ASOMBRO SOMBRÍO
Con tal de desviar el arrepentimiento unos en la locura se refugian, pero incluso así deben cargar por dentro todo el vocerío, indigestarse de murmullos en contraeucaristía, hundir hasta el último sedimento el evocar que a la existencia llega y llaga, en pústula la degrada, goteante siempre del sufrimiento más intenso: aquél que se halla lejos de la carne mas en la intimidad de un hemisferio, echando sobre las espaldas de la vida las aguas que rumian un aquelarre, imposible de sacar, imposible de secar, imposible de disecar.
Cómo re-muerde el arrepentimiento
El arrepentir no tiene horario pero al igual que el amor y la muerte siempre arriba, siempre abajo, se aposenta ineluctable, algunas veces de inmediato y otras en vísperas del póstumo estertor; muchos se arrepienten de lo que hicieron, y muchos más se arrepienten de lo que nunca hicieron, de su mutismo amurallado, de la apacible cobardía detrás de la mordaza; de su callada sordidez.
A los 88 abriles de remar la longevidad, el periódico AGUA CERO que décadas ha editaba la Cooperativa Pascual, entrevistó a la escritora Adela Palacios, viuda de Samuel Ramos, la casi nonagenaria polígrafa dijo con un hieratismo que expulsaba sarcasmo e ironía… que hasta los 80 años de edad reflexionó acerca de sus actos en el rondín de los resuellos; la seriedad de su comentario le afiló un menguante en el perfil; mundanal de cosas se realizan sin reflexionar, sin maldad expresa aunque exprés expresada, y después, al procesar lo realizado se da uno cuenta de la monstruosidad de lo ejercido, sin bálsamo que reduzca el cargamento tan llagado, lo perverso de ser tan impensable… hasta que impromptu, repentino, táctil, toca el turno de acordarse y a lomo transportar el aguaje con toda la gritería de Babel.
La también escritora Hannah Arendt, algo similar apuntó en su ensayo La banalidad del mal, el yerro de la autora consistió en situar al nazismo -por vía de Adolf Eichmann- como una crueldad no razonada, irreflexiva, cuando el Tercer Reich fue una razonada y reflexiva estrategia política, donde sistémica encajaba la brutalidad de las SS, las SA, la Gestapo… y los azufrinos querubines de Hitler con la estratagema racista patrocinada por oligarcas germanos y de otros lares; la autora aquí falla en su planteamiento, pero acierta en la inferencia que permea: el daño sin analizar de padres que a sus hijos abultan de inundación lo frustrante de sus propio ahogos, o de hijos que a padres achacan el equipaje de su personalísimo diluvio, o de esposos que a esposas más que desposar esposan, o esposas que a esposos exigen grandezas sin medir la pequeñez de lo elegido… Y luego ellos se acuerdan, y luego ellas recuerdan, y el recordatorio encima a los dorsales una tempestad.
Cómo alguien de repente se arrepiente
En cuanto el porfiriato cayó desmoronado, un porfirista de cepa de sapiente y beisbolera sepa la bola: Rafael Reyes Spíndola, al criticársele que de la dictadura recibía 50 mil pesos anuales (de aquellos pesos que en verdad pesaban una rueda con fortuna) en “subsidio” al diario El Imparcial del que era codirector (con Delfino Sánchez Ramos, español, yerno del presidente Juárez, hispano al que las lenguazas de alfiler le achacan endilgan un romance con Ignacio de la Torre y Mier, casado con una hija del dictador Díaz y del cual proviene el dígito mágico del “41”); contestaba el señor Reyes sin imperios ni improperios pero con trono estentóreo y abarcador -con otros decires pero idéntica intención- que rememorar aquello en la conciencia le producía una irrefrenable ración de martillazos, empero, cuando el porfiriato aún no caía, tras un público duelo epistolar en que Luis Cabrera carteaba al encargado de las finanzas porfirianas, Ives Limantour, su protesta por aquella descomunal tajada del erario, el señor Sánchez respondió compungido y compaginado, con la tesitura subida a ocho planas nada imparciales, que tal oficialista erogación la utilizaba para enfrentar a los “calumniadores” del régimen lo que guajoloteramente en celo le expandía de orgullo el pectoral; desde entonces existía el periodismo vegetariano que se alimenta de chayotes, embutes y boletines; hay “recordaciones” que se enmascaran en el “jalogüín” de las comillas.
El arrepentimiento más sonado, o mejor dicho, más colgado, sin impuntualidad alguna, es el de Judas; según los evangelios al re-morderle la sesera su traición, se deshizo de una dórica posesión, atribulado de tanto memorizar su rol de oreja, compartió su fin con ramales que presumen pulseras de manjar; si como textos litúrgicos rezan en oración impresa, el arrepentimiento disuelve y absuelve pecadores sin importar el grosor de su delincuencial liturgia, don Judas, no Tadeo que al día 28 trastocó en eufemismo de estatuaria multitud, sino el señor Iscariote, al no dudarse ni un ápice la verdad de su arrepentir y, conforme a las normas sacras, arrepentirse sin embozos indulgencia proporciona ¿significa que Judas Iscariote ya en los etéreos santuarios habita?, ¿cuál es la causa de que no lo hayan canonizado ni le otorguen el San con su aureolita respectiva, si su remordimiento -cuentan los mismos evangelistas- fue tan sincero como el árbol de la vida y el árbol de la muerte en dogma revelado de dialéctica conjunción?
Entre los arrepentidos está Guillermo Prieto, de quien las laicas estampitas historian que salvó la vida a Benito Juárez, aunque doña Margarita Maza Parada, cónyuge del benemérito, contra don Guillermo externara ácidas opiniones; el señor Prieto escribió y describió su arrepentir por su juvenil militancia con los polkos, esos que a sonadas de nariz y asonadas de fusil, contra liberales se alzaran al son de los crematísticos conservadores, sin importarles, o quizá importándoles en demasía la para ellos muy favorable invasión imperialista de 1847, sirviendo inconsciente o pueque muy concienzudamente de quinta columna al gringuerío; Guillermo Prieto empuñó la pluma total; sus crónicas periodísticas, en que asimismo aparecía su columna “Los lunes de Fidel” que otro Fidel sin pluma pero con charril jaripeo re-tomaría, embriagando cada inicio de semana a la prensa vegetal aquélla en brindis de chorreante demagogia; en literatura copó todos los géneros, su poética abordaba sin prejuicios a las Musas del Zangoloteo; sus cuentos y novelas recopilaban huellas y andanzas de la maravillosa muchedumbre que a zancadas apisona la vid de la historia; don Guillermo careció de tractores pero tuvo plétora de detractores, verbigracia sin gracia ni verbo aunque con polémica versus Sebastián Lerdo de Tejada, quien zafándose de los renglones del desafío escritural, se adentró en culinarios menesteres, para podar y apodar al señor Prieto (hijo por cierto de costurera) “Poeta de las enchiladas”; en parangón a un combate posterior tampoco “verbigraciado” entre Xavier Villaurrutia y Andrés Henestrosa, cuando éste afirmaba que aquél plagiaba bardos franceses (hasta una muestra sin frasquito exhibió en un poema) con una traducción casi literal; don Xavier, recién iniciada la riña apalabrada, la dio por concluida, al prejuiciosamente confesar: “No hablo zapoteco”.
Cómo el avaro abarata su arrepentir
En lo novelístico que el vivir escudriña, Fedor Dostoievski en Crimen y castigo, manuscribe los dictados de su personaje Raskólnikov, la imagen lóbrega de la vieja prestamista lo asedia desde el memorial más umbrío, matar es el río aquél, los ríos aquéllos que a cuestas se llevan sobre cada hombrera; los respiros ajenos cancelados se sitúan en el dorso con sus aguas hacinadas; no hay sueños, ni vigilias, ni desmayos, sólo el acuático arrepentimiento creciente en cristalería de reflejos que desde ultratumba se amotinan; en cine, con el mismo título, von Sternberg dirigió el remordimiento con Peter Lorre agobiado por el rivereño equipaje de las culpas; término que en otro film se dialoga: “Tu culpa es demasiada competencia para mí, avísame cuando quieras vivir”, externa una mujer al que porta el arrepentir por el accidente vial en que una niña pereció, en la película de Sean Penn Cruzando la oscuridad; en otro atropello cinematográfico, ahora con un niño victimado en azaroso asfalto, El maquinista, de Brad Anderson, el actor central, Christian Bale, en su rol de “Trevor”, lleva un año sin dormir por algo que no consigue recordar y adelgaza el protagonista tantos kilos que lo dejan sin pantalla cadavérico (Antonio Aguilar en Zapata, de Cazals, bajó 20 kilogramos en búsqueda de compararse a la silueta del gran Miliano), Bale se desnuda el tronco superior… y su tórax es una marimbita a punto de escaparse de la poca piel que aún le resta sin suma en división de extremo hueserío; el artista está en escena antes de la dieta de faquir, es él sin artilugios de cámara ni dobleces de doble o stunt, impresiona la reducción del tonelaje para dar el papel, “Si fueras más delgado no existirías”, le dicen dos amantes, en diferentes tiempos y estancias, con la misma frase de la extinción inminente; no hay tales amoríos, es la niebla corpórea descendida de una imaginación doliente, no hay nadie, más que su delgadez y sus ansias de saber la causa indescifrable de un arrepentimiento que lo tiene exhausto de tanta marejada estibada contra su esqueleto; hasta que la memoria, ¡otra vez!, llega y llaga, y el remorder encaja sus fauces de obelisco hacia un osario que naufraga en remolinos con hiriente espiral de torquemadas.
En El maquinista, que versa sobre zozobras y rebabas de un tornero, el flaquísimo aquél lee El Idiota, también de don Fedor; el señor Dostoievski vuelve con Crimen y castigo, en esta ocasión bajo la férula de Fernando de Fuentes con Roberto Cañedo como Ramón Bernal en una pretendida aproximación de anagrama con el personaje novelado, ¡nunca no velado!; avaricia y defunción forzada con Ismael Rodríguez y Ustedes los ricos, con Pedro Infante en el reparto de arribita, o Francisco Athié y Lolo con Roberto Sosa en la cima crediticia, muertes avaras, muertes a varas con arrepentimientos que contra la nuca arrojan el caudal de sombras amontonadas en la impiedad de un solo reverbero.
Dante, no el Delgado ni el panzón, Dante Alighieri en excursión rumbo a La divina comedia, acompañado de izquierda a derecha con endecha de Virgilio, entre los avernosos condenados del círculo primero, vio a usureros empapados por un incesante chaparrón de látigos; diose cuenta sin Dios, cómo las azotainas del chipi-chipi hacían de las ánimas en el infierno la eternidad de una curtiduría.
El diablo no tiene sexo se asegura en churroscope en la égida de Víctor Manuel Castro que además actúa, reparto en que a César Bono le corresponde ser “Lucio”, el lucido nada lúcido Satanás, íncubo, súcubo, a veces él y a veces ella, en girasol sin flor de ida y vuelta.
El señor Fausto de Goethe, antes de Marlowe, y con más centenaria antelación, leyenda oral vastamente reproducida en oratoria y en oratorio, no vende caro su amor a lo aventurero ni a lo Lara laralá, arrepentido queda al deducir que su almita termina desalmada, su ánima en animosidad se acaba, sin el refugio a lo Grey y a lo Wilde que se ganó un Oscar sin requerir de alfombra roja, solamente su clavel y su Dorian que a desemejanza de congéneres, es el cuadro el que se arruga, el que desnuda las ideas en la resbaladiza cúspide del calvario, el que con los años una papadota pelicanea, el que adquiere unas ojerotas igual de grandes al Bolsón de Mapimí, donde en lugar de todo lo mirado, el remordimiento se licúa revuelto bajo la radiante oscuridad de las retinas.
El maquinista
El infinitivo arrepentir requiere la plenitud de la memoria, no se logra re-morder la conciencia a dentelladas de olvido; en Corazón satánico, de Alan Parker, en forma paralela a lo referido en El maquinista, resulta indispensable deshacerse de la amnesia, en la cinta de míster Parker, estelarizada por Mickey Rourke (Robert de Niro escenifica a “Louis Cipher”) quien es el detective privado de la trama -literalmente privado por una fundamental proporción de su desmemoria- investiga desapariciones, ritos y crímenes asaz escalofriantes… hasta que la memoria le llega supina, con su ánima mercantil al Chamuco regateada, y el arrepentimiento lo hace descender rumbo a los quemantes litorales de su comprador, consciente, sin fugas evocadas desbocadas, se sumerge hacia la hondura de espíritus ya vendidos; filme tan estupendo como los arribeños descritos, con la única mácula de una traducción fallida: Corazón satánico, por el original Angel’s heart, Corazón de ángel ¿no fue acaso Lucifer entre los ángeles el preferido?, ¿no acaso a diario en la Bolsa de Valores se regatea y se especula la venta de ánimas a Satán?; recordar equivale a irse de bajada, unas ocasiones con el arrepentimiento chorreando el mar revuelto aquél, y en otras con el remordimiento que se rezagó en Tesobonos, a fin de evitar que le birlen a don Diablo las acciones de tanta palomita en honda profundidad de monopolio.
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