Edición 210
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Escrito por Carlos Ramírez Hernández
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Viernes, 15 de Mayo de 2009 20:56 |
CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ
EN LA PESTE, Albert Camus logró retratar la sicología del ser humano ante las adversidades naturales. Una epidemia de peste trastocó la vida cotidiana en Orán, una provincia de su Argelia que da al Mediterráneo. La gente se niega a aceptar la enfermedad y la lucha del hombre contra el hombre exhibió la fragilidad de las personas. La pandemia de influenza humana en México se convirtió en un factor de ruptura social y política. Es la hora que mucha gente, azuzada por los rumores de expertos de la desinformación, aún no cree que se trató de una enfermedad peligrosa, contagiosa y sobre todo amenazante. Pero por sobre todo, la crisis de influenza humana mostró los perfiles de una severa crisis del Estado mexicano. Como toda enfermedad masiva, el ataque de influenza reveló la incapacidad de la política de salud pública del Estado. Y como la salud es una de las cinco funciones básicas del Estado -junto a la educación, la seguridad, la alimentación y la soberanía-, entonces lo que haga o deje de hacer la política de salud pública daña la legitimidad del Estado. Porque al final de cuentas la influenza fue apenas la punta del iceberg del problema de salud en México: cobertura, atención de primer piso, investigación, precios de medicinas, educación y comunicación social. Pero a la hora de investigar sobre la influenza, otras enfermedades de la crisis de pobreza salieron a relucir: los muertos por influenza fueron un poco más de veinte y los contaminados no llegaron a mil. En cambio, los muertos por enfermedades gastrointestinales siguen siendo decenas de miles al año. La política de salud pública necesita también una transición. El régimen priísta vinculó la atención médica con la seguridad social. Por eso el Seguro Social lo mismo atiende enfermos que se hace cargo de las pensiones. La crisis financiera de la seguridad social fue una de las peores herencias del régimen priísta y su Estado de bienestar socia l. En lugar de promover la cobertura de la salud, el sistema priísta asumió para sí la tarea titánica del bienestar social de todos los mexicanos, aunque con errores de jerarquización: las prestaciones sociales del sindicato del IMSS han limitado la fuerza presupuestal de la institución. La influenza mostró no sólo la lenta reacción de las instituciones de salud, sino la limitación en la cobertura: los servicios de salud han perdido su sensibilidad hacia el enfermo, la capacidad de atención de los hospitales públicos es deficiente y la educación para la salud resultó mediocre. Ciertamente que el Estado cuenta con instituciones de primer nivel en materia de investigación, pero sin tener articulación con la atención al paciente. Y la industria químico-farmacéutica sigue dominada por el poder de las utilidades privadas. El gobierno de Calderón enfrenta la urgencia de replantear la política de salud pública. El sector necesita una cirugía mayor, integral, hasta de replanteamiento de políticas y principios. Frente a la carestía de la medicina privada y en un país con abrumadora mayoría, el Estado tiene la obligación de garantizar la cobertura. Pero necesita redefinir prioridades e invertir en grande. El régimen priísta utilizaba la seguridad social y la atención médica como mecanismo de control electoral. Hoy la salud es prioridad para la producción. Como siempre, las tragedias revelan lo peor de los países y de las sociedades. Lo más grave de la crisis de influenza fue mostrar la incapacidad del Estado para atender el derecho social más importante, el derecho a la salud que no es otra cosa que el derecho a la vida. El viejo modelo ya no funciona y ahora se necesita un nuevo sistema de salud pública que parta de la urgencia de convertir la salud en la prioridad del Estado promotor del bienestar de la sociedad, no del Estado paternalista.
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