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Edición 321
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Escrito por Pino Páez
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Lunes, 11 de Agosto de 2014 21:06 |
Tras décadas de hallarse dispersos por donde el sino traza sus vericuetos… Hugo Ramos y su amigo confirmaron que la amistad auténtica pesa al interior un obelisco, volátil, laicamente eucarístico, como el abrazo que recuperó en su dual encierro todos los milagros.
Alejandro Dumas, padre.
¿Qué destila el verbo después de un aluvión de calendarios?
Un par de tazas de café, más cargadas que un ferrocarril en su serranía, testimoniaban los prolegómenos de la charla, escarceos que retardaban la esencia del reencuentro, en retraso similar al crepúsculo que dilata su reposo de hemorragia sacramental sobre el eco de una montaña; así, la plática versó sus inicios en el verso del poeta que tras vagar hasta toparse con su propia vejez… retornó con las huellas intactas; Gardel tangueó que 20 años no son nada, Dumas discurseó acerca de los Tres Mosqueteros veinte años después, Mohamed Dib con su estupendo cuento En el café, cronicó la excarcelación de un reo largamente detenido, sin nadie que lo esperara, y con las ansias de compartir palique y sorbo, por lo tanto se metió a una cafetería, quería oler la bendición de la tibieza en un exprés, conversar y versar con el parroquiano más próximo, sentir el bullicio de la tertulia que a las hombreras se instala en constelación.
Hugo Ramos y su amigo hicieron referencia a Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, el matrimonio que vuelve a palparse carne y reflejos transcurridos 30 abriles; en la película basada en esa novela, dirigida por Francesco Rosi, también está el tránsito de un titipuchal de peripecias y almanaques; el difunto que como sombra embarnece encaramado a las espaldas, la duda que clava alcayatas de interrogación, el “honor” que anega con un diluvios de comillas.
Dialogaron asimismo de Los héroes y el tiempo, documental extraordinario de Arturo Ripstein, presos políticos quienes al desgajarse copiosos lustros devinieron lo contrario de lo que fueron, de la guerrilla a la grilla se dio y ¡cedió! el traslado, uno de ellos se convertiría en vocero del salinismo en la mesa de negociaciones con el EZLN; otro, esputaría comentarios nada diestros pero sí muy a la diestra, respecto a comuneros de San Salvador Atenco; el de acullá había igualmente “madurado” a lo Díaz Ordaz, en el aforismo de don Gustavo Tlatelolco quien, con distinto decir e idéntica baba, afirmó con, todo y rúbrica ensalivada, que Ser comunista a los 20 añitos es natural pero a los 40 añejos resulta una estupidez…
Gabriel Garcia Marquez.
Lo que más pesa es el vacío en una paradoja
Filemón y Baucis, o la recompensa de Zeus a una pareja samaritana, hospitalaria, comentó intempestivo el amigo en directísimo eufemismo a Hugo Ramos, quien nunca puso aldabas en su portón ni en el domicilio siempre abierto de su sonreír; evocaron de Dante el peor de los infiernos: La pérdida de toda esperanza, Prometeo ya no cupo ni el hurto de su trueno iluminado, el cargamento fatal de la hondonada, el zambullirse toneladas de nada en cada ripiosa resollada.
El sabroso temporal oscuro de cafeína se consumió reiterado, el crepúsculo aquél ya se había recostado en su altísimo reverbero, lo ineludible de la cita trianguló la expresión de Hugo Ramos, el amigo enfundó el mentón en las alforjas centrales del pectoral, recordó silente el telefonema desde las hermosas lejanías del Sur donde el ser tan apreciado radicaba, la noticia con voz quebrada en manantial de añicos: su hijo pereció en accidente casero, vástago que apenitas rebasaba la veintena, estudiante de música que uno se figura a la lira le acariciaba todos los destellos y al piano le frotaba la luz extraviada en una melancolía.
El amigo no conoció al hijo de Hugo Ramos, al padre, destellante e iluminado, sí, más allá de los ceremoniales con que deambulan en cartabón presentaciones y anatomías; su impronta: la bondad, su oficio: venta de libros con los lomos montados de amistad, con Mariano Azuela y Los de abajo en elevadísimo anaquel; el ya mencionado Alejandro Dumas y su Madame Giovanni, mujer que a impulsos de vida por el mundo se catapultó, que novelada, no velada, estuvo en México donde compartió con el presidente Juan Álvarez recuentos sin cuentos de andanzas, admirando la figura principal del Plan de Ayutla que daría término al carrusel de Santa Anna; a don Juan -junto a los enormes Vicente Guerrero y Morelos Pavón- se le atribuye ascendencia negra, negritud que circula sin naufragio bajo los muelles de cada vena, quizá por ello Dumas, padre, hizo viajar a la madama junto al mexicanísimo general Álvarez, porque mesié Alejandro era hijo de madre negra y papá mulato, cuyo abuelo, terrateniente blanco y francés establecido en Haití, vendió al vástago en los mercados de la esclavitud, lo compró en reventa que revienta, lo envió a Paris a estudiar una carrera militar hasta que el progenitor del afamado creador de El Conde de Montecristo llegó a constituirse en el primer general de raza negra en Francia… grado que le degradó Napoleón Bonaparte con el Code Noir o Código Negro que a los de pigmento anochecido tumbaba cualquier generalato dizque paque la sangre sepia no fuese a percudir insignias con su tonalidad de madrugada. Pelletier era el apellido del padre… y del abuelo, el nieto eligió el Dumas materno, la mirífica negrura de su origen.
Arturo Ripstein.
Más que café, Hugo Ramos bebía el pesadísimo equipaje de aquel vacío, él y su amigo retrasaban discurrir sobre el abismo que se traslucía en el semblante del gran camarada, llegado ¡y llagado! de Chiapas al Defe por unos días: Sus ojos largos y acuosos de ficticia somnolencia se habían rezagado en su propia profundidad, como en impía contemplación del vértigo, su aristotélica nariz tenía una curvatura extraña, daba la impresión que los respiros desembarcaban un tonel de pesadillas, sus manos se veían en extremo delgadas, con una mímica de dos cenzontles a punto de aterrizar sus agonías…
Hugo Ramos y su amigo retomaron el tema del tiempo que acaece y la variación de las cosas a la vuelta de cada manecilla, de cada horario que sorjuanescamente desgrana las zancadas implacables de la vida rumbo a la íntima catedral de una polvareda; se habló de Guillermo Knochenhauer, articulista de Excelsior en los 70’s, acerbo con acervo crítico del entonces candidato presidencial José López Portillo cuyo lema de campaña “Para seguir siendo libres”, aquél catalogaba de anticomunismo baratísimo, banal y venial, mas en cuanto don Josú, apoltronado ya sin albur en la grandota, lo hizo “asesor”, la crítica aquélla hizo crisis de miel rociadora de diabetes; se abordó en la dicción al cardenal alemán Gerard Müller, cercano al sacerdote Gustavo Gutiérrez, primigenio pronunciador de la
Ricardo Pozas Arciniega.
Teología de la Liberación pero tan pronto al purpurado germano su coetáneo Joseph Ratzinger, ya Benedicto XVI, le legó las oficinas principales del ex “Santo” Oficio, la Doctrina para la Congregación de la Fe, el prelado dejó en paz de pez con anzuelo la “liberación de la teología”; el tópico sin trópico aunque con café redundó lueguito en Ricardo Pozas Arciniega, el autor de Juan Pérez Jolote, celebérrima obra de antropología, fustigaba a indigenistas en piramidales peldaños de la burocracia, sin embargo, en los 80’s él estuvo bien escalonado en la burocracia junto al entonces director del Instituto Nacional Indigenista: Miguel Limón Rojas, arranque del neoliberalismo con De la Madrid y fatídica inminencia sin eminencia salinera, padre de Lya Limón, actual subsecretaria de Gobernación en el gabinete de don Enriquito, ex esposa de Luis Carlos Ugalde con el cual colaboró en espaciosos y espaciales conteos del 2006, contratantes de Hildebrando Zavala, cuñadísimo de don Jelipe, aspirante a Los Pinos; cuñao conocido y re-conocido a lo mero-Merlín en las cuentas cibernéticas del gran capitán; se tocó sin tocador ni retoque a la pléyade de marxistas-salinistas, que hasta El Capital privatizaron en librerías de ocasión; Fluvio Ruiz fue otro de los tratados en la oralidad de los acaecimientos: detractor de los extractores financieros de PEMEX… hasta que lo nombraron consejero de la paraestatal; de detractor a de tractor ahora surca moderaciones su lenguaje en entrevistas ante el retorno de las siete hermanas contra Cenicienta sentada en un barril de profundidad agujereada.
Carlos Gardel.
Ni un espejismo hay en el erial de adentro
La voz de Hugo Ramos sonaba la peor de las heridas, era la personificación del quebrantamiento; el amigo sólo pudo balbucir que su a hijo fenecido dedicó el poemario Desde la luz al quíntuple replicará la luz: (A Vanzetti Ramos Romero/ con un florilegio de sembradíos/ en la batiente solapa de un poeta).
El amigo dijo que los versos estaban por editarse, en caso de que no se publicaran, le haría llegar los textos en la fraternidad de un inédito; la poesía se imprimió pocas semanas más tarde; Hugo Ramos, de vuelta devuelto a lares chiapanecos quedó de revenir en el diciembre siguiente; una llamada de larga distancia informó que Hugo Ramos había muerto, el vacío inagotable se acabó… y él navegó rumbo a Vanzetti, su amistad sigue fija en su quietecita movilidad, con el sonreír aquél de samaritano y el abrazo que abriga todos los inviernos… En la parte final de la poesía ya impresa, se halla él, íntegro en su locomoción estatuida: Muda piel hablada/ Al concluir el paradero/ cuando ya no queda nada por decir/ ruégale al salterio/ que te cubra con la llovizna de un trigal/ y aparte de tu polvo/ el congelado vagar de un epitafio/
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