EL EX PRESIDENTE Miguel de la Madrid, en entrevista concedida a Carmen Aristegui, difundida por radio, expresó su arrepentimiento por haber dejado como su sucesor en la Presidencia a Carlos Salinas, por la corrupción de su familia, por él solapada, y por su vinculación con el narcotráfico. El señalamiento conmovió a la sociedad informada y la reacción del señalado fue brutal. Las imputaciones revelaron una opinión demoledora del ex presidente sobre Carlos Salinas y la reacción de éste reveló una poderosa red de intereses afines, tan importante como la acusación misma. Los señalamientos de De la Madrid son de una indiscutible gravedad, como lo es la respuesta que montó un operativo para anular al denunciante. No se buscó responder a la acusación con argumentos, sino de inmediato liquidar moral y físicamente al denunciante. Ningún alegato, antes que nada la destrucción personal de Miguel de la Madrid. Días antes de la divulgación de la entrevista, un periódico afín a Salinas adelantó una supuesta preocupación por señales de demencia senil en De la Madrid, reforzadas por opiniones siquiátricas. ¿Sabían lo que había declarado y adelantaron el antídoto? ¿En qué régimen es esto posible? Por lo pronto, al instante de la transmisión de las declaraciones en la voz del ex presidente, se lanzó el ataque inmisericorde: De la Madrid es mentalmente incapaz; la entrevistadora abusó de él. La descalificación recuerda lo peor de las dictaduras totalitarias. Se impulsó una movilización de allegados a De la Madrid y a su sucesor, su ex secretario Gamboa. Acuden presurosos —se informa— silenciar al progenitor. De la Madrid se declara supuestamente él mismo incapaz, firma —se dice— una declaración en la que confiesa haber estado durante la entrevista convaleciente, impedido para entender preguntas y procesar respuestas y, en súbita recuperación de lucidez, califica de inválidas sus afirmaciones en la citada entrevista que, conocida por todos, no exhibe una mente errática, sino opiniones coherentemente relacionadas con hechos concretos del dominio de la opinión pública. ¿Puede haber un episodio político más preocupante en nuestro México democrático y libre? ¿A qué presiones lo sometieron? ¿Cómo lo obligaron a retractarse? Nadie cree en el desmentido y sí en un virtual crimen político que anula para siempre cualquier dicho futuro del ex presidente. El evento no se reduce al círculo interno de ambos ex presidentes; abarcó a todo el espectro político. Desde luego, a la cúpula del PRI, unos activos, otros ocultos; a su presidenta, que se lava las manos. Pero también al PAN, que por boca de Germán Martínez ataca al PRI, pero elude todo comentario sobre Salinas, develando conocidas afinidades. Televisa y TV Azteca ignoran una de las más graves acusaciones a un ex presidente, deliberada desinformación. El presidente Calderón, recordando seguramente valiosos servicios, no se dio por enterado. Finalmente reaparece Beltrones: forzado por la prensa manda callar a ex presidentes, a De la Madrid, ya silenciado bajo la batuta de Salinas, y a Zedillo, el ser más odiado precisamente por el mismo Salinas. ¿Está claro? El tema se diluye rápidamente, al haberlo omitido las televisoras lo hicieron convenientemente inexistente a nivel nacional. Salvo alguno que otro analista que aún comenta con profundidad el evento, se suceden notas periodísticas restándole importancia: se trató sólo de intrigas entre políticos, escándalos estériles, pleitos de comadres, mitos sobre Salinas, al que todo se le achaca, víctima de maldicentes. La red de intereses se tranquiliza. ¿Quién se atreverá a denunciar corrupciones, contubernios de esta cofradía de poderosos? Si De la Madrid fue declarado incapaz y lo aceptó, descalificando sus dichos, ¿qué no le pasará a cualquier atrevido con menos nivel y reconocimiento?
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Ex secretario de Estado
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