El Constitucionalismo contra el pueblo ¿Cuándo al revés? JAVIER PÉREZ MARTÍNEZ*
“Afirmo, pues, que no siendo la soberanía
sino ejercicio de la voluntad general, jamás deberá enajenarse, y que el
soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede ser representado sino
por él mismo: el poder se transmite, pero no la voluntad. […] Si, pues, el
pueblo promete simplemente obedecer, pierde su condición de tal y se disuelve
por el mismo acto: desde el instante en que tiene un dueño, desaparece el
soberano y queda destruido el cuerpo político”.
El contrato social. Libro II Capítulo I.
J. J. Rousseau
Con apoyo de la cita
de Rousseau, autor que paradójicamente ha servido para cimentar las bases del
Constitucionalismo, se revelan argumentos y conceptos para desmontar la falacia
que legitima una Constitución por “Voluntad
General”.
Antonio-Carlos Pereira Menaut.
Romper con ese
imaginario de aceptación jurídico-formal resulta una de las primeras tareas
para quienes quieran construir una sociedad sin despotismo, donde valores como
justicia y libertad no sean eufemismos en cartas (magnas) escritas con sangre.
La estrategia del
poder ha sido martillear por siglos al pueblo hasta reducirlo y domarlo,
convirtiendo su autodeterminación en una incierta capacidad para elegir el
vicio y no la virtud, lo cual, no exime la responsabilidad del pueblo en su
dejadez. Por ende, la soberanía popular sufre un proceso histórico de
enajenación que se remonta al pasado, y tiene un punto de inflexión en la
promulgación de la Pepa
(1812).
Con la declarada ley
suprema se implanta una estructura de Estado central moderno y se mete a las
gentes del territorio peninsular en (cintura) del liberalismo.
Conforme estudia
Félix Rodrigo Mora en su artículo El Concejo abierto y el Mundo Rural
Popular , “el vuelco liberal tiene como uno de sus primeros propósitos
extinguir el régimen de concejo abierto y poner fin a lo que aún subsistía de
la autonomía del municipio”.
El ataque a esas
instituciones populares destruye la “vida en común y la convivencia hermanada”.
Igualmente, al desmantelar esas formas de organización, se escamotea también la
única democracia que puede ser llamada como tal: Asambleas populares. En
definitiva, el laberinto del Constitucionalismo encerró al pueblo (de pueblos
peninsulares) que, coaccionado acabaría por obedecer al parlamentarismo,
perdiendo así, su condición y palabra.
Félix Rodrigo Mora.
En posición de la
oligarquía, el contexto exigía un cambio histórico para hacer competitivo al
Estado (frente a otros como Inglaterra y Francia) y proyectar el continuum capitalista.
De modo que, las élites políticas, al calor de las revoluciones liberales,
pretendían cultivar un imaginario de nación soberana.
Para convenir esos
intereses al mismo pueblo y obtener cierta aceptación, el poder también tenía
que liquidar su arraigo cultural. Lo cual, equivale a desnaturalizar el cuerpo
político de las asambleas autónomas y soberanas, convirtiendo a sus integrantes
en sujetos sumisos, atomizados y dependientes del dinero.
El poder en (re)forma
se moderniza, la organización del Estado, entonces absolutista y más débil para
el control interior y de ultramar, se hace más fuerte. De fondo, se siembran
los valores burgueses (destacados de principios constitucionales de la
tradición anglosajona) de propiedad privada, exclusivo a las élites urbanas y
se decreta (sobra decir que ilegítimamente) la expropiación del comunal
mediante desamortizaciones.
La norma no es
suficiente si se carece de la fuerza física o psicológica para ejercer el
dominio. El motivo constitucional no era otro que apuntalar ese objetivo de
dominación, pero el ente liberal no contaba con la aprobación de las mayorías. De ahí, que se hiciera uso del potencial
castrense, pues el ideario común de las gentes era difícilmente mutable en ese
contexto.
Al día de hoy se han
producido importantes cambios, dado que, es un hecho constatable que aparatos
de gran sofisticación -como los instrumentos de propaganda que insisten en
homogeneizar y hacer masa dócil y consumista, y la fuerza de represión
policiaco-militar- resultan indispensables para cultivar el miedo y sostener
este consentimiento actual.
Para este tiempo, el
pueblo está prácticamente disuelto y su voluntad ha sido domesticada en
conformismo, antónimo de libertad.
¿Dónde queda el
principio de autodeterminación? La lucidez del filósofo Heleno Saña en su Breve tratado de Ética alumbra
sobre el asunto: “A la conciencia del
hombre de nuestros días pertenece el sentimiento de castración, surgida de la
intuición o certeza de que no puede cambiar esencialmente el orden reinante en
el que está y de que está condenado a aceptarlo como una realidad definitiva”.
Heleno Saña.
En efecto, el pueblo
yace preso de su propia debilidad, de su soledad, de un vacío interior, de
egoísmo y de incultura , a excepción de algunas personas y pequeñas comunidades
con medios estrechamente vinculados a unos fines nobles.
La Constitución de 1978 es el fruto del
consenso de la partitocracia para “consolidar un Estado de Derecho que asegure
el imperio de la ley”, como dicta su Preámbulo, pero en ningún caso “como
voluntad popular” como hemos visto.
Precisamente se
consolida la forma político-jurídica dictada desde arriba, a modo de derecho
romano dirigido por el poder y en interés del propio Imperio. El derecho, en
cuanto a ordenamiento posterior al pensamiento y a lo moral, puede ser diverso,
entre tanto: Jerárquico u horizontal como lo ha sido por siglos el derecho
consuetudinario plasmado en numerosos fueros de los pueblos peninsulares.
A cerca de Lecciones de Teoría Constitucional
distingue Antonio-Carlos Pereira Menaut: “Desde un punto de vista material, la Constitución consiste
básicamente en la sumisión del poder al Derecho”. Pero, siendo nociones
jurídicas forjadas en ideas y maneras de ver el mundo, y no matemáticas, ¿qué
sucede si ese Derecho significa la voluntad de poder? ¿Y si a quien se obliga a
su cumplimento se niega, entre otras cosas, por contar con el propio derecho a
todas luces más ético? Así, sucedió un enfrentamiento entre lo popular, por la
defensa de aquellos valores contrapuestos y, el poder, por el mando y abuso de la indigna ley.
En resumen, el
constitucionalismo decimonónico se valió de un siglo de guerras para imponer su
tiranía. La desobediencia de aquellos municipios rebeldes mostró que no tenían
dueños y, por tanto, eran soberanos. Pero, no obstante, fue derrotada por su
antagonista liberal sucesivas veces y humillado durante el franquismo y la
misma democracia.
Para reponerse de
tantas derrotas, se debe pensar en el cómo y el porqué de aceptar una
Constitución. Probablemente, el cómo sea un proceso histórico de perversión,
anulación y absorción del pueblo; y el porqué son los intereses del Estado y el
capitalismo, claramente incompatibles con “los ideales muy enraizados en el
alma hispana”, según medita Heleno Saña en su Atlas del Pensamiento Universal. Estos iban “desde el sentido de la igualdad y de la
justicia no formal, al individualismo y la rebeldía, sin olvidar el fondo
religioso”.
Jean -Jacques Rousseau.
Por estas razones
esencialmente humanas elevo el disenso Constitucional, porque el pueblo no
puede ser representado en ningún caso, y esas maniobras de juriconsultos
subyugan la voluntad.
Más allá del
contenido alarmante y laxo de varios de sus artículos (véase el apartado 1º del
art. 55 De la suspensión de los derechos y libertades:“Cuando se acuerde
la declaración del estado de excepción o de sitio” ), y de su ejercicio parcial
y amoral como mecanismo en provecho de unos pocos, la Constitución Española
vive por la neutralización del pueblo y el robustecimiento del poder. Es por
ello, que ninguna reforma contiene una mejora, sino, al contrario, un poder central constituido.
Si deseamos ser
pueblo necesitamos, con un gran esfuerzo de reflexión histórica, desmontar la
legitimidad del Constitucionalismo y desafiar con ideas el poder al que
sustenta.
Mejorar la suerte
popular empieza por reponer de la enajenación sus más valiosas raíces y,
plantarlas de nuevo para ver crecer el sentido de justicia desde bien abajo.
Sin “deber moral” y “espíritu de
sacrificio”, jamás se doblará el despotismo ni se recobrará la Voluntad General.
Hablemos de emancipación, imaginemos ese horizonte mientras buscamos sin cesar
aquellas soberanas raíces.
*Rebelión
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