LAS RAZONES-PRETEXTO DE OCCIDENTE
“Choque de
civilizaciones”, coartada para enervar
conflictos islámicos
JEAN-MICHEL
VERNOCHET*
(Tercera y última parte)
¿Por
qué vuelvo a insistir sobre la aceleración de la historia humana? Porque se
trata de una descomposición visible y recomposición aleatoria. Esta es la fase
que actualmente atraviesan la ideología pretexto del «choque de
civilizaciones», en boga desde 1996, y la dudosa tesis (algunos pretenden
que ni siquiera sus promotores se la creen) del estadounidense Samuel Huntington.
Es también la que sirve de telón de fondo para los grandes cambios geopolíticos
y sirve de justificación para la multiplicación de los conflictos con el mundo
islámico y dentro del mismo. Lo
cierto es que el factor religioso no desempeña un papel central en cuanto
causalidad maestra en la hipótesis del choque entre civilizaciones. Por
ejemplo, Riad y Doha, capitales del fundamentalismo wahabita, están en el Medio
Oriente muy estrechamente asociadas al “destino manifiesto” del
puritanismo estadounidense… lo cual tiende también a demostrar que modernidad y
tradición pueden convivir perfectamente en un terreno donde el comercio de
hidrocarburos, mercados de armamento, Kriegspiel y guerras subversivas
ocupan un lugar eminente. Obsérvese
-y resulto harto paradójico según ese esquema- que las primaveras árabes de
2011 están dando a luz, una tras otra, gobiernos dominados por los islamistas -Hermandad
Musulmana y diversos componentes salafistas- apadrinados a la vez por la Turquía neo-otomana y por
el wahabismo rigorista de las dos susodichas monarquías… con la bendición de
Washington. La integración de estos nuevos poderes religiosos en el plan de
reconfiguración del Gran Oriente, desde las Columnas
de Hércules hasta el río Indus, contradice del todo la teoría de la
incompatibilidad entre civilizaciones.
Las “primaveras árabes” han parido gobiernos regidos por la Hermandad Musulmana y componentes salafistas, apadrinados a su vez por Turquía y por el wahabismo rigorista de Qatar y Arabia Saudita… con la bendición de Washington
En
realidad, estamos ante una lectura “a la medida” -según el enfoque de
Washington- de las resistencias que han venido manifestando las sociedades
tradicionales constituidas en Estados nacionales a lo largo del siglo XX, pero
cuyos arcaísmos -tal vez se pueda hablar de inercia cultural- obstaculizan su
apertura completa e incondicional al comercio transnacional, al libre acceso de
los operadores e inversionistas que quieren valorizar y explotar racionalmente
-ahora se dice además “de forma sostenible”- las potencialidades
geográficas y los recursos, tanto naturales como humanos, que ofrece tal o más
cual zona de interés económico y por lo tanto geoestratégico. Según
esta perspectiva, la idea misma de Nación entra en contradicción con la de
libre intercambio, idea según la cual hay que eliminar las puertas y ventanas
(para evitar que se cierren). La política de la cañonera actualizada (esa misma
que practicara el comodoro M. C. Perry frente a Tokio en julio de 1853,
intimidación que dio resultados y abrió un año más tarde, en marzo 1954, con la Convención de Kanagawa,
los puertos japoneses a los navíos mercantes estadounidenses) es lo que
practicaron en el pasado los B52 y más tarde los drones asesinos, que son los que hoy llevan el “evangelio”
de la democracia, sinónimo de libre mercado. Ya no se menciona ingenuamente el
comercio sino que se le ha sustituido con elegancia aquello de las urgencias
humanitarias, la liberación de las mujeres, la autodeterminación de las
minorías étnicas o confesionales, todo lo cual se mezcla en el “deber de
asistencia» y el “derecho de
injerencia” del fuerte en auxilio del débil. A
fin de cuentas, la teoría tendiente a declarar ineludibles la confrontación
entre áreas culturales y bloques confesionales -cristiandad occidental y
ortodoxia eslava frente a Islam, confucianismo etcétera- legitima a priori
ciertas guerras en realidad premeditadas, es decir programadas y planificadas,
guerras por encargo, ajenas a cualquier idealismo, que apuntan in fine a
objetivos triviales, de naturaleza geoeconómica, geoenergética y hegemónica. En
realidad, las supuestamente irreductibles incompatibilidades civilizacionales
no son nada fatales, ni siquiera se trata de verdades definitivamente
establecidas… Así que no proceden de culturas perversas a las que habría que
rehabilitar por negarse a convertirse a los beneficios del consumo
desenfrenado, desafuero que hace de la posesión de bienes efímeros,
intercambiables y perecederos, el colmo de la plenitud individual y
existencial. No, el choque abusivamente llamado civilizacional, las guerras
efectivas y las guerras en gestación proceden más bien de un modelo de sociedad
expansionista por naturaleza o, por decirlo en otras palabras, imperialista o
bulímica sui generis, en busca de legitimación “científica” ya que hoy
día es la supuesta la ciencia la que ocupa el lugar de la moral natural. Se
trata, en definitiva, de un modelo que está devorando el planeta, los recursos,
los pueblos y los hombres. Claro, el sistema no podría existir sin los hombres
que lo encarnan, lo promueven y lo sirven… a veces con un celo excesivo y en
algunos casos con una falta total de sentido moral. Pensemos en estas figuras
emblemáticas del falso semblante del bien, lo que fueron, en el ejercicio de
sus funciones, los Bush y Blair (a quien la Inglaterra popular
llama «Bliar», o sea el mentiroso) los culpables de las guerras de
Afganistán e Irak, sobre la base de mentiras como aquella de las armas de
destrucción masiva de Irak o el mito de al-Qaeda.
El 16 de marzo de 2003, José Manuel Durao Barroso, primer ministro de Portugal; Tony Blair, primer ministro británico; George Bush, presidente de Estados Unidos; y José María Aznar, primer ministro español, se reúnen en las Azores en lo que fue el preludio de la invasión perpetrada contra Irak sin mandato previo del Consejo de Seguridad de la ONU. Ninguno de los responsables de esa violación flagrante del derecho internacional ha sido sancionado y el señor Durao Barroso incluso preside actualmente la Comisión Europea.
Pero
el sistema, por definición, es amoral, se sitúa en un más allá: “más allá
del bien y el mal”. Esto no
quita que el sistema formatea, amasa y arrastra a los hombres en su estela
poderosa. Les ahorra pensar, los exonera de cualquier escrúpulo y premia su
sometimiento. Decimos que en un momento dado, a partir de cierto nivel, el
sistema vive por sí mismo, de manera autónoma, y no deja más que un estrecho
margen de maniobra a quien quisiere tomar sus distancias; entre marginalidad o
fracaso, no hay más que oposición tenue y sin porvenir, escurriéndose entre las
murallas del conformismo y la corriente torrencial de las pesadeces sistémicas. ¿Qué
hacer contra un modo de funcionamiento de la sociedad heredado de las eras
primitivas, de las épocas del pillaje, las del nomadismo depredador? Los
capitales (estamos inmersos en la impermanencia que induce la imperiosa
exigencia de maximizar los rendimientos económicos) se mueven como las
langostas que dejan el suelo desnudo a su paso. Ese
es el modelo del saqueo “a fondo”, al que la tecnología ofrece ahora
inmensas capacidades de desmultiplicación, hasta agotar en espacio de pocas
generaciones las reservas biológicas y geológicas acumuladas a lo largo de los
400 primeros millones de vida organizada… océanos y mares se están vaciando de
sus reservas halióticas y las entrañas de la tierra están soltando a gran
velocidad sus reservas de hulla, petróleo, gas, formados en la edad
carbonífera… ¡la edad de las libélulas gigantes y de las primeras selvas, de
los helechos arborescentes, mucho antes del reino de los dinosaurios! Nuestro
modelo de sociedad es destructor de las culturas que fueron madurando en las
sociedades humanas a lo largo de estos cuatro o cinco últimos milenios. Una
descomposición de las culturas tradicionales no ofrece como contraparte sino
una recomposición más o menos errática, carente de referencias, en el marco del
fetichismo de la mercancía, el desencantamiento del mundo y el consumo
creciente de neurolépticos. Tales trastornos, tales desniveles culturales
conllevarán forzosamente resistencia y tumultos, aunque sean sólo las
convulsiones de la agonía… El
Estado-nación, aunque derrotado en todos los campos de batalla políticos y
militares recientes (Europa, Yugoslavia, Irak, Libia… ¿Siria?) resiste como
modelo y seguramente responderá. Desde este punto de vista, las estructuras
estatales nacionalistas laminadas por la democracia de mercado no han fallecido
y renacerán en el marco de estas múltiples entidades etnoconfesionales que el
Nuevo Orden Mundial quiere crear sobre los escombros de los Estados vencidos.
Observemos que el Estado nacional prospera en Asia, especialmente en Singapur y
Taiwan, pero también en China, Corea, Vietnam y Japón. En
el Maelstrom del tiempo presente, las
cosas se van haciendo y deshaciendo sin marcha atrás, siguiendo una lógica de
lo irreversible… en apariencia. Nada parece poder desviar el flujo del tiempo
de su cauce catastrófico. Sin diques naturales o humanos va desbordándose, ya
no riega sino que inunda sin que nadie sepa cómo detenerlo. Por esto es que
Irán, obstáculo en el rumbo de las aguas desbocadas de la modernidad, debe ser
destruido, barrido, aniquilado, a no ser que, desplomándose solo, caiga de
rodillas espontáneamente, bajo los efectos de un pronunciamiento palaciego o
bajo el impulso irreprimible de la calle. En todo caso, aún sabiendo que la
historia da a luz en medio del dolor y la violencia, ya estamos viendo el
resultado del parto forzado de la democracia en los países de la primavera
árabe. Estamos,
pues, ante una lógica dentro de la cual se desarrollan los acontecimientos a
los que asistimos y los que están llamados a ocurrir. Esto seguirá hasta que la
lógica propia de los acontecimientos llegue a su propia extinción, por
agotamiento o a raíz de un acontecimiento cataclísmico -guerra nuclear, ¿o
primero regional, tal vez?-, trastorno que determine y complete la
redistribución del campo geopolítico. Pues los fracasos o repliegues de Estados
Unidos en los últimos 60 años, por muy dolorosos que hayan sido, desde la
derrota sufrida en Vietnam hasta el fiasco de su invasión contra Afganistán, no
van a desautorizar esta hipótesis.
Se
pierden muchas batallas para mejor ganar la guerra. Son derrotas fecundas en
progresos de todo tipo, especialmente en cuanto a avances técnicos que agrandan
el abismo tecnológico que separa aún hoy en día a Estados Unidos del resto del
mundo. Son al fin y al cabo conflictos factores de progreso, en última
instancia propicios al desarrollo y a las mutaciones de los elementos constitutivos
de la potencia. Evoquemos
aquí brevemente la naturaleza y la ideología de estos tres subconjuntos,
geoeconómico, geoenergético y hegemónico, como arquitectura dinámica del actual
sistema mundo... Convergencias: De la economía
superestructural al fin de la historia Los
años 1970 marcan un giro en la historia del capitalismo con la transformación
del mismo, tal vez convenga hablar de mutación, en capitalismo financiero.
Asistimos a la financiarización de la economía, modelo dominado por la exigencia
de ciclos cortos y de rentabilidad a corto plazo, salvo para el sector de
fuerte inercia en que investigación y desarrollo requieren enormes inversiones
a lo largo de varios decenios... energía y armamento forman parte de dicha
inversión.
La
economía especulativa se libera entonces poco a poco –pero a cierta velocidad,
por lo cual podemos hablar de «mutación», durante los cuatro decenios
siguientes, de casi todas las trabas legales. Esto es la aplicación dogmática
de las tesis del anarcocapitalismo recomendado por la Escuela de Chicago,
fundada a su vez por el Premio Nobel Milton Friedmann. Doctrina y práctica se
convierten en “ciencia fría” y se liberan de cualquier vínculo con la
moral, ya que enriquecerse se convierte en un fin en sí mismo, algo así como el
arte por el arte. Los
decisores políticos (Carter, Reagan, Thatcher, Clinton, Bush, Blair) no lo
pensaron como tal, pues procuraban más que todo poner nuevamente en marcha la
maquinaria económica, sin imaginar las consecuencias de semejante liberación de
fuerzas. Pero en la práctica se trató de una ruptura epistemológica
fundamental, que nadie percibió como tal cuando sucedió. El capitalismo
financiero, tal como lo teorizó Max Weber se libera primero en la esfera
anglo-estadounidense, la desregulación ocultó la ruptura definitiva con la
ética protestante... cuya transgresión por cierto no daba lugar a priori a
ninguna sanción pero no dejaba de tener peso en el sistema, como base de las
obligaciones jurídicas. Por supuesto, nada de esto sucedió de golpe, la ruptura
de los años 1970 vino anunciándose desde principios del siglo XIX. Es la época
en que la ética del protestantismo había empezado a perder terreno
paulatinamente. El
sociólogo y teólogo de la liberación, Michel Schooyans, profesor de la Universidad Católica
de Sao Paulo, en su monografía Deriva
totalitaria del liberalismo (1991), formula la hipótesis de que una
violencia estructural sería algo consubstancial al liberalismo económico. Esta
tendencia por cierto se nota a través de los análisis del libertariano Milton
Friedman, máxime en su obra mayor Capitalismo y libertad, de 1962.
Bajo el pretexto de racionalizar el hecho de que se desdibuja la libertad
política en provecho de la emancipación económica, Friedman busca más que todo
legitimar una liberación total de la esfera mercantil, sin aspirar a una
comprensión holística de la realidad, lejos de los presupuestos ideológicos, y
esto en detrimento de las libertades fundamentales porque para que la esfera
especulativa sea libre de verdad hay que someter a los pueblos de modo que
acepten la inestabilidad consustancial del sistema. Restructuración,
deslocalización de capitales, desindustrialización, desempleo, servicio de la
deuda, quiebra de los Estados, planes de ajuste estructural y austeridad, desastrosos
efectos sociales, disturbios civiles, guerras de expansión y conquistas... Por
todo esto, ¡hay que acabar con Irán!
Porque Irán, como obstáculo a la integración del mercado único planetario, es
un elemento perturbador extrínseco a la lógica inercial del sistema-mundo. El
mecanismo lógico que aquí funciona sólo puede destrozar todo lo que entre en
contradicción con él y vaya en contra de su ley de desarrollo, o sea, todo lo
que impida su cumplimiento. *Red Voltaire
|