Inundaciones y deslaves,
desastres naturales en México
Juan José Agustín Reyes Rodríguez
Septiembre nuevamente se presenta como un mes icónico. Coincidentemente recordamos a este mes desde los terremotos del 19 y 20 del año 1985. Se repitió la tragedia el 7 y 19 del mismo mes en 2017 para rematar el 7 de septiembre de este año con el terremoto más reciente.
LOS IMPACTOS en la vida normal de las ciudades y pueblos del país que afectaron esos sismos fueron de carácter económico, ambiental y sobre todo social. Estos movimientos remueven el suelo y subsuelo, así como rocas en cerros que resultan en deslaves o desgajamientos de cerros y acantilados.
Otro fenómeno natural que tenemos anualmente son los huracanes o ciclones que se presentan desde mayo o junio hasta noviembre de cada año, sin que tengan palabra de honor en respetar esos meses. Estos fenómenos son los que vierten cantidades importantes de agua, normalmente en el centro y sur-sureste del país; sin embargo, este año ha sido más extenso en el territorio nacional, provocando inundaciones de ciudades y amplias regiones del país.
En gran parte del centro y norte del país se suelen manifestar las sequias con impactos muy fuerte en la agricultura, la ganadería y la forestería. A principio de año, la NASA pronosticó que México sufriría la más fuerte sequía, no presentada en muchos años. Afortunadamente le falló con amplitud.
Los incendios forestales, que no son fenómenos naturales, son otros de los impactos en los bosques, selvas y semidesiertos, que normalmente son provocados en el estiaje, ocurriendo con mayor frecuencia e intensidad en los meses de febrero a mayo. Tampoco tienen palabra de honor, porque podría aventurarme a decir que casi el 100 por ciento son provocados por la mano del hombre, con diferentes intenciones, siendo las primordiales cambiar la vegetación forestal por actividades agropecuarias, de infraestructura, crecimiento urbano y turísticas.
En el imaginario o información de la sociedad los fenómenos descritos se reportan como “Desastres Naturales”, sin conocer o investigar las verdaderas causas de esos impactos.
Después de la temporada de incendios, que este año no fue tan dramática, comenzó la temporada de huracanes que han impactado directamente en el Caribe, el Golfo de México y el Pacífico y en consecuencia en todo el territorio nacional, con beneficios importantes en el norte, noreste y noroeste del país, ya que ha permitido que se recarguen las presas que ya estaban llegando a niveles críticos; por lo contrario, en el centro de la nación, las presas se han derramado causando inundaciones en varios estados.
Una de las catástrofes sin duda, han sido las inundaciones en Hidalgo, principalmente en Tula, que recibe millones de metros cúbicos de aguas negras que se drenan del Valle de México a través de los emisores que están operando aquí. Además de las inundaciones en sí, estas aguas sin tratarse llegan cargadas de materia orgánica y otros desechos que tienen efectos en la salud humana. Estas inundaciones además se han presentado con intensidad en Veracruz, Jalisco, Estado de México y Querétaro, principalmente, y las que faltan…
Otro impacto dramático, causado por el reblandecimiento de cerros y seguramente también por los terremotos que se han presentado, dejaron expuestas grandes rocas que se han caído sobre casas, como son los casos de Cerro Gordo en Ecatepec y el cerro del Chiquihuite en Tlalnepantla, causando daños en vidas y en propiedades. Adicionalmente ha habido derrumbes de taludes en algunas carreteras, como la autopista Siglo XXI en su tramo Uruapan - Pátzcuaro, por citar la más reciente, sin conocerse públicamente los derrumbes en caminos rurales y en las sierras del país.
Y la pregunta sería ¿verdaderamente son desastres naturales? La naturaleza tiene sus ciclos de vida y trasformación, con sus propios elementos como el vulcanismo, los terremotos, los huracanes, los tsunamis, las sequías, las glaciaciones, los cambios de calor en la atmosfera y los océanos, entre las más relevantes, que se acentúan hasta cierto punto, como un catalizador, por las acciones humanas.
El hombre como conquistador de la naturaleza, no asumiéndose como otro elemento de esta, ha sido el factor de cambio de su entorno. El paso de cazador y recolector a agricultor fue el inicio de esas transformaciones al alcance humano, que cuando la población era mínima no se notaban. La población mundial pronto llegará a los ocho mil millones; ello implica necesariamente mayor demanda de alimentos, energía, vivienda, servicios de todo tipo, bienes de consumo y perdurables, mismos que están basados en los recursos naturales, tanto los renovables como los no renovables.
Uno de los ejemplos mas contundentes es el crecimiento anárquico del Valle de México, que con el terremoto de 1985 destruyó parte importante de la infraestructura urbana en la ciudad de México y en la zona colindante del Estado de México y se perdió la gran oportunidad de descentralizar el centro del país; lejos de reconstruir lo urbanizado, debieron construir parques, espacios abiertos y no volver a cargar de cemento la cuenca.
Esta estrategia de política urbana, totalmente equivocada, tuvo como uno de los impactos más importantes la desecación del sistema lacustre del Valle de México, principalmente el Lago de Texcoco, con todos los embates para encementar esa área y crear un aeropuerto. Para lograr ese absurdo, se amplió el proyecto de desecación del Lago de Texcoco con drenajes que llegan directamente al río Tula, siguiendo su cauce al río Moctezuma y después al río Panuco, para desembocar en el Golfo de México.
Al contrario de querer rehabilitar el sistema lacustre del Valle de México, volviendo a crear los espejos de agua que sirven de regulación hidráulica, se decidió continuar drenando el valle, con las consecuencias que hemos visto en las graves inundaciones en Tula y la desecación de la cuenca de México.
Parte de este anárquico crecimiento en el centro del país, son las invasiones de cerros, especialmente en la Sierra de Guadalupe, como una elevación relevante en el centro de la cuenca, en donde se han construido, al amparo de la corrupción, colonias en las zonas de alto riesgo como son las estribaciones de esa sierra que es un Parque Estatal y parte del Distrito Federal, ahora ciudad de México y en los conocidos cerros Gordo y el Chiquihuite, en donde hubo derrumbes sepultando viviendas y algunas vidas humanas. Estos no son desastres naturales, son desastres humanos, que no se pueden seguir tolerando, ni ahí ni en ninguna otra parte del país.
Estos cerros, que originalmente estaban cubiertos de vegetación forestal, se transformaron en minas de materiales pétreos, que una vez acabados, fueron invadidos en sus laderas y precipicios.
La pérdida de áreas forestales en los lomeríos y partes altas de la cuenca de México es otra causa importante de las inundaciones y derrumbes de cerros, aunados obviamente a los terremotos, porque al quitar la cobertura forestal se modifica la función hidrológica forestal, al reducirse la capacidad de captación e infiltración de la lluvia y con el pavimento de la urbanización, aumenta la escorrentía en volumen y velocidad del agua con una rápida acumulación desproporcionada en las partes bajas, con las consecuentes inundaciones.
Los costos económicos para el país y los daños a las familias, han sido muy altos y de seguir con las mismas políticas de crecimiento urbano en el Valle de México a costa de su desecación, y en otras partes del país en donde está creciendo el asentamiento humano en cauces de arroyos y ríos, en cerros y otras áreas inundables o sísmicas, los costos serán inconmensurables para la sociedad en su conjunto. Los llamados desastres naturales deberían llamarse desastres por la irresponsabilidad humana y la corrupción.
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