AGRICULTURA INDUSTRIAL VS AGROECOLOGÍA
Juan José Agustín Reyes Rodríguez
En semanas recientes ha vuelto a la palestra el tema de la agricultura, con sus diferentes atributos. La llamada agricultura industrial e intensiva es la que se ha venido desarrollando desde la década de los 60’s con el inicio de la “Revolución Verde” iniciada en México por el galardonado Norman Bourlog y un importante grupo de distinguidos agrónomos mexicanos.
SE DIO IMPULSO al llamado Plan Chapingo, en donde se hicieron inversiones importantes en planes, proyectos, investigaciones y en la infraestructura física de Chapingo, que desgraciadamente no respetó la arquitectura original de la exhacienda, convertida en la Escuela Nacional de Agricultura, hoy universidad. Así mismo se inició lo que sería el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y Trigo (CIMMYT), ubicado en Texcoco, Estado de México.
Se recibieron importantes apoyos de organizaciones internacionales como la Fundación Rockefeller y otras más que se fueron incorporando con el tiempo, apoyando estas iniciativas de aportar variedades mejoradas de estos dos cereales, para contribuir a satisfacer la hambruna en otras partes del mundo, principalmente en África y en el propio México. Así mismo se fueron estableciendo centros de investigación y mejoramiento en otras regiones del mundo para el mejoramiento del arroz, la papa y otros cultivos básicos para la población mundial.
Visión diferente
Con esa visión modernista de la agricultura se vino en cascada el desarrollo de productos químicos, con industrias de fertilizantes, herbicidas, fungicidas, insecticidas, y en general todos los biocidas que resultaron indispensables para el control de plagas y enfermedades que se fueron presentando en las grandes superficies de monocultivos. Adicionalmente se dio un incremento en la construcción de las grandes presas, que sumadas a las pocas que había, se abrieron alrededor de seis millones de hectáreas a la agricultura de riego.
Los resultados fueron los incrementos importantes en rendimientos de las cosechas, al utilizar variedades de maíz y otras especies, mejoradas genéticamente, gracias al Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA), fusionado en 1985 con el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales (INIF) y el Instituto Nacional de Investigaciones Pecuarias (INIP), estos dos últimos fueron prácticamente desaparecidos, al crearse el actual Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) priorizando su acción en el centro occidente y noroeste del país.
Por otra parte, al mismo tiempo la llamada agricultura tradicional, que es la que practicaban los ejidos, comunidades y pueblos a nivel doméstico, seguía con sus prácticas de producción de alimentos y excedentes para intercambiar o vender localmente o a los acaparadores, que siempre los ha habido. Estas prácticas desde la preparación de la tierra con yuntas o tractores compartidos, incorporación de esquilmos al suelo, uso de abonos animales, semillas nativas obtenidas de sus propias cosechas y que han sido seleccionadas genéticamente por milenios por los propios campesinos, asociadas a otras especies fuente de su alimentación, como chile, calabaza, frijol y otras, lo que constituye la llamada “milpa”, que es la mezcla de estas y otras especies. Obviamente que los rendimientos no se comparan con los de la agricultura intensiva, que además de todos los insumos químicos se cultivan en extensiones de cientos o miles de hectáreas.
Las tres “emes”
Según los expertos en agricultura, la vida del suelo depende de lo que llaman las tres “emes”: Materia orgánica, Microorganismos y Minerales. Cuando estos tres componentes del suelo están presentes, entonces habrá un suelo sano y productivo. Estos son los principios en los que se basa la agricultura orgánica, ahora renombrada como Agroecología, ya que considera el entorno natural.
La agricultura industrial depende principalmente de variedades mejoradas, agroquímicos -principalmente fertilizantes y todo tipo de biocidas-, grandes extensiones, agua de riego -que por cierto no pagan su valor real-, maquinaria agrícola, contratos amarrados previamente y un comercio exterior, aprovechando los tratados comerciales internacionales, lo que no sucede con la agricultura tradicional.
Recientemente, el Secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), hizo señalamientos muy directos y fuertes en contra del Jefe de la Oficina del Presidente, el Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), en cuanto a aspectos del campo, independientemente de señalar a otros funcionarios por su falta de interés en las energías renovables, a la Secretaria de Energía (SENER) y a la intervención en favor de la cervecera que se clausuró en Mexicali a uno de los subsecretarios de la Secretaria de Gobernación (SEGOB).
El centro de la discusión entre la SEMARNAT y la SADER y el jefe de la Oficina de la Presidencia, está en el uso de especies transgénicas y el biocida llamado Glifosato, con sus diversas presentaciones y marcas que se usa de manera generalizada para el control de “plagas” agrícolas.
Un fuerte defensor del uso del glifosato es el presidente del Consejo Nacional Agropecuario (CNA) que representa a los grandes intereses agrícolas del país y que de manera directa o indirecta se ha apoyado en un sector de la SADER, aunque también dentro hay quienes están en franca oposición al glifosato.
La SEMARNAT emitió una disposición, en noviembre del 2019, que prohíbe la importación temporal del glifosato y establece un periodo de cuatro años para justificar la prohibición total de ese biocida. Esto ha creado una serie de protestas de los agricultores que usan este biocida alegando que, al no contar con ese producto, la producción agrícola se desplomará de manera importante, con lo que se tendrán que importar más toneladas de alimentos.
Lo anterior se ha cuestionado por grupos de académicos, investigadores, funcionarios y organizaciones civiles, al señalar que el glifosato es un verdadero veneno, que mata todo lo que toca, a excepción del cultivo que se protege. El uso de este y otros biocidas ha sido prohibido en varios países europeos y otros están en vías de hacerlo. En México se habían hecho varios intentos para prohibir el glifosato, los cuales fueron infructuosos por las presiones del CNA y la complicidad o falta de interés de funcionarios para prohibir su uso. Con los nuevos funcionarios en la SEMARNAT, a cargo de un científico y conocedor de este asunto, es cuando finalmente se están tomando medidas para erradicar este biocida, con medidas legales que van en ese camino.
Se han mencionado numerosos artículos “científicos” donde señalan que el glifosato no representa riesgo alguno para la salud, lo que han argumentado sus defensores. Sin embargo, hay muchos estudios serios que han documentado los daños a la salud humana que representa ese biocida. La misma Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 2015 ha catalogado al glifosato como potencialmente cancerígeno.
Independientemente de los daños a la salud humana, el uso de biocidas tiene impacto directo en la biodiversidad, como la flora y fauna nativas y se ha destacado que el uso de el glifosato y en general los biocidas, han provocado la muerte y reducción de poblaciones de abejas, por ser insectos que absorben directamente los insecticidas de contacto; lo mismo ocurre con la mariposa monarca, que al hacerse un uso discrecional de los biocidas en las áreas agrícolas de Estados Unidos y Canadá, han reducido sus fuentes de alimentación a lo largo de sus rutas migratorias. Recordemos que las abejas son indispensables para la polinización para contar con más y mejores productos agrícolas. Se ha señalado que, si las abejas desaparecen, la humanidad no tardaría más de 50 años en hacer lo mismo.
El glifosato, con sus diversas denominaciones, es producido por las mismas empresas que han desarrollado semillas transgénicas y genéticamente modificadas Monsanto-Bayer, Dow-Dupont, Syngenta-Chemchina, que, de acuerdo con lo mencionado por Greenpeace, domina el 65 % de las ventas de agroquímicos en el mundo y 61 % del mercado de semillas. Esto ha sido por décadas o por lo menos lustros la fórmula económica-financiera y de mercado para tener el remedio y el trapito. El glifosato mata todas las especies o variedades vegetales y animales que las alcanza, con excepción de las variedades transgénicas y genéticamente modificadas producidas y comercializadas por esas empresas. De ahí la relevancia de la prohibición del uso de este biocida. No debe verse sólo como un asunto económico y de altos rendimientos, sino atender los impactos que causa a las vidas humana, animal y vegetal.
Cuestión de costos
Si bien los costos de usar el glifosato son menores, no se cuentan los costos externos o externalidades que tiene. ¿Cuántos son los costos de los tratamientos médicos a las personas afectadas en su salud?, ¿Cuál es lo costo de la contaminación del agua, del suelo y del aire?, ¿Cuánto cuesta la pérdida de la biodiversidad? Se han hecho estimaciones, pero la verdad es que no se tienen cifras precisas y confiables para darlas a conocer con certeza. Estos son algunos de los costos públicos con beneficios privados.
En México, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), publicó el “Expediente científico sobre el Glifosato y los cultivos GM”, un amplio estudio en donde señala claramente que: “El glifosato es el herbicida más usado en todo el mundo; fue introducido al mercado por la empresa Monsanto en 1974 con su formulación más conocida, el Roundup®. En 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo clasificó como probable carcinógeno para humanos (Grupo 2A), después de revisar cerca de 1,000 estudios científicos, y demostró que este herbicida puede operar a través de dos características: genotoxicidad Introducción (daño en el Ácido Desoxirribonucleico, ADN) y estrés oxidativo (daño celular por la presencia de radicales libres). En 2019 el Departamento de Salud del gobierno de los Estados Unidos publicó un perfil toxicológico del glifosato que coincide con el reporte publicado por la OMS. En 2020 se publicó la 5.a edición de la Antología toxicológica del glifosato, que integra 1,108 investigaciones científicas sobre los efectos del glifosato en la salud y el ambiente”(Pueden consultar el documento completo en:www.CONACYT.Dossier_formato_glifosato_.pdf ).
El proyecto de decreto atribuible a la SADER, que presentó a la Comisión Nacional de Mejora Regulatoria y que impugnó acremente la SEMARNAT, tenía el fin de “programar y coordinar los estudios técnicos necesarios que permitan determinar la seguridad del herbicida”. Obviamente que el propósito es darle paso al glifosato para su uso más amplio.
Considero que la SADER, SEMARNAT y SALUD, efectivamente deberían de programar estudios técnicos que rescaten, aprovechen las prácticas tradicionales existentes -que hay muchas-, o encuentren nuevas formas de controlar las plagas y enfermedades. Esto se podría lograr, cuando en lugar de estar atacando los problemas a posteriori, deberían ver la forma de prevenirlos, fortaleciendo la buena nutrición vegetal y ello se lograría cuando se retome la importancia que tiene el suelo con sus tres principales componentes que son la Materia orgánica, los Microorganismos y los Minerales. Esta sería la esencia de la Agroecología o la Agricultura orgánica, a todas las escalas de producción posibles, desde el pequeño agricultor, hasta los grandes latifundios disfrazados.
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