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Edición 240
Escrito por ABRAHAM GARCÍA IBARRA   
Viernes, 13 de Agosto de 2010 15:39

PAPELES AL VIENTO
3PARAABRAHAM

Torcidos caminos del sistema político mexicano

La gran cuestión es si

habrá elecciones en 2012


A veces, el hombre es para sus semejantes

peor que la fieras.

Plauto, Bacon, Hobbes y Gracián

ABRAHAM GARCÍA IBARRA

(Exclusivo para Voces del Periodista)

 

Al margen de sus credos políticos o doctrinarios, diversas,  variadas y autorizadas voces mexicanas -desde sus cubículos de creación, recintos académicos o rincones periodísticos- se han alzado para denunciar la ligereza con la que el gobierno de la República armó sus formatos y  contenidos para la conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución mexicana. “Celebración”, dicen los boletines oficiales para ponerle acento a un patriotismo fingido, que tiene, entre otros boquetes, la deliberada omisión en el tratamiento de la trascendencia del movimiento armado de 1910, para acercar al público a los sucesos y personajes de la bicentenaria insurgencia de hace dos siglos. Personajes que, por añadidura, son tratados y retratados como odiosas caricaturas, incluso por uno que otro miembro de la llamada comisión organizadora de “los festejos”, que ha pasado ya por tantas manos; las últimas, en una obscena disputa por los presupuestos públicos.

 

Por inconfesas pero sabidas y visibles vocaciones reaccionarias, las autoridades gubernamentales del PAN se han negado a aprovechar la oportunidad de dichas efemérides para hacer un ejercicio de construcción de México o del alma patria, fundada en la gran riqueza cultural que dio verdadera identidad al espíritu nacional, no fragmentarias y fragmentadas imágenes de pastiche como las que se difunden en medios audiovisuales, en las que los héroes son reducidos ora a una memoria helada, frívola y estéril; ora a grosera referencia para exaltar “el valor”  de los nuevos combatientes en la guerra contra el narco.

 

 

2PARAABRAHAM

 

Que, por sinrazones ideológicas más que obvias, la Revolución -tan cercana por motivos de tiempo y lazos sanguíneos con las figuras estelares-, sea achicada en su dimensión histórica, se explica. Pero que, en el hilo conductor de los tres grandes movimientos nacionales, se suprima premeditadamente toda alusión al capítulo de la Reforma de los juaristas, va en contra hasta de las convicciones de los fundadores del PAN, como don Manuel Gómez Morín, quien vio en esa obra uno de los más decisivos momentos de la cultura política mexicana.

 

Gestas revolucionarias inconclusas;

privan los mismos desafíos de origen

 

Hace unos días, en dos eventos separados -el saludo a alumnos de nuevo ingreso a la UNAM, la generación del Centenario, y el Congreso Internacional de Mayistas-, el rector José Narro Robles centró sus mensajes en las conmemoraciones de este año y sostuvo que las gestas revolucionarias están incompletas, pues en amplios sectores de la población persisten condiciones de pobreza y exclusión. En la actualidad, repitió, la nación enfrenta algunos de los desafíos que dieron lugar a la lucha revolucionaria, y persisten condiciones de exclusión, como el hecho de que, en el mejor de los casos, sólo uno de cada tres jóvenes tiene posibilidad de cursar estudios de educación superior. A los mayistas señaló que, en la celebración de nuestros movimientos históricos, debe prevalecer el compromiso de todos, de construir una nación más justa, sin desigualdades ni violencia, con mejores oportunidades para los jóvenes.

 

El rector Narro Robles, en su papel de docente, habló por los jóvenes, pero lo mismo pudo hacer por los niños, las mujeres, los ancianos y por aquellos mexicanos en su edad vital que, sin embargo, vegetan en el abandono público en virtud de la supeditación del desarrollo de México a modelos extralógicos que han avasallado la soberanía y exportan la riqueza nacional a las metrópolis donde residen las matrices desde donde patrocinan las nuevas formas de colonización y depredación.

 

 

PARAABRAHAM

 

Habla el rector como académico de la institución cuyo principio fundador y tutelar es el humanismo. Pero también hace unos días la Federación Internacional de los Trabajadores del Transporte realizó aquí su 42 congreso anual, que convocó a delegaciones de más de cien países. Ahí, el presidente de ese organismo, David Cockroft calificó de aberrante lo que ocurre en México en materia de violación de la libertad sindical. Señaló que, con Colombia, Guatemala e Irán, nuestro país comparte el estigma de los regímenes que más vulneran los derechos de la clase trabajadora, a pesar de la suscripción de la carta de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cuyos artículos 87 y 98 abogan por la libertad sindical.

 

Hasta las cúpulas empresariales

rezongan del actual estado de cosas

 

También, los dirigentes sindicales huéspedes son congruentes con su condición de líderes de la clase trabajadora. Pero ¡hete ahí!, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP); esto es, una institución de las cúpulas empresariales, acaba de demandar al gobierno de Felipe Calderón que atienda perentoriamente el problema de los bajos salarios. No basta, afirma, sólo con la generación de empleos; se requiere que éstos sean de calidad. La Confederación de Cámaras Industriales (Concamín), de su lado, planteó que es llegada la hora de que se muevan mecanismos para hacer avanzar el mercado interno a fin de reactivar los sectores que dependen de la demanda doméstica.

 

No se trata, pues, de exclamaciones aisladas o sectarias las que -en estricto rigor- se pronuncian por un cambio en el modelo de crecimiento económico; fin que, de todas maneras, no cristaliza:  Es ya convicción generalizada -no simple percepción- que la contumacia en la continuidad de la política neoliberal no va a favorecer una salida pacífica al actual dilema nacional. Que dirigentes sindicales de todo el mundo aludan convenciones de la OIT, es apenas una consideración protocolaria hacia el gobierno de México. Corresponde al liderazgo obrero interno sustentar en la acción unitaria, no en simples palabras, su exigencia de respeto al artículo 123 de la Constitución mexicana, cuya redacción clasista fue un heroico triunfo del ala radical en el Constituyente de Querétaro de 1917. Si en la propaganda del bicentenario de la Independencia se esquivan los Sentimientos de la Nación, de Morelos, no es casual ni gratuito que se ponga sordina oficial al centenario de la Revolución, cuya llama permanece viva en el ánimo de los mexicanos menos favorecidos.

 

Y, en esa táctica evasiva y autocomplaciente, convergen los hombres del gobierno y dirigentes y legisladores de todos los partidos políticos, que prefieren enfangarse en la pugna por la sucesión presidencial, antes que preocuparse por generar condiciones para que el proceso tenga causa y cauce, antes de que la República se salga de madre, como ya está ocurriendo. ¿Reforma del Estado? ¿Reforma política? Son apenas tópicos bajo los cuales se asfixian las prioridades de una reforma de raíz, pronta e integral, que convoque, de veras, a la unidad nacional, no aquel discurso que la exige para continuar una guerra fratricida de la que sabemos cuando, como y para qué se inició, pero no sabemos cuándo y cómo culminará.

 

Todos los huevos en la

canasta única de la sucesión

 

Y, si de sucesión presidencial es el tema que ocupa a los futurólogos de esta hora, no es cosa de regatear el abordaje de la cuestión, así sea sólo para recordar que -desde el inicio del movimiento armado de 1910 hasta 1928, en que el asesinato faccioso del presidente electo Álvaro Obregón derivó en la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR-, se ha pretendido hacer de México un país de instituciones y de leyes; no más de caudillos. Vanamente.

 

 

 

4PARAABRAHAM

 

Vale la recapitulación del proceso histórico, porque pareciera que al político mexicano, sean cuales fuesen sus colores e intereses, nada le han enseñado los años: Siempre vuelve a los mismos errores. Ya en pleno periodo de construcción de la Revolución mexicana, el país estuvo a punto de un nuevo baño de sangre, ora con los generales Escobar, Aguirre o Manzo, que iban sobre la cabeza de Plutarco Elías Calles; ora  con José Vasconcelos. De los primeros parecería el destino manifiesto de los militares mexicanos. De Vasconcelos fue otro el cantar, cuando pretendió en 1928 suceder al presidente sustituto Emilio Portes Gil, enfrentando la candidatura presidencial del PNR del ingeniero Pascual Ortiz Rubio.

 

De Vasconcelos, el propio Portes Gil escribió: “El caso de Vasconcelos es raro en nuestra historia. Sin duda, hasta el año de 1923, tuvo rasgos de genialidad, de indiscutible talento. Después, la amargura política lo llevó a los más lamentables fracasos y de hombre de gran capacidad y de sólida cultura, se ha convertido con el andar de los tiempos, en un escritor amargado que, para vivir, se ha visto en la indispensable necesidad de recurrir a los procedimientos más reprobables. Sus libros -saturados de profundo despecho- son, unos, la claudicación más penosa del antiguo y genial maestro y acusan la falta de escrúpulos de quien no respeta, siquiera, lo que cualquier hombre común sabe que está en el deber de respetar: el lazo conyugal y la fe jurada al amigo o a las amantes. Otros, como su Breve Historia de México, son de esos libros que causarán tan grave daño a las generaciones venideras, que no debía Vasconcelos haberlos escrito. porque con ellos, si bien es cierto que consiguió vivir algunos meses, ha producido tan grandes males a las juventudes de México, que algún día se arrepentirá -si no está arrepentido ya- de haberlos dado a la estampa”.

 

Vasconcelos, en efecto, no pudo asimilar su derrota electoral frente a Ortiz Rubio. Se puso a salto de mata y, en su escala por Sonora, dictó el Plan de Guaymas con el que pretendía sublevar a los mexicanos, fechado el 1 de diciembre de 1929. Sin embargo, pospuso su divulgación hasta después de haber huido del puerto sonorense hacia los Estados Unidos. Cerró su manifiesto Vasconcelos con estas líneas: “El Presidente electo se dirige ahora hacia el extranjero, pero volverá al país a hacerse cargo nuevamente del mandato tan pronto como haya un grupo de hombres libres armados, que estén en condiciones de hacerse respetar. Hágase circular y cúmplase”.

 

Portes Gil retoma el reproche que envió a prensas el escritor Rubén Salazar Mallén: “Los jóvenes de México, los jóvenes y adolescentes, pues éstos también contaban entre los más entusiastas, encontraron de pronto que su entusiasmo estaba hueco, repleto de nada, como las nueces vanas. Y el desaliento les ganó en ese juego de dados no sólo el corazón, sino el ser todo. A partir de ese día, una juventud quedó hecha pedazos. La traición del que habían elegido por jefe, y que no supo ser jefe, sino solamente recibir halagos, los dejó abandonados en la dura encrucijada. Por eso, en gran parte, se explica la corrupción de las generaciones frescas. Vasconcelos, con su falta de resolución, con su egolatría satisfecha en la campaña, se unió al callismo, tolerando su triunfo, para aniquilar moralmente a la juventud. No otro es el secreto que ha hecho de los hombres nuevos seres venales, faltos de denuedo, ajenos al espíritu de renunciación, egoístas, cobardes. El proceso de desintegración de la juventud que sucedió al triunfo, triunfo manchado, maldito, de Ortiz Rubio, dice la enorme culpa de Vasconcelos, que no supo afrontar el sacrificio, que no arrostró el dolor y el riesgo a que obligaba la confianza de la juventud, la esperanza de la juventud”.

 

La última campaña violenta

en la historia de México

 

Ortiz Rubio ni siquiera mereció la exposición al riesgo del incipiente y polemizado nuevo sistema electoral mexicano. No fue capaz de terminar su periodo presidencial. A su dimisión se hizo cargo del Poder Ejecutivo el general Abelardo L. Rodríguez, quien lo entregaría pacíficamente, en 1934, al general Lázaro Cárdenas, autor de la ruptura histórica -que aún se considera un parteaguas en la definición del nuevo Estado mexicano- que puso fin al maximato encarnado por Calles.

 

No obstante, el relevo de Cárdenas, quien refundó el PNR con la denominación de Partido de la Revolución Mexicana (PRM), no estuvo exento de nuevas tentaciones militaristas, asumidas ahora por el general Juan Andrew Almazán. Éste, contra el también general Manuel Ávila Camacho, se erigió en caudillo del Partido Revolucionario de la Unidad Nacional (PRUN), cuando los tambores de guerra todavía repercutían por cuenta y riesgo del general Saturnino Cedillo, rebelde financiado por los intereses petroleros afectados por la expropiación, si bien ya sometido por el gobierno.

 

En esa sucesión, el nuevo factor en pugna fue el flamante Partido Acción Nacional (PAN). No fue accidental la contemporización de esta nueva formación política con la candidatura de Andrew Almazán, cuyo programa de campaña se sustentó en el rabioso ataque a la obra de Cárdenas, leitmotiv de la fundación del partido de las derechas. Algunos narradores tipifican la de 1939-1940 como “la última campaña presidencial violenta en México”. Lo escribieron cuando aún no se registraba la sucesión presidencial de 1988 que, colocados ya en la ruta de los gobiernos civilistas, no le pidió nada en encarnecimiento a la de 1940. Carlos Salinas de Gortari esgrimió maliciosamente el petate del muerto de una supuesta conjura del Frente Democrático Nacional para tomar las principales ciudades del país, a fin de poner al Ejército de su lado.

 

Es una grave realidad el

desencanto por las democracias

 

Vendrían después las sucesiones a la sombra del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a partir de 1946. Antes, amerita una acotación, no tan accesoria, el título de esta entrega. ¿Habrá elecciones en 2012? No se trata -lo decimos con sinceridad, no ajena a la alarma-, de una gratuita concesión al tremendismo barato. Los signos de los tiempos ofrecen una lectura en cuyo centro de gravedad aparece la crispación, ya no sólo de la clase política, sino de la sociedad en su conjunto en contra de los sedicentes liderazgos políticos.

 

En la evaluación de las democracias de América Latina realizada en los últimos diez años, incluso estudios auspiciados por la ONU concluyen que un considerable porcentaje de la población encuestada expresa su desencanto hacia la democracia, motivado básicamente por la gestión de la economía pública atrapada por la globalización neoliberal. En un espeluznante estudio sobre esa cuestión se deduce que, para algunos segmentos latinoamericanos agobiados por la crisis económica, no sería desdeñable la restauración de la dictadura, sin discernirse ni discriminar  si ésta se depositaría en un civil o en un militar.

 

Ese tipo de escrutinios subraya que los ciudadanos están hartos de ser requeridos como votantes para, después de las elecciones, ser relegados al pozo del olvido. Esto es, que la representación delegada en las urnas no se compadece de los compromisos de campaña, que son los mismos siempre y siempre burlados una vez que se asume el poder. Ese incesante oleaje de desprecio al ser colectivo -el pueblo-, no puede durar eternamente. Lo sentencia puntualmente nuestra propia experiencia histórica. El problema es que ahora la devaluación de la política, atribuida a los partidos y a los poderes de la Unión, alcanza a los órganos electorales que, a contrapelo de la confianza que originalmente inspiraron, no han sido capaces de conducir lo que se pretendía transición democrática a puerto seguro, contaminados como están de las viciadas prácticas que hacen del derecho electoral una mercancía expuesta en el piso de remates, según convenga al mezquino interés de los partidos que apadrinaron los nombramientos de consejeros y magistrados electorales.

 

¿Qué papel se reservan para si

las Fuerzas Armadas mexicanas?

 

La preocupación, en todo caso, radica en el papel que, también ya fatigadas y enervadas, quieran adjudicarse para 2012 las Fuerzas Armadas, obligadas a un protagonismo activo desde que fueron lanzadas a la guerra narca sin solución de continuidad. La recompensa a ese brutal desgaste, para algunos estamentos de la oficialidad media o altos mandos en retiro, no parece suficiente con la mejoría en los tabuladores de los haberes castrenses, mientras que los del poder civil se aplican a la acumulación galopante de fortunas mal habidas a costa del erario público, en una fétida atmósfera en la que, como lo escribió recientemente uno de nuestros colegas, los narcos se volvieron “políticos” y los políticos se vuelven narcos.

 

En otra época no lejana, algunos de nuestros generales en tesitura de rebeldía fueron regresados individualmente al redil con encargos públicos o contratos y concesiones que les hicieron olvidar sus arengas incendiarias. Por denunciarlo, Juan Rulfo casi está a punto de ser acusado de traidor a la patria. No es la situación actual, en que las Fuerzas Armadas en su conjunto comparten la repulsa de sectores de la sociedad civil, tope ello en que se pretenda convencer a la opinión pública de que algunas de esas manifestaciones son financiadas por los cárteles del crimen organizado.

 

Ese latente y real riesgo no escapa a la sensibilidad de enclaves que comparten el gobierno: Que el nuevo discurso desde lo alto se oriente a comprometer a todos los compatriotas en eso que ahora llaman seguridad democrática, habla por si solo de que los nervios del poder se están tensando en torno al reto de cómo salir del callejón sin salida en que ha sido arrinconado el combate a la delincuencia organizada, y hacerlo, además, sin dar por perdida la guerra.

 

En tanto se busca -y se encuentra- un argumento honorable para reaprehender, matizar y reorientar la realidad, los plazos para las elecciones generales de 2012 se acortan inexorablemente. Tanto que, con la excepción del Estado de México, el resto del calendario electoral de 2011 apenas si tibia el clima nacional. Sólo restan unos cuantos meses para que el Instituto Federal Electoral (IFE) dé por iniciados los preparativos del gran evento de 2012. En tiempos tan tormentosos como los que vive actualmente México, meses son segundos históricos. Agotarlos en la obcecación cerril, como dijo el clásico, no es un crimen: Es una imbecilidad. Y las idioteces se pagan caro. Llegará el momento fatal en que, como recomendaba el intelectual panista Carlos Castillo Peraza, los mexicanos entiendan que la gracia consiste no en cambiar de cadena, sino en dejar de ser perro.



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