BLOQUEO ENERGETICO
Y CRISIS TECNOLOGICA
Capitalismo mafioso JORGE BEINSTEIN (Segunda parte)
Otro fenómeno importante de la crisis económica global, es el del bloqueo energético. El capitalismo industrial pudo despegar hacia finales del siglo XVIII porque la Europa imperial agregó a la explotación colonial y a la desestructuración de su universo rural (que le proporcionó mano de obra abundante y barata) un proceso de emancipación productiva respecto de las limitadas y caras fuentes energéticas convencionales, como la corrientes de los ríos que permitían el funcionamiento de los molinos, la madera de los bosques y la energía animal.
La solución fue el carbón mineral y en torno del mismo la ampliación sin precedentes de la explotación minera, su polo dinámico fue el capitalismo inglés.
La depredación creciente de recursos naturales atravesó a todos los modelos tecnológicos del capitalismo y, si consideramos a la totalidad del ciclo industrial (entre fines del siglo XVIII y la actualidad), podríamos referirnos al sistema tecnológico de la civilización burguesa basado en la disociación cultural del hombre y la “naturaleza”, asumiendo a esta última como universo hostil, objeto de conquista y pillaje.
Al auge del carbón mineral del siglo XIX le sucedió el del petróleo en el siglo XX y hacia comienzos del siglo XXI ha sido agotada aproximadamente la mitad de la reserva original de ese recurso. Eso significa que ya nos encontramos en la zona calificada como cima o nivel máximo posible de extracción petrolera a partir de la cual se extiende un inevitable descenso extractivo. Desde mediados de la década pasada ha dejado de crecer la extracción de petróleo crudo.
Suponiendo la existencia de reemplazos energéticos viables a gran escala y a largo plazo cuando aceptamos las promesas tecnológicas del sistema (para un futuro incierto) y los introducimos en el mundo real con sus ritmos de reproducción económica concretos a mediano y corto plazo, nos encontramos ante un bloqueo energético insuperable. Si pensamos en lo que resta de la década actual comprobaremos que no aparecen reemplazos energéticos capaces de compensar la declinación petrolera.
Dicho de otra manera, el precio del petróleo tiende a subir y la especulación financiera en torno del producto lo empuja aún más hacia arriba. Además, alguna aventura militar occidental, como por ejemplo un ataque israelí-estadounidense contra Irán y el consiguiente cierre del estrecho de Ormuz, llevaría el precio a las nubes. Todo ello significa que los costos energéticos de la economía se han convertido en una factor decisivo limitante de su expansión y en algún escenario turbulento causarían una contracción catastrófica de las actividades económicas a nivel global.
No se trata sólo del petróleo, sino de un amplio abanico de recursos mineros que se encuentran en la cima de su explotación, cerca de la misma o ya en la etapa de extracción declinante, afectando a la industria y a la agricultura. Por ejemplo, la declinación de la producción mundial de fosfatos, componente esencial para la producción de alimentos, desde hace algo más de dos décadas.
Pasamos entonces del tema del bloqueo energético a otro más vasto: El del bloqueo de los recursos mineros en general y de allí al del sistema tecnológico de la civilización burguesa que lo ha engendrado. En dicho sistema tenemos que incluir a sus materias primas básicas, sus procedimientos productivos y su respaldo técnico-científico, su dinámica y estilo de consumo civil y de guerra, etcétera; es decir, al capitalismo como civilización.
Asistimos ahora a la búsqueda vertiginosa de “reemplazos” energéticos, de diversos minerales, etcétera destinados a seguir alimentando una estructura social decadente, cuya dinámica de reproducción nos dice que más de la mitad de la humanidad “está de más” y que en consecuencia la “civilización” ha marcado un camino futuro habitado por una sucesión de mega genocidios.
Pero la decadencia nos lleva a pensar que todos esos “recursos necesarios” para el sostenimiento de sociedades y élites parasitarias no son necesarios en otro tipo de civilización o por lo menos lo son en volúmenes mucho más reducidos. No están de más los pobres y excluidos del planeta. Está de más el capitalismo con sus objetos de consumo lujoso, sus sistemas militares, su despilfarro obsceno.
De la sobreproducción controlada
a la crisis general de sub producción
Es posible describir el trayecto de algo más de cuatro décadas que ha conducido a la situación actual. Aproximadamente entre 1968 y 1973 nos encontramos ante un gran crisis de sobreproducción en los países centrales que, como ya he señalado, no derivó en un derrumbe generalizado de empresas y una avalancha de desocupación al el estilo “clásico”, sino en una complejo proceso de control de la crisis que incluyó instrumentos de intervención pública destinados a sostener la demanda, la liberalización de los mercados financieros, esfuerzos tecnológicos y comerciales de las grandes empresas. Y también integrando a la ex Unión Soviética como proveedora de gas y petróleo y a China como proveedora de mano de obra industrial barata.
Los cambios se produjeron gradualmente en respuesta a las sucesivas coyunturas, pero finalmente se convirtieron en un nuevo modelo de gestión del sistema llamado neoliberalismo girando en torno de tres orientaciones decisivas marcadas por el parasitismo: La financiarización de la economía, la militarización y el saqueo desenfrenado de recursos naturales.
El proceso de financiarización concentró capitales parasitando sobre la producción y el consumo, la incorporación de centenares de millones de obreros chinos y de otras zonas periféricas y el saqueo de recursos naturales permitió bajar costos, desacelerar la caída de los beneficios industriales.
El resultado visible al comenzar el siglo XXI es el ahogo financiero del sistema, la degradación ambiental y el comienzo de la declinación de la explotación de numerosos recursos naturales tanto renovables como no renovables (al ser quebrados sus ciclos de reproducción.)
Finalmente, la crisis de sobreproducción controlada engendra una crisis prolongada de sub producción que está dando ahora sus primeros pasos. El sistema encuentra “barreras físicas” para la reproducción ampliada de sus fuerzas productivas, los recursos naturales declinan. No se trata de “fronteras exógenas”, de bloqueos causados por fuerzas sobrehumanas, sino de autobloqueos, de los efectos de la actividad productiva del capitalismo, prisionero de un sistema tecnológico muy dinámico basado en la explotación salvaje de la naturaleza y en la expansión acelerada de las masas proletarias del planeta (poblaciones miserables de la periferia, obreros pobres, campesinos sumergidos, marginales de todo tipo, etcétera.)
Asistimos entonces a la paradoja de industrias, como la automotriz, con altos niveles de capacidad productiva ociosa. Si por alguna magia de los mercados esas empresas llegan a encontrar demandas adicionales significativas se producirían saltos espectaculares en los precios de una amplia variedad de materias primas. Por ejemplo el petróleo, que anularían dichas demandas.
No estamos pasando del crecimiento al estancamiento. Esté último no es más que el transito hacia la contracción, más o menos rápida, más o menos caótica del sistema, hacia la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas al ritmo de la concentración de capitales, la marginación social y el agotamiento de los recursos naturales. No tiene porque ser un proceso de declinación inexorable de la especie humana. Se trata de la decadencia de una civilización, de sus sistemas productivos y perfiles de consumo.
Capitalismo mafioso
De este proceso forma parte la mutación del núcleo dirigente del capitalismo mundial en un conglomerado de redes parasitarias mafiosas, una de cuyas características psicológicas es el acortamiento temporal de expectativas, cortoplacismo que lo conduce hacia una creciente crisis de percepción de la realidad. El negocio financiero, en tanto cultura hegemónica del mundo empresario, el gigantismo tecnológico (especialmente su capítulo militar), la súper concentración económica y otros factores convergentes impulsan esta desconexión psicológica liberando una amplia variedad de proyectos irracionales que sirven como apoyatura de políticas económicas, sociales, comunicacionales, militares, etcétera (el cuerpo parasitario engorda y la mente racional del obeso se contrae).
La élite global dominante (imperialista) se va convirtiendo en un sujeto extremadamente peligroso empecinado en el empleo salvador de lo que considera su instrumento imbatible: El aparato militar (aunque experiencias concretas como en el pasado su derrota en Vietnam y actualmente el empantanamiento en Afganistán demuestran lo contrario.)
Tres enfoques convergentes
Es posible abordar la historia de la civilización burguesa, su gestación, ascenso y decadencia, desde tres visiones de largo plazo.
La primera de ellas enfoca una trayectoria de aproximadamente 500 años. Arranca a entre fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI europeo con la conquista de América y el pillaje de sus riquezas generando un derrame de oro y plata sobre las sociedades imperiales europeas, impulsando su expansión económica y transformación burguesa.
Una nueva guerra en Medio Oriente, lo menos deseado
Luego del primer atracón (siglo XVI), llegó el tiempo de la digestión y de la desestructuración de los bloqueos precapitalistas y de la emergencia de embriones sólidos del Estado y de la ciencia modernos y de núcleos capitalistas emergentes, todo ello expresado como “larga crisis del siglo XVII”.
Al comenzar el siglo XVIII esas sociedades ya estaban culturalmente preparadas para la gran aventura capitalista. Su despegue estuvo marcado por una crisis de mediana duración entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX pautada por la revolución industrial inglesa, la revolución francesa y las guerras napoleónicas. Fue atravesando todo el siglo XIX al ritmo de las expansiones coloniales y neocoloniales y las transformaciones industriales y políticas.
En torno de 1900, el capitalismo, con centro en occidente, había establecido su sistema imperial a nivel planetario, hasta llegar a la primera guerra mundial que señala el fin de la juventud del sistema y el inicio de una nueva crisis de mediana duración entre 1914 y 1945, punto de inflexión entre la etapa juvenil ascendente y una era de turbulencias que empiezan a mostrar los límites históricos de un sistema que dispone de recursos (financieros, tecnológicos, naturales, demográficos, militares) como para prolongar su existencia en medio de amenazas como la aparición de la Unión Soviética, luego la revolución china, etcétera.
Las avanzadas militares
Y después de una recomposición que trae la prosperidad a un capitalismo amputado, acosado (entre fines de 1940 y fines de los años 1960), el sistema ingresa en una crisis larga (que consigue atrapar a los grandes ensayos proto socialistas: La URSS y China) que se prolonga hasta el presente. Esta última etapa, que ya dura más de cuatro décadas, se caracteriza por el descenso gradual zigzageante y persistente de las tasas globales de crecimiento económico sobredeterminado por la desaceleración de las economías imperialistas (en primer lugar los Estados Unidos) y por el incremento de las más diversas formas de parasitismo (principalmente el financiero.)
En esta etapa es posible distinguir un primer período entre 1968-1973 y 2007-2008 de desaceleración relativamente lenta, de pérdida gradual de dinamismo y un segundo período (en el que nos encontramos) de agotamiento del crecimiento, apuntado hacia la contracción general del sistema.
En síntesis: A partir del primer impulso colonial exitoso (en el siglo XVI, el anterior: las Cruzadas, había fracasado), es posible hacer girar la historia de la civilización burguesa en torno de cuatro grandes crisis: La larga crisis del siglo XVII, vista como etapa preparatoria del gran salto; la crisis de mediana duración de nacimiento del capitalismo industrial (fines del siglo XVIII- comienzos del siglo XIX). Una segunda crisis de mediana duración (1914-1945), seguida por una prosperidad de aproximadamente un cuarto de siglo y, finalmente, una nueva crisis de larga duración (que se inicia hacia fines de los años 1960), de decadencia del sistema, suave primero y acelerada desde fines de la primera década del siglo XXI.
Un segundo enfoque restringido a un poco más de 200 años, arranca con la revolución industrial inglesa, la Revolución Francesa, la independencia de Estados Unidos, las guerras napoleónicas y otros acontecimientos que señalan el inicio del capitalismo industrial consolidándose en una larga etapa juvenil del sistema, abarcando la mayor parte del siglo XIX. Las turbulencias son cortas, las crisis de sobreproducción, siguiendo el modelo desarrollado por Marx, son “crisis de crecimiento” del sistema que van acumulando heridas, deformaciones, problemas que terminan por provocar el gran desastre de 1914. Karl Polanyi se refiere al rol de la cúpula financiera europea en el mantenimiento de equilibrios económicos y políticos. En esa élite está la base de la futura hipertrofia financiera de finales del siglo XX.
Luego de la etapa juvenil se desarrolla un período de madurez signado por guerras, fuertes depresiones y una prosperidad de mediana duración (1945-1970).
Con la crisis de los años 1970, el fin del patrón dólar-oro, la derrota norteamericana en Vietnam, la estanflación y los dos shocks petroleros, etcétera, el capitalismo entra en su vejez, que deriva en senilidad. El concepto de “capitalismo senil” fue introducido por Roger Dangeville hacia finales de los años 1970, señalando que desde ese momento el sistema devenía senil se desagregaba, perdía el rumbo. En realidad la senilidad del sistema se hace evidente tres décadas después, a partir de la estampida financiero-energético-alimentaria de 2008, cuando se acelera el descenso del crecimiento hasta acercarnos ahora a crecimientos iguales a cero o negativos en la zona central del capitalismo y cuando el motor financiero se ha estancado apuntando a la caída.
Un tercer enfoque de desagregación del superciclo en “ciclos parciales” permite detallar fenómenos decisivos de la historia del sistema. Es necesario limitar los aspectos de autonomía de esos “ciclos”, haciéndolos interactuar entre si y refiriéndolos siempre a la totalidad sistémica.
El crepúsculo del sistema arranca con las turbulencias de 2007-2008. la multiplicidad de “crisis” que estallaron (financiera, productiva, alimentaria, energética) convergieron con otras como la ambiental o la del Complejo Industrial-Militar del Imperio empantanado en las guerras asiáticas.
El cáncer financiero irrumpió triunfal entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y obtuvo el control absoluto del sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo había comenzado mucho tiempo (varios siglos) antes, financiando estados imperiales donde se expandían las burocracias civiles y militares al ritmo de las aventuras coloniales-comerciales y luego también a negocios industriales cada vez más concentrados.
La hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo a la inversa de las civilizaciones anteriores no acumulaba parasitismo, sino fuerzas productivas que al expandirse creaban problemas de adaptación superables al interior del sistema mundial, resueltos a través de procesos de “destrucción-creadora”.
Por su parte el militarismo moderno hunde sus raíces más fuertes en el siglo XIX occidental, desde las guerras napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana hasta irrumpir en la Primera Guerra Mundial como “Complejo Militar-Industrial” (aunque es posible encontrar antecedentes importantes en Occidente en las primeras industrias de armamentos de tipo moderno aproximadamente a partir del siglo XVI). Fue percibido en un comienzo como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y más adelante como reactivador económico del capitalismo. Sólo se veían ciertos aspectos del problema, pero se ignoraba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un monstruo mucho más poderoso: El del consumo improductivo, causante de déficits públicos que no incentivan la expansión sino el estancamiento o la contracción de la economía. (Continuará.)
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