo ha estado exento de masivos accidentes nucleares, sean estatales, sean neoliberales, cuando los errores humanos de juicio y operación han contribuido determinantemente en su detonación.

Tampoco cierto tipo de humanos requiere de “accidentes” para lanzar sus bombas radiactivas a las poblaciones civiles, como fue el caso de Hiroshima y Nagasaki devastadas por Estados Unidos.

Según el libro La decisión de usar la bomba atómica y la arquitectura de un mito estadunidense (Knopf, 1995), de Gar Alperovitz, basado en documentos desclasificados, Estados Unidos lanzó sus dos bombas radiactivas para prevenir una invasión de la URSS a Japón, sin haber importado el “daño colateral”. ¡La demencia total!

El primer accidente en la isla de Tres Millas (Estados Unidos) en 1979 fue de corte neoliberal y su propiedad pertenecía a la antecesora bursátil de First Energy Co.

La planta de Chernobil, manejada por la URSS, es la única en haber alcanzado “el nivel 7” en la Escala Internacional de Eventos Nucleares (INES, por sus siglas en inglés) de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), hoy fatídicamente dirigida por el japonés Yukiya Amano (tan duro con el proyecto civil atómico iraní y cuán dócil con la planta bélica clandestina israelí de Dimona.)

Chernobil devastó la economía soviética y fue uno de los detonantes de su disolución tres años más tarde.

La empresa privada TEPCO -primera entre 10 de Japón y cuarta del mundo (detrás de las germanas E.ON y RWE, y Electricité de France)- es a la industria eléctrica lo que la anglosajona BP es al mundo petrolero: sus depredaciones y mendacidades no son “accidentales”, sino adictivos.

Hace nueve años la contaminadora nuclear TEPCO había ocultado y falsificado anomalías en sus plantas, lo que llevó al cierre de 17 reactores.

Stephanie Cooke documenta en su libro, que resultó premonitorio -En manos mortales: una historia preventiva de la era nuclear (Bloomsbury, 2009)-, que TEPCO confesó “más de 200 (¡súper sic!) incidentes durante dos décadas entre 1977 y 2002 de haber sometido falsos datos técnicos a las autoridades”.

En un caso sensiblemente tan delicado como el nuclear, donde se encuentran en riesgo la salud y la integridad sico-física de los ciudadanos, no se puede confiar en los datos de trasnacionales volcadas en maximizar el lucro, ni mucho menos, en los “avales” y “vales” de gobiernos coludidos.

Con la venia de las hilarantes “reguladoras” seudoestatales -que vigilan más la continuidad de las ganancias de las depredadoras empresas privadas que la seguridad y salud de los ciudadanos, a quienes falsamente pretenden proteger-, TEPCO ocultó numerosos “incidentes” nucleares, entre ellos uno “muy crítico” en 1978.

El terremoto de 2008 ya había orillado a que TEPCO cerrara la planta nuclear de Kashiwazaki-Kariwa.

Wikileaks ha filtrado que las obsoletas plantas niponas (de “segunda generación”, cuando nos encontramos en la “cuarta generación”) no están diseñadas para soportar un temblor mayor a los 7 grados Richter. El terremoto, al unísono del tsunami, que dañó los reactores de Fukushima, fue de nueve grados Richter, es decir, sucedió lo que “técnicamente” tenía que acontecer.

Hechos

Todavía los ciudadanos del mundo no nos reponemos del pánico ambiental propiciado en el Golfo de México por la criminal petrolera privada anglosajona BP (en colusión con Schlumberger/Transocean, Halliburton y tutti quanti) cuando la irresponsablemente criminal TEPCO -que impúdicamente ostenta el logotipo mutante de Mickey Mouse (no es broma), pese a su alta letalidad ambiental nada cómica-, ha arrojado al mar aledaño 11 mil 500 toneladas de agua radiactiva (que sirvió para enfriar los reactores averiados), lo que ha perturbado a China y Corea del Sur y ha obligado a India a cesar su importación de alimentos de Japón, cuya industria pesquera deja alrededor de 18 mil millones de dólares al año (insignificante en su economía.)

Está bien que no sean responsables de la conducta de los pérfidos vientos en su propagación radiactiva de isótopos nocivos para la salud, ni de su decantación aleatoria en los suelos, ¿pero cómo permitió el gobierno de Japón que TEPCO contamine unilateral y deliberadamente el océano, que no es su propiedad? ¿Goza TEPCO de licencia neoliberal para asesinar?

El periodista israelí Victor Kotsev es sumamente feroz, aunque un tanto exagerado (Asia Times, 7/4/11), y cita a Yukio Edano, secretario del jefe del gabinete nipón, quien admitió que el derrame incontrolado (sic) de contaminación radiactiva “tendrá un inmenso (sic) impacto en el océano”.

Las olas de los mares son tan pérfidas como la dirección de los vientos y se teme que el isótopo cesio 137, con una vida media de 30 años, se incorpore a la cadena alimentaria local y regional. ¿Quién deseará degustar sushi radiactivo?

Quizá sea excesivo cesar la compra de aparatos electrónicos y automóviles japoneses, pero tales son las reacciones de los consumidores presas del pánico radiactivo.

Mas allá de la construcción de carros eléctricos, es hediondamente sicalíptica la confabulación de TEPCO con el Ministerio de Economía, Comercio e Industria (METI, por sus siglas en inglés), que supuestamente “regula” los 59 reactores nucleares de Japón.

Toru Ishida, anterior funcionario de energía de METI, es ahora prominente asesor de TEPCO (The Economist, 31/3/11). ¿No es acaso la tónica imperante en el “México neoliberal itamita”?

Con tantas mentiras radiactivas de TEPCO, ¿quién garantiza a los ciudadanos del norte asiático que los reactores de Fukushima no se encuentren ya en el “nivel 7” de percance nuclear?

El peor escenario: El destino del plutonio 239 (¡con una vida media de 24 mil 200 años!), proveniente de la fisión del uranio y principal componente de las bombas atómicas.

Un millonésimo de gramo de plutonio, el químico más tóxico conocido hasta ahora, puede provocar cáncer. Peor aún: Vivir con este temor basta para un duradero trauma sicológico.

En forma cobarde, Masataka Shimizu, director malhadado y maligno de TEPCO, se fue a esconder a un hospital con sus datos falsos.

TEPCO ha perdido “casi 85 por ciento de su capitalización de mercado desde el inicio de la crisis” (The Financial Times, 6/4/11) y ha sido amenazada por un miembro del gobierno, Koichiro Gemba, con ser nacionalizada.

Reporteros de Der Spiegel (14/3/11) aducen que “el hecho que un desastre nuclear pueda (sic) ocurrir en la tierra de robots y carros eléctricos marca el punto de inflexión en la historia de la tecnología”; concluyen que “sea probable que Fukushima simbolice el fin del sueño de una energía nuclear manejable y la concientización de que esta forma de energía se encuentra fuera de control”.

Y eso que aún no está resuelto el grave problema de los desechos nucleares…

Conclusión

Sin contar las indelebles cicatrices radiactivas de Hiroshima y Nagasaki, el último país de la Vía Láctea que deba y pueda poseer plantas nucleares es Japón, debido a sus condiciones adversamente inhóspitas en un ambiente de terremotos, tsunamis y tifones y, más que nada, a su entorno neoliberal salvaje que coloca el lucro por encima de la inalienable seguridad sico-fisiológica de los ciudadanos y la intransferible seguridad ecológica de todos los seres vivientes de la creación.

 

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