BUHEDERA GUILLERMO FÁRBER
Consultorio sentimental
ESTIMADA DOCTORA FRANCIS: Acudo a usted para solicitar su consejo ante una situación muy seria. Me llamo Roberto y tengo 25 años. Tengo novia formal, a la cual amo honestamente y con la que pretendo casarme pronto. Mi problema es una vergüenza familiar que me agobia. Me explico. Mi padre es capo de un cártel muy violento en una población de la periferia. Él conoció a mi madre en una casa de prostitución y logró sacarla de esa vida.
Ahora, ella tiene su propio prostíbulo con más de cincuenta mujeres y hombres que trabajan para ella, repartidos en tres turnos, y ya no tiene que ejercer ese oficio (aunque si lo hace de vez en cuando, es sólo para no perder la práctica, como dice ella). Tengo tres hermanos y dos hermanas. Uno es banquero; el segundo es sicario, y ya tiene 24 cabezas cortadas en su haber. Mi hermano menor salió del clóset hace unos años, es travesti y trabaja con mucho éxito en un club de lujo, alquilando su cuerpo al mejor postor. Mi hermana mayor pertenece a un cartel enemigo de nuestro padre y tiene su propia empresa de distribución de piezas de coches robados. La menor trabaja con mi mamá, aprendiendo el oficio desde abajo. Mi pregunta es la siguiente, y me genera un gran bochorno: ¿Cree usted apropiado que le confiese a mi novia que tengo un hermano banquero?
Los abuelos modelan infancias
Este ensayito del doctor Enrique Orschanski (él le puso “Los abuelos construyen infancias”) me dejó estupefacto, atónito, alelado, turulato y patidifuso. ¡Ah, si yo pudiera llegar a ser siquiera una fracción de tanta maravilla para mis cuatro nietos! Selecciono algunos párrafos: “En los últimos 50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente como consecuencia de un nuevo sistema de producción. La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como consecuencia el llamado ‘síndrome de la casa vacía’. El nuevo paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al hogar o en instituciones… Algunos afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas. Estos privilegiados chicos tienen padres de padres… Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad, factores indispensables en los nuevos brotes… El abuelazgo constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de aceptar la edad y la esperable vejez. Lejos de apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores: los nietos significan que es posible la inmortalidad. Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida. La batalla contra la finitud no está perdida, se ilusionan… La mayoría (de los abuelos) tiene las manos suaves y las mueven con cuidado. Aprendieron que un abrazo enseña más que toda una biblioteca.
Los abuelos tienen el tiempo que se les perdió a los padres; de alguna manera pudieron recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias de cuando ellos eran chicos. Con cada palabra, las raíces se hacen más profundas; la identidad, más probable. Los abuelos construyen infancias, en silencio y cada día. Son incomparables cómplices de secretos. Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar cuenta a nadie de sus actos… (Los abuelos) no recuerdan que las mismas gracias de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de tan preocupados que estaban por educarlos… Son personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los padres (o una separación), el niño siente que el mundo se derrumba. Los chicos que tienen abuelos están mucho más cerca de la felicidad. Los que los tienen lejos, deberían procurarse uno (siempre hay buena gente disponible).”
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