19/S. VIVIR UN SISMO Y LOS EFECTOS DE LA CORRUPCIÓN EN UN HOSPITAL.
Rodolfo Ondarza*
En honor a las víctimas de los sismos de 1985 y 2017
Alguien que yo amaba, y por quien hubiera dado la vida se encontraba en ese momento desaparecida, días después su cuerpo sería encontrado bajo los escombros del entonces Hospital Juárez, junto con amigos y colegas, al lado de pacientes, y sin vida.
ERA EL MISMO hospital donde milagrosamente fueron rescatados, aún con vida recién nacidos varios días después del sismo de 8.1 grados, que en solo tres minutos devastó la Ciudad de México la mañana del 19 de septiembre de 1985.
Fue el bautizo de fuego, nuestro primer acercamiento a la muerte como médicos jóvenes, para muchos de quienes nos habíamos graduado en Medicina poco tiempo antes.
Me encontraba realizando mi residencia en cirugía general en un hospital del sur de la Ciudad de México. Se trataba de un centro hospitalario recién inaugurado, todo era nuevo y resplandeciente, con excelentes médicos adscritos, un hospital digno del primer mundo. Se trataba de una unidad hospitalaria de Petróleos Mexicanos.
No era como aquellos hospitales en donde me había formado como médico general, con grandes carencias de equipo y medicamentos, a la vez que albergaban personal con un gran espíritu de servicio, como el Hospital General de México y el mismo Hospital Juárez.
No, este no era como uno de esos hospitales donde frecuentemente los pacientes comían sus alimentos con la mano, porque en aquellos años no siempre había cubiertos para que pudieran alimentarse más civilizadamente, luchando, al mismo tiempo por mantener púdicamente en posición las batas viejas, y a veces rasgadas con un pedazo de tela adhesiva, tela indispensable para mantener en pie muchos implementos hospitalarios.
La suerte de estar vivos
Ese terrible día, en el hospital donde me adiestraba en cirugía general, fueron evacuados todos los pacientes que podían darse de alta y atenderse domiciliariamente. En su lugar se recibieron trabajadores de salud, mayormente médicos y enfermeras que pudieron ser rescatados de los hospitales derrumbados. De la noche a la mañana el hospital general en que me encontraba se convirtió en un hospital de sangre, equivalente a un hospital de guerra.
Al ver el estado tan lamentable en que llegaban nuestros colegas, con lesiones traumáticas de todo tipo, pudimos palpar la suerte que teníamos al estar vivos, muchos médicos confrontaron por vez primera la posibilidad de su propia muerte, y el sentir la enorme responsabilidad que teníamos frente a nosotros teniendo ahora a colegas como pacientes.
Fueron días en que mantenía la esperanza de que una de esas médicas que trasladaban fuera la persona en quien tanto pensaba.
El sitio que tenía asignado en ese momento para apoyar fue la unidad de terapia intensiva.
A la cama de los pacientes se realizaban procedimientos sencillos de fasciotomía descompresiva en las piernas de colegas-pacientes tratando de salvarles la extremidad de ser amputada. Los quirófanos estaban sobrepasados.
Atendía yo a una residente a quien ya se le habían amputado ambas piernas y un brazo.
Súbitamente sobrevino una fuerte réplica del temblor. Las alarmas de todos los monitores de terapia intensiva, al unísono, sonaron fuertemente exigiendo la atención urgente de los pacientes, las luces parpadeaban, mientras el edificio crujía y el suelo se movía, los plafones del techo se desplazaban y alguno caía, y fugaces nubes de polvo nublaban la vista.
El pánico se adueñó del personal, abandonaron a los pacientes con las heridas quirúrgicas abiertas, vi a mis colegas salir corriendo a mi lado de la unidad de terapia intensiva buscando un lugar seguro donde guarecerse.
La corrupción cobra vidas
La chica a quien en ese momento le realizaba una curación me gritó ¡no me dejes aquí!. Creo que éramos los únicos conscientes que quedaban en la unidad. Mi primer impulso fue el desconectarla de cables y tubos, y cargarla llevándola conmigo; después de un breve vistazo supe que eso era imposible, me acerqué a ella, la abracé y ella me rodeó con su único brazo. Sólo alcancé a decirle que no me iría, que no la dejaría.
Mucho se habló entonces de la corrupción y negligencia en el sector de la construcción que llevó a la pérdida de muchas vidas en aquél entonces. Lo mismo se dijo en cuanto a edificios que se desplomaron en 2017 (https://tinyurl.com/yy4dh3s6, https://tinyurl.com/y2n27kuk).
En el 2017, con el apoyo del Club de Leones apoyamos en cuanto pudimos en la asistencia de los afectados en el sismo de ese año coordinando brigadas médicas en la Ciudad de México y en otros estados. En 2017 circularon videos de equipos quirúrgicos que se mantuvieron admirablemente firmes durante procedimientos quirúrgicos sirviendo a su paciente durante el sismo (https://tinyurl.com/yx95jal8).
La corrupción, nuevamente la desdichada corrupción neoliberal nos llevaba al desastre, y costaba vidas.
Hemos vivido de cerca el caos ante la ausencia de un sistema coordinado para ayudar inmediatamente, prehospitalariamente, a la población en caso de una catástrofe natural en las grandes urbes. Y sólo es cuestión de tiempo para que algo similar vuelva a ocurrir.
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