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"La vida que llegó y nunca se fue: Aurorita Gómez Maranto y su luz sempiterna"
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Edición 375

 37521

"La vida que llegó y nunca se fue:

Aurorita Gómez Maranto y su luz sempiterna"

Celeste Salloum Y Sáenz De Miera

QUERIDO LECTOR, DE ANTEMANO ME DISCULPO POR EL TONO AZAROSO en esta narración, pero después de rebuscar incansablemente el guión correcto para relatar estos sentires, comprendí que la respuesta estaba en despojarlos del encierro y dejarlos vivir como les nace.

SI BIEN ESTE ESPACIO está designado a la cultura y arte en general, me permito hacerle un canto a la sabiduría en vida que llegó a marcar las historias del brazo académico y asistencial del Club de Periodistas de México.

Contaba mi papá por ahí del año 2012, que una señora mayor y bastante simpática llegó a verlo, solicitando un abrazo por parte de la Posada del Periodista; llegó acompañada de algunas copias de sus libros y un carisma y bondad impensables. Como debía de ser, este ser lleno de luz y su hermano Abelito se instalan en la Posada. Haciendo un pequeño paréntesis con fin de contextualizar, debo mencionar que perdí a una de las figuras más importantes en mi vida en el año 2011, y yo –a falta de esa silueta que dejó mi abuela pero teniendo siempre en cuenta su huella– encontré una gran conexión con esa mujer de ojos sabor menta, mirada pigmentada con bonhomía, cabellos luminiscentes y gran elocuencia al momento de dirigirse a lo infinito. Esta es, sencillamente, la historia eterna de Aurora Gómez Maranto, quien ahora se une a las constelaciones que brillarán siempre en nuestros corazones. 

HIJA DE CECILIO GÓMEZ Y CELESTINA MARANTO, nace en el Puerto de Tampico, el 25 de agosto de 1921. Con una vida siempre ligada a las letras, no fue hasta el año de 1991 que se consolidó como autora de diversas obras, entre ellas "Predestinados", "Madre, más allá de la vida", "Un veterinario y su época", y su favorito: "Tampico, como el ave fénix". Colaboró en la Fraternidad Cultural Tamaulipeca del Valle de México y obtuvo reconocimientos del Centro Tampico de México, A.C. con la Jaiba de Oro, de la Unidad Tamaulipeca de la Torre de Papel y recibió en el año 2006 el título de "La Artista Tamaulipeca" del Patronato de la Casa de Cultura de Tamaulipas.

QUIEN ERA AURORA GÓMEZ MARANTO deja una semilla en los lugares que frecuentaba; mujer amante del arte y la ciencia, obtuvo un certificado en Homeopatía, seguido de reconocimientos en Excelencia Ejecutiva por parte de la Consultoría de Integración Humana; en el año de 1978, figura entre los mejores cinco trabajos ante el Primer Concurso Nacional de Escritores de Televisa. Colabora desde 1993 en la revista Arcoiris, de la cual siempre se sintió tan orgullosa de haber pertenecido. 

Con una vida llena de logros, Aurora Gómez Maranto siempre sintió que el verdadero fin en la vida era cultivarse y retroalimentarse por medio de las largas pláticas, los libros de viejo y los diversos talleres a los que se integraba; en el caso de la Posada del Periodista, tenemos a doña Aurorita como un referéndum del interés y cuidado a la cultura, siempre compartiendo un cachito de la vida que dejaba en sus escaparates. 

EN UN SENTIDO más personal, la tengo presente paseando por los pasillos, insistiendo en que las plantas "no se cuidan solas", preocupándose por sus compañeros, peleando con su hermano Abel por el carácter necio de ambos, compartiendo conocimientos de herbolaria a quienes le comentáramos de algún padecer, y –en mi caso– abriendo su ropero para repasar su álbum azul, cuando me contaba de sus viajes a Nueva York, Mont Real y Hawaii; encontraba ahí mismo sus aventuras en Xochimilco o Santa María la Ribera, donde vivió gran parte de su vida. Tengo presente a una Aurorita de 1954 en Ciudad Universitaria, recargada en una barda para que se viera la Biblioteca Central, y a otra versión, más apiñonada, de cabello níveo y ojos esperanzados al contarle que entré a la Máxima Casa de Estudios. 

HACE UNOS DÍAS, al enterarme que esa Aurora ya brillaba en el cielo, subí a ese ropero acompañada de Sylvita Isunza, quien fue esa conexión para que Aurorita llegara con nosotros y que le guarda inmenso cariño; abrimos el álbum para llenarnos el alma de la Aurorita que no regresó físicamente, pero nos acompaña en mente y espíritu. En él encontramos –entre muchas otras cosas– las crónicas de sus viajes, guiones para televisión, certificados y reconocimientos, cartas de sus amigas que la visitaban con frecuencia, libros con dedicatorias y, empalmados casi hasta el fondo, los artículos publicados en uno de los números de Voces del Periodista, donde nuestros trabajos quedaron uno junto al otro.

Tantas en una, Aurora Gómez Maranto siempre representó la viva imagen de la lucidez y lucha constante; en su espíritu lleno de libertad se negaba a sentirse y aparentar de la edad que en verdad llevaba consigo; los que tuvimos el honor de tratar con ella, de que nos compartiera un cachito de su vida, sabemos que Aurorita únicamente llevaba consigo los aprendizajes de esa vida tan bien vivida, y es por eso que estas líneas las dedico a nosotros, a los que ahora sentimos su partida y la vivimos crudamente, porque sabemos que el recuerdo de la misma es el único que nos puede consolar cada vez que subamos a la Posada del Periodista y no la encontremos ahí para una palabra, un consejo o un abrazo; debemos sentir esos brazos a nuestro alrededor y agradecer al sucedáneo de fe por los años que supo aprovechar con todo sí y que nos brindó tanto amor. 

LA ÚLTIMA PÁGINA de aquél álbum estuvo eternamente vacía, y aunque siempre pregunté un porqué, me dijo que jamás encontró una foto tan buena como para ponerla ahí mismo; me gusta imaginar que la mirada tan imponente de aquella mujer vestida de bondad y talento está puesta ahí mismo, esperando –como siempre– a las tardes lluviosas para abrigarse, a la comida con Judith o Deliah o a la convivencia con sus compañeros en la Posada del Periodista. 

Eternamente nuestra, sé que Aurora Gómez Maranto vive y vivirá, no en nuestros corazones y menos por un consuelo, sino en nuestro espíritu; tuvo la recompensa mayor en esta vida: ser recordada con amor y admiración y, simplemente, pasar a la historia como una de esas almas que transformaron la vida de otros.



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