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Edición 306
Escrito por Jean-Micel Vernochet   
Sábado, 22 de Junio de 2013 00:00

LAS RAZONES-PRETEXTO DE OCCIDENTE

 

“Choque de civilizaciones”, 

coartada para enervar conflictos islámicos

JEAN-MICHEL VERNOCHET*

(Tercera y última parte)



¿Por qué vuelvo a insistir sobre la aceleración de la historia humana? Porque se trata de una descomposición visible y recomposición aleatoria. Esta es la fase que actualmente atraviesan la ideología pretexto del «choque de civilizaciones», en boga desde 1996, y la dudosa tesis (algunos pretenden que ni siquiera sus promotores se la creen) del estadounidense Samuel Huntington. Es también la que sirve de telón de fondo para los grandes cambios geopolíticos y sirve de justificación para la multiplicación de los conflictos con el mundo islámico y dentro del mismo.

Lo cierto es que el factor religioso no desempeña un papel central en cuanto causalidad maestra en la hipótesis del choque entre civilizaciones. Por ejemplo, Riad y Doha, capitales del fundamentalismo wahabita, están en el Medio Oriente muy estrechamente asociadas al “destino manifiesto” del puritanismo estadounidense… lo cual tiende también a demostrar que modernidad y tradición pueden convivir perfectamente en un terreno donde el comercio de hidrocarburos, mercados de armamento, Kriegspiel y guerras subversivas ocupan un lugar eminente.

 

Obsérvese -y resulto harto paradójico según ese esquema- que las primaveras árabes de 2011 están dando a luz, una tras otra, gobiernos dominados por los islamistas -Hermandad Musulmana y diversos componentes salafistas- apadrinados a la vez por la Turquía neo-otomana y por el wahabismo rigorista de las dos susodichas monarquías… con la bendición de Washington. La integración de estos nuevos poderes religiosos en el plan de reconfiguración del Gran Oriente, desde las Columnas de Hércules hasta el río Indus, contradice del todo la teoría de la incompatibilidad entre civilizaciones.



Las “primaveras árabes” han parido gobiernos regidos por la Hermandad Musulmana y componentes salafistas, apadrinados a su vez por Turquía y por el wahabismo rigorista de Qatar y Arabia Saudita… con la bendición de Washington


En realidad, estamos ante una lectura “a la medida” -según el enfoque de Washington- de las resistencias que han venido manifestando las sociedades tradicionales constituidas en Estados nacionales a lo largo del siglo XX, pero cuyos arcaísmos -tal vez se pueda hablar de inercia cultural- obstaculizan su apertura completa e incondicional al comercio transnacional, al libre acceso de los operadores e inversionistas que quieren valorizar y explotar racionalmente -ahora se dice además “de forma sostenible”- las potencialidades geográficas y los recursos, tanto naturales como humanos, que ofrece tal o más cual zona de interés económico y por lo tanto geoestratégico.

Según esta perspectiva, la idea misma de Nación entra en contradicción con la de libre intercambio, idea según la cual hay que eliminar las puertas y ventanas (para evitar que se cierren). La política de la cañonera actualizada (esa misma que practicara el comodoro M. C. Perry frente a Tokio en julio de 1853, intimidación que dio resultados y abrió un año más tarde, en marzo 1954, con la Convención de Kanagawa, los puertos japoneses a los navíos mercantes estadounidenses) es lo que practicaron en el pasado los B52 y más tarde los drones asesinos, que son los que hoy llevan el “evangelio” de la democracia, sinónimo de libre mercado. Ya no se menciona ingenuamente el comercio sino que se le ha sustituido con elegancia aquello de las urgencias humanitarias, la liberación de las mujeres, la autodeterminación de las minorías étnicas o confesionales, todo lo cual se mezcla en el “deber de asistencia» y el “derecho de injerencia” del fuerte en auxilio del débil.

A fin de cuentas, la teoría tendiente a declarar ineludibles la confrontación entre áreas culturales y bloques confesionales -cristiandad occidental y ortodoxia eslava frente a Islam, confucianismo etcétera- legitima a priori ciertas guerras en realidad premeditadas, es decir programadas y planificadas, guerras por encargo, ajenas a cualquier idealismo, que apuntan in fine a objetivos triviales, de naturaleza geoeconómica, geoenergética y hegemónica.

En realidad, las supuestamente irreductibles incompatibilidades civilizacionales no son nada fatales, ni siquiera se trata de verdades definitivamente establecidas… Así que no proceden de culturas perversas a las que habría que rehabilitar por negarse a convertirse a los beneficios del consumo desenfrenado, desafuero que hace de la posesión de bienes efímeros, intercambiables y perecederos, el colmo de la plenitud individual y existencial. No, el choque abusivamente llamado civilizacional, las guerras efectivas y las guerras en gestación proceden más bien de un modelo de sociedad expansionista por naturaleza o, por decirlo en otras palabras, imperialista o bulímica sui generis, en busca de legitimación “científica” ya que hoy día es la supuesta la ciencia la que ocupa el lugar de la moral natural.

 

Se trata, en definitiva, de un modelo que está devorando el planeta, los recursos, los pueblos y los hombres. Claro, el sistema no podría existir sin los hombres que lo encarnan, lo promueven y lo sirven… a veces con un celo excesivo y en algunos casos con una falta total de sentido moral. Pensemos en estas figuras emblemáticas del falso semblante del bien, lo que fueron, en el ejercicio de sus funciones, los Bush y Blair (a quien la Inglaterra popular llama «Bliar», o sea el mentiroso) los culpables de las guerras de Afganistán e Irak, sobre la base de mentiras como aquella de las armas de destrucción masiva de Irak o el mito de al-Qaeda.



El 16 de marzo de 2003, José Manuel Durao Barroso, primer ministro de Portugal; Tony Blair, primer ministro británico; George Bush, presidente de Estados Unidos; y José María Aznar, primer ministro español, se reúnen en las Azores en lo que fue el preludio de la invasión perpetrada contra Irak sin mandato previo del Consejo de Seguridad de la ONU. Ninguno de los responsables de esa violación flagrante del derecho internacional ha sido sancionado y el señor Durao Barroso incluso preside actualmente la Comisión Europea.


Pero el sistema, por definición, es amoral, se sitúa en un más allá: “más allá del bien y el mal”. Esto no quita que el sistema formatea, amasa y arrastra a los hombres en su estela poderosa. Les ahorra pensar, los exonera de cualquier escrúpulo y premia su sometimiento. Decimos que en un momento dado, a partir de cierto nivel, el sistema vive por sí mismo, de manera autónoma, y no deja más que un estrecho margen de maniobra a quien quisiere tomar sus distancias; entre marginalidad o fracaso, no hay más que oposición tenue y sin porvenir, escurriéndose entre las murallas del conformismo y la corriente torrencial de las pesadeces sistémicas.

¿Qué hacer contra un modo de funcionamiento de la sociedad heredado de las eras primitivas, de las épocas del pillaje, las del nomadismo depredador? Los capitales (estamos inmersos en la impermanencia que induce la imperiosa exigencia de maximizar los rendimientos económicos) se mueven como las langostas que dejan el suelo desnudo a su paso.

Ese es el modelo del saqueo “a fondo”, al que la tecnología ofrece ahora inmensas capacidades de desmultiplicación, hasta agotar en espacio de pocas generaciones las reservas biológicas y geológicas acumuladas a lo largo de los 400 primeros millones de vida organizada… océanos y mares se están vaciando de sus reservas halióticas y las entrañas de la tierra están soltando a gran velocidad sus reservas de hulla, petróleo, gas, formados en la edad carbonífera… ¡la edad de las libélulas gigantes y de las primeras selvas, de los helechos arborescentes, mucho antes del reino de los dinosaurios!

Nuestro modelo de sociedad es destructor de las culturas que fueron madurando en las sociedades humanas a lo largo de estos cuatro o cinco últimos milenios. Una descomposición de las culturas tradicionales no ofrece como contraparte sino una recomposición más o menos errática, carente de referencias, en el marco del fetichismo de la mercancía, el desencantamiento del mundo y el consumo creciente de neurolépticos. Tales trastornos, tales desniveles culturales conllevarán forzosamente resistencia y tumultos, aunque sean sólo las convulsiones de la agonía…

El Estado-nación, aunque derrotado en todos los campos de batalla políticos y militares recientes (Europa, Yugoslavia, Irak, Libia… ¿Siria?) resiste como modelo y seguramente responderá. Desde este punto de vista, las estructuras estatales nacionalistas laminadas por la democracia de mercado no han fallecido y renacerán en el marco de estas múltiples entidades etnoconfesionales que el Nuevo Orden Mundial quiere crear sobre los escombros de los Estados vencidos. Observemos que el Estado nacional prospera en Asia, especialmente en Singapur y Taiwan, pero también en China, Corea, Vietnam y Japón.

En el Maelstrom del tiempo presente, las cosas se van haciendo y deshaciendo sin marcha atrás, siguiendo una lógica de lo irreversible… en apariencia. Nada parece poder desviar el flujo del tiempo de su cauce catastrófico. Sin diques naturales o humanos va desbordándose, ya no riega sino que inunda sin que nadie sepa cómo detenerlo. Por esto es que Irán, obstáculo en el rumbo de las aguas desbocadas de la modernidad, debe ser destruido, barrido, aniquilado, a no ser que, desplomándose solo, caiga de rodillas espontáneamente, bajo los efectos de un pronunciamiento palaciego o bajo el impulso irreprimible de la calle. En todo caso, aún sabiendo que la historia da a luz en medio del dolor y la violencia, ya estamos viendo el resultado del parto forzado de la democracia en los países de la primavera árabe.

Estamos, pues, ante una lógica dentro de la cual se desarrollan los acontecimientos a los que asistimos y los que están llamados a ocurrir. Esto seguirá hasta que la lógica propia de los acontecimientos llegue a su propia extinción, por agotamiento o a raíz de un acontecimiento cataclísmico -guerra nuclear, ¿o primero regional, tal vez?-, trastorno que determine y complete la redistribución del campo geopolítico. Pues los fracasos o repliegues de Estados Unidos en los últimos 60 años, por muy dolorosos que hayan sido, desde la derrota sufrida en Vietnam hasta el fiasco de su invasión contra Afganistán, no van a desautorizar esta hipótesis.



Se pierden muchas batallas para mejor ganar la guerra. Son derrotas fecundas en progresos de todo tipo, especialmente en cuanto a avances técnicos que agrandan el abismo tecnológico que separa aún hoy en día a Estados Unidos del resto del mundo. Son al fin y al cabo conflictos factores de progreso, en última instancia propicios al desarrollo y a las mutaciones de los elementos constitutivos de la potencia.

Evoquemos aquí brevemente la naturaleza y la ideología de estos tres subconjuntos, geoeconómico, geoenergético y hegemónico, como arquitectura dinámica del actual sistema mundo...

Convergencias: De la economía superestructural 
al fin de la historia

Los años 1970 marcan un giro en la historia del capitalismo con la transformación del mismo, tal vez convenga hablar de mutación, en capitalismo financiero. Asistimos a la financiarización de la economía, modelo dominado por la exigencia de ciclos cortos y de rentabilidad a corto plazo, salvo para el sector de fuerte inercia en que investigación y desarrollo requieren enormes inversiones a lo largo de varios decenios... energía y armamento forman parte de dicha inversión.



La economía especulativa se libera entonces poco a poco –pero a cierta velocidad, por lo cual podemos hablar de «mutación», durante los cuatro decenios siguientes, de casi todas las trabas legales. Esto es la aplicación dogmática de las tesis del anarcocapitalismo recomendado por la Escuela de Chicago, fundada a su vez por el Premio Nobel Milton Friedmann. Doctrina y práctica se convierten en “ciencia fría” y se liberan de cualquier vínculo con la moral, ya que enriquecerse se convierte en un fin en sí mismo, algo así como el arte por el arte.

Los decisores políticos (Carter, Reagan, Thatcher, Clinton, Bush, Blair) no lo pensaron como tal, pues procuraban más que todo poner nuevamente en marcha la maquinaria económica, sin imaginar las consecuencias de semejante liberación de fuerzas. Pero en la práctica se trató de una ruptura epistemológica fundamental, que nadie percibió como tal cuando sucedió. El capitalismo financiero, tal como lo teorizó Max Weber se libera primero en la esfera anglo-estadounidense, la desregulación ocultó la ruptura definitiva con la ética protestante... cuya transgresión por cierto no daba lugar a priori a ninguna sanción pero no dejaba de tener peso en el sistema, como base de las obligaciones jurídicas. Por supuesto, nada de esto sucedió de golpe, la ruptura de los años 1970 vino anunciándose desde principios del siglo XIX. Es la época en que la ética del protestantismo había empezado a perder terreno paulatinamente.

El sociólogo y teólogo de la liberación, Michel Schooyans, profesor de la Universidad Católica de Sao Paulo, en su monografía Deriva totalitaria del liberalismo (1991), formula la hipótesis de que una violencia estructural sería algo consubstancial al liberalismo económico.

Esta tendencia por cierto se nota a través de los análisis del libertariano Milton Friedman, máxime en su obra mayor Capitalismo y libertad, de 1962. Bajo el pretexto de racionalizar el hecho de que se desdibuja la libertad política en provecho de la emancipación económica, Friedman busca más que todo legitimar una liberación total de la esfera mercantil, sin aspirar a una comprensión holística de la realidad, lejos de los presupuestos ideológicos, y esto en detrimento de las libertades fundamentales porque para que la esfera especulativa sea libre de verdad hay que someter a los pueblos de modo que acepten la inestabilidad consustancial del sistema. Restructuración, deslocalización de capitales, desindustrialización, desempleo, servicio de la deuda, quiebra de los Estados, planes de ajuste estructural y austeridad, desastrosos efectos sociales, disturbios civiles, guerras de expansión y conquistas...

Por todo esto, ¡hay que acabar con Irán! Porque Irán, como obstáculo a la integración del mercado único planetario, es un elemento perturbador extrínseco a la lógica inercial del sistema-mundo. El mecanismo lógico que aquí funciona sólo puede destrozar todo lo que entre en contradicción con él y vaya en contra de su ley de desarrollo, o sea, todo lo que impida su cumplimiento. 

*Red Voltaire



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