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Edición 357
Escrito por Héctor Chavarría   
Sábado, 06 de Mayo de 2017 11:23

26 mini

El Niño Héroe desconocido

Miguel era un joven militar miembro del Colegio Militar, durante la Batalla de Chapultepec sólo tenía 15 años, en dos semanas cumpliría los 16.

Miguel fue de los cadetes que escogieron quedarse a pelear en defensa de su escuela, al rayar el alba del día 13 desayunó junto con los cadetes que se quedaron a luchar, en total 50, según Miguel “el desayuno me supo muy amargo pues me preocupaba, como a mis demás compañeros, que de un momento a otro pudiéramos ser destrozados por alguno de los proyectiles que caían sin interrupción”. 

A las 8 de la mañana el director del plantel, Mariano Monterde, dio un discurso en el que ordenaba a los cadetes bajar del Colegio, según Miguel “Muy mal cayeron aquellas palabras porque consideramos aquel descenso como un acto de fuga”, pero Miguel desoyó al director y se quedó a pelear dentro del Castillo, mientras que otros que hicieron como se dijo optaron a medio camino por unirse a los defensores de las faldas del cerro.  Cuando los americanos llegaron al Castillo se desató un feroz combate en cada cuarto y en cada aula, llegándose a pelear cuerpo a cuerpo.  Miguel enfrentó a varios soldados americanos con su bayoneta, cuando un disparo le dio en la cara en lo más reñido del combate, cegándolo temporalmente y haciéndolo caer.  Su rival americano, de mucha mayor estatura, corpulencia y edad, se disponía a atravesarlo con la bayoneta y rematarlo, pero la intervención oportuna de un oficial norteamericano impidió que aquel soldado acertara el golpe mortal: el oficial norteamericano “admirado por el valor, la serenidad y la firmeza del alumno” lo perdonó y lo tomó prisionero, escoltándolo hasta el hospital. 

Miguel sería liberado el 29 de febrero de 1848 junto con otros 48 prisioneros, y el gobierno lo condecoraría posteriormente con la medalla en honor de los defensores del Castillo de Chapultepec.  El nombre completo del joven héroe era Miguel Miramón, un oficial mexicano muy talentoso, el episodio sería narrado posteriormente por su joven y bella esposa Conchita Lombardo, quien siempre estuvo muy enamorada de Miramón.  En los años siguientes el heroísmo de Miramón en Chapultepec sería olvidado porque abrazó el bando conservador y en la guerra de Reforma sería el paladín de los conservadores, derrotando en múltiples ocasiones a los liberales gracias a su extraordinario talento como estratega.  Miramón llegaría a ser presidente de la Nación en 1859, a los 28 años, aún sostiene el récord de haber sido el Presidente de México más joven. 

Cuando Maximiliano llegó a México cometió el error de enviar a Miramón a Europa como embajador, quedándose así sin el mejor general mexicano de la época.  En 1866 volvió a México, cuando la causa conservadora estaba perdida, pues en Estados Unidos había terminado la Guerra Civil y el gobierno americano apoyaba abiertamente con tropas, dinero y armas a los liberales. 

Tras la derrota del Segundo Imperio Mexicano y la captura de Maximiliano en Querétaro, Miguel Miramón sería fusilado junto a él en el Cerro de las Campanas a las siete y cinco de la mañana del día 19 de junio de 1867, sus últimas palabras fueron: “¡Viva el Emperador!, ¡Viva México!”. Si Miramón hubiera sido muerto por el soldado americano que le iba a clavar la bayoneta, hoy en día la historia oficial lo veneraría como a un inmaculado héroe, y sería del grupo de los Niños Héroes de Chapultepec. 

Grecas

 

De latas y abrelatas

En los inicios del siglo XIX Inglaterra estaba viviendo el desarrollo del maquinismo que daba a su industria el impulso para la hegemonía económica y financiera. Por otro lado y pese a haber perdido su gran colonia de América del Norte que se había independizado en 1783, en cierta medida por la ayuda de los franceses, su extensa red de bases coloniales en los cinco continentes, dedicadas más al comercio que a la posesión territorial, había propiciado la mayor flota mercante del mundo, protegida por una poderosa marina de guerra. Mientras, la Europa continental se desangraba en las guerras napoleónicas.

En 1810 Peter Durand presentó al registro una patente que llamó “Método para preservar alimentos por largo tiempo en vasos de cristal, cerámica, metales o materiales apropiados”. Jorge III se la concedió, por la preocupación de que las tropas de Napoleón ampliaran el alcance de sus marchas al disponer de más nutritivas y duraderas provisiones.

En la patente Durand explicó en que consistía este vaso de hojalata; un cilindro cerrado por ambos extremos, hecho de hierro recubierto de estaño cuyas piezas se unen por soldadura. Este nuevo material (hojalata) presenta varias ventajas frente al cristal usado por Appert: ligereza, no se quiebra por su resistencia mecánica, fácil conducción del calor, resistencia a la corrosión frente a otros metales…y así se convirtió en el auténtico padre del envase metálico y de la industria que lo fabrica.

Después de un año de experimentos en 1813 fueron enviados, en carácter de prueba, latas de alimentos al ejército y la marina de Gran Bretaña. Las latas consumidas en las Guarniciones de las Islas Occidentales y en la isla de Santa Elena (donde Napoleón fue desterrado y encarcelado por los británicos) estaban en condiciones satisfactorias. Para el año 1818 la Marina Real ya consumía 24.000 envases anuales.

El contraalmirante inglés y explorador del Ártico Edward Parry, durante sus expediciones de los años 1819, 1824 y 1826, comprobó que los contenidos de estos envases “proporcionaban una gran nutrición en un pequeño volumen”. De estas expediciones se recuperaron, en 1911, dos latas, una con sopa de arvejas y otra con carne bovina, las que al ser llevadas a Inglaterra y consumidas no mostraron efectos negativos. Igualmente, en 1939 se rescataron dos latas, una que contenía cuatro libras de ternera cocida y otra con dos libras de zanahoria, las que fueron abiertas por los síndicos de un museo londinense. El contenido de ambas latas conservaba el gusto, aspecto, cualidades nutritivas e incluso la vitamina D.

En 1845 partió de Inglaterra, la cuarta y última expedición del capitán Sir John Franklin hacia el Ártico. Franklin y los 128 miembros de la tripulación murieron al quedar atrapados en el hielo cerca de la isla del Rey Guillermo en el Ártico canadiense. En 1981, un equipo de científicos canadienses realizó una serie de estudios sobre las posibles causas de muerte, y una de ellas fue el envenenamiento por plomo proveniente de las soldaduras de las latas de conservas. Fue la guerra civil norteamericana la que dio nuevo impulso a los alimentos enlatados; carne, verduras y leche condensada.

En el verano de 1914 se inicia la primera guerra mundial y nuevamente las latas de conservas tuvieron un lugar predominante; los soldados requerían de comida barata y altamente calórica en enormes cantidades; se llegó a hablar de 70 millones de soldados que participaron en dicha guerra durante cuatro años. Casi 20 años después nuevamente el mundo entró en guerra hasta el año de 1945; se estima que participaron más de 100 millones de soldados. ¡Qué mejor empaque para transportar todas esas raciones de guerra que las latas!

Hoy estamos acostumbrados a ver cientos si no miles de productos empacados en distintos tipos de latas. La lata de hojalata tiene más de 200 años, y se mantiene completamente vigente, más aún cuando hablamos del medio ambiente, ya que es uno de los materiales más fáciles de separar en los basureros o rellenos sanitarios por su propiedad magnética.

Grecas

 

Etimologías populares de “gringo”        

Existen varias versiones de etimología popular sobre el origen del término, que ya se usaba desde el siglo XVII referido a los anglófonos del norte de América. Culminan con la popularización de dicho término en las guerras entre estadounidenses y mexicanos que terminaron con la independencia de Texas primero y la anexión de gran parte del territorio mexicano por los Estados Unidos, luego.

El origen con mayor veracidad data de la época de la Guerra México EE.UU., en la cual desertores del ejército yankee (en su gran mayoría irlandeses y algunos alemanes de religión católica) formaron el Batallón de San Patricio cuyos uniformes eran verdes en honor a su patrono, aunque la mayoría de los soldados yankees usaban tonos de verde, aunque algunos batallones con guerreras de colores diferentes y físicamente eran muy parecidos a los americanos anglosajones (rubios y de ojos claros), los mexicanos muy dados a hablar en jerga se referían a ellos como green go (ahí va un verde), término que se expandió por Latinoamérica.

Los batallones de Estados Unidos se identificaban por medio de colores. Así pues, existía el batallón "blue", el "red", el "green", etc. En el campo de batalla el comandante del batallón verde gritaba “Green, ¡go!", exigiendo a su batallón que avanzara. Los mexicanos imitaron burlonamente el grito del comandante y le dieron el sobrenombre de "gringo" a sus enemigos.

Una derivación de esta teoría es que a los batallones se les llamaba "red coats" (casacas rojas), "green coats" (casacas verdes), etc. y de este último los mexicanos pronunciaban "grin gous" como burla, lo que derivó en "gringo".

También se dice que varios cowboy y ganaderos estadounidenses buscan un mejor pasto verde para su ganado vacuno y caballar y cruzaban la frontera en dirección a México y le preguntaban a los lugareños de la zona donde había pasto verde (inglés green grass) para su ganado y algunos mexicanos les llamaban gringos.

Por otra parte, Arturo Forzan aseguró ―sin ninguna referencia que lo apoyara― que "gringo" proviene de xi-gringo /yi-gringo/, que según él significaría ‘extranjero’ u ‘hombre blanco’ en idioma mazateco (de los indígenas de Oaxaca). Esta versión se considera muy poco probable. Lo más posible es que los mazatecos la tomaran prestada del idioma español.

También hay una versión irlandesa sobre una canción —popular en esa época— que cantaban los soldados estadunidenses, la cual alababa the green grass on the hills; la verde yerba de las colinas…



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