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¿Ahora resulta que siempre sí?
Carlos Ramírez Hernández
Si alguna evidencia faltaba para volver a abrir el tema de la transición a nuevas formas de gobierno, los precandidatos rezagados Marcelo Ebrard y Manlio Fabio Beltrones han comenzado a insistir en la necesidad de gobiernos de coalición para la construcción de mayorías estables en gobiernos y legislaturas.
El tema no es nuevo. Los transicionistas o promotores de la transición de México de un sistema priista autoritario a uno democrático lo han venido diciendo desde mediados de los años 60, cuando el tránsito de España de la dictadura de Franco a un sistema democrático de monarquía constitucional con soberanía del pueblo dio la lección de la edificación de un sistema realmente democrático.
La fragmentación del voto en tres tercios y el deterioro de la legitimidad electoral por la baja participación en las urnas han reabierto el debate sobre las nuevas formas de refuncionalizar al sistema político. Pero el asunto es más complicado: Un sistema de coaliciones políticas sólo abre la posibilidad de alianzas para mayorías.
Marcelo Ebrard.
El problema de México es que ya no funciona el régimen político priista y sus brazos operativos. Es decir, que el propio PRI está ante la necesidad de reconocer que el modelo nacional de Estado priista llegó a su fin y que el país necesita transitar hacia un nuevo sistema -régimen político. Hace poco se discutió como solución mágica un gobierno de gabinete con un primer secretario designado por el Congreso, pero tuvo poco efecto. Ahora se discute un modelo híbrido: Semipresidencialismo, con un jefe de gobierno con plenos poderes y un jefe de Estado con tareas simbólicas.
El modelo ha demostrado su ineficacia en Rusia con Putin y en Francia. México, en efecto, requiere de un nuevo modelo político y de gobierno. El PRI perdió la oportunidad en el largo periodo de la reforma política de 1978 a la crisis electoral de 1988. La legalización del Partido Comunista no democratizó el sistema electoral; la democratización posterior del sistema electoral tampoco resolvió el problema de la representatividad. El problema se localiza en el hecho de que el Estado priista, una estructura de poder dominada por la ideología del poder del PRI.
Las tres grandes reformas que pudieran replantear el proyecto de nación han sido reiteradas hasta la saciedad: La despriízación de la política, la despriízación del desarrollo y la despriízación de la Constitución. Y la única forma de cancelar el modelo de nación priista es con una oposición capaz de pactar el punto final al ciclo priista y el inicio de nuevas formas de hacer política y gobierno.
El PRI y el PRD están pensando en el gobierno de coalición como una forma de quedarse con el poder. La redefinición del modelo de desarrollo va a permitir la definición de la nueva correlación de fuerzas sociales y productivas que delinearán los nuevos equilibrios políticos y de poder. La clave de la transición española no fue la reforma política sino los Pactos de la Moncloa que redefinieron el proyecto de nación; luego la Constitución le dio legitimidad legal y pacto político.
A la transición le faltan liderazgos. Beltrones ha sido el más activo en buscar mejores fórmulas de gobernabilidad, pero el PRI y su precandidato Peña Nieto quieren desde ahora las llaves de Los Pinos; Ebrard busca formas de darle la vuelta a la dominación de López Obrador en la coalición neopopulista, pero el tabasqueño nada quiere saber de transición.
Por tanto, hay que revivir el debate sobre la transición mexicana a la democracia.
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