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Edición 372
Escrito por Eduardo Pérez Haro   
Miércoles, 30 de Mayo de 2018 08:25

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Política y economía ante las elecciones

Eduardo Pérez Haro [1]

EN LA BASE DE LAS INTENCIONES de voto está el multi-referido hartazgo de la población nacional respecto del PRI explicado por el inefable régimen encabezado por Enrique Peña Nieto, a ello se agregan los colectivos y segmentos de población que desde 1968, hace 50 años, dejaron de ver en el gobierno un aliado de los intereses populares y a todo ello, se suman los intereses de la cargada que incluye a despreciados de las filas de la partidocracia y a los listos que olfatean a los ganadores, donde ya se cuentan empresarios y otros abusados, y no hay que desestimar el arribo de los indecisos entre los que se encuentran muchos jóvenes.

El PAN tiene sus fieles y agrega anti obradoristas.

El PRD cuenta algunas clientelas. La elección, reconocen todos, está decidida a favor de AMLO-Morena.

Aunque nadie debe darlo por hecho pues las señales enviadas por los partidos aún no se resignan a este desenlace.

No obstante, podemos imaginar que las diferencias en la intención del voto ya no tienen tiempo de revertirse. Está en juego la transformación de México. Para los beneficiarios del proceso de las últimas décadas, México está bien y no requiere más que seguir el camino andado. A nadie le debe costar trabajo entender esto. A quien le va bien no tiene por qué imaginar ningún cambio.

Pero esta verdad ha sido remitida a una proporción que no incluye a la mayoría. Y los mecanismos tradicionales de persuasión que desde esa condición se ejercían frente a las mayorías ha perdido efecto, y al parecer ya no tienen manera, los dueños de ese confort no se hacen a la idea, pero la realidad así lo expresa.

Lo que viene es una idea distinta, una idea de que será diferente, más social, menos corrompida, y de ser así, en principio no sólo es bueno, sino que es mejor. Aun los privilegiados nunca han dicho que eso sea malo, si acaso se acomodan en la idea de que cada quien tiene lo que se gana y, por tanto, lo que se merece, consecuentemente, de lo demás se tornan indolentes, pero sin culpa. No hay porqué intentar cambiar este parecer, no se trata de eso, en todo caso está a prueba, si en realidad se puede crecer más económicamente y tener mejores esquemas de distribución del ingreso, amén de la ampliación de derechos individuales y colectivos en un clima de paz y seguridad nacionales. Ese es el asunto.

El factor más influyente

El movimiento social en general, y en particular la presencia de los trabajadores asalariados en la diversidad de las redes de producción y servicios relacionados, son el factor más influyente sobre la capacidad de reconformación del Estado y, ambos, las tenazas de una pinza para tomar la economía política del país y reencausar el desarrollo sobre bases sólidas.

De su conformación, amplitud y formas de despliegue, depende el coeficiente de calidad del proceso en cuestión. Mas no es un asunto sólo de apoyo político sino de economía política en la que convergen el capital y el trabajo, pues el crecimiento económico, si bien se apalanca políticamente, comprende en su base la capacidad de producción y comercio que por lo demás no corre linealmente sino a contrapelo de las fuerzas en competencia y de acometimiento, de dentro y fuera del país, de manera que la transformación de México está a prueba y para ello habrá que zanjar diversas limitaciones y dificultades.

Por principio I) la base social del mencionado apalancamiento político de los trabajadores y en general las sociedades de base y II) concomitante, su capacidad e inclusión en el entramado de producción y comercio. III) La determinación del patrón de desarrollo o de acumulación ampliada del capital que se asocia al concepto de crecimiento económico, IV) los términos de la participación del Estado, política económica, política social y política de seguridad y, V) el comercio exterior.

Usted tendrá en mente una diversidad de puntos como la energía, el campo, los indígenas, la salud, los subsidios, etc., en sentido estricto están comprendidos dentro de los cinco puntos que hemos establecido como pilares de un proceso de transformación socioeconómica dentro del desarrollo capitalista.

Cambio de un patrón de desarrollo

Nadie está planteando en México (ni en el mundo) una disolución de la propiedad privada y el trabajo asalariado, que serían los factores de una transformación del sistema y lo expreso porque hay quienes juegan con el fraseo de “cambiar el modelo económico” pero eso no tiene nada que ver con la transformación del capitalismo, el proceso en curso, en el mejor de los casos, alude el cambio de un patrón de desarrollo dentro del marco jurídico definido por la propiedad privada y el régimen salarial como forma de contratación y pago de la fuerza de trabajo. Por supuesto que existe una teoría y, en el mundo, procesos involucrados en esquemas de tal sentido, pero no es la discusión en México por ahora y pareciera que, por mucho tiempo, ni tiene nada que ver con el pensamiento de Juárez, Madero, Cárdenas o López Obrador, dicho sea, para la tranquilidad o desilusión de quienes se confunden con los conceptos y la realidad misma del proceso en ciernes.

Mas no existiendo nada respecto de esas confusiones o temores, lo que si existe es la imprecisión que aún se tiene respecto de los principales factores en los que puede depositarse la confianza del cambio, que no sea el afán o la esperanza de que suceda, aspectos muy importantes mas no suficientes para el efecto.

La base social

En el mejor de los casos, digamos que el Estado responderá a la situación que guarde la correlación de fuerzas entre las clases, sectores y segmentos de población en competencia y contradicción. Hasta hoy los empresarios del “milagro mexicano” de los años que van de Cárdenas a Díaz Ordaz han sido desplazados a un segundo plano por los grupos emergentes ligados al nuevo sector financiero y el sector exportador, sea en la industria como en la agricultura y los servicios, más aquellos vinculados a las áreas de interés del mercado interior donde el gobierno ha sido base de su apalancamiento mediante concesiones, contratos a modo y subsidios abiertos y encubiertos.

Los trabajadores han corrido su suerte a la par de este reacomodo y así han sido segregados sin que hayan mostrado capacidad efectiva de opinar formas alternas al proceso que se alude, ni de corregir el sentido de las reformas legales y económicas que vienen pegando en las relaciones laborarles y el detrimento de prestaciones y salarios. Derivado de esta circunstancia los ingresos populares del trabajo informal se han deteriorado y las formas de las relaciones se extienden bajo la subcontratación y el llamado trabajo flexible individualizado que se condiciona a destajos sin horarios ni prestaciones que han terminado por atomizar a la población trabajadora y así, a los integrantes de las familias. El movimiento social se ha desarticulado en regiones y localidades, abre, se golpea y se acalla. Después rebrota más no descolla en el plano nacional.

A la fecha las redes sociales no han suplido la conexión que antes ofrecía la fábrica, la colonia, el ejido o el campus universitario, las más de las veces se desperdician en la trivia de frases, memes y refritos de propaganda escatológica. Y, sin embargo, a estas alturas, el proceso electoral pareciera dar visos de un eventual movimiento popular, que aún no existe, pero que podría surgir fuera de todo cálculo. Si no existe, el triunfo de AMLO se torna frágil y, si por el contrario el movimiento social y de los trabajadores se conforma y pervive, AMLO tendrá una gran oportunidad asociada a un compromiso insoslayable donde las consignas de campaña ya no tendrán ningún efecto sino al contrario, habrá que poner en su lugar hechos y respuestas reconocibles y tangibles por encima de las dádivas tradicionales y los acuerdos cupulares. Y más aún, habrá que conformar los mecanismos del diálogo y la participación de incidencia de los diferentes sectores. Institución de formas de participación democrática, ágora de los nuevos acuerdos. Política-política para la transformación de México.

No hay cambios sustantivos

Los debates no influyen como en elecciones anteriores y la renuncia de Margarita Zavala a la candidatura independiente aún no refleja hacia dónde se mueven las predilecciones de sus simpatizantes, pero, en cualquier caso, no alcanzan a modificar las tendencias. Las preferencias del voto, hasta ahora, no registran cambios sustantivos. El hartazgo frente a los partidos tradicionales sigue siendo la premisa y factor preponderante en las intenciones de voto. Andrés Manuel López Obrador es ya, virtualmente, el ganador y las únicas maneras de competirlo o desplazarlo de tal condición sería la alianza del PAN-PRD con el PRI y el fraude, pero no parecen ser opción. La ruptura entre Ricardo Anaya y Enrique Peña Nieto para ellos está sobrepuesta y el tamaño de la ventaja de AMLO técnicamente no da margen para el fraude bajo ninguna fórmula.

El acceso de López Obrador a la Presidencia de la República se perfila como un hecho que podría abrir posibilidades de cambio en la política, en la economía y en la sociedad, pero los cambios necesarios para responder a la agenda social no se suceden por el solo hecho de haber voluntad y buena fe del nuevo responsable del Ejecutivo federal. Que haya esa disposición e intencionalidad siempre será mejor que no tenerla, pero el margen de maniobra responde a la fuerza y capacidad organizativa que las sociedades de base tengan para marcar el rumbo y el camino, pues de lo contrario los cambios pueden quedar en la superficie sin tocar el fondo, dirigirse en sentido equivocado o no hacerse.

La ciencia de la conciencia no está en la disposición y la intención sino en la correcta interrelación-traducción que precisa la demanda social para procesar su concreción bajo las reglas de funcionamiento del sistema y el particular entramado de la realidad económica, política, social y cultural de México y su específica inserción y circunstancia en el sistema-mundo–globalizado. Un asunto que no se cubre, no se muestra ni se discute en los actos de proselitismo ni en los eventos mediáticos de las campañas porque se asume que no rinde votos, y, por tanto, a la discusión de contenidos del proyecto de gobierno, no se le conceden mayormente otros espacios, pero tendremos que ver y discutir en algún momento, antes de que sea tarde. Los votos son lo más importante de la elección, no lo vamos a discutir, pero si la participación social organizada es el fundamento del margen de maniobra del gobernante, es su fuerza de dirección y su bastión de implementación entonces la interrelación-discusión del desarrollo socioeconómico se torna asunto principal.

Para poder volar

En la sociedad de mercado (hoy por hoy, prácticamente no hay otra), los cambios sustantivos están cifrados por la capacidad de producción y comercio, y, ciertamente, la realidad no se agota en ello, pero sin ello lo demás no vuela. De manera que la premisa del desarrollo no se funda, esencialmente, como podría suponerse, en la acción distributiva del Estado-gobierno porque no es ahí donde se sucede la actividad productiva y de comercio.

Ello no significa que el Estado-gobierno esté de más, su acción es de especial relevancia en las dimensiones de la cultura, la legislación, la seguridad, la mediación de intereses, pero, sin duda, una tarea importante también está frente a la economía para el desarrollo, efectivamente, no todo es economía en la organización social y su reproducción, pero la economía es asunto que usa el mayor tiempo de la vida activa de la gente y el Estado-gobierno no puede limitarse a las líneas de ayuda sin hacerse cargo de la rectoría, no de los negocios, pero si del patrón de acumulación o de crecimiento y desarrollo económico.

Consecuentemente, hablamos de sociedades de base como factor económico preponderante. No hay economía sin sociedad ni sociedad sin economía. Este es el quid de la economía política, y en ello va la acción del Estado-gobierno.

En los planteamientos expresados directamente de asesores y vistos en materiales de divulgación de Morena-AMLO o afines (Pejenomics abremaslosojos.mx) se reconoce un esquema de ahorro y reasignación del gasto público sin cambios fiscales recaudatorios y la ampliación e incrementos de ayuda social a la vez que aclaraciones de cara al sector empresarial y el propósito de mayor competencia bancaria, fondos mixtos para infraestructura, aumento y diversificación de exportaciones, cero deuda y baja inflación, turismo y programas universales que incentivaran el consumo y las economías regionales. Todo suena aparentemente bien, pero cabe preguntarse ¿qué hay entonces de las medidas para el desarrollo de las capacidades de producción y comercio? ¿qué hay del “cambio de modelo” ?, pues en esto que se dice sin rubor alguno, sencillamente no hay ninguna novedad, todo es “eficiencia de la administración pública”.

¿Cómo inscribirnos en la economía mundial?

Nadie está en desacuerdo con la austeridad y la mejor racionalidad del gasto público, y nadie ve mal que se ahorre para aumentar la ayuda social, mucho menos que se combata la corrupción, pero en ello no descansa la posibilidad del desarrollo que esencialmente vendría del cambio en ¿qué se produce?, ¿cuánto se produce? ¿cómo se produce? y ¿para quién se produce? y no tanto por lo que se hace sino por lo que no se hace.

Tampoco se reconocen los esquemas para la desestructuración de los monopolios en la financiación y el comercio que inhiben los accesos a medianos y pequeños productores de la economía urbana y rural y la diversificación con la que habríamos de cambiar hacia una mejor condición nacional y de la ocupación-ingreso de los trabajadores, a la vez de contar con una condición para inscribirnos de mejor manera en la economía mundial.

El Estado-gobierno no puede desparramarse en ofrecer un poco de todo para todos, ni en el discurso, no sólo porque no le alcanza ni se puede quedar bien con todos sino porque no se trata de eso. Abatir las desigualdades y desequilibrios, asegurar un mayor dinamismo en el crecimiento bajo esquemas de mayor nivel y alcance en la distribución del ingreso producto del trabajo y contrarrestar la dependencia con Estados Unidos, implica definiciones y compromisos con los trabajadores y la inversión, amén del fortalecimiento de la política social.

Se precisa puntualidad de acuerdos respectivos que se consagren en la ley y la reglamentación, alrededor de la infraestructura de producción y comercio como bienes públicos debidamente articulados con los sectores y segmentos sociales organizados; y no sólo un porcentaje presupuestal, compromisos de profundidad en la educación y la calificación de la fuerza de trabajo con derechos de gratuidad y economías de contrato con el sector inversor; revoluciones en las formas de organización del trabajo para la productividad indexada con ingresos y derechos de seguridad social y pensiones jubilatorias sobre líneas de suficiencia en línea base, integración de redes de valor apalancadas con subsidios a costos incrementales por factores de mejoramiento de la productividad; capital de riesgo por innovación de productos y de procesos productivos y de gestión comercial dentro y fuera de México a la vez que esquemas de asociación de capitales sociales y privados en condiciones de proporcionalidad respectiva de los dividendos y nada de “cero deuda externa”, en todo caso transferencia de financiamiento externo, que es tres veces más barato que el crédito nacional, a pequeños y medianos productores organizados.

El desarrollo socioeconómico es una cuestión concreta que tiene rumbo y parámetros, que tiene referentes y vías alternas que cuentan con una experiencia y crítica de los que no se debe de hacer, insistir o repetir, técnicamente sabemos por dónde y se hace con los trabajadores y sí, con los inversores, pero siempre con los trabajadores que son los que mueven la fábrica o la oficina por más automatizada o fragmentada que se presente. El cambio no puede ser un esquema de austeridad que no discute con el neoliberalismo y el pasado que en su devenir nos tiene ante la exigencia del cambio. El equilibrio de las finanzas públicas es el eje ordenador del Consenso de Washington. El cambio implica redefinir el qué y el cómo, o no habrá cambio verdadero.

[1] Profesor de Investigación y análisis económico de la Facultad de Economía, UNAM.

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