EN LA ERA POSTCOVID-19
LA GUERRA POR NAGORNO-KARABAJ
ES AMENAZA ANTIRRUSA
Salvador González Briceño
Desde que el mundo se volvió pequeño con la globalización, la historia se hace tan obligada como el curso de los acontecimientos.
El conflicto regional que se desarrolla ahora en el Cáucaso del Sur, o la Transcaucásica, no es mera casualidad. Solo que, en la disputa por Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán por lo general se manejan para su comprensión dos enfoques, los cuales podemos resumir así:
- Sobre el curso de la guerra. El enfoque es exclusivamente sobre los bandos, compuestos no por tres sino por cuatro países implicados: Armenia y Karabaj por un lado y Azerbaiyán-Turquía por el otro, como batalla tradicional de artillería y entre ejércitos. Incluye la escalada, así como la descripción de los arsenales “enemigos”, los ataques y hasta los caídos de ambos frentes; las víctimas de siempre —los “daños colaterales” de la OTAN— que resultan civiles, quienes siempre pagan los platos rotos.
- Entre el abandono soviético y el “genocidio armenio”, como causales. Las viejas rencillas por el exterminio, así como herencia de la URSS. O las diferencias étnicas y religiosas y el caos que hoy le toca cosechar a Rusia.
Este enfoque recoge los antecedentes, las otras confrontaciones por Nagorno Karabaj escenificadas entre armenios y azeríes, poniendo el ojo en el “genocidio armenio” de 1919 por los turcomanos, y el antecedente soviético que derivó en la disputa.
Incluso esta segunda explicación incorpora elementos de interpretación geopolítica, como es el caso de los recursos energéticos de la región —el gas como reserva potencial de Azerbaiyán, recién descubierta como una de las más grandes del mundo—, que permite el capital para la compra masiva de arsenal de origen ruso-turco-israelí, por este país de credo musulmán.
El conflicto en las tierras exsoviéticas genera zozobra al país eslavo
Algunos antecedentes
Nagorno-Karabaj o Artzaj. En su etapa final, el conflicto —que pretende alimentarse de lo étnico-religioso— en la zona data de la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Entonces, los países declararon su independencia: Armenia el 21 de septiembre de 1991 y Azerbaiyán un mes después, el 18 de octubre del mismo año. La república “independiente” de Nagorno-Karabaj hizo lo propio en diciembre de 1991.
Quedó en el limbo porque ningún país le reconoció la independencia. Al contrario, entre 1991 y 1994 ocurrieron una serie de enfrentamientos —que veían desde 1988— entre las partes armenio-azerí, por el Alto Karabaj.
Antes, en 1915 ocurrió lo que se conoce como “genocidio armenio”, ejecución masiva tanto de intelectuales como líderes comunitarios armenios, a quienes además les fueron confiscados sus bienes, y provocado por el gobierno turcomano.
La región sur del Cáucaso. Nagorno Karabaj, región asentada en territorio de Azerbaiyán, es habitado por mayoría armenia desde la caída de la URSS.
Un conflicto difícil que amenaza escalar hacia una guerra potencial o generalizada entre ambos países, gracias a la intromisión de terceros, en función de la geografía, los recursos naturales, la ubicación regional con la proximidad vecinal y que no hay conflicto en ninguna parte del mundo hoy que no presente o tenga interés para las grandes potencias.
Hoy se disputan la zona montañosa dos países, una potencia gasífera de la región, el otro pobre, pero con una tradición cultural fuerte y una diáspora solidaria presente en muchos países del mundo.
Sobre el curso de la guerra
Es verdad que la comprensión de los acontecimientos de coyuntura resulta siempre complicada. Pero para eso están los motivos preexistentes entre las partes involucradas. Más allá de la diplomacia y cuando los límites del derecho internacional son rebasados.
Con enfrentamientos a lo largo de la línea fronteriza, la guerra por Nagorno Karabaj estalló entre Azerbaiyán y Armenia el pasado 28 de septiembre de 2020, y avanza sin escuchar los llamados del alto al fuego, siquiera con fines humanitarios.
No se respetó el acuerdo entre los ministros de relaciones exteriores de ambos bandos, con Sergey Lavrov como intermediario, tampoco los tibios llamados del Grupo de Minsk: EE.UU., Rusia y Francia para detener los ataques.
Conflicto en escalada con todo tipo de armamento en los varios frentes de batalla: artillería, tanques, drones y aviones de combate. Entre los involucrados, Azerbaiyán cuenta con el apoyo total de Turquía, que encabeza Tayyip Erdogan y su preferencia no la oculta.
No hay datos confiables sobre el número de muertos, entre militares y principalmente civiles. Los bombardeos de ambos frentes alcanzan ciudades importantes, ataques intencionales contra las poblaciones.
Como si una de las partes, claramente Azerbaiyán, quisiera modificar el estatus quo anterior al conflicto. Por dos aparentes motivos: llegar a la mesa de negociaciones con ventaja, recuperando territorio del entorno a Karabaj y regresar a los límites antes perdidos; o porque hay intenciones de utilizar el conflicto con fines ajenos, como sería el interés oculto de Erdogan.
Por cierto, Erdogan no está actuando solo. De ser así, estaría firmando su sentencia de muerte, como prevé Thierry Meyssan. Y como es un artífice o títere, no cosechará sino aplausos de sus colegas de la OTAN. Aparte sus ambiciones, y sus frentes varios lo marcan, en Siria, en el Mediterráneo con Grecia y Chipre; además, Arabia Saudita, Israel y Rusia también. Un soñador turcomano incómodo.
Turquía, como miembro del grupo Trasatlántico de la “guerra fría”, apoya directamente a Azerbaiyán. Armenia señala que con armamento, soldados y terroristas traídos desde el norte de Siria. De Israel, aparte de abastecer armas, igual se presume ansioso por sacudirse presiones regionales, con el desvío de atención por sus conflictos con su vecindad.
De Francia, el presidente Macron está tan activo en la región, como si tratara de no quedar fuera a la hora del reparto del pastel: los recursos energéticos, principalmente el gas.
Rusia no puede inclinarse por alguna de las partes. No podría por tratarse de las exrepúblicas soviéticas; sería ponerse la soga al cuello. Y Occidente ansía ponérsela. De apoyar a Armenia perdería el control sobre Erdogan. Por eso le conviene promover la paz. Para EE.UU. en cambio qué mejor que el escenario de guerra es en la antigua región caucásica postsoviética.
Rusia está en la mira de Occidente-OTAN desde la caída de la URSS
La Era Postcovid-19
El mundo “moderno” vive ya en la “Era Postcovid-19”, producto de la también “Guerra Bacteriológica” en curso, similar a cuando el mundo comenzó a ser distinto al paso de los atentados del 11/S a las Torres Gemelas de Nueva York, el Plan Ofensivo perfectamente orquestado por los halcones del gabinete de George W. Bush, so pretexto del “terrorismo” para ir por el petróleo en el Medio Oriente.
Aquella ofensiva, la “guerra contra el terrorismo”, pasó a los anales de la historia como la Primera Guerra del Siglo XXI; ésta, la Guerra Bacteriológica pasará a los registros como la Segunda Guerra del Siglo XXI; la primera de invasión militar, la segunda de inundación del virus letal.
No importa, igual en cada caso, los orígenes o las causas, interesa la justificación. Por un lado, quiénes orquestaron los atentados, por otro, quiénes, los creadores o propagadores del virus, pese a ser “natural” y su letalidad también. No se indaga en las causas, se procede. Tampoco quién la hace, sino quien la pague. Antes fueron Hussein y bin Laden en el Oriente Medio; ahora, Xi Jinping y el PCCH, en el Pacífico, la China “comunista”. Antes fue Bush, ahora no se sabe: ¿Trump o Biden?
Son los fines que importan para justificar las guerras. En la “guerra contra el terrorismo” no importaron los 2.4 millones de muertos iraquíes, tampoco los 1.2 millones aproximadamente entre afganos y paquistaníes asesinados. Contra los 3 mil que perdieron la vida en las Torres Gemelas, y los 6 mil heridos. El precio del oro negro.
Por la pandemia el dato es superior: a la fecha son 1.1 millones de víctimas en el mundo, con más de 42.5 millones de casos infectados. Y tampoco interesan los muertos por la pandemia. Aquella sirvió para robar el petróleo, ésta para sortear la crisis económica en curso, para contener a China y pegarle a Rusia (país entre los más afectados por el covid-19).
Las secuelas de la Segunda Guerra del Siglo todavía son oscuras. Lo único cierto es que el mundo vive ya en la Era Postcovid-19. Con elementos “suficientes” para culpar a China y al PCCH, por la propagación del virus en el mundo. Por ello EE.UU. pretende relanzar acciones en su contra, ese es el fin de las declaraciones de Trump sobre el tema. Ambas guerras han causado miedo, incertidumbre y muerte, la última de escalada global (los países pobres de América Latina, entre los más afectados).
Claro que la Guerra Bacteriológica es más peligrosa: el objetivo es reducir la población mundial. De la Primera data la clasificación de los estados pertenecientes al “Eje del Mal”, países como Irak, Irán y Corea del Norte primero, a los que pronto se agregarían Libia, Somalia, Sudán, Siria, Yemen, Cuba y Afganistán. Los “enemigos” a la “seguridad nacional” del Departamento de Estado de EE.UU.
Ahora, la Segunda es porque se quiere “sobrevivir” a las causas de la crisis económica (más profundas que las del 29) y para no perder la hegemonía. Por eso EE.UU. está fraguando modernizar las estrategias —siempre de “Seguridad Nacional”— apuntando contra China, pero —ruleta—, también a Rusia. A los competidores geopolíticos “enemigos” promotores principales de la multipolaridad.
Jugada de varias bandas, atrás del conflicto están occidente y EE.UU.
Estrategia RAND Co.
Esta interpretación se corresponde con la geopolítica global. Guerra bacteriológica como escenario “moderno” —de alta tecnología en era digital, la robotización, la inteligencia artificial, el 5G, etc.—, el terreno desde donde se gestan los nuevos conflictos ya, entre la ciberseguridad y la ciberguerra.
Importa que sean regionales, porque a nadie conviene la guerra nuclear entre las potencias; por lo mismo funciona todavía la política de “contención” atómica. Se trata de una renovación de escenarios para nuevas guerras entre las potencias que se disputan hegemonía y supervivencia.
Es el caso de EE.UU. que no quiere perder el control mundial, contra sus más cercanos competidores. Es la disputa entre viejo unilateralismo estadounidense y la multilateralidad de hoy con varios países al frente.
Eso es lo que está en juego. Y Nagorno Karabaj es el escenario de guerra, en este caso por el control regional caucásico.
Por ello, tanto Rusia como China lo deben tener claro. Rusia, porque la guerra concurre en su “traspatio”. Armenia y Azerbaiyán pertenecieron a la URSS y fueron proclama socialista durante la guerra fría.
El elemento adicional de esta guerra sui géneris, es que se trata de un conflicto “tradicional” —con ejércitos y todo—, pero cuyo desarrollo se inserta en el marco general de la otra guerra, la “guerra bacteriológica” con vigencia global.
Así como contra China Trump no para la ofensiva, con su declarada “guerra económica”, contra Rusia hace lo propio cercando su entorno propagando conflictos. Desde la OTAN, con países inciertos como Alemania, cuya postura ambivalente como cobarde juega con Rusia en materia de energía, mientras en la práctica sigue lineamientos de la OTAN.
Así, queda claro que el conflicto provocado por Azerbaiyán —con el apoyo turco— contra Armenia, es la piel bajo la cual anida la estrategia geopolítica estadounidense contra Rusia. EE.UU. acude por la ansiedad de perder hegemonía en el orden internacional, razón por la cual la estrategia de Seguridad Nacional —siempre de largo plazo—, lo dice claramente.
Por ejemplo, la RAND Co. lo asienta como sigue, citando la “Estrategia Nacional de Defensa de 2018”. Para contener a Rusia, EE.UU. podría explotar las “vulnerabilidades rusas”. Como “medidas no violentas”: Hacer que Rusia compita en terrenos o dominios con ventaja competitiva para EE.UU., obligaría a extenderse militar o económicamente y perder prestigio.
La principal vulnerabilidad rusa es su economía, comparativamente pequeña y dependiendo te las exportaciones de energía. La otra “ansiedad” es de dirección, sobre la “estabilidad y durabilidad del régimen”.
A las vulnerabilidades hay que agregar las “ansiedades”. Mismas que incluyen “presiones económicas, iniciativas ideológicas a informáticas, maniobras geopolíticas y pasos militares en tierra, mar, aire y espacio”. A ello, la RAND promueve las “sanciones económicas”, duras que degraden más la economía rusa, con precios bajos del petróleo y medidas “amplias y multilaterales”.
Y hay más: “En el ámbito aeroespacial, los fuertes contendientes para una estrategia de imposición de costos contra Rusia incluyen inversiones en misiles de crucero de largo alcance, misiles antirradiación de largo alcance y, si resultan lo suficientemente asequibles para producirse en grandes cantidades, aviones autónomos o piloteados a distancia.
“De manera similar, el despliegue de misiles de crucero antibuque terrestres o lanzados desde el aire en la costa del Mar Negro de la OTAN podría obligar a Rusia a fortalecer las defensas de sus bases de Crimea, limitar la capacidad de su armada para operar en el Mar Negro y, por lo tanto, disminuir la utilidad de sus bases de Crimea.” (James Dubbins, “Maneras no violentas en que Estados Unidos podría explotar las vulnerabilidades rusas”, miembro de la RAND y principal autor del estudio: Ampliando Rusia: Competir desde el terreno ventajoso, 2019).
Mientras la “guerra bacteriológica”, producto del covid-19, representa una amenaza para la humanidad, EE.UU. se empeña en ampliar su radio de confrontación antirrusa. Por eso conflictos como el reciente de Karabaj. En esta época, no existe guerra en cualquier parte del mundo, que excluya la disputa entre potencias. Más, tratándose de una zona de influencia en la exURSS.
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