EN EL ALTO KARABAJ, LA OTAN APOYA
A TURQUÍA,
PERO BUSCA ELIMINAR A ERDOGAN
Thierry Meyssan*
EN EL CONFLICTO DEL ALTO KARABAJ, el derecho contemporáneo se vuelve contradictorio según el enfoque que se adopte —desde el punto de vista de la propiedad del territorio o el de la autodeterminación de un pueblo—. Utilizando ese equívoco, la “nación” turca (Turquía y Azerbaiyán) acaba de atacar ese territorio, autoproclamado independiente aunque vinculado de hecho a la República de Armenia.
RUSIA YA ANUNCIÓ su intención de atenerse a sus compromisos internacionales y defender Armenia si ese país es atacado, aunque la seguridad nacional rusa no tiene nada que ver con el conflicto del Alto Karabaj. A partir de ahí, queda por determinar si Turquía está actuando por orden de los países occidentales o si es una iniciativa propia… que sus propios aliados pudieran utilizar contra ella.
El genocidio contra los armenios —perpetrado en 1894-1895 por los otomanos y posteriormente por los turcos, desde 1915 hasta 1923— apuntaba a acabar con la población no musulmana de Turquía. Azerbaiyán afirma no estar implicado en el ataque contra la catedral de Shusha.
Continúan los combates iniciados el 27 de septiembre de 2020 en el Alto Karabaj. Es evidente la superioridad de las fuerzas azerbaiyanas, tanto en número de efectivos como en armamento. La primera línea de defensa de la autoproclamada República de Artsaj fue literalmente arrollada por la ofensiva, pero las dos siguientes aún resisten. Las pérdidas materiales son muy importantes, incluso del lado azerbaiyano. Por el momento es difícil determinar con precisión las pérdidas humanas pero el número de muertos ya es muy elevado.
El presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev, anuncia su intención de continuar la ofensiva hasta la victoria, o sea hasta recuperar el Alto Karabaj, y cuenta con el apoyo del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Pakistán también ha expresado su respaldo a Azerbaiyán, pero niega haber enviado soldados al Alto Karabaj. De hecho, todos los países miembros del Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica han expresado su apoyo al «Pueblo de los Dos Estados» (Azerbaiyán y Turquía).
Del lado armenio, el apoyo de la diáspora armenia en Occidente ha creado un consenso internacional de condena contra la ofensiva azerbaiyana —aunque el gobierno de Bakú dice no haber atacado el Alto Karabaj—. A la cuestión de la autoproclamada República de Artsaj se agrega la de Armenia. Aunque es notorio que soldados armenios participan en los combates, hasta ahora no parece que las hostilidades se hayan extendido al territorio de la República de Armenia.
En el plano diplomático, el Grupo de Minsk de la OCDE —copresidido por Estados Unidos, Francia y Rusia— emitió inútilmente varios llamados al cese de las hostilidades, después de haberse mantenido inactivo desde su creación, en 1992. Actualmente acaba de organizar una mediación en Ginebra, aunque sin participación de Armenia.
En cuanto a la posición de Francia, aunque este país es copresidente del Grupo de Minsk, París sigue enfrentándose a Ankara en todo tipo de temas —desde la delimitación de las zonas de exclusividad económica en el Mediterráneo hasta la situación en Libia y pasando por el tema del laicismo en la sociedad—. Sin embargo, el presidente francés Emmanuel Macron trata de no abordar la cuestión de la ocupación turca en Chipre, en Irak y en Siria, a pesar de que estos últimos asuntos mucho más importantes que los anteriores. Francia ha llegado incluso a exigir explicaciones de Turquía sobre el traslado de los yihadistas del llamado «Ejército Sirio Libre»…, que París creó, armó y dirigió en su momento utilizándolo contra la República Árabe Siria.
Las potencias medias evitan a toda costa tomar partido, en la medida en que casi todas prefieren no enemistarse con un poderoso Estado petrolero sólo por parecer apoyar a los armenios. Sin embargo, debido al pasado genocida del Estado turco —pasado que Turquía sigue negando— será moralmente imposible seguir callando por mucho tiempo. Antes de que se pronunciara Qatar —país que alberga una base militar turca—, el secretario general de la Liga Árabe condenó a Turquía. Y Siria también lo hizo a través del presidente Bachar al-Assad, quien aprovechó la ocasión para recordar los crímenes de Ankara contra el pueblo sirio [1].
En conclusión, la probable derrota de la República de Artsaj y la posible masacre de sus habitantes parecen cada vez más cercanas, Estados Unidos sigue aparentando mantenerse neutral, los países occidentales y los árabes apoyan a Armenia y sólo los Estados turcoparlantes respaldan abiertamente a Azerbaiyán y Turquía.
La hipótesis de la trampa
Se mantiene en pie la hipótesis de una trampa montada por Washington para que el presidente turco Erdogan cometa un error fatal para él, como sucedió en su momento con el presidente iraquí Saddam Hussein. Vale la pena recordar que en 1990-1991, April Gaspie, la embajadora de Estados Unidos en Irak, dio luz verde a la invasión de Kuwait, que 5 meses después fue objeto de una condena unánime en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual dio paso a la Operación Tormenta del Desierto. Por ahora, sólo han pasado dos semanas desde el inicio de las hostilidades en el Alto Karabaj.
Fue difícil transformar la imagen del presidente Saddam Hussein en sólo meses. Saddam Hussein había sido agente de la CIA —reclutado en su juventud, mientras hacía sus estudios—. Había ayudado en una intentona golpista de la Hermandad Musulmana en Siria, a pedido de los países occidentales. Había dirigido una larga guerra contra Irán, también a pedido de Occidente, y se creía indispensable para sus padrinos. Así que Washington publicó documentos para demostrar que había asesinado u ordenado asesinar a varias personas de su entorno. Pero eso no era suficiente, había que convertir al déspota oriental en culpable de crímenes en masa. En ese proceso fue crucial el falso testimonio de una falsa enfermera kuwaití ante el Congreso de Estados Unidos para “demostrar” que, por orden del tirano, el ejército iraquí sacaba recién nacidos prematuros de sus incubadoras para dejarlos morir cruelmente.
En el caso de Azerbaiyán todo será más fácil. Bastará con desenterrar las pruebas del genocidio perpetrado contra los armenios —un hecho histórico que los turcos siguen negando— para convencer a la opinión público de que existe un serio riesgo de que se perpetre una nueva masacre, sobre todo cuando el mundo ya sabe que la catedral de Shusha ha sido blanco de 2 misiles de alta precisión. Azerbaiyán dice no haber disparado esos misiles, lo cual pudiera ser cierto, implicando entonces que haya un tercero que maneja los hilos del conflicto. De comprobarse la implicación de Bakú en esa violación del derecho internacional humanitario, la intención genocida del acto sería imposible de ignorar, dado el precedente del genocidio perpetrado contra los armenios en 1894-1895 y desde 1915 hasta 1920, organizado precisamente a causa de la religión de esa población.
Se cierra la trampa
En un esfuerzo por evitar la agravación del conflicto, el presidente ruso, Vladimir Putin, organizó —el 9 de octubre en Moscú— una negociación entre los ministros de Exteriores de Azerbaiyán y Armenia, enviando además su primer ministro a Ereván. Al cabo de 6 horas de negociaciones, las partes firmaron un alto al fuego para las 12 del día del 10 de octubre. El acuerdo estipulaba intercambios de prisioneros y de restos mortales entre las partes y la reanudación de negociaciones de paz bajo la égida del Grupo de Minsk de la OSCE.
Antes de la entrada en vigor del alto al fuego hubo un intenso bombardeo artillero contra la pequeña ciudad de Hadrut, cuya reconquista había sido apresuradamente proclamada desde Bakú. También hubo un gran ataque con uso de drones cuyo objetivo era, evidentemente, consolidar en el último momento las posiciones conquistadas.
En definitiva, el alto fuego duró… 5 minutos. A las 12:05 horas, Azerbaiyán arremetía nuevamente contra la ciudad de Hadrut.
Según la parte armenia, Azerbaiyán bombardeó entonces la ciudad de Kaplan, en territorio de la República de Armenia. Si esto quedara demostrado, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) debería intervenir en defensa de la República de Armenia. Rusia debería demostrar la implicación de Turquía —implicación de la que nadie duda— para poner a la OTAN en un dilema: apoyar a Turquía —y desatar la Tercera Guerra Mundial— o sacar a Ankara de la alianza atlántica.
Dado el hecho que prácticamente todos los miembros de la OTAN ya encuentran insufrible al presidente turco Erdogan, este personaje debería convertirse entonces en el nuevo enemigo público número uno.
Pero también es posible que las cosas sean todavía más complicadas. La propaganda internacional de la parte azerbaiyana está actualmente en manos del Nizami Ganjavi International Center, que actúa bajo el control de la OTAN [2]. No está de más recordar que Washington ya ha tratado de derrocar —incluso de asesinar— al presidente Erdogan y que, al mismo tiempo, el ejército turco sigue siendo un valiosísimo componente para la alianza atlántica.
More articles by this author
|