PERVERSOS VERSOS DE LA MINERÍA
Sigue el engaño de la “minería responsable” CARLOS ZORRILLA, WILLIAM SACHER Y ALBERTO ACOSTA*
¿Saben cuánto va a utilizar el proyecto, el agua del
río (en Quinsacocha)? Uno por ciento, porque se saca el agua y se la recicla, esa es la minería moderna.
Presidente Rafael Correa
CUANDO SE TRATA DE VENDER LA IDEA de
que la minería a gran escala no causará mayores impactos ambientales y sociales,
los empresarios mineros y el gobierno recurren a los mitos de la “minería
responsable”.
Rafael Correa.
Este discurso ha sido diseñado por
las grandes transnacionales mineras, en el marco de la Iniciativa Minera Global
(Global Mining Initiative), hace más de 10 años. Es un paquete publicitario que
incluye la noción de que todos los problemas que la gran minería genera son
estrictamente técnicos, y que se pueden resolver con “tecnología de punta”.
Asimismo, se quiere vender la idea
de que la gran minería moderna -con sus pretendidos altos estándares- rompe con
las taras de la minería de “antaño” (y las de la pequeña minería) en cuanto a
sus impactos sociales y ambientales.
Tanto las empresas como nuestros
gobiernos invierten millones de dólares en vídeos, spots televisivos,
publicidad impresa, foros, entre otros, para promover esta visión de la
“minería responsable”. A esta se asocian los imperativos del “progreso” y del
“desarrollo”, cuyas aplicaciones han hecho tanto daño a los pueblos del Sur
global, particularmente en América Latina.
Con esta narrativa, se quiere
convencer al público de que la gran minería no impactará a las comunidades ni
al medio ambiente de forma significativa.
En el Ecuador, estamos bombardeados
por estos discursos. El gobierno del presidente Rafael Correa, mucho más que en
los gobiernos neoliberales, ha sido de los más dedicados a difundir los mitos
de la “minería responsable”.
El mito de la minería responsable.
El mismo presidente, afirmó por
ejemplo que “con la minería responsable se puede recuperar el 95 por ciento de
los impactos”. La empresa minera transnacional ECSA y altos funcionarios del Ministerio
de Recursos No Renovables, llegaron incluso a afirmar que el agua usada para
extraer el cobre de la mina a cielo abierto del proyecto Mirador será devuelta
al medio ambiente “en mejores o iguales condiciones que fue captada”.
Desde su portal de internet, la
empresa minera estatal, la ENAMI, irónicamente se compromete por su lado a
promover “la minería para el buen vivir”, caminando “juntos por una minería
responsable”.
El mito de la minería “responsable”
se basa -entre otras características- sobre la premisa que la técnica moderna y
la ciencia actual son capaces de diagnosticar, prever y controlar todos los
impactos que la minería a gran escala puede provocar. La creencia ciega en la
capacidad de la ciencia y la tecnología están muy arraigadas en el imaginario
moderno.
A esta creencia ingenua, basta
oponer la historia reciente de la megaminería en el mundo, que demuestra hasta
la saciedad cuáles son sus enormes y nocivas huellas.
Una amplia documentación que circula
a nivel internacional evidencia los múltiples impactos sociales, ambientales,
económicos y políticos que provocan las grandes empresas mineras: Contaminaciones
crónicas y accidentales de las aguas, del suelo y aire; destrucción
irreversible del paisaje; afectaciones graves a la salud pública; pérdida de
soberanía alimentaria; destrucción de economías basadas en actividades
productivas sustentables; despojos y militarización de territorios; violencias
físicas y simbólicas; tráficos ilícitos y explotación de seres humanos;
asesinatos; evasión fiscal y violaciones de leyes, derechos humanos y
constitucionales; debilitamiento de la democracia; ataques a la soberanía
nacional, entre otros.
minas romanas
La minería a cielo abierto, como la
que se quiere implantar en Ecuador en la zona de Íntag o en la Cordillera del
Cóndor, supone la excavación de un tajo de cientos de metros de profundidad y
varios kilómetros de diámetro.
Esta intervención destruye de forma
permanente la capa vegetal, no solamente del área de la mina en sí, sino
también de miles de hectáreas alrededor, las cuales muchas veces son utilizadas
como botaderos de desechos sólidos, piscinas de relave y para otras
instalaciones sin las cuales las minas no pudieran funcionar.
El simple hecho de traer rocas
sulfurosas que contienen metales pesados desde el subsuelo hasta la superficie
donde están expuestas al aire y las aguas de lluvia, desencadena procesos de
contaminación ambiental que perduran siglos. Hay evidencias, por ejemplo, de
minas operadas en el tiempo del imperio romano que siguen contaminando fuentes
de agua.
¿Una minería social y
ambientalmente “responsable”?
Si es que algún día existiera una
verdadera responsabilidad, esta debería partir por respetar ciertos principios
fundamentales, como el derecho de las comunidades y gobiernos locales a decidir
sobre la instrumentación de cualquier actividad que represente un riesgo para
su bienestar presente o futuro. Sin el respeto de este derecho, simplemente no
hay minería responsable.
La “consulta”, tal como la suelen
manejar los gobiernos dedicados a la promoción de la megaminería, no tiene
mucho sentido. Las decisiones de las comunidades nunca son vinculantes. Es,
lastimosamente, en estas condiciones que se realizaron las consultas en los
territorios afectados por los proyectos mineros en el Ecuador.
Afiche agua Buenos Aires
Vale recordar la parodia que fueron
las recientes consultas realizadas en la Amazonía Sur del Ecuador en el marco
de la Décimo Primera Ronda Petrolera.
En lugar de estas mascaradas, y como
lo exige el convenio 169 de la OIT (ratificado por Ecuador en el 1998), se
debería exigir el consentimiento previo libre e informado de las comunidades.
Por otra parte, una minería
realmente responsable debería reconocer, en ciertas situaciones y áreas, que la
extracción no puede representar el mejor uso del suelo o de emprendimiento
económico. Sobre todo en territorios sensibles como son:
- el bosque nublado y páramos que
protegen las cuencas hidrográficas y almacenan agua;
- las lagunas y ríos, así como
manglares y humedales;
- donde exista un excepcional
potencial turístico, agropecuario, o riqueza arqueológica;
- que albergan especies en peligro
de extinción;
- donde exista grandes riesgos
sísmicos;
- de alta pluviosidad (lo que
exacerba los riesgos de contaminación del agua);
- donde la roca tiene altas
concentraciones en compuestos sulfurosos (que generan contaminación por drenaje
ácido de mina), entre otras.
Preguntamos: ¿Qué sentido tiene
destruir el patrimonio cultural milenario, impactar a las actividades
económicas auténticamente sustentables, contaminar de manera irreversible el
agua, el aire y la tierra, así como transformar el clima que le da vida a miles
de campesinos, pueblos ancestrales, pescadores y recolectores de mariscos, para
sustentar una actividad minera altamente destructiva y cuya duración es de
apenas un par de décadas?
Minas antiguas que siguen contaminando.
Además, una minería “responsable”
con el ambiente reconocería que antes de iniciar actividades con tan fuerte
impacto ambiental, es absolutamente indispensable contar con largas series de
datos históricos (al menos décadas) confiables sobre la hidrometeorología y la
sismicidad del área a ser intervenida. En Ecuador, con muy pocas excepciones,
estos datos no existen.
Por último, la minería “responsable”
es imposible si no existen instituciones públicas sólidas e independientes del
sector minero, capaces de evaluar y monitorear la actividad. Por ejemplo, no se
puede hablar de minería responsable si la gestión minera está a cargo de
instituciones que aprueban Estudios de Impacto Ambiental que carecen de rigor
científico, como muchos de los que se han elaborado y aprobado en el Ecuador.
No se puede hablar de minería
responsable cuando una mayoría de las empresas transnacionales presentes en el
país usan paraísos fiscales y bancarios como Las Islas Vírgenes, Bermuda,
Barbados, Panamá, entre otros, lo que presumiblemente les permite evadir sus
obligaciones en términos fiscales en el Ecuador.
La minería que se está desarrollando
en la actualidad en el país no cumple con todas las características que
acabamos de mencionar cuando de responsabilidad se habla, más bien da paso a la
peor actividad productiva posible, en los lugares lo menos apropiados, como son
las Cordilleras del Toisán y del Cóndor, e incluso en los páramos como en la
zona de las lagunas de Quimsacocha.
Mineria responsable.
Es así como podemos anticipar que en
Ecuador, dadas las condiciones políticas, ambientales y geológicas del país, la
minería “responsable” y la recuperación del medio ambiente en las proporciones
anunciadas en los discursos oficiales nunca se llevarán a cabo.
Menos aún en un país donde no se
cumple con la Constitución y tampoco con el Mandato Minero, aprobado en abril
de 2008 en la Asamblea Constituyente de Montecristi, con el que se pretendía al
menos normar la situación de caos en la minería a gran escala, heredada del
modelo neoliberal. [7]
En síntesis, ¿es posible creer en
una minería bien hecha y responsable, que no ocasione severos impactos
ambientales y sociales y que, además, se constituya en la senda para el Buen
Vivir? Por supuesto que no. La realidad contradice esta afirmación, que no pasa
de ser una burda manipulación.
La explotación minera industrial
moderna implica la extracción masiva -y en un tiempo muy corto-, de la mayor
cantidad posible de recursos minerales; recursos que se han formado en procesos
de muy larga duración, a escalas tectónicas. En la actualidad, los sitios de
alta concentración mineral se van agotando, sin embargo, los elevados precios
del mercado mundial permiten que la explotación minera sea rentable aún en los
yacimientos en donde el mineral es escaso.
Para hacer producir estos
yacimientos, es necesario aplicar una minería industrial de gran escala, con
uso masivo de químicos a veces sumamente tóxicos, el consumo abundante de agua
y la acumulación de grandes cantidades de desechos. El examen de la minería
industrial alrededor del planeta evidencia un sinnúmero de daños y
destrucciones múltiples e irreversibles de la Naturaleza.
Por igual son incontables las
tragedias humanas, tanto como la destrucción de las potencialidades y riquezas
culturales de muchos pueblos. En el ámbito económico la situación tampoco es
mejor. Los países de América Latina, África y Asia, cuyas economías dependen
fundamentalmente de recursos minerales o petroleros, nunca saldrán de la
pobreza.
El capital global, en contubernio
con gobiernos liberales y “progresistas”, una vez más está ganando la partida,
y la única forma de parar es con el fortalecimiento de la resistencia pacífica
a nivel local y generando alianzas para que cada vez más gente sea conciente de
la realidad de la minería y de sus terribles consecuencias. *Rebelión
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