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Edición 418
Escrito por Thierry Meyssan   
Jueves, 01 de Julio de 2021 15:11

 41814

FORMACIÓN DE UN NUEVO ORDEN MUNDIAL

Encuentro Biden-Putin, más parecido

a ‎un Yalta II que a la capitulación ‎de Berlín‎

Thierry Meyssan

Después de haber sufrido una humillante derrota en Siria, Estados Unidos fue ‎a Ginebra para aceptar las condiciones del vencedor. El encuentro del 16 de junio ‎de 2021 entre Joe Biden y Vladimir Putin podría significar el fin de las hostilidades… ‎si la administración Biden finalmente contiene a sus tropas.

LAS POTENCIAS de Europa ‎occidental tendrán que pagar la factura mientras que China se ve confirmada en su ‎estatus de socio de Rusia. ‎

La Tercera Guerra Mundial que tuvo lugar en Siria, con la participación de 119 países, terminó ‎con la victoria de Siria, Irán y Rusia y la derrota militar de los 116 países occidentales y aliados de ‎Estados Unidos, que se implicaron en ese conflicto. Para los vencidos, ha llegado el momento de ‎reconocer sus crímenes y de pagar por los daños humanos y materiales que provocaron con ‎sus actos –al menos 400 mil muertos y daños a la infraestructura siria que se elevan a unos ‎‎400 mil millones de dólares–. A esas cifras habría que agregar costos por 100 mil millones de ‎dólares en armamento ruso.

Pero las potencias occidentales no vivieron esa guerra en sus propios territorios. Tampoco ‎sufrieron en carne propia las consecuencias de batallas en las que participaron ‎fundamentalmente a través de intermediarios –los «yihadistas»– utilizados como carne de cañón. ‎Por esa razón, las potencias occidentales, a pesar de haber sido derrotadas, han conservado ‎casi intacto su poderío. Estados Unidos sigue estando, junto con Reino Unido y Francia, al frente de una poderosa fuerza de disuasión nuclear. ‎

Por lo tanto, el nuevo orden mundial no debe simplemente integrar a la primera potencia ‎económica mundial –China–, que se mantuvo neutral durante la guerra, sino que también tendrá ‎que evitar arrinconar a los perdedores, no empujarlos a la desesperación. Eso resulta ‎especialmente difícil dado el hecho que las opiniones públicas de las potencias occidentales ‎no están conscientes de la derrota militar infligida a sus países y siguen viéndose como ‎vencedores. ‎

Es por eso que Rusia ha optado por percibir compensaciones de guerra sin presentarlas como ‎tales, por no estrangular militarmente a la OTAN y evitar la difusión pública de sus decisiones. ‎En cuanto a la forma, la cumbre entre Putin y Biden puede considerarse más bien como un ‎‎“Yalta II” –con la repartición del mundo entre dos potencias– que como una capitulación similar ‎a la que se firmó en Berlín para concretar la rendición y el fin del III Reich. ‎

Dicho sea de paso, es importante que observemos que Estados Unidos no ha sido considerado ‎responsable de la destrucción de Libia, ya que en aquella época Washington contó con apoyo del ‎entonces presidente ruso, Dimitri Medvedev. ‎

Una cumbre opaca

Rusia no quiso ofrecer al mundo la imagen del vencedor que aplasta a las potencias occidentales. ‎Antes del encuentro en Ginebra, se anunció a los medios de difusión que los presidentes Biden ‎y Putin no ofrecerían una conferencia de prensa conjunta –no era posible presentar una narración ‎aceptable para ambos bandos–. Nunca hubo una reunión cumbre con tan mala cobertura ‎de prensa desde 2014, año de la incorporación de Rusia al conflicto en Siria. Los presidentes ‎dieron cada uno su propia conferencia de prensa, la seguridad tuvo que intervenir para ‎controlar el tumulto entre los periodistas. Pero, al final, todo transcurrió como se había ‎planificado: los periodistas no entendieron prácticamente nada y sólo pudieron reseñar algunos ‎detalles sin importancia.

La opinión pública estadounidense cree que Rusia trató de manipular las dos últimas elecciones ‎presidenciales a favor de Donald Trump, que Rusia atacó sitios web oficiales en Estados Unidos, ‎que el Kremlin envenenó a varios opositores y que la Federación Rusa amenaza militarmente a ‎Ucrania. ‎

Por boca del presidente Putin, Rusia desmintió todas esas acusaciones infantiles y después ‎ponderó generosamente al “gran” presidente Joe Biden, elogiando su experiencia, la calidad de ‎sus intercambios e incluso –con la mayor seriedad del mundo– destacó la lucidez de este ‎personaje, visiblemente senil. ‎

Decisiones que Moscú impuso

En el plano militar, lo importante era garantizar que Estados Unidos no siga modernizando su ‎arsenal nuclear, ni sea capaz de concebir artefactos hipersónicos.

El presidente Biden anunció en la apertura de la cumbre que Estados Unidos volverá a las ‎negociaciones sobre la reducción de su armamento, que Washington interrumpió unilateralmente ‎durante la guerra en Siria (la Tercera Guerra Mundial). No sabemos qué medidas se han ‎adoptado para evitar que Occidente se dote de misiles hipersónicos pero, teniendo en cuanto ‎la ventaja de Rusia en ese sector, Moscú y Washington pueden reducir drásticamente sus ‎arsenales de misiles nucleares sin afectar por ello el actual predominio ruso. El desarme ‎estadounidense favorecería la paz.‎

El presidente Biden incluso reconoció que Estados Unidos debería abrogar la ley del 18 de ‎septiembre de 2001 (Authorization for Use of Military Force of 2001), que autoriza el uso de la ‎fuerza militar, o sea la doctrina Rumsfeld-Cebrowski de guerra sin fin [1]‎.

En el plano económico, Rusia exigió que se garanticen sus ingresos. Así que Estados Unidos ‎aceptó –el 19 de mayo– que la actividad industrial de la Unión Europea deje de utilizar petróleo ‎producido en Occidente, y que funcione con gas ruso. Washington anunció el levantamiento de las ‎sanciones que había adoptado contra las empresas implicadas en la construcción del gasoducto ‎Nord-Stream 2.

Es evidente que el precio de ese gas no corresponderá a su valor comercial real ya que será ‎el pago de la deuda de guerra contraída con Rusia, aunque Europa occidental todavía conserva ‎opciones que le permitirían escapar a esa sobrefacturación. Alemania y Francia podrían verse ‎eximidas del pago de esa deuda de guerra, dado el hecho que el entonces canciller alemán ‎Gerhard Schroder y Francois Fillon, en aquella época primer ministro de Francia, siempre ‎se opusieron a esa guerra. Hoy en día, el socialista Gerhard Schroder es miembro del consejo ‎de administración del gigante ruso Rosneft –número 1 mundial en la extracción y venta de gas– y ‎el gaullista Francois Fillon está a punto de entrar en el consejo de dirección de la compañía ‎petrolera estatal rusa Zaroubejneft.

Sin embargo, Alemania y Francia tendrían que poner fin ‎definitivamente a las hostilidades –Alemania todavía mantiene soldados en la gobernación siria de ‎Idlib y Francia tiene militares en Yalabiyah– y habría que condenar públicamente a los principales ‎actores de toda esta matanza, como el alemán Volker Perthes [2] y el ex presidente francés ‎Francois Hollande. En el plano diplomático, Moscú y Washington anunciaron el regreso de sus embajadores ‎respectivos a sus sedes diplomáticas. Sólo quedaban por definir las zonas de influencia de ambas potencias. ‎

Primero que todo, el presidente Putin anunció a Estados Unidos las líneas que no debe cruzar:‎

1) Prohibición de incorporar Ucrania a la OTAN y de desplegar armas nucleares en ‎suelo ucraniano;

2) prohibición de inmiscuirse en Bielorrusia;

3) prohibición de intervenir en la política interna de Rusia. ‎

Se decidió que el Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente quede bajo la influencia conjunta ‎ruso-estadounidense, con excepción de Siria que queda directamente bajo la protección ‎de Rusia. Se decidió también que los musulmanes sunnitas quedarán divididos en dos grupos, ‎para evitar un resurgimiento del Imperio otomano; que Siria –no Irán– encabezará una zona que ‎abarcará Líbano, Irak, Irán y Azerbaiyán, también en aras de prevenir un resurgimiento del ‎Imperio otomano. Como punto final, Israel tendrá que abandonar el proyecto expansionista ‎de Zeev Jabotinsky. ‎

En Moscú saben que la aplicación de esos acuerdos encontrará la oposición de ciertos ‎responsables estadounidenses, que sin embargo evitarán manifestarse directamente en contra y ‎tratarán más bien de sabotearlos a través de terceros. En todo caso, Washington ya había informado ‎‎–desde el 2 de junio– a todos los Estados del Medio Oriente ampliado su decisión de retirar su ‎dispositivo antimisiles, conformado por los sistemas Patriot y THAAD. ‎

El lugar de China

En cuanto al Extremo Oriente, Rusia rechazó enérgicamente las propuestas de aliarse con ‎Occidente en contra de China. Basándose en la historia, Rusia estima que China no reclamará la ‎Siberia oriental mientras logre mantener las potencias occidentales a raya. Eso explica por qué ‎el presidente Putin reafirmó, justo antes de su encuentro con Biden que Rusia no ve a China ‎como una amenaza. ‎

Desde el punto de vista ruso, el desarrollo económico de China es perfectamente normal –si bien ‎viola ciertas reglas de la globalización al estilo occidental–, el desarrollo económico de China ‎se basa en una doctrina nacionalista enteramente legítima. El comunicado final del G7, que ‎condena a China y pretende imponer su propia concepción del comercio mundial, no pasa de ‎ser un simple delirio de actores que aún pretenden vivir de glorias pasadas. ‎

De todas formas, Pekín optó por garantizar su desarrollo económico absteniéndose de implicarse ‎en el conflicto, así que ahora no puede exigir privilegios. Moscú es favorable a una “retrocesión” ‎de Taiwán a la República Popular China, pero sin enfrentamiento militar.

La intención de Moscú es reunir los esfuerzos políticos de Rusia y los esfuerzos económicos ‎de China a través de la Gran Asociación Euroasiática, especialmente para desarrollar ‎conjuntamente la Siberia rusa oriental. Por eso Rusia ha emprendido la construcción de la vía ‎férrea transiberiana y de la vía llamada Magistral entre el lago Baikal y el río Amur, los corredores ‎de transporte Primorye-1 y Primorye-2, la Ruta de la Seda del Norte, la vía exprés Europa-China ‎Oriental, la ruta Norte-Sur y el corredor económico Rusia-Mongolia. A esa conexión del espacio ‎ruso con las rutas chinas de la seda hay que agregar toda una serie de proyectos comunes en ambos ‎países, por un monto total que sobrepasa los 700 mil millones de dólares.

Las expectativas de Estados Unidos

Las proposiciones de Estados Unidos sobre la ciberseguridad no son un tema que pueda tratarse ‎de forma bilateral. El gobierno ruso sabe mejor que nadie que no ordenó ataques informáticos ‎contra las elecciones presidenciales estadounidenses ni contra los sistemas informáticos de ‎agencias públicas de Estados Unidos. ‎

Los ataques informáticos provienen de hackers privados, que a veces actúan –como los antiguos ‎corsarios– por cuenta de algún Estado. El Centro Nacional Ruso sobre los Incidentes ‎Informáticos (NKTsKI), un departamento del FSB creado hace 3 años, estima que, a pesar de las ‎alegaciones de los medios occidentales de difusión, al menos un 25 por ciento de los ataques informáticos ‎se originan en… Estados Unidos. ‎

Rusia logró, el 31 de diciembre de 2020, que la Asamblea General de la ONU creará ‎‎(A/RES/75/240) un «grupo de trabajo de composición no limitada (OWEG) sobre la seguridad de la ‎actividad numérica y su utilización (2021-2015)», que será la única estructura con competencia en ‎materia de ciberseguridad. Moscú apunta así a devolver a las Naciones Unidas el papel de foro ‎mundial democrático que le fue arrebatado durante la agresión extranjera contra Siria, conflicto ‎que convirtió la ONU en simple correa de transmisión de los halcones de Washington. ‎

[1] ‎«El proyecto militar de ‎Estados Unidos para el ‎mundo» y «La doctrina ‎Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 22 ‎de ‎agosto ‎de 2017 y 25 de mayo de 2021.‎

[2] Sobre el papel del alemán Volker ‎Perthes en la agresión extranjera contra Siria, ver «Alemania y Siria» y «Alemania y la ONU contra Siria», por Thierry ‎Meyssan, Red Voltaire, 20 de junio de 2018 y 28 de enero de 2016.

 

 



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