Anécdotas del caudillaje ROQUE SANTACRUZ
DE CACIQUES Y OTRA COSAS HABLAMOS AQUI, con su respeto, lector. Lo protagonistas de este artículo son, para no abundar, Gonzalo N. Santos y Fidel Velázquez, ya fallecidos pero vivos en la historia y el ánimo de dinosaurios políticos y periodistas, y Joaquín Hernández Galicia.
A la izquierda, el tortuoso cacique potosino.
Los tres son suficientes para llenar decenas de cuartillas. Más aún, cientos de páginas de un libro que aun no se escribe pero que es necesario editar.
Sus biografías, hazañas y actuaciones controvertidas, me atrevo a resumirlas en pocas líneas.
Son personajes de leyenda, de la picaresca mexicana; fueron determinantes en el devenir de un México denostado y sufridor y con un aguante a toda prueba.
El Alazán Tostado, Santos, que gobernó San Luís Potosí durante seis años y lo dominó varios sexenios -puso a sus sucesores por dedazo- fue un dictador que no tuvo igual en esa región del país, donde un hombre bueno, el panista Salvador Nava, fue excluido sin miramiento.
Personaje de la farándula social de esa época, Santos es el creador de la frase “la moral es un árbol que da moras”, al referirse a que esa cualidad humana no tiene importancia y es innecesarias en la práctica. Tampoco en la vida de los hombres “que se hacen a si mismos, libres de los prejuicios”, de la honestidad y de las reglas del Derecho.
Para sus adversarios -tuvo muchos amigos y amigas- Santos crea “sus ierros”, encierro, destierro y encierro, como calificaban su presencia en la nación.
Recuerdo verlo entrar en el Hotel Continental, en la esquina de Reforma e Insurgentes ya desaparecido, con dos impresionantes rubias, diferentes cada vez, orondo y pendenciero; reía a carcajadas y siempre tuvo una mesa reservada.
La pistola al cincho, Gonzalo tomaba copas, no tantas, y al calor de ellas sacaba la fusta y la ponía sobre la mesa al tiempo que echaba una mirada hacia los demás tertulianos que allí estábamos.
Ni quien rechistara. Los que observan cuidaron siempre de no cruzarse con sus ojos. El que lo hizo se atuvo a las consecuencias. Darle cara era un reto para él y los retos sabíamos cómo los arreglaba.
Afortunadamente, nunca hubo más que pequeños incidentes. El lugar no se prestaba y él se divertía jugando a la gallina ciega con sus damas acompañantes.
Fidel
Estas eran autóctonas y extranjeras. Dicen que las escogía y las abordaba a través de sus ayudantes -tenía decenas- y las instaba “por favor” a acompañarlo al chínguere. Nunca fue borracho, aunque se emborrachó muchas veces.
El instinto de supervivencia lo mantuvo alerta, achispado, pero sin perderse un minuto de lo que ocurría en su entorno.
También iba al Plaza, el pionero de los hoteles de lujo del DF, en Insurgentes con Sullivan.
Se burlaba de quiénes le llamaban cacique o asesino.
Con favores, algunos descabellados, se ganaba el respeto y respaldo de políticos importantes y hubo quienes lo alabaron y lo consideraban un benefactor de la patria, persona buena, institucional que ayuda a salvaguardar la democracia y acérrimo adversario del comunismo aberrante.
El dueño de San Luis de Potosí, murió en santa paz un buen día de un día tal de un año conveniente.
La Quina -Hernández Galicia. Recuérdese: eres tan malo como la quina, como la quinina, se dice. Es otro de los mexicanos de leyenda negra, globos y desmanes, padre de los petroleros, jefe supremo de los trabajadores de Pemex, caprichoso y adorado por miles y miles de sus súbditos
Basta este artículo por referirnos a la novelesca captura en su casa.
El plan para detenerlo lo elaboraron Carlos Salinas de Gortari, al principio de su mandato, y Fernando Gutiérrez Barrios, secretario de Gobernación.
Ocurrió una noche alumbrada con una luna llena, o casi. Se utilizó un helicóptero y, previamente, se estudiaron durante días, sus salidas y llegadas, su permanencia en uno u otro sitio de la mansión hasta encontrar la hora y el momento adecuados para que la aprehensión fuese un éxito.
La Quina.
La policía rodeó la casa con singular eficiencia, lo pilló sólo, bajó y subió el aparato volador y se lo llevaron a la cárcel.
Un momento de gloria que dio a Salinas el empujón que necesitaba ante la opinión publica, para gobernar al país con una política inteligente y mano dura pero imprescindible en ese momento. Un jefe de Estado como pocos ha tenido México.
Termino con Fidel Velázquez (Sánchez, su segundo apellido nunca lo usó), líder interminable, eterno de la CTM, vivió 97 años. Fundó esa organización obrera, persiguió a Lombardo Toledano, su antecesor, “por comunista” y apoyó a todos los gobiernos de PRI de los que obtuvo autonomía y el respaldo en todo momento.
Sólo Lázaro Cárdenas le restó un poco de protagonismo pero fue un momento muy corto. Después se convirtió en el referente de una política institucional.
Al PRI lo sacó del atolladero en muchas ocasiones. Con la ayuda de los trabajadores que lo reeligieron de por vida, acudía a las llamadas de auxilio oficial con una muchedumbre hipnotizada.
Fidel y su frase “el que se mueve en la foto no sale”, asombraron al México del siglo pasado.
Ningún otro dirigente obrero ni líder de masas tuvo tanto poder y supo utilizarlo para consolidar una paz cuestionable y, a veces, intransigente.
Les dejo, señores, con estas anécdotas superficiales protagonizadas por personajes a los que traté durante mis años periodísticos en la nación que añoro y quiero.
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