CUARTA TRANSFORMACIÓN
Estado neoliberal, un Prometo sifilítico
Abraham García Ibarra
HASTA HACE TODAVÍA un cuarto de siglo, nos parecía humanamente inconcebible ver al robot que, después de cumplida su misión para la que fue creado, era víctima del dispositivo de autodestrucción. Nos tranquilizaba relativamente saber que todo era ficción.
Ahora vemos -en la realidad-, que la inteligencia artificial está desplazando de sus empleos a millones de trabajadores, destruyendo toda expectativa de vida digna para el hombre y su descendencia.
Ambos símiles tecnológicos y sus aplicaciones nos sirven de tema para esta primera entrega de 2019, primero de la cuarta transformación política.
Si de nuestro autor de cabecera, don José Ortega y Gasset, tomamos nota de su advertencia sobre los cambios súbitos que nos pueden retrotraer a la Edad del orangután, en la “noche vieja” meditamos sobre la idea de si algún día el hombre dejará de ser el lobo del hombre.
La primera generación de androides mexicanos
Cuando en los setenta comenzó a regresar a México la primera generación de androides -jóvenes compatriotas reformados en los laboratorios de las universidades extranjeras, preferentemente de los Estados Unidos-, pensamos que sus supersticiones economicistas eran cosa de una perversa fantasía.
Suponíamos que su audaz irrupción en la vida nacional como nuevos caballos de Troya, no se correspondía con el tiempo cultural, social y político de los mexicanos del siglo XX, a los que hablaban de posmodernidad.
Los fundamentalistas del neoliberalismo, sin embargo, constituidos en Generación del cambio,traían en su mollera el algoritmo que daría al traste con el Estado de bienestar.
El manual no fue de Mary Shelley; fue de Milton Friedman
La primera gran misión encomendada por sus tutores extranjeros a los tecnócratas fue la implantación en México del Estado neoliberal, de acuerdo con el modelo made in USA.
Escépticos, volvimos a las páginas de El moderno Prometo, de Mary Shelley: Imposible -especulamos ingenuos-, que la gran obra de la Revolución mexicana pueda ser suplantada, corrompida o revertida por la versión doméstica de Frankenstein.
No fue Shelley la que hizo el diseño, sino el doctor Milton Friedman, el del laboratorio de Chicago, y su fauna de acompañamiento.
Recogiendo retazos de aquí y de allá, donde el ensayo empezaba a despedir ya aromas de cadaverina, nuestros jóvenes turcos se gratificaron en la construcción de su engendro.
El proceso no tuvo, obviamente, ni pies ni cabeza: Sobre la estructura orgánica de un políticamente funcional Estado nacional, se dieron a la tarea de injertar piezas sobre piezas con la esperanza de aligerar la obesidad del aparato y darle una silueta fresca, ágil y, según dijeron los facultosos facultativos, socialmente productiva.
El sistema métrico sexenalimpidió la continuidad de los hojalateros originales. Los de relevo mantuvieron la idea, pero no acertaron en la aplicación de la metodología.
El monstruo declaró su soberbia soberanía
El monstruoso resultado fue que los aprendices de brujo no pudieron contener al Frankenstein que, grotesco y tumefacto, adquirió autonomía de acción y se liberó del control de sus operadores.
Extensa la metáfora, sirva para ilustrar el estado que guarda la Nación después de casi 40 años de experimentación del modelo neoliberal: Una República desvertebrada.
Si la obesidad del Estadofue la coartada esgrimida por los reformistas estructurales o “transformadores”, la consecuencia es que el Estado está más gordo que nunca y el costo de su rapaz e insaciable apetito se ha disparado exponencialmente.
La empleomanía o el chambismose encuentran a la orden del día en un país con casi 90 millones de mexicanos que la giran de pobres o parias y más de 12 millones de transterrados.
Costo de los placeres vicarios de la casta dorada
Para decirlo pronto, el gasto corriente de la Federación en 2019 será de dos billones 533 mil millones de pesos. El pago de servicios personales tendrá un costo de un billón 249 mil millones de pesos.
Un gran porcentaje de ese costo lo generan los órganos autónomos del Estado, toda una estructura paralela a las de los gabinetes legal y ampliado, de los que duplican funciones o de plano las usurpan o suplantan hasta un racionalmente inadmisible grado de subordinación, contraria a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.
Esos órganos son, el Banco de México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Comisión Nacional de Competencia Económica, los institutos nacionales Electoral, de Evaluación Educativa, de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos; Federal de Telecomunicaciones, de Estadística y Geografía y el Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas de Desarrollo Social.
Sin el mismo rango constitucional están, entre otras, las comisiones nacionales Bancaria y de Valores, de Seguros y Fianzas, de Protección y Defensa de los Usuarios de los Servicios Bancarios y Financieros, y de Arbitraje Médico; las procuradurías del Consumidor, del Contribuyente, del Trabajo, del Medio Ambiente, etcétera.
En casillero aparte está el Servicio de Administración Tributaria.
Algunos de esos organismos pretenderían ser reguladores que no regulan nada.
En la cauda de entes públicos aparecen más de 300 fondos y fideicomisos, cuyos cuantiosos recursos se pierden en la noche de los tiempos. ¿Son 600 mil millones de pesos en la opacidad? Sólo la Auditoría Superior de la Federación podría encontrar la respuesta.
Salvo el Instituto Nacional de Estadística y Geografía y el Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas de Desarrollo Social, la mayoría de esos organismos sirve lo mismo que la Carabina de Ambrosio.
Los caminos de Dios son inescrutables
En la política “a la mexicana”, como en el acceso a otros “dones”, los designios de Dios son insondables y sus caminos, inescrutables. A esos privilegiados mandos de Estado se llega “sin licitación pública” por la condición de amigochos o por el sistema de cuotas y cuatescuando se requiere la sanción del Congreso de la Unión.
Para ocupar asiento en el Instituto Nacional Electoral, verbigracia, desde que era IFE “ciudadano”, se exigía el requisito de “apartidismo”.
Por esta vía se enquistaron personajes de dudoso prestigio académico. Algunos pretendieron la gubernatura de sus estados, no precisamente como independientes, fallidamente. Otros hasta la Presidencia de la República, desde una secretaría de gabinete; frustrados también. Han llegado quienes cobraban como “asesores” de la Conferencia Nacional de Gobernadores. En fin.
Del INAI han surgido candidatos a legislador federal por el partido del poder en turno, al que se le hicieron determinados servicios de protección.
En algunas de tantas procuradurías federales se colocan alcahuetes del gran dispensador de favores: Ex candidatos a gobernador derrotados y otros que no pasaron del rango de suspirantes. En fin.
La aristocracia de la burocracia mexicana
Después del Poder Judicial de la Federación y específicamente de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Federación, los altos mandos de los órganos autónomos del Estado son parte de la aristocracia de la burocracia mexicana.
Si ese inicuo y repugnante fenómeno administrativo federal es de suyo grave, peor es que se ha reproducido a lo bestia en los gobiernos de los estados, en los que, por añadidura, no se procura la autosuficiencia fiscal recaudatoria ni siquiera para solventar el gasto de nómina, y algunas entidades dependen hasta en 90 por ciento de las participaciones federales.
Cuatro datos “para ilustrar nuestro optimismo”
El ominoso cuadro se cierra con cuatro datos espeluznantes: La corrupción cuesta a los mexicanos un billón de pesos al año. La deuda pública federal ha rebasado ya los 10 billones de pesos. La de los gobiernos de los estados ronda en los 800 mil millones de pesos.
Al pago de servicios de deuda pública, el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2019 reserva más de 700 mil millones de pesos.
En 2002, con recursos de los contribuyentes se pagaron 328 mil millones de pesos sólo por conceptos de intereses y comisiones. En 2017, la friolera de 533 mil millones de pesos.
Ernesto Zedillo le dejó a Vicente Fox una deuda de un billón 375 mil millones de pesos. En 2017 Enrique Peña Nito saltó la barrera de los 10 billones de pesos. Él solito la incrementó en 69.75 por ciento.
Robin Hood al revés se resiste a morir
Es precisamente en esa suerte de gabinete paralelo donde se gesta una feroz resistencia contra la Ley de Remuneraciones a los Servidores Públicos, que establece que ningún funcionario ha de ganar más que el presidente de la República.
El Robin Hood al revés,que roba a los pobres para darle a los ricos, se resiste a morir.
Un ministro de la Corte dado entrada a una acción de inconstitucionalidad contra aquella ley y la declarado en suspensión. La Primera Sala dejó para enero la revisión del fondo de esa Litis.
Estamos pues, en el inicio la nueva era, no ante el espectáculo del Prometeo moderno, sino del Prometeo sifilítico(Renato Leduc, dixit). Es cuanto.
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